CAPÍTULO XXIV - IDENTIDAD DE LOS ESPÍRITUS
Pruebas posibles de identidad. –
Distinción de los buenos y los malos Espíritus. –
Cuestiones sobre la naturaleza y la identidad de los Espíritus.
Pruebas posibles de identidad
255. La cuestión de la identidad de los Espíritus es una de
las más controvertidas entre los mismos adeptos del Espiritismo;
en efecto, los Espíritus no nos traen una prueba de notoriedad, y
se sabe con cuánta facilidad algunos de ellos toman nombres
supuestos; después de la obsesión, es también una de las más
grandes dificultades del Espiritismo práctico; por lo demás, en
muchos casos, la identidad absoluta es una cuestión secundaria y
sin importancia real.
La identidad del Espíritu de los personajes antiguos es la
más difícil de comprobar y muchas veces imposible,
concretándonos a la apreciación puramente moral. Se juzga a los
Espíritus como a los hombres, por su lenguaje; si un Espíritu se
presenta bajo el nombre de Fenelón, por ejemplo, y dice
trivialidades o puerilidades, es muy cierto que no puede ser él;
pero si dice cosas dignas del carácter de Fenelón y que este mismo
no desmintiera, hay en este caso, sino una prueba material, al
menos toda la probabilidad moral que pueda ser él. Sobre todo en
este caso la identidad real es una cuestión accesoria; desde el
momento que el Espíritu sólo dice cosas buenas, poco importa el
nombre del que las da.
Se objetará, sin duda, que el Espíritu que tomase un nombre
supuesto, aun cuando solo fuese para decir cosas buenas, no por
eso dejaría de cometer un fraude y en tal caso no puede ser un
Espíritu bueno. Aquí es en donde hay matices delicados bastante
difíciles de comprender, y que trataremos de desenvolver.
256. A medida que los Espíritus se purifican y se elevan
en la jerarquía, los caracteres distintivos de su personalidad se
borran de cierto modo en la uniformidad de perfección y, sin
embargo, no dejan de conservar su individualidad; esto tiene
lugar en los Espíritus superiores y en los Espíritus puros. En
esta posición, el nombre que tenía en la Tierra, en una de las mil
existencias corporales efímeras por las cuales pasaron, es una
cosa enteramente insignificante. Notemos también que los
Espíritus son atraídos los unos hacia los otros por la semejanza
de sus cualidades, y que de este modo forman grupos o familias
simpáticas: Por otra parte, si se considera el número inmenso de
Espíritus que desde el origen de los tiempos deben haber llegado
al primer puesto, y si se compara con el número tan corto de
hombres que dejaron un gran nombre sobre la tierra, se
comprenderá que entre los Espíritus superiores que pueden
comunicarse, la mayor parte no debe tener nombre para nosotros;
pero como necesitamos nombres para fijar nuestras ideas, pueden
tomar el de un personaje conocido, cuya naturaleza se identifica
del mejor modo con la suya; por esto nuestros ángeles guardianes
se dan a conocer muy a menudo con el nombre de uno de los
santos que nosotros veneramos y generalmente con el de aquel
por quien tenemos más simpatía. De esto se sigue que si el ángel
de la guarda de una persona toma el nombre de San Pedro, por
ejemplo, no hay ninguna prueba material que éste sea,
precisamente, el apóstol de este nombre; lo mismo puede ser el
que un Espíritu enteramente desconocido, perteneciendo a la
familia de los Espíritus de los que San Pedro forma parte; de
aquí se sigue que cualquiera que sea el nombre bajo el cual se
evoca a su ángel de la guarda, vendrá al llamamiento que se
hace, porque se le atrae por el pensamiento, siéndole indiferente
el nombre.
Lo mismo sucede siempre que un Espíritu superior se
comunica espontáneamente bajo el nombre de un personaje
conocido; nada prueba que este sea el Espíritu de aquel personaje;
pero si no dice nada que desmienta la elevación de carácter de
este último, hay presunción que sea él y en todo caso puede decirse
que sino lo es debe ser un Espíritu del mismo grado y quizás
enviado por él. En resumen, la cuestión del nombre es secundaria,
pudiendo ser el nombre considerado como un simple indicio de
lugar que ocupa el Espíritu en la escala espiritista.
La posición es otra cuando un Espíritu de un orden inferior
se reviste de un nombre respetable para dar autoridad a sus
palabras, y esto sucede con tanta frecuencia que no podríamos
prevenirnos bastante contra esta clase de substituciones; porque a
favor de estos nombres prestados y sobre todo con la ayuda de la
fascinación, ciertos Espíritus sistemáticos, más orgullosos que
sabios, procuran acreditar las ideas más ridículas.
La cuestión de identidad es, pues, como lo hemos dicho,
poco menos que indiferente cuando se trata de instrucciones
generales, puesto que los mejores Espíritus pueden substituirse
los unos a los otros sin que esto tenga consecuencias. Los
Espíritus superiores forman, por decirlo así, un todo colectivo,
cuyas individualidades, con pocas excepciones, nos son
completamente desconocidas. Lo que nos interesa no es su
persona, sino su enseñanza; pues desde el momento que esta
enseñanza es buena, poco importa que el que la da se llame Pedro
o Pablo; se le juzga por su calidad y no por título. Si un vino es
malo, el rótulo no lo hará mejor. En cuanto a las comunicaciones íntimas, ya es otra cosa, porque es el individuo, su misma
persona, la que nos interesa, y con razón en este caso procuramos
asegurarnos si el Espíritu que viene a nuestro llamamiento es
realmente el que se desea.
