CAPÍTULO XXIII - DE LA OBSESIÓN
Obsesión simple. – Fascinación. – Subyugación. –
Causas de la obsesión. – Medios de combatirla.
237. En el número de escollos que presenta la práctica del
Espiritismo, es menester poner en primera línea la obsesión, es
decir, el imperio que algunos Espíritus saben tomar sobre ciertas
personas. Esta nunca tiene lugar sino por Espíritus inferiores que
procuran dominar; los Espíritus buenos no hacen experimentar
ninguna contrariedad; aconsejan, combaten las influencias de los
malos, y si no se les escucha se retiran. Los malos, por el contrario,
se unen a aquellos sobre los cuales pueden hacer presa; si llegan a
tomar imperio sobre alguno, se identifican con su propio Espíritu
y le conducen como a un verdadero niño.
La obsesión presenta caracteres diversos que es muy
necesario distinguir, y que resultan del grado de opresión y de la
naturaleza de los efectos que produce. La palabra obsesión es de
algún modo un término genérico por el cual se designa esta especie
de fenómeno cuyas principales variedades son: la obsesión simple,
la fascinación y la subyugación.
Obsesión simple
238. La obsesión simple tiene lugar cuando un Espíritu
malhechor engaña a un médium, se mezcla contra su voluntad en
las comunicaciones que recibe, le impide comunicarse con otros
Espíritus y sustituye a aquellos que se evocan.
No se está obseso por el sólo hecho de ser engañado por un
Espíritu mentiroso; el mejor médium está expuesto a esto, sobre
todo al principio, cuando aun la falta la experiencia necesaria, de
la misma manera que entre nosotros las gentes más honradas
pueden ser engañadas por los tunantes. Se puede, pues, ser
engañado sin estar obseso; la obsesión está en la tenacidad del
Espíritu, del cual no se puede desembarazar.
En la obsesión simple, el médium sabe muy bien que tiene
que habérselas con un Espíritu mentiroso, y éste no se oculta, no
disimula sus malas intenciones y su deseo de contrariar. El médium
reconoce sin pena la artimaña, y como está preparado, rara vez es
engañado. Esta especie de obsesión es simplemente desagradable,
y no tiene otro inconveniente que el oponer un obstáculo a las
comunicaciones que se quisieron tener con espíritus formales o
con aquellos por quienes se tiene afección.
Se pueden colocar en esta categoría los casos de obsesión
física, es decir, la que consiste en las manifestaciones ruidosas y
obstinadas de ciertos Espíritus que hacen oír espontáneamente
golpes u otros ruidos. Nos remitimos sobre este fenómeno al
capítulo de las “Manifestaciones físicas espontáneas”. (Núm. 82).
Fascinación
239. La fascinación tiene consecuencias mucho más graves.
Es una ilusión producida por la acción directa del Espíritu sobre
el pensamiento del médium, y que de algún modo paraliza su juicio,
con respecto a las comunicaciones. El médium fascinado no se
cree engañado; el Espíritu tiene la maña de inspirarle una confianza
ciega que le impide ver la superchería y comprender cuán absurdo
es lo que escribe, aun cuando todo el mundo lo conozca; la ilusión
puede ir hasta hacerle ver lo sublime en el lenguaje más ridículo.
Se estaría en error si se creyera que este género de obsesión no
puede alcanzar sino a personas sencillas, ignorantes y desprovistas
de juicio; los hombres más discretos, más instruidos y más
inteligentes bajo otros conceptos no están exentos de esto, lo que
prueba que esta aberración es efecto de una causa extraña, de la
que sufren la influencia.
Ya hemos dicho que las consecuencias de la fascinación
son mucho más graves; en efecto, a favor de esta ilusión que es el
resultado, el Espíritu conduce aquel a quien ha logrado dominar
como lo haría con un ciego, y puede hacerle aceptar las doctrinas
más extravagantes y las teorías más falsas como si fuesen la única
expresión de la verdad; aún más: puede excitarle a que haga
acciones ridículas, de compromiso y aun perniciosas.
