CAPÍTULO II - LO MARAVILLOSO Y LO SOBRENATURAL
7. Si la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones
fuese una concepción aislada, producto de un sistema, podría con
alguna apariencia de razón ser sospechosa de ilusión; pero que se
nos diga ¿por qué se la encuentra tan viva entre todos los pueblos
antiguos y modernos, y en los libros santos de todas las religiones
conocidas? Esto es, dicen algunos críticos, porque en todo tiempo
el hombre ha amado lo maravilloso. – ¿Qué es, pues, lo maravilloso
según vosotros? – Lo que es sobrenatural. – ¿Qué entendéis por
sobrenatural? – Lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza. –
¿Acaso conocéis estas leyes con tanta perfección que os sea posible
marcar un límite a la potencia de Dios? ¡Pues bien! Probad
entonces que la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones
son contrarias a las leyes de la Naturaleza; que esto no es y no
puede ser una de estas leyes. Seguid la Doctrina Espírita y ved si
se eslabona con todos los caracteres de una admirable ley que
resuelve todo lo que las leyes filosóficas no han podido resolver
hasta este día. El pensamiento es uno de los atributos del Espíritu;
la posibilidad de obrar sobre la materia, de hacer impresión sobre
nuestros sentidos y como consecuencia de transmitir su
pensamiento, resulta, si podemos expresarnos así, de su
constitución fisiológica; luego no hay en este hecho nada de
sobrenatural, nada de maravilloso. Que un hombre muerto y bien
muerto, resucite corporalmente, que sus miembros dispersos se reúnan para volver a formar su cuerpo, he aquí lo maravilloso, lo
sobrenatural, lo fantástico; eso sería una verdadera derogación
que Dios no puede cumplir sino por un milagro, pero no hay nada
de esto en la Doctrina Espírita.
8. Sin embargo, se dirá, admitís que un Espíritu puede
levantar una mesa y mantenerla en el espacio sin punto de apoyo;
¿acaso no es esto una derogación de la ley de gravedad? – De la
ley conocida, sí, ¿pero la Naturaleza ha dicho su última palabra?
Antes que se hubiese conocido la fuerza ascensional de ciertos
gases, ¿quién hubiera dicho que una pesada máquina llevando
muchos hombres, pudiera triunfar a la fuerza de atracción? A los
ojos del vulgo ¿no debería parecer maravilloso, diabólico? El que
hubiera propuesto, hace un siglo, transmitir un despacho a 500
leguas, y recibir la contestación en algunos minutos, hubiera
pasado por un loco; si lo hubiese hecho, se hubiera creído que
tenía el diablo a sus órdenes, porque entonces sólo el diablo era
capaz de ir tan aprisa. ¿Por qué, pues, un fluido desconocido, no
tendría la propiedad en circunstancias dadas, de contrabalancear
el efecto de la gravedad, como el hidrógeno contrabalancea el
peso del globo aerostático? Hacemos esta observación de paso,
que es una comparación, mas no una asimilación, y únicamente
para demostrar, por analogía que el hecho no es físicamente
imposible. Pero fue precisamente cuando los sabios, en la
observación de estas especies de fenómenos, quisieron proceder
por vía de asimilación que se engañaron. Por lo demás el hecho
existe; todas las denegaciones no podrán hacer que no sea, porque
negar no es probar; para nosotros no hay nada de sobrenatural; es
todo lo que podemos decir por el momento.
9. Si el hecho está constatado, se dirá, nosotros lo aceptamos,
aceptamos aún la causa que acabáis de señalar, la de un fluido
desconocido; pero, ¿qué prueba la intervención de los Espíritus?
En esto está lo maravilloso, lo sobrenatural.