257. La identidad se puede comprobar con mucha más
facilidad, cuando se trata de Espíritus contemporáneos cuyo
carácter y costumbre se conocen, porque no habiendo tenido
aun tiempo de despojarse de sus costumbres, precisamente se
dan a conocer por las mismas y decimos en seguida que son una
de las señales más ciertas de identidad. El Espíritu puede, sin
duda, dar las pruebas sobre la pregunta que se le ha hecho, pero
no lo hace nunca sino cuando le conviene, y generalmente esto
le hiere; por lo que debe evitarse. Dejando su cuerpo, el Espíritu
no se ha despojado de su susceptibilidad, y se incomoda de toda
pregunta que tiene por objeto ponerle a prueba. Se hacen tales
preguntas que no se atreverían a hacérselas si se presentaba
vivo por temor de faltar a la educación; ¿por qué, pues, ha de
tenérsele menos respeto después de la muerte? Si un hombre se
presenta en un salón diciendo su nombre, ¿se le irá a decir a
quemarropa que pruebe que es tal, exhibiendo sus títulos bajo el
pretexto de que hay impostores? Este hombre tendría,
seguramente, el derecho de recordar al preguntador las reglas
de buena crianza. Esto es lo que hacen los Espíritus, no
contestando o retirándose. Pongamos un ejemplo por
comparación. Supongamos que el astrónomo Arago, cuando
vivía, se hubiese presentado en una casa que no le conocieron y
que se le apostrofase de este modo: Decís que sois Arago, pero
como no os conocemos, hacednos el favor de probárnoslo
contestando a nuestras preguntas; resolved tal problema de
astronomía; decidnos vuestros nombres, apellidos, los de vuestros
hijos, lo que hicisteis tal día, a tal hora, etc. ¿Qué hubiera
contestado? ¡Pues bien! Como Espíritu hará lo que hubiera hecho
viviendo, y los otros Espíritus hacen lo mismo.
258. Mientras que los Espíritus se niegan a contestar a
preguntas pueriles y descabelladas, que se hubiera tenido reparo
en hacérselas cuando vivían, ellos mismos dan a menudo, y
espontáneamente, pruebas irrecusables de su identidad, por su
carácter, que se revela en su lenguaje, por el empleo de las palabras
que le eran familiares, por la cita de diferentes hechos,
particularidades de su vida, algunas veces desconocidas de los
asistentes, y cuya exactitud ha podido probarse. Además las
pruebas de identidad resaltan de una multitud de circunstancias
imprevistas, que no siempre se presentan al primer golpe de vista,
sino continuando la conversación. Conviene, pues, esperarlas sin
provocarlas, observando con cuidado todas aquellas que pueden
desprenderse de naturaleza de las comunicaciones. (Véase el hecho
referido en el número 70).
259. El medio que se emplea algunas veces con buen
resultado para asegurar la identidad, cuando el Espíritu que se
comunica es sospechoso, consiste en hacerle afirmar, en nombre
de Dios Todopoderoso, que es el mismo que se nombra. Sucede a
menudo que el que toma un nombre supuesto retrocede ante un
sacrilegio, y después de haber empezado a escribir: Yo afirmo, en
nombre de..., se para y traza con cólera líneas insignificantes, o
rompe el lápiz; si es más hipócrita, evade la cuestión por una
restricción mental, escribiendo por ejemplo: Os certifico que digo
la verdad; o bien: Atestiguo en nombre de Dios, que soy yo el que
os hablo, etc. Pero los hay que no son tan escrupulosos y juran
todo lo que se quiere. Uno de ellos se comunicó a un médium
diciendo que era Dios y el médium, muy honrado por un tan alto
favor, no vaciló en creerle. Evocado por nosotros no se atrevió a
sostener tal impostura, y dijo: Yo no soy Dios, pero soy, su hijo.
— Entonces, ¿sois Jesús? Esto no es probable porque Jesús está
colocado muy alto para emplear un subterfugio. ¿Os atrevéis, pues,
a afirmar, en nombre de Dios que sois el Cristo? — Yo no digo
que sea Jesús; yo digo que soy hijo de Dios, porque soy una de sus
criaturas.
Debe deducirse de esto que si rehusa un Espíritu el afirmar su identidad en nombre de Dios, es siempre una prueba manifiesta
de que el nombre que ha tomado es una impostura, pero que la
afirmación sólo es una presunción y no una prueba cierta.
260. Puede también colocarse entre las pruebas de identidad
la semejanza de escritura y de la firma, pero como por otra parte
no es dado a todos los médiums el obtener este resultado, esto no
es siempre una garantía suficiente; en el mundo de los Espíritus
hay tantas falsedades como en éste; no es, pues, sino una
presunción de identidad, que no adquiere valor sino por las
circunstancias que la acompañan. Lo mismo sucede con todas las
señales materiales que algunos dan como talismanes inimitables
por los Espíritus mentirosos. Para los que se atreven a jurar a
Dios en falso o falsificar una firma, un signo material cualquiera
que sea, no puede ofrecerles mayor obstáculo. La mejor de todas
las pruebas de identidad está en el lenguaje y en las circunstancias
casuales.