Se comprende fácilmente toda la diferencia que hay entre
la obsesión simple y la fascinación; se comprende también que
los Espíritus que producen estos dos efectos deben diferir de
carácter. En la primera, el Espíritu que se une a vosotros sólo es
un ser importuno por su tenacidad, y se desea con impaciencia
poderse desembarazar de él. En la segunda es otra cosa; para llegar
a tales fines es necesario un Espíritu hábil, vivo y profundamente
hipócrita, porque no puede chasquear y hacerse aceptar sino con
ayuda de la máscara que sabe tomar y de un falso semblante de
virtud; las grandes palabras de caridad, humildad y de amor de
Dios son para él como credenciales; pero a través de todo esto
deja penetrar las señales de inferioridad, que es necesario estar
fascinado para no ver, teme también a todas las personas que ven
demasiado claro; así es que su táctica es casi siempre la de inspirar
a su intérprete el alejamiento de cualquiera que pudiera abrirle
los ojos; por este motivo, evitando toda contradicción, siempre
tiene la seguridad de tener razón.
Subyugación
240. La subyugación es una restricción que paraliza la
voluntad del que la sufre y le hace obrar a pesar suyo. En una
palabra, es su verdadero yugo.
La subyugación puede ser moral o corporal. En el primer
caso, el subyugado es solicitado a tomar determinaciones muchas
veces absurdas y comprometidas, que por una especie de ilusión
las cree sensatas; es una especie de fascinación. En el segundo
caso el Espíritu obra sobre los órganos materiales y provoca los movimientos involuntarios. Se traduce en el médium escribiendo
por una necesidad incesante de escribir, aun en los momentos
más inoportunos. Nosotros los hemos visto que, a falta de pluma
o de lápiz, escribían con el dedo por todas partes en donde se
encontraban, en las mismas calles, en las puertas y en las paredes.
La subyugación corporal va algunas veces más lejos; puede
conducir a los actos más ridículos. Hemos conocido a un hombre
que no era joven ni hermoso, que bajo el imperio de una obsesión
de esta naturaleza se veía obligado por una fuerza irresistible a
ponerse de rodillas ante una joven, con la cual no había tenido
ninguna intención y pedirla en matrimonio. Otras veces sentía en
las espaldas y en las piernas una presión enérgica, que los forzaba
contra su voluntad a pesar de la resistencia que hacía al ponerse
de rodillas y besar el suelo en los parajes públicos y en presencia
de la multitud. Este hombre pasaba por loco entre sus relaciones;
pero nosotros nos hemos convencido de que no lo era, porque
tenía el pleno convencimiento del ridículo, de lo que hacía contra
su voluntad, por lo que sufría horriblemente.
241. En otro tiempo se daba el nombre de posesión al
imperio ejercido por malos Espíritus, cuando su influencia
llegaba hasta la aberración de las facultades. La posesión sería
para nosotros sinónima de subyugación. Si no adoptamos este
término es por dos razones: la primera porque implica la creencia
de seres creados para el mal entregados perpetuamente a él,
mientras que solo hay seres más o menos imperfectos y que todos
pueden mejorarse. La segunda, porque implica igualmente la
idea da la toma de posesión de un cuerpo por un Espíritu extraño,
de una especie de cohabitación, mientras que sólo hay una
sujeción, La palabra subyugación expresa perfectamente el
pensamiento. De este modo para nosotros no hay poseídos en el
sentido vulgar de la palabra: sólo hay obsesos, subyugados y
fascinados.
Causas de la obsesión
242. La obsesión, como ya lo hemos dicho, es uno de los
más grandes escollos de la mediumnidad; es también uno de los más frecuentes; así es que todos los cuidados serían pocos para
combatirla, porque además de los inconvenientes personales que
pueden resultar de esto, es un obstáculo absoluto para la bondad y
la veracidad de las comunicaciones. La obsesión, en cualquier
grado que esté, es siempre el efecto de una sujeción y esta sujeción,
no pudiendo nunca ser ejercida por un Espíritu bueno, resulta de
esto que toda comunicación dada por un médium obseso es de
origen sospechoso y no merece ninguna confianza. Si alguna vez
se encuentra algo bueno, es menester tomarlo y arrojar todo lo
que es simplemente dudoso.
243. Se conoce la obsesión con los caracteres siguientes:
1.º Persistencia de un Espíritu en comunicarse contra la
voluntad del médium, por la escritura, el oído, la typtología, etc.,
oponiéndose a que otros Espíritus puedan hacerlo.
2.º Ilusión, que no obstante la inteligencia del médium, le
impide reconocer la falsedad y la ridiculez de las comunicaciones
que recibe.
