EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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5. Médiums videntes

167. Los médiums videntes están dotados de la facultad de ver a los Espíritus. Los hay que gozan de esta facultad en estado normal, estando enteramente despiertos y conservando un recuerdo exacto; otros no lo tienen sino en un estado de sonambulismo, o próximo a él. Esta facultad rara vez es permanente; casi siempre es efecto de una crisis momentánea y pasajera. Se pueden colocar en la categoría de los médiums videntes todas las personas dotadas de la doble vista. La posibilidad de ver los Espíritus en el sueño resulta, sin contradicción, de una especie de mediumnidad, pero no constituye, propiamente hablando, los médiums videntes. Hemos explicado este fenómeno en el capítulo VI, de las “Manifestaciones visuales”.

El médium vidente cree ver por los ojos como los que tienen la doble vista; pero en realidad es el alma que ve, y esta es la razón por la cual ven tanto con los ojos cerrados como con los ojos abiertos; de donde se sigue que un ciego puede ver a los Espíritus como el que tiene la vista intacta. Se podría hacer sobre este último punto un estudio interesante: el de saber si esta facultad es más frecuente entre los ciegos. Espíritus que fueron ciegos nos han dicho que en vida tenían por el alma la percepción de ciertos objetos y que no estaban sumergidos en la negra obscuridad.

168. Es preciso distinguir las apariciones accidentales y espontáneas de la facultad propiamente dicha de ver a los Espíritus. Las primeras son frecuentes sobre todo en el momento de la muerte de las personas que se han amado o conocido, y que vienen a advertir que no pertenecen ya a este mundo. Hay numerosos ejemplos de hechos de este género, sin hablar de las visiones durante el sueño. Otras veces son igualmente de parientes o amigos, que aunque muertos de más o menos tiempo, aparecen ya sea para indicar un peligro, ya sea para dar un consejo o pedir un servicio. El servicio que pueda reclamar un Espíritu consiste, generalmente, en el cumplimiento de una cosa que no ha podido hacer en vida, o en el socorro de las oraciones. Estas apariciones son hechos aislados que tienen siempre un carácter individual y personal, y no constituyen una facultad propiamente dicha. La facultad consiste en la posibilidad, si no permanente, al menos muy frecuente, de ver cualquier Espíritu que se presenta por extraño que nos sea. Esta es la facultad que constituye propiamente hablando los médiums videntes.

Entre los médiums videntes los hay que sólo ven a los Espíritus que se evocan y de los cuales pueden hacer la descripción con una minuciosa exactitud; describen con los menores detalles sus gestos, la expresión de su fisonomía, las facciones, el traje y hasta los sentimientos de que parecen animados. Hay otros en los cuales esta facultad es más general; ven toda la población espiritista ambiente ir, venir y hasta podría decirse cumplir sus misiones.

169. Asistimos una noche a la presentación de la ópera Oberon con un médium vidente muy bueno. Había en el teatro gran número de localidades vacantes, muchas de las cuales estaban ocupadas por Espíritus que, según parecía, tomaban parte en el espectáculo; algunos iban al lado de ciertos espectadores y parecía que escuchaban su conversación. En las tablas pasaba otra escena; detrás de los actores había muchos espectadores de humor jovial que se divertían remedando e imitando sus gestos de una manera grotesca; otros, más formales, parecía que inspiraban a los cantores y hacían esfuerzos para darles energía. Uno de ellos estaba constantemente al lado de una de las principales cantatrices; nosotros le creímos intenciones un poco ligeras; habiéndole llamado después de la caída del telón, vino a nosotros y nos reprendió con alguna severidad por nuestro juicio temerario. Yo no soy lo que creéis, dijo; soy su guía y su espíritu protector; yo soy quien está encargado de dirigirla. Después de algunos minutos de una conversación muy grave nos dejó diciendo: Adiós; está en su camerino; es necesario que vaya a velar sobre ella. Evocamos en seguida al Espíritu de Weber, autor de la ópera, y le preguntamos lo que pensaba de la ejecución de su obra. “No es muy mala, contestó, pero es floja; los actores cantan, he aquí todo; no hay inspiración, Esperad, añadió, voy a darles un poco de fuego sagrado”. Entonces se le vio sobre la escena, cerniéndose encima de los actores; un efluvio parecía salir de él y derramarse sobre ellos; en este momento hubo en los mismos una recrudescencia visible de energía.

