EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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Fraudes Espiritistas

314. Los que no admiten la realidad de las manifestaciones físicas, generalmente atribuyen a fraude los efectos que se producen. Se fundan en que los prestidigitadores hábiles, hacen cosas que parecen prodigios cuando uno no conoce sus secretos; de aquí sacan la consecuencia que los médiums no son otra cosa que escamoteadores. Hemos refutado ya este argumento, o más bien esta opinión, notablemente en nuestros artículos sobre el Sr. Home y en los números de la Revista Espírita de enero y febrero de 1858; no diremos, pues, sino algunas palabras antes de hablar de una cosa más formal.


Por los demás, hay una consideración que no puede pasar desapercibida a cualquiera que reflexione un poco. Sin duda hay prestidigitadores de una habilidad prodigiosa, pero son raros. Si todos los médiums practicasen el escamoteo, sería preciso convenir en que este arte hubiera hecho en poco tiempo progresos inauditos y hubiera venido a ser de repente muy común, puesto que se encontraría en estado innato entre gentes que no lo pensaban y aun entre los niños.


Porque hayan charlatanes que venden drogas en la plazas públicas, porque haya también médicos que sin ir a la plaza pública, abusan de la confianza, ¿se sigue de esto que todos los médicos sean clarlatanes y el cuerpo facultativo de medicina quede perjudicado en su consideración? Porque haya gentes que venden tinta por vino, ¿todos los taberneros son falsificadores y no puede haber vino puro? Se abusa de todo, aun de las cosas más respetables, y puede decirse que el fraude tiene también su genio. Pero el fraude tiene siempre un fin, un interés material cualquiera; en donde no hay nada que ganar, no hay ningún interés en engañar. Hemos dicho también a propósito de los médiums mercenarios, que la mejor de todas las garantías es un desinterés absoluto.


315. De todos los fenómenos espiritistas, los que más se prestan al fraude son los fenómenos físicos por motivos que es útil tomar en consideración. En primer lugar, porque se dirigen más a los ojos que a la inteligencia, éstos son los que la prestidigitación puede imitar muy fácilmente. En segundo lugar, llamando más la curiosidad que los otros, son más propios para atraer a la multitud, y por consiguiente más productivos. A este doble punto de vista, los charlatanes ponen todo el interés en simular esa clase de manifestaciones; los espectadores extraños a la ciencia en su mayor parte, generalmente van para procurarse una diversión más bien que una instrucción formal, y se sabe ya que se paga más lo que divierte que lo que instruye. Pero además de esto hay otro motivo no menos perentorio. Si la prestidigitación puede imitar efectos materiales, para los que sólo necesita la destreza, no le conocemos, hasta el presente, el don de improvisación que requiere una dosis de inteligencia poco común, ni el de producir estos bellos y sublimes dictados, llenos a menudo de cosas que vienen muy a tiempo, que los Espíritus dan en su comunicaciones. Esto nos recuerda el siguiente hecho.


Un letrado bien conocido vino un día a vernos y nos dijo que era muy buen médium escribiente intuitivo, y que se ponía a la disposición de la sociedad espiritista. Como tenemos por costumbre el no admitir en la sociedad sino médiums cuyas facultades nos son conocidas, le rogamos que viniera más adelante para hacer las pruebas en una reunión particular. En efecto, vino; muchos médiums experimentados dieron ya sea disertaciones, ya sea contestaciones de una notable precisión sobre las preguntas propuestas y asuntos desconocidos para ellos. Cuando a este señor le tocó el turno, escribió algunas palabras insignificantes; dijo que este día estaba mal dispuesto, y no lo hemos visto más; seguramente vio que el papel de médiums de efectos inteligentes era más difícil de representar de lo que había creído.


316. En todas las cosas, las personas más propensas a ser engañadas son aquellas que no son del oficio; y lo mismo sucede con el Espiritismo; los que no le conocen, son engañados muy fácilmente por las apariencias, mientras que un estudio preparatorio y atento les inicia, no solamente en la causa de los fenómenos, también en las condiciones normales en las cuales se pueden producir y de este modo les proporciona el medio de reconocer el fraude, si existe.