3.º Creencia en la infalibilidad y en la identidad absoluta de
los Espíritus que se comunican y que, bajo nombres respetables y
venerados, dicen cosas falsas o absurdas.
4.º Confianza del médium en los elogios que hacen de él
los Espíritus que se le comunican.
5.º Propensión a separarse de las personas que pueden darle
avisos útiles.
6.º Tomar a mal la crítica con respecto a las comunicaciones
que reciben.
7.º Necesidad incesante e inoportuna de escribir.
8.º Sujeción física dominando la voluntad de cualquiera y
forzándole a obrar o a hablar a pesar suyo.
9.º Ruidos y trastornos de cosas persistentes a su alrededor
y de los que se es la causa o el objeto.
244. En presencia del peligro de la obsesión se dice uno
que el ser médium será una cosa desagradable; ¿no es esta facultad
la que la provoca, en una palabra, no es esto una prueba
inconveniente de las comunicaciones espíritas? Nuestra
contestación es fácil y rogamos que se medite con cuidado.
No son los médiums ni los espiritistas los que han creado a
los Espíritus, sino que los Espíritus son la causa de que haya
espiritistas y médiums; no siendo los Espíritus otra cosa que las
almas de los hombres, hay, pues, Espíritus desde que hay hombres,
y por consiguiente han ejercido en todo tiempo su influencia
saludable o perniciosa sobre la Humanidad. La facultad
medíanímica solo es para ellos un medio para manifestarse; en
defecto de esta facultad lo hacen de mil maneras distintas más o
menos ocultas. Sería, pues, un error creer que los Espíritus ejercen
su influencia sólo por las comunicaciones escritas o verbales; esta
influencia es de todos los instantes, y aquellos que no se ocupan
de los Espíritus que ni creen en ellos están expuestos como los
otros y aún más porque no tienen contrapeso. La mediumnidad es
para el Espíritu un medio de hacerse conocer; si es malo se hace
siempre traición por hipócrita que sea; puede, pues, decirse, que
la mediumnidad permite que se vea a su enemigo frente a frente si
uno puede expresarlo así, y combatirle con sus propias armas; sin
esta facultad obra en la oscuridad y al favor de su invisibilidad
puede hacer, y hace en realidad, mucho mal. ¡A cuántos actos no
está uno impulsado por su desgracia, y que se hubieron evitado si
hubiese habido un medio de ilustrarse! Los incrédulos no creen
decir tanta verdad cuando dicen de un hombre que se extravía con
obstinación: “Un mal genio le empuja hacia la perdición”. De
este modo el conocimiento del Espiritismo, lejos de dar imperio a
los malos Espíritus, debe tener por resultado en un tiempo más o
menos próximo, cuando se habrá propagado, el destruir este imperio
dando a cada uno los medios de ponerse en guardia contra sus
sugestiones, y el que sucumba a nadie podrá culpar sino sí mismo.
Regla general: cualquiera que tenga malas comunicaciones
espiritistas, escritas o verbales, está bajo una mala influencia; esta
influencia se ejerce sobre él, que escriba o deje escribir, es decir,
que sea o no médium, que crea o no crea. La escritura da el medio
de asegurarse de la naturaleza de los Espíritus que obran sobre él
y de combatirles si son malos, lo que se hace aún con más éxito
cuando viene a conocer el motivo que les hace obrar. Si es
demasiado ciego para comprenderle, otros podrán hacerle abrir
los ojos.
En resumen, el peligro no está en el mismo Espiritismo,
puesto que puede, por el contrario, servir de comprobante y
preservarnos del que corremos sin cesar, sin que los sepamos;
está en la orgullosa propensión de ciertos médiums en creerse,
con demasiada ligereza, los instrumentos exclusivos de Espíritus
superiores, y en la especie de fascinación que no les permite
comprender las tonterías de las que son los intérpretes. Aquellos
mismos que no son médiums pueden dejarse engañar. Citemos
una comparación. Un hombre tiene un enemigo secreto que no
conoce y que esparce contra el, por bajo mano, la calumnia y todo
lo que la más negra maldad puede inventar; ve perder su fortuna,
alejarse sus amigos, turbada su felicidad interior, no pudiendo
descubrir la mano que le hiere, no puede defenderse y sucumbe;
pero viene un día que este enemigo secreto le escribe, y a pesar de
su astucia se hace traición. He aquí, pues, a su enemigo descubierto
y puede confundirle y remontarse. Tal es el papel de los malos
Espíritus, que el Espiritismo nos da la posibilidad de conocer y
descubrir.
