EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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232. Sería un error el creer que es menester ser médium para atraerse los seres del mundo invisible. El espacio está lleno de ellos; los tenemos sin cesar a nuestro alrededor, a nuestro lado, que nos ven, nos observan, se mezclan en nuestras reuniones, nos siguen o nos evitan según los atraemos o rechazamos. La facultad mediúmnica nada tiene de ver con esto; sólo es un medio de comunicación. Acerca de lo que nosotros hemos visto sobre la causa de simpatía o antipatía de los Espíritus, se comprenderá perfectamente que debemos estar rodeados de aquellos que tienen afinidad por nuestro propio Espíritu, según está elevado o degradado. Consideremos ahora el estado moral de nuestro globo, y se comprenderá cuál es la índole de los Espíritus que deben dominar entre los Espíritus errantes. Si vamos a ver cada pueblo en particular, podremos juzgar por el carácter dominante de los habitantes, por sus preocupaciones, sus sentimientos más o menos morales y humanitarios, las órdenes de Espíritus que en ellos se dan cita.

Partiendo de este principio, supongamos una reunión de hombre ligeros, inconsecuentes, ocupados en sus placeres; ¿cuáles serán los Espíritus que se encontrarán allí de preferencia? Seguramente no serán Espíritus superiores, de la misma manera que nuestros sabios y nuestros filósofos no irían a pasar allí el tiempo. Así, pues, todas las veces que los hombres se reúnen, tiene con ellos una asamblea oculta que simpatiza con sus cualidades o extravagancias, y esto haciendo abstracción de todo pensamiento de evocación. Admitamos ahora que tenga la posibilidad de hablar con los seres del mundo invisible por medio de un intérprete, es decir, por un médium; ¿cuáles son los que responderán a su llamamiento? Evidentemente los que están allí preparados y solo esperan una ocasión para comunicarse. Si en una asamblea fútil se llama a un espíritu superior, podrá venir y aún hacer oír algunas palabras razonables, como un buen pastor viene entre su rebaño descarriado; pero desde el momento que no es comprendido ni escuchado, se va, como haríais vosotros mismos en su puesto, y entonces los otros tienen el paso franco.