317. Los médiums mentirosos son censurados como lo merecen en la siguiente carta que hemos reproducido en la Revista Espírita del mes de agosto de 1861. “París, 21 de julio 1861.


“Señor:


“Puede uno no estar acorde en ciertos puntos, y estarlo perfectamente sobre otros. Acabo de leer en la página 213 del número último de su diario, reflexiones sobre fraudes en materia de experimentos espiritualistas (o espiritistas) y tengo la satisfacción de asociarme a ellas con todas mis fuerzas. Allí toda disidencia en materia de teorías y de doctrinas desaparece como por encanto.


“Puede que yo no sea tan severo como usted con respecto a los médiums que bajo una forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización del tiempo que consagran a los experimentos, muchas veces muy largos y pesados; pero lo soy tanto – y no podría uno serlo bastante – con respecto a aquellos que en semejante caso, suplen en momentos dados, por la fullería y el fraude, la ausencia o la insuficiencia de los resultados prometidos y esperados. (Véase número 311).


“Mezclar lo verdadero con lo falso, cuando se trata de fenómenos obtenidos por la intervención de los Espíritus, es una infamia y habría alteración del sentido moral en el médium que creyese poderlo hacer sin escrúpulo. De la misma manera que usted lo hace observar perfectamente, es desacreditar la cosa en el espíritu de los indecisos, desde el momento en que se conoce el fraude. Anãdiré que es comprometer del modo más deplorable a los hombres honrados que prestan a los médiums el apoyo desinteresado de su conocimientos y de sus luces que se declaran garantes de su buena fe, y de algún modo les apadrinan; es cometer con ellos un verdadero delito.


“Todo médium que estuviese convicto de maniobras fraudulentas; que se sorprendiese para servirme de una expresión trivial, con la mano en el saco, merecería ser proscripto por todos los espiritualistas o espiritistas del mundo, porque éste sería un deber riguroso para quitarles la máscara o para avergonzarles. “Si a usted le conviene insertar estas cuantas líneas en su periódico, las pongo a su servicio.


“Reciba usted, etc.
Matieu”.


318. No todos los fenómenos espiritistas se imitan con la misma facilidad, hay algunos que desafían evidentemente a toda la habilidad de la prestidigitación: tales son notablemente el movimiento de los objetos sin contacto, la suspensión de los cuerpos graves en el espacio, los golpes que se dan en diferentes partes, las apariciones, etc., salvo el empleo de los secretos y la inteligencia con algunos amigos; por esto decimos que lo que conviene hacer en casos semejantes, es observar con atención las circunstancias, y sobre todo hacerse cargo del carácter y de la posición de las personas, del objeto y del interés que podrían tener en engañar: este es el mejor de los comprobantes, porque hay ciertas circunstancias que quitan todo motivo de sospecha. Creemos, pues, en principio, que es menester desconfiar de aquel que hiciere de estos fenómenos un espectáculo o un objeto de curiosidad o de diversión y pretendiera producirlos a su gusto y en un punto dado como lo hemos dicho ya. No sabemos cómo repetirlo, las inteligencias ocultas que se nos manifiestan tienen sus susceptibilidades, y quieren probarnos que tienen también su libre albedrío y que no se someten a nuestro capricho. (Núm. 38).


Nos bastará el señalar algunos subterfugios empleados, o que es posible que se empleen en ciertos casos, para prevenir contra el fraude a los observadores de buena fe. En cuanto a las personas que se obstinan en juzgar sin profundizar, sería perder el tiempo procurar desengañarles.