245. Los motivos de la obsesión varían según el carácter
del Espíritu; muchas veces es una venganza que ejerce sobre un
individuo de quien ha tenido que quejarse durante su vida o en
otra existencia; a menudo no tienen otra razón que el deseo de
hacer mal; como sufre, quiere hacer sufrir a los demás; halla una
especie de gozo en atormentarles, en vejarles; de este modo la
impaciencia que se demuestra le excita, porque tal es su objeto,
mientras que se le cansa por la paciencia; irritándose, demostrando
despecho, se hace precisamente lo que él quiere. Estos Espíritus obran algunas veces por ira y por celos del bien; por esto dirigen
sobre las gentes honradas sus intenciones maléficas. Uno de ellos
se ha unido como una polilla a una honrada familia conocida
nuestra, que por lo demás no tiene la satisfacción de tomarla por
juguete; preguntando por el motivo que tenía para atacar a las
buenas gentes, más bien que a los hombres malos como él,
contestó: estos no me causan envidia. Otros están guiados por un
sentimiento de maldad que les conduce a aprovecharse de la
debilidad moral de ciertos individuos que saben que son incapaces
de resistirles. Uno de estos últimos que subyugaba a un joven de
inteligencia muy limitada, preguntando por los motivos de la
elección, nos contestó: Tengo una necesidad muy grande de
atormentar a alguno; una persona razonable me rechazaría; me
arrimo a un idiota que no me opone ninguna virtud.
246. Hay Espíritus obsesores sin malicia, que son algo
buenos, pero que tienen el orgullo del falso saber; tienen sus ideas
y sus sistemas sobre la ciencia, la economía social, la moral, la
religión, la filosofía; quieren hacer prevalecer su opinión y al efecto
buscan médiums bastante crédulos para que les acepten con los
ojos cerrados, a quienes fascinan para impedirles que puedan
distinguir lo verdadero de lo falso. Estos son los más perjudiciales,
porque los sofismas no les cuestan nada y de este modo pueden
acreditar las utopías más ridículas; como conocen el prestigio de
los grandes nombres no tienen ningún escrúpulo en servirse de
aquellos ante los cuales uno se inclina con respeto, y tampoco
retroceden por el sacrilegio de nombrarse Jesús, Virgen María o
un santo venerado. Procuran deslumbrar por un lenguaje pomposo,
más pretencioso que profundo, erizado de términos técnicos y
adornado de grandes palabras de caridad y de moral: se guardarán
de dar un mal consejo, porque saben bien que serían despedidos;
además, los que son sus víctimas les defienden porfiadamente
diciendo: ya veis que nada dicen de malo. Pero la moral no es
para ellos sino un pase; es el menor de sus cuidados; lo que quieren
ante todo es dominar e imponer sus ideas aunque estén desprovistas
de razón.
247. Los Espíritus sistemáticos generalmente son bastante
aficionados a escribir; por esto buscan los médiums que escriben
con facilidad y de los que procuran hacerse instrumentos dóciles
y sobre todo entusiastas, fascinándoles. Son casi siempre
habladores, muy prolijos, procurando compensar la calidad por la
cantidad. Se complacen en dictar a sus intérpretes escritos
voluminosos e indigestos y a menudo poco inteligibles, que
felizmente tienen por antídoto la imposibilidad material de ser
leídos por las masas. Los Espíritus verdaderamente superiores son
sobrios de palabras; escriben poco y dicen mucho; además esta
prodigiosa fecundidad debe ser siempre sospechosa.
No podríamos ser bastante circunspectos cuando se trata de
publicar estos escritos; las utopías y las excentricidades, de las
que abundan mucho, y que chocan con el buen sentido, producen
una molesta impresión sobre las personas novicias, dándoles una
idea falsa del Espiritismo, sin contar que estas son armas de las
cuales se sirven sus enemigos para ponerlo en ridículo. Entre estas
publicaciones las hay que sin ser malas y sin dimanar de una
obsesión pueden ser miradas como imprudentes, intempestivas o
poco hábiles.