261. Sin duda se dirá que si un Espíritu puede imitar una
firma, del mismo modo puede imitar el lenguaje. Esto es verdad;
nosotros hemos visto que tomando descaradamente el nombre
de Cristo, y para engañar, simulaba el estilo evangélico y
prodigaban a diestro y a siniestro estas palabras bien conocidas:
En verdad, en verdad yo os lo digo; pero cuando se estudiaba el
conjunto sin prevenciones; cuando se escudriñaba el fondo de
los pensamientos, la importancia de las expresiones; cuando al
lado de las bellas máximas de caridad se veían recomendaciones
pueriles y ridículas, hubiera sido preciso estar fascinado para
engañarse. Sí; ciertas partes de la forma material del lenguaje
pueden ser imitadas pero no el pensamiento; jamás la ignorancia
imitará el verdadero saber, y jamás el vicio imitará la verdadera
virtud; siempre habrá algo que hiera el oído; entonces es cuando
el médium, así como el que evoca, tienen necesidad de toda la
perspicacia y de todo su criterio para distinguir la verdad de la
mentira. Deben persuadirse que los Espíritus perversos son
capaces de todas las estratagemas, y cuanto más elevado es el
nombre bajo el cual se manifiestan, más debe inspirar
desconfianza. ¡Cuántos médiums ha habido que han tenido
comunicaciones apócrifas firmadas por Jesús, María o de un santo
venerado!
Distinción de los buenos y de los malos Espíritus
262. Si la identidad absoluta de los Espíritus es, en muchos
casos, una cuestión accesoria y sin importancia, no sucede lo
mismo con la distinción de los buenos o malos Espíritus; su
individualidad puede sernos indiferente, su cualidad no lo es
jamás. En todas las comunicaciones instructivas es en donde
debe concentrarse más la atención, porque esta sola es la que
puede darnos la medida de la confianza que debemos tener con
el Espíritu que se manifiesta, cualquiera que sea el nombre que
tome. ¿El Espíritu que se manifiesta, es bueno o malo? ¿A qué
grado de la escala espírita pertenece? Aquí está la cuestión
principal. (Véase “Escala Espírita”, en El libro de los Espíritus,
número 100).
263. Se juzga a los Espíritus, hemos dicho, como se juzga
a los hombres, por su lenguaje. Supongamos que un hombre
reciba veinte cartas de personas que le son desconocidas; por el
estilo, por los pensamientos, por una multitud de señales
conocerá, en fin, las que son instruidas o ignorantes, finas o mal
educadas, superficiales, profundas, frívolas, orgullosas, formales,
ligeras, sentimentales, etc. Lo mismo sucede con los Espíritus;
debe considerárseles como corresponsales que jamás han visto,
y preguntarse qué es lo que se pensaría del saber y del carácter
de un hombre que dijera o escribiera semejantes cosas. Se puede
poner como regla invariable y sin excepción, que el lenguaje de
los Espíritus está siempre en razón de su grado de elevación.
Los Espíritus realmente superiores no sólo dicen grandes cosas,
sino que las dicen en término que excluyen, de la manera más
absoluta, toda trivialidad; por buenas que sean estas cosas, si
están empañadas con una sola expresión que resienta la bajeza,
es un señal indudable de su inferioridad y con mucha más razón
si el conjunto de las comunicaciones hiere la decencia por su
grosería. El lenguaje descubre siempre su origen, sea por el
pensamiento que manifiesta, sea por su forma, y aun cuando un
Espíritu quisiera engañarnos sobre su pretendida superioridad,
basta conversar algún tiempo con él para conocerle.
264. La bondad y benevolencia son también atributos
esenciales de Espíritus depurados; no odian ni a los hombres ni a
los Espíritus; compadecen las debilidades, critican los errores,
pero siempre con moderación, sin aversión ni animosidad. Si se
admite que los Espíritus verdaderamente buenos sólo pueden
querer el bien y decir cosas buenas, se deducirá en consecuencia
que el lenguaje de los Espíritus que manifieste falta de bondad y
benevolencia, no dimana de un Espíritu bueno.
265. La inteligencia está lejos de ser un señal cierta de
superioridad, porque la inteligencia y la moral no siempre marchan
juntas. Un Espíritu puede ser bueno, benévolo y tener
conocimientos limitados, mientras que un Espíritu inteligente y
instruido puede ser muy inferior en moralidad.
Se cree con bastante generalidad que, preguntado al Espíritu
de un nombre que ha sido sabio en una especialidad sobre la Tierra,
se obtendrá con más facilidad la verdad; esto es lógico y, sin
embargo, no es siempre verdadero. La experiencia demuestra que
los sabios, lo mismo que los otros hombres, sobre todo aquellos
que han dejado la Tierra hace poco, están aún bajo el imperio de
las preocupaciones de la vida corporal; no se desprenden
inmediatamente del Espíritu de sistema. Puede, pues, suceder, que
bajo las influencias de las ideas que tuvieron cuando vivían y con
las cuales se hicieron un título de gloria, vean menos claro de lo
que nosotros los pensamos. No damos este principio como una
regla, mucho le falta; decimos únicamente que esto se ve, y que
por consiguiente su ciencia humana no siempre es una prueba de
infabilidad como Espíritu.
266. Sometiendo todas la comunicaciones a un examen
escrupuloso, escudriñando y analizando el pensamiento y las
expresiones, como se hace cuando se trata de juzgar una obra
literaria, rechazando sin vacilar todo lo que peca por la lógica y
el buen sentido, todo lo que desmienten el carácter del Espíritu
que se tiene por presentado, desanima a los Espíritus falaces
que acaban por retirarse, bien convencidos de que no pueden
engañarnos. Lo repetimos, este medio es el sólo, pero infalible,
porque no hay malas comunicaciones que pueden resistir a una
crítica rigurosa. Los Espíritus buenos nunca se ofenden por esto,
puesto que ellos mismos lo aconsejan, y porque nada tienen que
temer del examen; sólo los malos son los que se formalizan y
quieren disuadir, porque lo pierden todo y por lo mismo prueban
que son.