Sería menester aquí una demostración que no estaría en
su sitio y tendría por otra parte doble colocación, porque resalta
de todas las otras partes de la enseñanza. Si embargo, para
resumirla en pocas palabras, diremos que está fundada, en teoría,
sobre este principio: todo efecto inteligente debe tener una causa
inteligente; en la práctica: sobre la observación que los fenómenos
llamados espiritistas, habiendo dado pruebas de inteligencia,
debían tener su causa fuera de la materia; que esta inteligencia no
siendo la de los asistentes – esto es resultado de la experiencia –
debía estar fuera de ellos; puesto que no se veía el ser en acción,
debía ser un ser invisible. Desde entonces fue, que de la
observación se llegó a reconocer que este ser invisible, al cual se
ha dado el nombre de Espíritu, no es otro que el alma de aquellos
que han vivido corporalmente, y que la muerte ha despojado de
su grosera envoltura visible, no dejándoles más que una envoltura
etérea, invisible en su estado normal. He aquí pues, lo maravilloso
y lo sobrenatural reducidos a su más simple expresión. Una vez
acreditada la existencia de seres invisibles, su acción sobre la
materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; esta acción
es inteligente, porque muriendo, ellos no han perdido más que su
cuerpo, pero han conservado la inteligencia que es su esencia; ahí
está la llave de todos estos fenómenos reputados sin razón
sobrenaturales. La existencia de los Espíritus no es pues un sistema
preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos;
es un resultado de observaciones y la consecuencia natural de la
existencia del alma; negar esta causa es negar el alma y sus
atributos. Aquellos que crean poder dar, de estos efectos
inteligentes, una solución más racional, pudiendo sobre todo dar
razón de todos los hechos, que tengan la bondad de hacerlo y
entonces se podrá discutir el mérito de cada uno.
10. A los ojos de estos que miran la materia como la sola
potencia de la Naturaleza, todo lo que puede ser explicado por
las leyes de la materia es maravilloso o sobrenatural; y para ellos,
maravilloso es sinónimo de superstición. Bajo este título la
religión, fundada sobre la existencia de un principio inmaterial,
sería un tejido de supersticiones; no se atreven a decirlo en voz
alta, pero lo dicen bajito, y creen salvar las apariencias concediendo que es necesaria una religión para el pueblo, y para hacer que los
niños sean sabios; luego, de dos cosas una, o el principio religioso
es verdadero o es falso; si es verdadero, lo es para todo el mundo;
si falso, tan malo es para los ignorantes como para las gentes
ilustradas.
11. Los que atacan al Espiritismo en nombre de lo
maravilloso, se apoyan, pues, generalmente, sobre el principio
materialista, porque negando todo efecto extramaterial, niegan,
por lo mismo, la existencia del alma; sondead el fondo de su
pensamiento, escudriñad bien el sentido de sus palabras, y veréis
casi siempre este principio, si no es categóricamente formulado,
despuntar bajo las apariencias de una pretendida filosofía racional
con que ellos lo cubren. Rebatiendo a cuenta de lo maravilloso,
todo lo que se deduce de la existencia del alma, son consecuentes
consigo mismo; no admitiendo la causa, no pueden admitir los
efectos; de ahí en ellos una opinión preconcebida que les hace
impropios para juzgar sanamente el Espiritismo porque parten
del principio de la negación de todo lo que no es material. En
cuanto a nosotros, de que admitamos los efectos que son la
consecuencia de la existencia del alma, ¿se sigue acaso que
aceptemos todos los hechos calificados de maravillosos; que
seamos los campeones de todos os que sueñan, los adeptos de
todas las utopías, de todas las excentricidades sistemáticas? Sería
menester conocer muy poco el Espiritismo para pensarlo; pero
nuestros adversarios no miran éste tan de cerca: la necesidad de
conocer aquello de que hablan es el menor de sus cuidados. Según
ellos, lo maravilloso es absurdo; pues el Espiritismo se apoya sobre
hechos maravillosos, luego el Espiritismo es absurdo; esto para
los mismos es un juicio sin apelación. Creen oponer un argumento
sin réplica, cuando después de haber hecho eruditas investigaciones
sobre los convulsionarios de San-Medard, los calvinistas de las
Cevenas, o las religiosas de Londun, han conseguido descubrir
hechos patentes de superchería que nadie niega; ¿pero estas
historias son el evangelio del Espiritismo? ¿Sus partidarios han
negado que el charlatanismo haya explotado ciertos hechos en
su provecho; que la imaginación los haya creado; que el
fanatismo los haya exagerado mucho? No es solidario de las
extravagancias que se pueden cometer en su nombre, como la
verdadera ciencia, no lo es de los abusos de la ignorancia, ni la
verdadera religión, de los excesos del fanatismo. Muchos críticos
juzgan el Espiritismo sobre los cuentos de hadas y las leyendas
populares que son sus ficciones; es como si juzgáramos la historia
sobre los romances históricos o las tragedias.