248. Acontece muchas veces que un médium solo puede
comunicarse con un Espíritu, que se une a él y responde por
aquellos que son llamados por su mediación. Esta no es siempre
una obsesión, porque puede dimanar de una falta de flexibilidad
del médium y de una afinidad especial de su parte por tal o cual
Espíritu. No hay obsesión propiamente dicha sino cuando el
Espíritu impone y aleja a los otros por su voluntad; lo que nunca
es el hecho de un Espíritu bueno. Generalmente el Espíritu que se
apodera del médium con la idea de dominarle, no sufre el examen
crítico de sus comunicaciones; cuando ve que no son aceptadas y
que se discuten, no se retira pero inspira al médium el pensamiento
de aislarse y muchas veces se lo manda. Todo médium que se
resiente de la crítica de las comunicaciones que recibe es el eco
del Espíritu que le domina, y este Espíritu no puede ser bueno
desde el momento que le inspira un pensamiento ilógico, el de
rehusar su examen. El aislamiento del médium es siempre una
cosa mala para él, porque no tiene ninguna comprobación para
sus comunicaciones. No solamente debe cerciorarse por el aviso
de un tercero, sino que le es necesario estudiar todas las clases de
comunicaciones para compararlas; aislándose en las que obtiene,
por muy buenas que les parezcan, se expone a hacerse ilusión
sobre su valor sin contar que no puede conocerlo todo y que versan
siempre, poco más o menos, sobre un mismo asunto. (Núm. 192;
“Médiums exclusivos”).
Medios de combatirla
249. Los medios de combatir la obsesión varían según el
carácter que reviste. El peligro, realmente, no existe para todo
médium que está bien convencido de que debe habérselas con un
Espíritu mentiroso, como esto tiene lugar en la obsesión simple;
para él no es más que una cosa desagradable. Pero por lo mismo
que esto le es desagradable con tanta más razón el Espíritu se
encarniza con él para vejarle. Dos cosas esenciales deben hacerse
en este caso. Primero, probar al Espíritu que uno no es su juguete,
y que le es imposible el engañarnos; segundo, gastar su paciencia,
mostrándose más paciente que él; si está bien convencido que
pierde el tiempo, concluirá por retirarse, como lo hacen los
importunos cuando no se les escucha.
Pero no siempre basta esto, y el proceso puede ser largo
porque los hay que son tenaces, y para ellos los meses y los años
son poca cosa. En tal caso el médium debe hacer una evocación
ferviente a su buen ángel guardián, lo mismo que a los buenos
Espíritus que le son simpáticos, y rogarles que le asistan. Con
respecto al Espíritu obsesor, por malo que sea, es menester tratarle
con severidad, pero con benevolencia, y vencerle con buenos
procederes, rogando por él. Si realmente es perverso, se burlará al
principio; pero moralizándole con perseverancia, finalizará por
enmendarse: es la empresa de una conversión, tarea muy a menudo
penosa, ingrata, aun repugnante, pero cuyo mérito está en la
dificultad, y que si se cumple bien queda siempre la satisfacción
de haber llenado un deber de caridad y muchas veces el haber
conducido al buen camino a un alma perdida.
Conviene igualmente interrumpir toda comunicación escrita
desde el momento que se reconoce que viene de un Espíritu malo
que no quiere entender la razón, a fin de no darle el placer de ser
escuchado. Aun en ciertos casos puede ser útil el dejar de escribir
por algún tiempo; cada uno debe conducirse según las
circunstancias. Pero si el médium escribiente puede evitar estas
conversaciones, absteniéndose de escribir, no sucede lo mismo
con el médium auditivo que el Espíritu obsesor persigue algunas
veces a cada momento con sus palabras groseras u obscenas, y
que ni siquiera tiene el recurso de taparse los oídos. Por lo demás
es menester reconocer que ciertas personas se divierten con el
lenguaje trivial de esta clase de Espíritus, que animan y provocan,
riéndose de sus necesidades en lugar de imponerles silencio y
moralizarles. Nuestros consejos no pueden aprovechar a los que
quieren perderse.
