CAPÍTULO XXII - DE LA MEDIUMNIDAD DE LOS ANIMALES
234. ¿Los animales pueden ser médiums? Muchas veces
se ha hecho esta pregunta y ciertos hechos parece que responden
afirmativamente. Lo que sobre todo ha podido acreditar esta
opinión son los signos notables de inteligencia de algunos pájaros
adiestrados, que parece que adivinan el pensamiento y sacan de
un paquete de cartas las que pueden contener la respuesta exacta
a una pregunta hecha. Hemos observado estos experimentos con
un cuidado muy particular, y lo que hemos admirado más es el
arte que ha sido preciso desplegar para instruir a estos pájaros.
Sin duda no se les puede negar cierta dosis de inteligencia
relativa, pero sería preciso convenir que en esta circunstancia
su perspicacia sobrepujaría de mucho a la del hombre, porque
no hay nadie que pueda vanagloriarse de hacer lo que ellos hacen;
aun sería preciso para ciertos experimentos suponerles un don
de doble vista superior a los sonámbulos, que ven más claro. En
efecto, se sabe que la lucidez es esencialmente variable y que
está sujeta a frecuentes intermitencias, mientras que en los
pájaros sería permanente y funcionaría a punto fijo con una
regularidad y una precisión que no se ve en ningún sonámbulo;
en una palabra, nunca les haría falta. La mayor parte de los
experimentos que hemos visto son de la misma naturaleza de
los que hacen los prestidigitadores y no pueden dejarnos duda
sobre el empleo de alguno de sus medios, particularmente el de
las cartas forzadas. El arte de los prestidigitadores consiste en
disimular estos medios, sin lo cual el hecho no tendría ningún
atractivo. El fenómeno, aun reducido a esta proporción, nos es
menos interesante queda siempre para admirar el talento del
instructor lo mismo que la inteligencia del discípulo, porque la
dificultad que queda por vencer es mucho más grande si el pájaro
no obra sino en virtud de sus propias facultades; así, pues,
haciendo que éste haga cosas que pasen los límites de lo
imposible para la inteligencia humana, es probar, por esto sólo,
el empleo de un proceder secreto. Por lo demás es un hecho
constante que estos pájaros solo llegan a este grado de habilidad
al cabo de cierto tiempo y con la ayuda de cuidados particulares
y perseverantes, lo que no sería necesario si únicamente su
inteligencia tomase parte. No es más extraordinario el adiestrarles
en escoger cartas que el acostumbrarles a repetir aires musicales
o palabras.
Lo mismo ha sucedido cuando la prestidigitación ha
querido imitar la doble vista; se hacía demasiado con este objeto
para que la ilusión fuese de larga duración. Desde la primera
vez que nosotros asistimos a una reunión de esta clase, no vimos
en ello sino una imitación muy imperfecta del sonambulismo,
revelando la ignorancia de las condiciones más esenciales de
esta facultad.
235. Sea lo que quiera de los experimentos citados más
arriba, la cuestión principal no por esto queda menos intacta desde
otro punto de vista: porque de la misma manera que la imitación
del sonambulismo no impide que la facultad exista, la imitación
de mediumnidad por medio de los pájaros nada probaría contra la
posibilidad de una facultad análoga entre ellos o entre otros
animales.
Se trata, pues, de saber, si los animales son aptos como los
hombres, para servir de intermediarios a los Espíritus para sus
comunicaciones inteligentes. Parece bastante lógico el suponer
que un ser viviente, dotado de cierta dosis de inteligencia, sea
más propio a este efecto que un cuerpo inerte sin vitalidad como
una mesa, por ejemplo; sin embargo, esto no tiene lugar.
236. La cuestión de la mediumnidad de los animales se halla
completamente resuelta en la disertación siguiente dada por un
Espíritu, cuyo fondo y sagacidad se ha podido apreciar por las
citas que hemos tenido la ocasión de hacer. Para conocer bien el
valor de su demostración, es esencial referirse a la explicación
que ha dado del papel u oficio del médium en las comunicaciones
que hemos reproducido anteriormente (Núm. 225).
Esta comunicación ha sido dada a consecuencia de una
discusión que tuvo lugar sobre este objeto en la Sociedad Parisiense
de Estudios Espíritas.
Hoy abordo la cuestión de la mediumnidad de los animales,
promovida y sostenida por uno de vuestros más fervientes adeptos.
Él pretende, en virtud de este axioma: “Quien puede lo más puede
lo menos”, que nosotros podemos mediumnizar a los pájaros y a
los otros animales y servirnos de ellos en nuestras comunicaciones
con la especie humana. Esto es lo que vosotros llamáis en filosofía,
o más bien en lógica, pura y simplemente un sofisma. “Vosotros
animáis, dice él, la materia inerte, es decir, una mesa, una silla,
un piano; a fortiori debéis animar la materia ya animada de los
pájaros”. Pues bien; en el estado normal del Espiritismo no sucede
esto, no puede ser.
En primer lugar convengamos bien en nuestros hechos.