Sobre este asunto aquí está el consejo dado por San Luis:
Cualquiera que sea la confianza legítima que os inspiren
los Espíritus que presiden vuestros trabajos, la recomendación
que no nos cansaríamos de repetir y que tendrías que tener siempre
en la memoria cuando os entregáis a vuestros estudios, es que
penséis y maduréis, que sometáis a la prueba de la razón más
severa, todas las comunicaciones que recibís; que no descuidéis,
desde que un punto os parezca sospechoso, dudoso u obscuro,
pedir las explicaciones necesarias para poderos fijar con
precisión.
267. Se pueden resumir los medios de reconocer la cualidad
de los Espíritus en los principios siguientes:
1.º No hay otro criterio para discernir el valor de los
Espíritus, que el buen sentido. Toda fórmula dada a este efecto
por los mismos Espíritus es absurda y no puede dimanar de
Espíritus superiores.
2.º Se juzga a los Espíritus por su lenguaje y por sus acciones.
Las acciones de los Espíritus son los sentimientos que inspiran y
los consejos que dan.
3.º Siendo admitido que los Espíritus buenos no pueden
decir ni hacer sino bien, todo lo que es malo no puede venir de un
Espíritu bueno.
4.º Los Espíritus superiores tienen un lenguaje siempre
digno, noble, elevado, sin mezcla de ninguna trivialidad; todo lo
dicen con sencillez y modestia; jamás se alaban ni hacen nunca
ostentación de su saber ni de su posición entre los otros. El de los
Espíritus inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las
pasiones humanas; toda expresión que resienta la bajeza, la
suficiencia, la arrogancia, la presunción y la acrimonía, es un
indicio característico de inferioridad, o de superchería, si el Espíritu
se presenta bajo un nombre respetable y venerado.
5.º No es menester juzgar a los Espíritus bajo la forma
material y la corrección de su estilo, pero sí el sondear el sentido
íntimo, examinar sus palabras, pesarlas fríamente, con madurez y
sin prevención. Toda separación de la lógica, de la razón y de la
prudencia, no puede dejar duda sobre su origen, cualquiera que
sea el nombre con que se disfrace el Espíritu. (224).
6.º El lenguaje de los Espíritus elevados es siempre idéntico,
sino en la forma, al menos en el fondo. Los pensamientos son los
mismos, cualquiera que sean los tiempos y el lugar, pueden estar
más o menos desarrollados, según las circunstancias, las
necesidades y la facilidad de comunicar, pero no serán
contradictorios. Si dos comunicaciones que llevan el mismo
nombre están en oposición la una con la otra, una de las dos es
evidentemente apócrifa y la verdadera será aquella en la que
NADA desmienta el carácter conocido del personaje. Entre dos
comunicaciones firmadas, por ejemplo, de San Vicente de Paúl,
que la una predicase la unión y la caridad, y la otra se dirigiese a
sembrar la discordia, no hay persona de sensatez que pudiese
engañarse.
7.º Los Espíritus buenos no dicen sino lo que saben; se callan
o confiesan su ignorancia sobre lo que ellos no saben. Los malos
hablan de todo con seguridad, sin cuidarse de la verdad. Toda
herejía científica notoria, todo principio que choque el buen
sentido, manifiesta el fraude si el Espíritu quiere pasar por un
Espíritu ilustrado.
8.º Se reconocen también los Espíritus ligeros con la
facilidad que profetizan el porvenir y precisan los hechos
materiales que no nos está permitido conocer. Los Espíritus
buenos pueden hacer presentir cosas futuras cuando este
conocimiento puede ser útil, pero jamás precisan las fechas; todo
anuncio de un acontecimiento a época fija es indicio de una
mixtificación.
9.º Los Espíritus superiores se expresan sencillamente, sin
ser prolijos; su estilo es conciso, sin excluir la poesía de las ideas
y de las expresiones, claro, inteligible para todos, y no necesita
esfuerzos para ser comprendido; tienen el arte de decir muchas
cosas en pocas palabras, porque cada palabra tiene su comprensión.
Los Espíritus inferiores o falsos sabios, ocultan con palabras huecas
y el énfasis vació de los pensamientos. Su lenguaje es a menudo
pretencioso, ridículo u obscuro a fuerza de querer parecer
profundo.
10.º Los Espíritus buenos nunca mandan; no se imponen,
sino que aconsejan, y si no se les escucha, se retiran. Los malos
son imperiosos, dan órdenes, quieren ser obedecidos, y aun cuando
se les pida no se retiran. Todo Espíritu que se impone traiciona su
origen. Son exclusivos y absolutos en sus opiniones y pretenden
tener ellos solos el privilegio de la verdad. Exigen una creencia
ciega, y no quieren sujetarse a la razón, porque saben que la razón
les quitaría la máscara.
11.º Los Espíritus buenos no adulan: cuando se hace el bien
lo aprueban, pero siempre con reserva; los malos hacen elogios
exagerados, estimulan el orgullo y la vanidad predicando la
humildad, y procuran exaltar la importancia personal de aquellos
cuya voluntad quieren captarse.