250. No hay, pues, peligro, sino fastidio, para todo médium
que no se deja dominar, porque no puede ser engañado; todo lo
contrario sucede en la fascinación, porque entonces el imperio
que toma el Espíritu sobre aquel de quien se apodera no tiene
límites. Lo único que puede hacerse con él es procurar convencerle
porque está supeditado, y hacer que su obsesión venga a ser simple;
pero esto no es siempre fácil, y algunas veces es imposible. El
ascendiente del Espíritu puede ser tal que haga sordo al fascinado
a toda clase de reflexiones y puede llegar hasta hacerle dudar,
cuando el Espíritu comete alguna grosera herejía científica, si no
se engaña la ciencia. Como lo hemos dicho ya, generalmente acoge
muy mal los consejos; la crítica le fastidia, le irrita y le hace
aborrecer a los que no toman parte en su admiración. Sospechar
de su Espíritu es casi una profanación a sus ojos y esto es,
precisamente, lo que quiere el Espíritu; porque lo que él desea es
que doblen la rodilla ante su palabra. Uno de ellos ejercía una
fascinación extraordinaria sobre una persona de nuestras relaciones; lo evocamos, y luego después de algunas farsas, viendo
que no podía negar o disfrazar su identidad, concluyó por confesar
que no era aquel cuyo nombre tomaba. Habiéndole preguntado
por qué abusaba de esta persona, contestó estas palabras que pintan
claramente el carácter de esta clase de Espíritus: Buscaba un
hombre que pudiera conducir; lo he encontrado y me quedo con
él. – Pero si se le hace ver claro os echará fuera. - ¡Esto lo veremos”
Como no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, cuando se
reconoce la inutilidad de toda tentativa para abrir los ojos del
fascinado, lo mejor es dejarle en sus ilusiones. No puede curarse
un enfermo que se obstina en conservar su enfermedad y se
complace en ella.
251. La subyugación corporal quita a menudo al obseso la
energía necesaria para dominar al Espíritu malo; por esto es
necesaria la intervención de una tercera persona, obrando sea por
el magnetismo, sea por el imperio de su voluntad. En defecto del
concurso del obseso, esta persona debe tomar el ascendiente sobre
el Espíritu; pero como este ascendiente no puede ser sino moral,
sólo es dado el ejercerlo a un ser moralmente superior al Espíritu,
y su poder será tanto más grande cuanto mayor será su superioridad
moral, porque impone al Espíritu que se ve forzado a inclinarse
ante él; por esto Jesús tenía tan grande poder para sacar lo que
entonces llamaban demonios, es decir, los malos Espíritus
obsesores.
Nosotros no podemos dar aquí sino consejos generales,
porque no hay ningún proceder material, sobre todo ninguna
fórmula, ni menos ninguna palabra sacramental que tenga el poder
de echar a los Espíritu obsesores. Lo que le falta muchas veces al
obseso, es una fuerza fluídica suficiente; en este caso la acción
magnética de un buen magnetizador puede serle útil y servirle de
ayuda. Por otra parte, siempre es bueno tomar por la mediación
de un médium seguro, los consejos de un Espíritu superior o de su
ángel de la guarda.
252. Las imperfecciones morales del obseso son, a menudo,
un obstáculo para su libertad.
He aquí un ejemplo notable que puede servir de instrucción
para todos:
Hacía ya algunos años que varias hermanas eran víctimas
de depredadores muy desagradables. Dispersados sin cesar sus
vestidos por todos los rincones de la casa, hasta por el tejado,
cortados, rotos y acribillados de agujeros, por más que tuviesen
buen cuidado de encerrarlos bajo llave. Estas señoras, relegadas
en una pequeña localidad de provincia, nunca habían oído hablar
de Espiritismo. Naturalmente su primer pensamiento fue que eran
el blanco de burlas de mal género; pero esta persistencia y las
precauciones que tomaban les quitaron esta idea. Después de
mucho tiempo, con motivo de algunas indicaciones, creyeron
oportuno dirigirse a nosotros para conocer la causa de estas
desgracias y los medios de remediarlas si era posible. La causa no
era dudosa; el remedio era más difícil. El Espíritu que se
manifestaba por actos semejantes era evidentemente malévolo.
Se mostró en la evocación de una grande perversidad e inaccesible
a todo buen sentimiento. La oración pareció, sin embargo, ejercer
una influencia saludable; pero después de algún tiempo de
descanso, el pillaje empezó de nuevo. Aquí está el consejo que
con este motivo dio un Espíritu superior.