12. En lógica elemental, para discutir una cosa es menester
conocerla, porque la opinión de su crítico no tiene valor, hasta
tanto que hable con perfecto conocimiento de causa; sólo entonces
aunque su opinión fuese errónea, puede tomarse en consideración
¿pero qué valor tendrá sobre una materia que no conoce? El
verdadero crítico debe hacer prueba, no sólo de erudición, sino de
un saber profundo respecto del objeto que trate, de un juicio sano
y de una imparcialidad a toda prueba; de otro modo el primer
músico del lugar podría arrogarse el derecho de juzgar a Rossini,
y un aprendiz el de censurar a Rafael.
13. El Espiritismo no acepta, pues, todos los hechos
reputados maravillosos o sobrenaturales; lejos de eso, demuestra
la imposibilidad de un gran número, y el ridículo de ciertas
creencias que constituyen, propiamente hablando, la superstición.
Es verdad que en lo que admite, hay cosas que para los incrédulos,
son puras maravillas, o sea, de la superstición; que sea, pero, al
menos no discutáis sino estos puntos, porque sobre los otros no
hay nada que decir y predicáis a convertidos. Atacándoos con lo
mismo que él refuta, probáis vuestra ignorancia de la cosa, y
vuestros argumentos caen en falso. Pero, se dirá, ¿en dónde se
detiene la creencia del Espiritismo? Leed, observad, y lo sabréis.
Toda ciencia solo se adquiere con el tiempo y el estudio; así es
que el Espiritismo que toca las cuestiones más graves de la
filosofía, a todas las ramas del orden social, que abraza a la vez al
hombre físico y al hombre moral, es por sí mismo toda una ciencia,
toda una filosofía que no puede ser aprendida en algunas horas
como cualquiera otra ciencia; habría tanta puerilidad en querer ver todo el Espiritismo en una mesa giratoria, como en ver toda la
física en ciertos juegos de niño. Para aquel que no quiera detenerse
en la superficie, no son horas, sino meses y años que son necesarios
para sondearle todos los arcanos. Que se juzgue por eso del grado
de saber y del valor de la opinión de aquellos que se arrogan el
derecho de juzgar, porque han visto uno o dos experimentos, las
más veces, a manera de distracción y pasatiempo. Ellos dirán sin
duda que no están siempre en disposición de ocuparse en este
estudio: concedido; nada les obliga; pero entonces cuando no se
tiene tiempo de aprender una cosa, que no se hable de ella y aun
menos se la juzgue, si no se quiere ser acusado de ligero; y cuando
más se ocupa una posición elevada en la ciencia, menos se le
disimula el que trate ligeramente un objeto que no conoce.
14. Nosotros nos resumimos en las siguiente proposiciones:
1º Todos los fenómenos espiritistas tienen por principio la
existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, y sus
manifestaciones.
2º Estos fenómenos, estando fundados sobre una ley de la
Naturaleza, no tienen nada de maravilloso ni de sobrenatural en
el sentido vulgar de estas palabras.