12.º Los Espíritus superiores no hacen caso de las
puerilidades de la forma en todas las cosas. Sólo los Espíritus
vulgares pueden dar importancia a los detalles mezquinos
incompatibles con las ideas verdaderamente elevadas. Toda
prescripción meticulosa es una señal cierta de inferioridad y
superchería de parte de un Espíritu que toma un nombre imponente.
13.º Es preciso desconfiar de las palabras extravagantes y
ridículas que toman ciertos Espíritus que quieren imponerse a la
credulidad; y sería soberanamente absurdo el tomar estos nombres
en serio.
14.º Igualmente es preciso desconfiar de los Espíritus que
se presentan muy fácilmente bajo nombres extremadamente
venerados y no aceptar sus palabras sino con la más grande reserva;
en esto, sobre todo, se necesita una comprobación severa, porque
a menudo es una máscara que se ponen para hacer creer sus
relaciones íntimas con Espíritus adelantados. Por este medio
adulan la vanidad del médium y se aprovechan de ella para
inducirle muchas veces a cosas extrañas o ridículas.
15.º Los Espíritus buenos son muy escrupulosos sobre las
cosas que puedan aconsejar; en todo caso siempre tienen un objeto
formal y eminentemente útil. Deben, pues, mirarse como
sospechosas todas aquellas que no tuviesen este carácter o
estuvieran condenadas por la razón, y reflexionar maduramente
antes de emprenderlas, porque se expondría cualquiera a
desagradables mixtificaciones.
16.º Se reconocen también los buenos Espíritus por su
prudente reserva sobre todas las cosas que pueden comprometer;
repugnan en descubrir el mal; los Espíritus ligeros o malévolos se
complacen en aumentarlo. Mientras que los buenos procuran
endulzar las contrariedades y predican la indulgencia, los malos
las exageran y siembran la cizaña con insinuaciones pérfidas.
17.º Los Espíritus buenos prescriben sólo el bien. Toda
máxima, todo consejo que no esté estrechamente conforme con
la pura caridad evangélica, no puede ser la obra de Espíritus
buenos.
18.º Los Espíritus buenos aconsejan siempre cosas
perfectamente racionales; toda recomendación que se apartase de
la línea recta del buen sentido o de las leyes inmutables de la
naturaleza, indica un Espíritu limitado y por consiguiente poco
digno de confianza.
19.º Los Espíritus malos o simplemente imperfectos se hacen
traición a sí mismos aun por señales materiales con las cuales
nadie podría engañarse. Su acción sobre el médium es algunas
veces violenta y provoca en él movimientos bruscos y
sacudimientos, una agitación febril y convulsiva que hace contraste
con la calma y la dulzura de los Espíritus buenos.
20.º Los Espíritus imperfectos aprovechan muchas veces
los medios de comunicación, de los cuales disponen para dar
consejos pérfidos; excitan la desconfianza y la animosidad contra
los que son antipáticos; aquellos que pueden quitar la máscara a
sus imposturas son, sobre todo, el objeto de su animadversión.
Los hombres débiles son su punto de mira para inducirles
al mal. Empleando sucesivamente los sofismas, los sarcasmos,
las injurias y hasta señales materiales de su poder oculto para
convencer mejor, procuran separarles de la senda de la verdad.
21.º El Espíritu de los hombres que han tenido en la Tierra
una preocupación única, moral y material, si no están separados
de la influencia de la materia, están aun bajo el imperio de las
ideas terrestres y llevan consigo una parte de sus preocupaciones,
de las predilecciones y aun de las manías que tenían aquí a bajo.
Esto es lo que puede muy bien conocerse en su lenguaje.
22.º Los conocimientos que muchas veces ostentan ciertos
Espíritus no son la señal de su superioridad. La inalterable pureza
de sentimientos morales es en cuanto a esto la verdadera piedra
de toque.
23.º No es menester preguntar a un Espíritu para conocer la
verdad. Ante todo es necesario saber a quién se dirige uno; porque
los Espíritus inferiores también ignorantes, tratan con frivolidad
las cuestiones más formales.
No basta tampoco que un Espíritu haya sido un gran hombre
sobre la Tierra para tener en el mundo de los Espíritus la soberana
ciencia. Sólo la virtud puede, purificándole, hacerle aproximar a
Dios y extender sus conocimientos.
24.º El humor de los Espíritus superiores es, a menudo, fino
y picante, pero nunca trivial. En los Espíritus burlones que no son
groseros la sátira mordaz es, a menudo, oportuna.
25.º Estudiando con cuidado el carácter de los Espíritus que
se presentan, sobre todo bajo el punto de vista moral, se reconocerá
su naturaleza y el grado de confianza que puede concedérseles. El
buen sentido no podría engañar.
26.º Para juzgar a los Espíritus, así como para juzgar a los
hombres, antes es preciso saberse juzgar a sí mismo.
Desgraciadamente hay muchas personas que toman su opinión
personal por medida exclusiva de lo bueno y lo malo, de lo
verdadero y lo falso; todo lo que contradice su manera de ver, sus
ideas, el sistema que han concebido o adoptado, es malo a sus
ojos. Tales gentes faltan evidentemente a la primera cualidad para
una sana apreciación: la rectitud del juicio; pero no se lo creen
así; es el defecto sobre el cual uno se hace más ilusión.
Todas estas instrucciones dimanan de la experiencia y de la
enseñanza dada por los Espíritus; nosotros las completamos con
las contestaciones dadas por ellos sobre los puntos más
importantes.
