EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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250. No hay, pues, peligro, sino fastidio, para todo médium que no se deja dominar, porque no puede ser engañado; todo lo contrario sucede en la fascinación, porque entonces el imperio que toma el Espíritu sobre aquel de quien se apodera no tiene límites. Lo único que puede hacerse con él es procurar convencerle porque está supeditado, y hacer que su obsesión venga a ser simple; pero esto no es siempre fácil, y algunas veces es imposible. El ascendiente del Espíritu puede ser tal que haga sordo al fascinado a toda clase de reflexiones y puede llegar hasta hacerle dudar, cuando el Espíritu comete alguna grosera herejía científica, si no se engaña la ciencia. Como lo hemos dicho ya, generalmente acoge muy mal los consejos; la crítica le fastidia, le irrita y le hace aborrecer a los que no toman parte en su admiración. Sospechar de su Espíritu es casi una profanación a sus ojos y esto es, precisamente, lo que quiere el Espíritu; porque lo que él desea es que doblen la rodilla ante su palabra. Uno de ellos ejercía una fascinación extraordinaria sobre una persona de nuestras relaciones; lo evocamos, y luego después de algunas farsas, viendo que no podía negar o disfrazar su identidad, concluyó por confesar que no era aquel cuyo nombre tomaba. Habiéndole preguntado por qué abusaba de esta persona, contestó estas palabras que pintan claramente el carácter de esta clase de Espíritus: Buscaba un hombre que pudiera conducir; lo he encontrado y me quedo con él. – Pero si se le hace ver claro os echará fuera. - ¡Esto lo veremos” Como no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, cuando se reconoce la inutilidad de toda tentativa para abrir los ojos del fascinado, lo mejor es dejarle en sus ilusiones. No puede curarse un enfermo que se obstina en conservar su enfermedad y se complace en ella.