319. Uno de los fenómenos más ordinarios es el de los golpes íntimos dados en la sustancia misma de la madera, con el movimiento de la mesa o sin moverla, o de otro objeto del que se sirva para el caso. Este efecto es uno de los más fáciles de imitar, sea por el contacto de los pies, sea provocando pequeños crujidos en el mueble; pero es una pequeña maña especial que es muy útil de manifestar. Basta poner las dos manos extendidas sobre la mesa y bastante juntas para que las uñas de los pulgares se apoyen con fuerza el uno contra el otro; entonces, por un movimiento muscular casi imperceptible, se les hace experimentar una frotación que hace un pequeño ruido seco, que tiene una gran analogía con el de la tiptología íntima. Este ruido se refleja en la madera y produce una ilusión completa. Nada hay más fácil que hacer oír tantos golpes como se deseen, una banda de tambores, etc., responde a varias preguntas por sí o por no, por nombres y también con la indicación de las letras del alfabeto.


Una vez sabido el modo de reconocer el fraude es muy sencillo. No es posible si las manos están separadas la una de la otra y se tiene la seguridad que ningún otro contacto puede producir el ruido. Los golpes reales se caracterizan también porque cambian de punto y timbre a voluntad, lo que no puede tener lugar cuando se debe a la causa que hemos dicho o a otra cualquiera análoga; que salga de la mesa para trasladarse a otro mueble cualquiera que nadie toque, en las paredes, en el techo, etc., o que responde a preguntas no previstas. (Véase núm. 41).


320. La escritura directa es aún más fácil de imitar; sin hablar de los agentes químicos bien conocidos para hacer aparecer la escritura en un tiempo dado en el papel blanco, lo que puede descubrirse con las precauciones más vulgares, podría suceder que por medio de un escamoteo hábil, se substituyera un papel por otro. Podría suceder también que aquel que quisiera cometer el fraude, tuviese la maña de distraer la atención mientras que escribiese con destreza algunas palabras. Se nos ha dicho también haber visto escribir de este modo con un pedazo de lapicero de plomo metido disimuladamente en la uña.


321. El fenómeno de aportes no se presta menos al artificio, y se puede con mucha facilidad ser engañado por un escamoteador más o menos diestro, sin que por esto sea necesario habérselas con un prestidigitador de profesión. En artículo especial que hemos publicado anteriormente (núm. 96) los mismos Espíritus han determinado las condiciones excepcionales con las cuales se puede producir, de donde debe sacarse la consecuencia que la obtención fácil y facultativa puede, poco o mucho, tenerse por sospechosa. La escritura directa está en el mismo caso.


322. En el capítulo de los médiums especiales hemos mencionado con respecto a los Espíritus, las aptitudes mediúmnicas comunes y las que son raras. Conviene, pues, desconfiar de los médiums que pretenden tener estas últimas con demasiada facilidad, o que ambicionan la multiplicidad de facultades, pretensión que rara vez se justifica.


323. Las manifestaciones inteligentes son, según las circunstancias, las que ofrecen más garantía y sin embargo no están al abrigo de la imitación, al menos por lo que toca a las comunicaciones ligeras y vulgares. Se cree tener más seguridad en los médiums mecánicos, no sólo por la independencia de las ideas, sino también contra las supercherías; por esta razón ciertas personas prefieren los intermediarios materiales. Pues bien, es un error. El fraude se desliza por todo, y sabemos que con la habilidad se puede también dirigir un cestito o una tablita que escriba y dar todas las apariencias de los movimientos espontáneos. Lo que quita todas las dudas, son los pensamientos que se expresan, que vengan de un médium mecánico, intuitivo, auditivo, parlante o vidente. Hay comunicaciones que están de tal modo fuera de las ideas, de los conocimientos y aun del alcance intelectual del médium, que sería preciso engañarse de un modo extraño para hacerle honor. Reconocemos al charlatanismo una gran habilidad y fecundos recursos, pero aun no le reconocemos el don de dar sabiduría a un ignorante o genio al que no lo tiene.


En resumen, lo repetimos, la mejor garantía está en la moralidad notoria de los médiums y en la ausencia de toda causa de interés material o de amor propio, que podrían estimular en él, el ejercicio de las facultades mediúmnicas que posee; porque estas mismas causas pueden inducirle a simular las que no tiene.