Cuestiones sobre la naturaleza y la identidad de los Espíritus
268. Preguntas sobre la naturaleza y la
identidad de los Espíritus
1a. ¿Con qué señales se puede conocer la superioridad o la
inferioridad de los Espíritus?
Con su lenguaje, así como vosotros distinguís a un
atolondrado de un hombre sensato. Ya lo hemos dicho: los
Espíritus superiores no se contradicen nunca y sólo dicen cosas
buenas; sólo quieren el bien, esta es su preocupación.
Los Espíritus inferiores están aún bajo el imperio de las
ideas materiales; sus discursos se resienten de su ignorancia y de
su imperfección. Sólo es dado a los Espíritus superiores el conocer
todas las cosas y juzgarlas sin pasión.
2a. La ciencia en un Espíritu, ¿es siempre la señal cierta de
su elevación?
No, porque si aún está bajo la influencia de la materia,
puede tener vuestros vicios y vuestras preocupaciones. Hay
personas en este mundo que son excesivamente celosas y
orgullosas. ¿Crees, acaso, que dejan estas imperfecciones desde
que mueren? Después de la salida de aquí queda una especie de
atmósfera que les vuelve y les deja todas estas cosas malas; sobre
todo aquellas que han tenido pasiones muy marcadas.
Estos Espíritus medio imperfectos son más temibles que
los Espíritus malos, porque la mayor parte reúnen la astucia y el
orgullo a la inteligencia. Por su pretendido saber se imponen a
las gentes sencillas e ignorantes, que aceptan sin comprobar sus
teorías absurdas y mentirosas; aun cuando estas teorías no
pudiesen prevalecer contra la verdad, no por eso dejan de hacer
un mal momentáneo, porque ponen trabas a la marcha del
Espiritismo y los médiums se ciegan voluntariamente sobre el
mérito de lo que se les comunica. Esto es lo que requiere un
gran estudio de parte de los espiritistas ilustrados y de los
médiums; toda la atención debe dirigirse a distinguir lo verdadero
de lo falso.
3a. Muchos Espíritus protectores se designan bajo nombres
de santos o personas conocidas; ¿qué debemos creer con respecto
a esto?
Todos los nombres de santos y personajes conocidos no
bastarían para dar a cada hombre un protector; entre los Espíritus
hay pocos que tengan un nombre conocido sobre la Tierra; por
esto muchas veces no se nombran, pero vosotros casi siempre
queréis un nombre; entonces, para satisfacerlos, toman el de un
hombre que vosotros conocéis y respetáis.
4a. Este nombre prestado, ¿puede ser considerado como un
engaño?
Sería un fraude de parte de un Espíritu malo que quisiera
abusar; pero cuando es para o bien, Dios permite que suceda de
este modo entre los Espíritus de un mismo orden, porque entre
ellos hay solidaridad y semejanza de pensamientos.
5a. De este modo, cuando un Espíritu protector dice llamarse
San Pablo, por ejemplo, ¿no es cierto que sea el mismo Espíritu o
el alma del apóstol de este nombre?
De ninguna manera, porque encontraréis millares de
personas a quienes se ha dicho que su ángel guardián era San
Pablo u otro; pero, ¿qué os importa si el Espíritu que os protege
está tan elevado como San Pablo? Ya os lo he dicho: os hace falta
un nombre, timan uno para hacerse llamar y conocer, así como
vosotros tomáis nombres de bautismo para distinguiros de los
otros miembros de vuestra familia. De la misma manera pueden
tomar los de los arcángeles Rafael, san Miguel, etc., sin que esto
tenga consecuencias.
Por lo demás, cuanto más elevado es un Espíritu tanto más
se multiplica su radiación; creed, pues, que un Espíritu protector
de un orden superior puede tener bajo su tutela a centenares de
encarnados. Entre vosotros, sobre la Tierra, tenéis notarios que
se encargan de los negocios de cien y doscientas familias; ¿por
qué quisierais que nosotros, espiritualmente hablando fuésemos
menos aptos para la dirección moral de los hombres que aquellos
para la dirección material de sus intereses?
6a. ¿Por qué los Espíritus que se comunican toman a menudo
nombres de santos?
Se identifican con la costumbre de aquellos a quienes
hablan, y toman los nombres que son de tal naturaleza que puedan
hacer sobre el hombre la mayor impresión en razón de sus
creencias.
7a. ¿Ciertos Espíritus superiores que se evocan, vienen
siempre en persona, o bien, como algunos lo creen, vienen por
medio de mandatarios encargados de transmitir el pensamiento?
¿Por qué no han de venir en persona si pueden hacerlo?
Pero si el Espíritu no puede venir, entonces por fuerza será un
mandatario.
8a. ¿El mandatario es siempre bastante ilustrado para
contestar como lo haría el Espíritu que le envía?
Los Espíritus superiores ya saben a quién confían el cuidado
de reemplazarles. Por lo demás, cuanto más elevados son los
Espíritus, más se confunden en un pensamiento común, de tal
modo que para ellos la personalidad es una cosa indiferente, y lo
mismo debe ser para vosotros. ¿Creéis, acaso, que en el mundo
de los Espíritus superiores sólo hay los que vosotros habéis
conocido en la Tierra capaces de instruiros? Estáis de tal modo
inclinados a creeros los tipos del Universo, que siempre pensáis
que, fuera de vuestro mundo, no hay nada. Verdaderamente os
parecéis a aquellos salvajes que no han salido de su isla y creen
que el mundo no va más allá.
9a. Comprendemos que sea así cuando se trata de una
enseñanza formal. ¿Pero cómo los Espíritus elevados permiten a
los Espíritus de baja esfera el que tomen nombres respetables para
inducir en error por máximas muchas veces perversas?