170. He aquí otro hecho que prueba la influencia que los Espíritus ejercen sobre los hombres sin conocerlo éstos. Estábamos, como dicha noche, en una representación teatral con otro médium vidente. Habiendo entablado una conversación con un Espíritu espectador, éste nos dijo: ¿veis esas dos señoras solas en ese palco del primer piso? Pues bien; me empeño en hacerlas dejar el teatro. Dicho esto se le vio ir a colocarse en el palco en cuestión y hablar a las dos señoras: de repente éstas, que estaban muy atentas al espectáculo, se miraron; pareció que se consultaban, luego se fueron y no volvieron más. El Espíritu nos hizo entonces un gesto cómico para mostrarnos que había cumplido su palabra, pero no le volvimos a ver para pedirle más amplias explicaciones. Así es como diferentes veces hemos podido ser testigos del papel que hacen los Espíritus entre los vivos, les hemos observado en diferentes lugares de reunión: en el baile, en el concierto, en el sermón, en los funerales, en las bodas, etc., y por todas partes los hemos encontrado fomentado las malas pasiones, induciendo a la discordia, excitando las pendencias y regocijándose de sus proezas; otros, al contrario, combatiendo esta influencia perniciosa, pero rara vez se les escuchaba.

171. La facultad de ver a los Espíritus puede, sin duda, desenvolverse, pero es una de aquellas cuyo desarrollo natural conviene esperar sin provocarlo, si no se quiere exponer a ser juguete de su imaginación. Cuando el germen de una facultad existe, se manifiesta por sí misma; en principio es necesario contentarse con las que Dios nos ha concedido, sin investigar lo imposible; porque entonces, queriendo tener demasiado, se arriesga el perder lo que se tiene.

Cuando hemos dicho que los hechos de apariciones son frecuentes y espontáneos (número 107) no hemos querido decir que sean muy comunes; en cuanto a los médiums videntes propiamente dichos, son todavía más raros y hay mucho que desconfiar de aquellos que pretenden gozar de esa facultad; es prudente el no dar fe sino sobre pruebas positivas. No hablemos de aquellos que se hacen la ridícula ilusión de los Espíritus glóbulos que hemos descrito (número 108), sino de los que pretenden ver a los Espíritus de manera racional. Ciertas personas pueden, sin duda, engañarse de buena fe, pero otras pueden también simular esta facultad por amor propio o por interés. Particularmente en este caso es preciso tener cuenta del carácter, de la moralidad y de la sinceridad habitual; pero sobre todo en las circunstancias de detalle es como se puede encontrar la comprobación más cierta, porque las hay que no pueden dejar duda, como por ejemplo, la exactitud del retrato de los Espíritus que el médium jamás ha conocido vivos. El hecho siguiente se halla en esta categoría.

Una señora viuda, cuyo marido se comunicaba frecuentemente con ella, se encontraba un día con un médium vidente que no la conocía, como tampoco a su familia; el médium le dijo: – Veo un Espíritu cerca de usted. - ¡Ah! Dijo también la señora, es sin duda mi marido, que no me deja casi nunca. – No, respondió el médium; es una mujer de cierta edad; va peinada de una manera singular, tiene una venda blanca en la frente.

Con esta particularidad y otros detalles descriptivos, la señora reconoció sin equivocarse a su abuela, de la que no se acordaba ni remotamente en aquel momento. Si el médium hubiera querido simular esta facultad, le era fácil seguir el pensamiento de la señora, mientras que en lugar del marido con quien estaba preocupada, veía una mujer con un peinado particular del que no podía tener ninguna idea. Este hecho prueba también que la vista, en el médium, no era el reflejo de ningún pensamiento extraño. (Véase el número 102.)