Lo mejor que pueden hacer estas señoras es rogar a sus
Espíritus protectores que no las abandonen; no tengo otro consejo
mejor para darles; que examinen su conciencia para confesarse
a sí mismas y ver si han practicado siempre el amor al prójimo y
la caridad; no quiero decir la caridad que da y distribuye, sino la
caridad de la lengua; porque desgraciadamente ellas no saben
retener la suya, y no justifican, por su actos piadosos, el deseo
que tienen de quedar libres del que les atormenta. Les gusta mucho
decir mal del prójimo, y él Espíritu que les obsesa se venga, porque
le hicieron padecer mucho cuando vivía. Que repasen su memoria
y verán muy pronto con quién tienen que habérselas.
Sin embargo, si consiguen mejorarse, sus ángeles
guardianes se les acercarán, y su sola presencia bastará para
echar fuera al Espíritu malo que se ha apoderado de una de ellas sobre todo, porque su ángel de la guarda ha tenido que alejarse
en vista de los actos reprensibles o de los pensamientos malos. Lo
que les falta son fervientes oraciones por los que sufren, y sobre
todo la práctica de las virtudes impuestas por Dios a cada uno,
según su condición.
Sobre la observación que hicimos de que estas palabras nos
parecían un poco severas, y que quizá sería necesario endulzarlas
para transmitirlas, el Espíritu añadió:
Yo debo decir lo que he dicho y del modo como lo digo,
porque las personas en cuestión tienen la costumbre de creer que
no hacen mal con la lengua, y hacen mucho. Por esto es menester
impresionar su Espíritu de manera que sea para ellos una
advertencia formal.
De esto se desprende una enseñanza de una gran
importancia, y es que las imperfecciones morales dan lugar a los
Espíritus obsesores, y que el medio más seguro de desembarazarse
de ellos es el atraer a los buenos por la práctica del bien. Los
Espíritus buenos tienen, sin duda, más poder que los malos, y su
voluntad basta para alejarlos; pero solo asisten a los que les
secundan por los esfuerzos que hacen para mejorarse; de otro modo
se alejan y dejan el campo libre a los Espíritus malos que vienen
a ser de este modo, en ciertos casos, instrumentos de castigo,
porque los buenos les dejan obrar con este fin.
253. Por lo demás, es menester guardarse de atribuir a la
acción directa de los Espíritus todos los disgustos que pueden
ocurrir; estos disgustos son, a menudo, la consecuencia de la
incuria o de la imprevisión. Un labrador nos hizo escribir que
hacía doce años era víctima de toda suerte de desgracias con
respecto a su ganado; tan pronto se le morían las vacas como no
daban leche; lo mismo le sucedía con los caballos, los carneros o
los cerdos. Hizo muchos novenarios que no remediaron el mal, lo
mismo que las misas que hizo celebrar, ni los exorcismos que
hizo practicar. Entonces, según las preocupaciones de los
campesinos, se persuadió que se había echado una maldición sobre
sus animales. Creyéndonos, sin duda, dotados de un poder para
conjurar, mayor que el del sacerdote de su lugar, nos consultó.
Aquí está la contestación que obtuvimos:
La mortalidad o las enfermedades de los ganados de este
hombre provienen de que sus cuadras están infestadas y no las
hace reparar porque esto cuesta dinero.
254. Terminaremos este capítulo con las respuestas dadas
por los Espíritus a algunas preguntas, viniendo en apoyo de lo
que hemos dicho.
1. ¿Por qué ciertos médiums no pueden desembarazarse de
los Espíritus malos que se unen a ellos, y cómo los Espíritus buenos
que evocan no son bastante poderosos para alejar a los otros y
comunicarse directamente?
No es el poder el que falta al Espíritu bueno; muchas veces
es el médium que no es bastante fuerte para secundarle; su
naturaleza se presta mejor a ciertas relaciones; su fluido se
identifica más bien con un Espíritu que con otro; esto es lo que da
mucho imperio a los que quieren mortificar.
2. ¿Nos parece, sin embargo, que hay personas muy
meritorias, de una moralidad irreprochable, y con todo se ven
imposibilitadas de comunicarse con los Espíritus buenos?
Esta es una prueba; ¿y quién os ha dicho que su corazón no
esté manchado con un poco de mal, que el orgullo no domine un
poco la apariencia de bondad? Estas pruebas, mostrando al obseso
su debilidad, deben conducirle a la humildad.
¿Hay alguno sobre la Tierra que pueda llamarse perfecto?