Lo hacen sin su permiso. ¿No sucede lo mismo entre
vosotros? Los que engañan de este modo serán castigados, creedlo
bien, y su castigo será proporcionado a la gravedad de su
impostura. De otro modo, si vosotros no fueseis imperfectos, no
tendrías alrededor vuestro sino buenos Espíritus; y si sois
engañados, a nadie debéis culpar sino a vosotros mismos. Dios
permite que suceda de este modo para probar vuestra
perseverancia y vuestro juicio enseñaros a distinguir la verdad
del error; si no lo hacéis, es porque no estáis bastante elevados y
tenéis aun necesidad de lecciones de experiencia.
10a. Los Espíritus poco avanzados, pero animados de buenas
intenciones y del deseo de progresar, ¿están algunas veces
delegados para reemplazar a un Espíritu superior a fin de
proporcionarle la ocasión de ejercitarse en la enseñanza?
Nunca en los grandes centros; quiero decir en los centros
formales y para una enseñanza general; aquellos que se presentan
lo hacen siempre por su propia cuenta y, como tú dices, para
ejercitarse; por esto sus comunicaciones, aunque buenas, llevan
siempre las marcas de su inferioridad. Cuando son delegados,
los son únicamente para las comunicaciones poco importantes, y
las que se pueden llamar personales.
11a. Las comunicaciones espiritistas ridículas están algunas
veces mezcladas de máximas muy buenas. ¿Cómo se concilia esta
anomalía que parecería indicar el pensamiento simultáneo de
buenos y malos Espíritus?
Los Espíritus malos o ligeros se mezclan también en dar
sentencias sin reparar mucho en el fondo o la significación. ¿Todos
aquellos que las hacen entre vosotros, los tenéis por hombres
superiores? No; los Espíritus buenos y malos no se rozan: la
presencia de los buenos Espíritus la reconoceréis en la
uniformidad constante de buenas comunicaciones.
12a. ¿Los Espíritus que inducen en el error, lo hacen siempre
sabiéndolo? No; hay Espíritus buenos, pero ignorantes y que pueden
engañarse de buena fe; cuando tienen la conciencia de su
insuficiencia de convencen de ello y sólo dicen lo que saben.
13a. ¿Cuándo un Espíritu da una comunicación falsa, lo
hace siempre con una intención malévola?
No; si es un Espíritu ligero, se divierte mistificando y no
tiene otro objeto.
14a. Puesto que ciertos Espíritus pueden engañar por su
lenguaje, ¿pueden también a la vista de un médium vidente, tomar
una apariencia falsa?
Esto se hace pero con más dificultad. En todos los casos
nunca tiene lugar sino con un objeto que los mismos Espíritus
malos no conocen. Sirven de instrumentos para dar una lección.
El médium vidente puede ver Espíritus ligeros y mentirosos, así
como otros los oyen o escriben bajo su influencia. Los Espíritus
ligeros pueden aprovecharse de esta disposición para abusar con
apariencias engañosas; esto depende de las cualidades de su
propio Espíritu.
15a. ¿Para no ser engañado basta estar animado de buenas
intenciones, y los hombres verdaderamente formales, que no
mezclan en sus estudios ningún sentimiento de vana curiosidad,
están expuestos a ser engañados?
Evidentemente menos que los otros; pero el hombre tiene
siempre algunas extravagancias que atraen a los Espíritus
burlones; se cree fuerte y muchas veces no lo es; debe, pues,
desconfiar de la debilidad que nace del orgullo y de las
preocupaciones. Nunca se toman bastante en cuenta estas dos
causas, de las que los Espíritus se aprovechan; adulando las
manías, están seguros de salirse con la suya.
16a. ¿Por qué permite Dios que los Espíritus malos se
comuniquen y digan cosas malas?
Aun en aquello que es muy malo hay una enseñanza; a
vosotros toca el sacar provecho de ello; es muy necesario que
haya comunicaciones de todas clases para aprender a distinguir
los Espíritus buenos de los malos y serviros a vosotros mismos de
espejo.
17a. ¿Pueden los Espíritus, por medio de las comunicaciones
escritas, inspirar desconfianza injusta sobre ciertas personas y hacer
que riñan los amigos?
Los Espíritus perversos y celosos, en cuanto a mal pueden
hacer lo que hacen los hombres; por esto es menester tener
cuidado. Los Espíritus superiores son siempre prudentes y
reservados cuando tienen que reprender; no dicen mal; advierten
con miramiento. Si quieren que, en su interés, dos personas dejen
de verse, harán nacer incidentes que les separarán de una manera
natural. Un lenguaje propio para sembrar la turbación y la
desconfianza es siempre el hecho de un Espíritu malo, cualquiera
que sea el nombre que tome. Así, pues, no acojáis sino con
circunspección el mal que un Espíritu puede decir de cualquiera
de vosotros, sobre todo cuando un Espíritu bueno os ha hablado
bien de él, y desconfiad de vosotros mismos y de vuestras propias
prevenciones. En las comunicaciones de los Espíritus no toméis
sino lo que tengan de bueno, de grande, de racional, y lo que
vuestra conciencia apruebe.
18a. Por la facilidad con la cual los Espíritus malos se
mezclan en las comunicaciones, ¿parece que nunca debe uno estar
cierto de obtener la verdad?