3º Muchos de los hechos son reputados sobrenaturales
porque no se conoce su causa; señalándoles el Espiritismo una
causa, les hace entrar en el dominio de los fenómenos naturales.
4º Entre los hechos calificados de sobrenaturales, hay
muchos cuya imposibilidad demuestra el Espiritismo, y coloca
entre las creencias supersticiosas.
5º Aunque el Espiritismo reconozca en muchas creencias
populares, un fondo de verdad, no acepta de ningún modo la
solidaridad de todas las historias fantásticas creadas por la
imaginación.
6º Juzgar al Espiritismo por los hechos que no admite, es
manifestar ignorancia, y quitar todo el valor a su opinión.
7º La explicación de lo hechos admitidos por el Espiritismo,
sus causas y sus consecuencias morales, constituyen toda una
ciencia y toda una filosofía, que requieren un estudio serio,
perseverante y profundo.
8º El Espiritismo solo puede mirar como crítico serio al
que ha visto, estudiado y profundizado todo, con la paciencia y
perseverancia de un observador concienzudo; la del que sabrá tanto
sobre este objeto, como el adepto más ilustrado; la del que habrá
por consiguiente sacado sus conocimientos de otra parte que de
las novelas de ciencia, a quien no se podría oponer ningún hecho
del que no tuviera conocimiento, ningún argumento que no hubiese
meditado; que refutaría, no por negaciones, sino por otros
argumentos más perentorios; la del que podría, en fin, señalar una
causa más lógica a los hechos averiguados. Este crítico está todavía
por encontrarse.
15. Hemos anunciado ahora mismo la palabra milagro; una
corta observación sobre este objeto, no estará mal colocada en
este capítulo sobre lo maravilloso.
En su acepción primitiva, y por su etimología, la palabra
milagro significa “cosa extraordinaria”; “cosa admirable de ver”,
pero esta palabra, como tantas otras, se ha separado de su sentido
originario, y hoy día se dice (según la Academia) “de un acto de
la potencia divina contrario a las leyes comunes de la Naturaleza.
Tal es en efecto su acepción usual, y sólo por comparación y por
metáfora se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden y
cuya causa es desconocida. No entra, de ninguna manera, en
nuestras miras examinar si Dios ha podido juzgar útil en ciertas
circunstancias, derogar las leyes establecidas por él mismo;
nuestro fin es únicamente demostrar que los fenómenos
espiritistas, por extraordinarios que sean, no derogan de ningún
modo estas leyes, no tienen ningún carácter milagroso, como
tampoco son maravillosos o sobrenaturales. El milagro no se
explica; los fenómenos espiritistas, al contrario, se explican de
la manera más racional; éstos no son, pues, milagros, sino simples efectos que tienen su razón de ser en las leyes generales. El
milagro tiene además otro carácter, el de ser insólito y aislado.
Luego, desde el momento que un hecho se reproduce, por decirlo
así, a voluntad y por diversas personas, éste no puede ser milagro.
La ciencia hace todos los días milagros a los ojos de los
ignorantes; he aquí porque en otro tiempo, los que sabían más
que el vulgo pasaban por hechiceros; y como se creía que toda
ciencia sobrehumana venía del diablo, se les quemaba. Hoy día
que se está mucho más civilizado, se contentan con enviarles a
los manicomios.