¿Qué es un médium? Es el ser, es el individuo, que sirve de trazo
de unión a los Espíritus para que éstos puedan comunicar con
facilidad con los hombres: Espíritus encarnados. Por consiguiente,
sin médium no hay comunicaciones tangibles, mentales, escritas,
físicas ni de ninguna clase.
Hay un principio que, estoy seguro, es admitido por todos
los espiritistas: este es que los semejantes obran sobre sus
semejantes y como sus semejantes. Así, pues, ¿cuáles son los
semejantes de los Espíritus sino los Espíritus, encarnados o no
encarnados? ¿Es menester repetíroslo sin cesar? Pues bien, yo
os lo repetiré otra vez: vuestro periespíritu y el nuestro están
sacados del mismo ambiente, son de una naturaleza idéntica, son
semejantes en una palabra; poseen una propiedad de asimilación
más o menos desarrollada, de imitación más o menos vigorosa,
que nos permite a Espíritus y encarnados ponernos con mucha
prontitud y con mucha facilidad en relación. En fin, lo que
pertenece en propiedad a los médiums, lo que es de la misma
esencia de su individualidad, es una afinidad especial, y al mismo
tiempo una fuerza de expansión particular que aniquila en ellos
toda refractibilidad y establecen entre ellos y nosotros una especie
de corriente y de fusión que facilita nuestras comunicaciones.
Por otra parte, esta refractibilidad de la materia es la que se
opone al desarrollo de la mediumnidad en la mayor parte de
aquellos que no son médiums.
Los hombres siempre tienen propensión a exagerarlo todo;
los unos, no hablo ahora de los materialistas, niegan un alma a
los animales y otros quieren darles una, por decirlo así, semejante
a la nuestra. ¿Por qué queréis confundir de este modo lo
perfectible con lo imperfectible? No, no, estad bien convencidos,
el fuego que anima a las bestias, el soplo que les hace obrar,
mover, y hablar en su lengua, no tiene en cuanto al presente,
ninguna disposición para mezclarse, para unirse, para confundirse
con el soplo divino, el alma etérea, el Espíritu en una palabra,
que anima el ser esencialmente perfectible: el hombre, este rey
de la Creación. Por lo demás, ¿no es esta condición esencial de
perfectibilidad lo que constituye la superioridad de la especie
humana, sobre las otras especies terrestres? Pues bien, reconoced
que no puede asimilarse al hombre, sólo perfectible en sí mismo y
en sus obras, ningún individuo de las otras razas vivientes sobre
la Tierra.
El perro, que por su inteligencia superior entre los animales,
se tornó amigo y comensal del hombre, ¿es perfectible por sí mismo
y por su iniciativa personal? Nadie se atrevería a sostenerlo,
porque el perro no hace progresar al perro; y aquel de entre ellos
que mejor adiestrado está, lo es siempre por su adiestrador. Desde
que el mundo es mundo, la nutria construye su choza sobre las
aguas; con las mismas proporciones, y siguiendo una regla
invariable; los ruiseñores y golondrinas jamás construyen sus
nidos de otro modo que lo hicieron sus padres. Un nido de
gorriones antes del diluvio, así como un nido de gorriones de la
época moderna, siempre es un nido de gorriones edificado con
las mismas condiciones y por el mismo sistema de entrelazamiento
de hebras de yerbas y desperdicios recogidos en primavera, en la
época de los amores. Las abejas y las hormigas, estas pequeñas
repúblicas caseras, nunca han variado en sus costumbres de
provisiones, en su modo de andar, en sus hábitos y en sus
producciones. En fin, la araña teje siempre su tela del mismo
modo.
Por otra parte, si buscáis las cabañas de follaje y las tiendas
de las primeras edades de la Tierra, encontraréis en su lugar los
palacios y las mansiones de la civilización moderna; los vestidos
de sucia piel han sido reemplazados por tejidos de oro y seda; en
fin, a cada paso encontraréis la prueba de esta marcha incesante
de la Humanidad hacia el progreso.
De este progreso constante, invencible, irrecusable de la
especie humana y del modo de estacionarse indefinido de las otras
especies animadas, convenid conmigo que si existen principios
comunes en lo que vive y se mueve sobre la tierra, el aliento y la
materia, no es menos verdad que vosotros, sólo Espíritus
encarnados, estáis sometidos a esta inevitable ley del progreso
que os empuja fatalmente hacia delante y siempre adelante. Dios
ha puesto los animales a vuestro lado como auxiliares para
alimentaros, para vestiros, para secundaros. Les ha dado cierta dosis de inteligencia porque para ayudaros le es necesaria la
comprensión, y ha proporcionado su inteligencia a los servicios
que están llamados a prestaros; pero en su sabiduría no ha querido
que estuviesen sometidos a la misma ley del progreso; tales como
fueron creados, tales han quedado y quedarán hasta la extinción
de sus razas.