Sí, puesto que tenéis un juicio para apreciarlas. Al leer una
carta sabéis conocer si es un grosero o un hombre bien educado,
un zote o un sabio aquel que os escribe; ¿por qué no podrías
hacerlo así cuando los Espíritus os escriben? Si recibís una carta
de un amigo que está lejos, ¿qué es lo que os prueba que es suya?
Su escritura, diréis vosotros; ¿pero no hay falsarios que imitan todas las escrituras, y tunantes que pueden conocer vuestros
negocios? Sin embargo hay señales con las cuales no os
engañaréis; lo mismo sucede con los Espíritus. Figuraos, pues,
que un amigo es el que os escribe, o que leéis la obra de un escritor,
y juzgad por los mismos medios.
19a. ¿Podrían los Espíritus superiores impedir que los
Espíritus malos tomasen nombres falsos?
Ciertamente lo pueden; pero cuanto peores son los Espíritus,
más testarudos son, y a menudo se resisten a las órdenes. Es muy
necesario también que sepáis que los Espíritus superiores se
interesan por unas personas más que por otras, y cuando lo juzgan
necesario saben preservarlas de la mentira; contra estas personas
los Espíritus mentirosos son impotentes.
20a. ¿Cuál es el motivo de esta parcialidad?
No es parcialidad, es justicia; los Espíritus buenos se
interesan por aquellos que hacen caso de sus avisos, y trabajan
formalmente para su propio mejoramiento; son sus preferidos y
les secundan, pero se cuidan poco de aquellos con los cuales
pierden su tiempo con hermosas palabras.
21a. ¿Por qué permite Dios a los Espíritus malos cometer
el sacrilegio de tomar falsamente nombres venerados?
También podrías preguntar por qué Dios permite a los
hombres mentir y blasfemar. Los Espíritus, así como los hombres,
tienen su libre albedrío, tanto en el bien como en el mal; pero ni
a los unos ni a los otros les faltará a justicia de Dios.
22a. ¿Hay fórmulas eficaces para echar fuera a los Espíritus
mentirosos?
Fórmula es la materia; buen pensamiento hacia Dios, vale
más.
23a. Ciertos Espíritus han dicho que tenían señales gráficas
inimitables, especie de emblemas que pueden hacerles reconocer
y hacer constar su identidad. ¿Esto es verdad?
Los Espíritus superiores no tienen otras señales para
hacerse reconocer que la superioridad sus ideas y de su lenguaje.
Todos los Espíritus pueden imitar una señal material. En cuanto
a los inferiores, se hacen traición de tantos modos, que es menester
ser ciego para dejarse engañar.
24a. ¿Los espíritus mentirosos pueden también fingir el
pensamiento?
Fingen el pensamiento como las decoraciones del teatro
fingen la naturaleza.
25a. ¿Parece de este modo que siempre es fácil el descubrir
la falsificación por medio de un estudio atento?
No lo dudéis; los Espíritus solo engañan a los que se dejan
engañar. Pero es necesario tener los ojos de comerciante de
diamantes para distinguir la verdadera piedra de la falsa; así,
pues, el que no sepa distinguir la piedra fina de la falsa, que se
dirija al lapidario.
26a. Hay personas que se dejan seducir por un lenguaje
enfático; que se contentan más de palabras que de ideas; que toman
también las ideas falsas y vulgares por ideas sublimes; ¿cómo
estas personas, que ni siquiera son aptas para juzgar las obras de
los hombres, pueden juzgar las de los Espíritus?
Cuando estas personas tienen bastante modestia para
reconocer su insuficiencia, no se fían de ellas mismas; cuando
por el orgullo se crean más capaces de lo que son, sufren la pena
de su tonta vanidad. Los Espíritus mentirosos saben a quién se
dirigen; hay personas sencillas y poco instruidas que son más
difíciles de engañar que otras que tienen genio y saber. Adulando
las pasiones hacen del hombre todo lo que quieren.
27a. En la escritura, ¿los Espíritus malos se hacen traición
algunas veces por señales materiales involuntarias?
Los hábiles no lo hacen; los torpes se descubren. Toda señal
inútil y pueril es un indicio cierto de inferioridad; los Espíritus
elevados nada hacen inútil.
28a. Muchos médiums reconocen los buenos y los malos
Espíritus con la impresión agradable o desagradable que resienten
al acercarse. Preguntamos si la impresión desagradable, la
agitación convulsiva, el malestar, en una palabra, ¿son siempre
indicios de la mala naturaleza de los Espíritus que se manifiestan?
El médium experimenta las sensaciones del estado en que
se encuentra el Espíritu que viene a él. Cuando el Espíritu es
feliz, está tranquilo, ligero, sosegado; cuando es desgraciado,
está agitado febril y esta agitación pasa, naturalmente, al sistema
nervioso del médium. Por lo demás, lo mismo sucede al hombre
en la Tierra: el que es bueno está sereno y tranquilo; el que es
malo, sin cesar está agitado.
Observación. — Hay médiums de una impresión nerviosa más o
menos grande; por esto la agitación no podría ser mirada como una regla
absoluta; en esto como en todas las cosas es menester tomar en cuenta las
circunstancias. El carácter penoso y desagradable de la impresión es un
efecto de contraste, porque si el Espíritu del médium simpatiza con el Espíritu
malo que se manifiesta, estará poco o nada afectado. Por lo demás, es preciso
no confundir la rapidez de la escritura, que tiende a la extrema flexibilidad
de ciertos médiums, con la agitación convulsiva que los médiums más lentos
pueden experimentar al contacto de los Espíritus imperfectos.