Habrá quien tenga todas las apariencias de la virtud, y aun puede
tener muchos defectos ocultos, un antiguo germen de imperfección.
Por ejemplo, vosotros decís de aquel que no hace mal y que es
leal en sus relaciones sociales: es un hombre bueno y digno. ¿Pero
sabéis vosotros si sus buenas cualidades están empañadas por el
orgullo, si no hay en él un fondo de egoísmo, si es avaro, celoso,
rencoroso, maldiciente y cien otras cosas que vosotros no
apercibís, porque vuestras relaciones con él no os han puesto en
este caso? El medio más poderoso para poder combatir la
influencia de los Espíritus malos es el acercarse todo lo posible a
la naturaleza de los buenos.
3. La obsesión que se opone a que un médium obtenga las
comunicaciones que desea, ¿es siempre una señal de ser indigno
por su parte?
Yo no he dicho que esta fuese una señal de poca dignidad,
sino que puede ponerse un obstáculo a ciertas comunicaciones;
lo que debe procurar es quitar el obstáculo que está en él; sin
esto, sus oraciones y sus súplicas nada hacen. No basta que un
enfermo diga a su médico: Dadme la salud, yo quiero estar
bueno; el médico no puede nada si el enfermo no hace lo que es
necesario.
4. ¿La privación de comunicarse con ciertos Espíritus sería,
acaso, una especie de castigo?
En ciertos casos esto podría ser un verdadero castigo, así
como la posibilidad de comunicarse con ellos es una recompensa
que debéis esforzaros en merecer. (Véase “Pérdida y suspensión
de la mediumnidad”, número 220).
5. ¿Pueden combatirse las influencias de los Espíritus malos,
moralizándoles?
Sí, esto es lo que no se hace y es lo que no debe olvidarse de
hacer, porque a menudo es una tarea que se os ha dado y que
vosotros debéis cumplir caritativa y religiosamente. Por sabios
consejos puede excitarse al arrepentimiento y activar su
adelantamiento.
— ¿Cómo puede un hombre, con relación a esto, tener una
influencia que no tienen los mismos Espíritus?
Los Espíritus perversos se aproximan más bien a los
hombres que procuran atormentar, que a los Espíritus, de los que
se alejan todo lo posible. En este contacto con los humanos, cuando
encuentran quien los moraliza, en un principio no le escuchan, se ríen; después, si se les sabe conducir, concluyen por dejarse
conmover. Los Espíritus elevados no pueden hablarle sino en nombre
de Dios, y esto les asusta. El hombre no tiene, ciertamente, más
poder que los Espíritus superiores, pero su lenguaje se identifica
mejor con su naturaleza, y viendo el ascendiente que puede ejercer
en los Espíritus inferiores, comprende mejor la solidaridad que
existe entre el Cielo y la Tierra.
Por lo demás, el ascendiente que el hombre puede ejercer
sobre los Espíritus está en razón de su superioridad moral. No
domina a los Espíritus superiores, ni aun a aquellos que, sin ser
superiores, son buenos o benévolos, pero puede dominar a los
Espíritus que le son inferiores en moralidad. (Véase número 279).
6. ¿La subyugación corporal, llevada hasta cierto grado,
podría tener por consecuencia la locura?
Sí, una especie de locura cuya causa no es conocida de la
gente, pero que no tiene relación con la locura ordinaria. Entre
los que se tienen por locos hay muchos que no son más que
subyugados; les sería necesario un tratamiento moral, mientras
que se les vuelve verdaderamente locos con los tratamientos
corporales. Cuando los médicos conozcan bien el Espiritismo,
sabrán hacer esta distinción y curarán más enfermos que con los
baños de chorro (221).
7. ¿Qué debemos pensar de aquellos que, viendo algún
peligro en el Espiritismo, creen que el medio de evitarlos es
prohibir las comunicaciones espiritistas?
Si pueden impedir a ciertas personas el comunicarse con
los Espíritus, no pueden impedir las manifestaciones espontáneas,
hechas a estas mismas personas, porque no pueden suprimir los
Espíritus ni impedir su influencia oculta. Esto se parece a los
niños que se tapan los ojos y creen que nadie les ve. Sería locura
el querer suprimir una cosa que ofrece grandes ventajas, porque
los imprudentes pueden abusar; el medio de evitar estos
inconvenientes, es al contrario, el hacer conocer el fondo de esta
cosa.