Se ha dicho: los Espíritus mediumnizan y hacen mover la
materia inerte, las sillas, las mesas, los pianos; hacen mover, sí,
pero, ¿mediumnizan? ¡No! Porque, lo repito, sin médium ninguno
de estos fenómenos pueden producirse. ¿Qué tiene de
extraordinario el que con el auxilio de uno o de muchos médiums,
hagamos mover la materia inerte, pasiva, que justamente en razón
de ser pasiva e inerte es, por lo mismo, propia para sufrir los
movimientos y las impulsiones que deseamos imprimirle? Para
esto tenemos necesidad de los médiums, es positivo, pero no es
necesario que el médium esté presente o tenga conciencia de ello,
porque nosotros podemos obrar con los elementos que nos
proporciona, sin él saberlo y fuera de su presencia sobre todo en
los hechos tangibles y de los aportes. Nuestra capa fluídica, más
imponderable y más sutil que el más sutil y más imponderable de
vuestros gases, uniéndose, casándose, combinándose con la capa
fluídica más animalizada del médium y cuya propiedad de
expansión y de penetración es impalpable para vuestros sentidos
groseros y casi inexplicable para vosotros, nos permite mover los
muebles y aun romperlos, en piezas o cuartos que no están
habitados.
Ciertamente los Espíritus pueden hacerse visibles y
tangibles para los animales, y a menudo el espanto repentino de
que se ven poseídos y que os parece sin motivo, está causado por
la vista de uno o de muchos de estos Espíritus mal intencionados
para los individuos presentes o para aquellos a quienes pertenecen
estos animales. Muy a menudo veis caballos que no quieren
avanzar ni retroceder, o que se encabritan ante un obstáculo imaginario; pues bien: tened por cierto que el obstáculo
imaginario es muchas veces un Espíritu o un grupo de Espíritus
que se complacen impidiéndoles adelantar. Acordaos de la mula
de Balaam, que viendo un ángel delante de ella blandiendo su
brillante espada, se obstinaba en no moverse del puesto; es que
antes de manifestarse visiblemente a Balaam, el ángel quiso
hacerse visible al animal; pero, lo repito, nosotros no
mediumnizamos directamente ni a los animales ni a la materia
inerte; siempre nos hace falta de concurso consciente o
inconsciente de un médium humano, porque nos hace falta la unión
de fluidos homogéneos, lo que nosotros no encontramos ni en los
animales ni en la materia bruta.
El Sr. T. . . dijo haber magnetizado a su perro; ¿hasta dónde
llegó? Lo mató, porque este desgraciado animal murió después
de haber caído en una especie de atonía, de languidez,
consecuencia de su magnetización. En efecto, inundándole de un
fluido absorbido en una esencia superior a la esencia especial de
su naturaleza, lo ha aplastado y ha obrado sobre él, aunque más
lentamente, de la misma manera que el rayo. Pues como que no
hay homogeneidad posible entre nuestro periespíritu y la capa
fluídica de los animales propiamente dichos les aplastaríamos
instantáneamente mediumnizándolos.
Establecido esto, reconozco perfectamente que en los
animales existen aptitudes diversas; que ciertos sentimientos,
ciertas pasiones idénticas a las pasiones y a los sentimientos
humanos se desarrollan en ellos; que son sensibles y reconocidos,
vengativos e iracundos, según se les trata. Es que Dios, que no
hace nada incompleto, ha dado a los animales compañeros o
servidores del hombre, cualidades de sociabilidad que faltan
completamente a los animales salvajes que habitan los desiertos.
Pero de esto a poder servir de intermediarios para la transmisión
del pensamiento de los Espíritus, hay un abismo: la diferencia de
las naturalezas.
Vosotros sabéis que sacamos del cerebro de los médiums
los elementos necesarios para dar a nuestra idea una forma
sensible y comprensible para vosotros; con auxilio de los
materiales que posee, el médium traduce nuestro pensamiento a
la lengua vulgar; pues bien: ¿qué elementos encontraríamos en
el cerebro de un animal? ¿Hay en él palabras, nombres, letras,
cualquiera de las señales parecidas a las que existen en el hombre,
aun en el menos inteligente? Sin embargo, vosotros diréis que los
animales comprenden el pensamiento del hombre, aun lo adivinan;
sí, los animales adiestrados comprenden ciertos pensamientos.
Pero ¿nunca habéis visto que los reproduzcan? No; concluid, pues,
de esto, la consecuencia de que los animales no pueden servirnos
de intérpretes.
Para resumir: los hechos mediúmnicos no pueden
manifestarse sin el concurso sabido o ignorado de los médiums;
y sólo entre los encarnados, Espíritus como nosotros, podemos
encontrar los que pueden servirnos de médiums. En cuanto a
adiestrar a los perros, a los pájaros y a otros animales para
que hagan tales o cuales ejercicios, es tarea vuestra y no
nuestra.
ERASTO.
Nota – Se encontrarán en la Revista Espírita de septiembre
de 1861, los detalles de un proceder empleado por adiestradores
de pájaros sabios, para hacerles sacar de un paquete las cartas
pedidas.