Que un hombre realmente muerto, como hemos dicho al
principio, vuelva a la vida por una intervención divina, eso sería
un verdadero milagro, porque es contrario a las leyes de la
Naturaleza. Pero si este hombre tiene sólo las apariencias de la
muerte, si hay todavía en él un resto de “vitalidad latente”, y que
la ciencia o una acción magnética consigue reanimarle, para las
gentes ilustradas, es un fenómeno natural; pero a los ojos del vulgo
ignorante, el hecho pasará por milagroso, y el autor será apedreado
o venerado, según el carácter de los individuos. Que en medio de
ciertas aldeas un físico lance un cometa eléctrico y haga caer el
rayo sobre un árbol, este nuevo Prometéo será ciertamente mirado
como armado de una potencia diabólica; y sea dicho de paso,
Prometéo nos parece singularmente haber adelantado a Franklin;
pero Josué deteniendo el movimiento del Sol, o mejor, de la Tierra,
he aquí el verdadero milagro, porque nosotros no conocemos
ningún magnetizador dotado de tan gran potencia para operar tal
prodigio. De todos los fenómenos espiritistas, uno de los más
extraordinários es, sin contradicción, el de la escritura directa, y
uno de aquellos que demuestran de manera más patente la acción
de las inteligencias ocultas; pero aunque el fenómeno sea
producido por seres ocultos, no es más milagroso, que los otros
que son debidos a agentes invisibles, porque estos seres ocultos,
que pueblan los espacios, son una de las potencias de la Naturaleza,
potencia, cuya acción es incesante sobre el mundo material, así
como sobre el mundo moral.
El Espiritismo ilustrándonos sobre esta potencia nos da la
llave de una porción de cosas inexplicadas e inexplicables, por
cualquier otro medio, y que han podido en tiempos anteriores pasar
por prodigios; revela lo mismo que el magnetismo, una ley, si no
desconocida, al menos mal comprendida; o por mejor decir, se
conocían los efectos, porque se han producido en todo tiempo,
pero no se conocía la ley, y la ignorancia de esta ley es la que ha
engendrado la superstición. Conocida esta ley, lo maravilloso
desaparece, y los fenómenos entran en el orden de las cosas
naturales. He aquí porque los espiritistas no hacen milagros
haciendo girar una mesa o escribir a los difuntos, como el médico
haciendo revivir a un moribundo, o el físico haciendo caer el rayo.
Aquel que pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer
milagros, sería, o un ignorante de la cosa o una farsante.
16. Los fenómenos espiritistas, lo mismo que los
fenómenos magnéticos, han debido pasar por prodigios antes
que se conociese la causa; pero, como los escépticos, los espíritus
fuertes, esto es, aquellos que tienen el privilegio exclusivo de la
razón y del buen sentido, no creen que una cosa sea posible desde
el momento que no la comprenden: he aquí porque todos los
hechos reputados prodigiosos, son objeto de sus bufonadas; y
como la religión contiene gran número de hechos de este género,
no creen en la religión, y de ahí a la incredulidad absoluta, sólo
hay un paso. El Espiritismo explicando la mayor parte de estos
hechos, les da una razón de ser. Viene pues en ayuda de la
religión, demostrando la posibilidad de ciertos hechos, que por
no tener el carácter milagroso, no son menos extraordinarios, y
Dios no es por esto menos grande ni menos poderoso, que si
hubiera derogado sus leyes. ¡De cuántas pullas ha sido objeto,
San Cupertín, por elevarse con su cuerpo en el espacio! Mas la
suspensión etérea de los cuerpos graves es un hecho explicado
por la ley espiritista; hemos sido, personalmente, testigo ocular
y el Sr. Home, así como otras personas conocidas, han renovado
muchas veces el fenómeno producido por San Cupertín. Luego
este fenómeno entra en el orden de las cosas naturales.
17. En el número de los hechos de este género es menester
colocar en primera línea las apariciones, porque éstas son las más
frecuentes. La de la Salette, que dividió al mismo clero, no tiene
para nosotros nada de insólito. Seguramente no podemos afirmar
que el hecho haya tenido lugar, porque no tenemos la prueba
material; mas para nosotros es posible, atendido que millares de
hechos análogos recientes nos son conocidos; creemos en ellos,
no sólo porque su realidad se ha constatado por nosotros, sino,
sobre todo, porque nos damos perfectamente cuenta del modo
como se producen. Quien pretenda reportarse a la teoría que damos
más adelante de las apariciones, verá que este fenómeno viene a
ser tan sencillo y tan plausible, como una porción de fenómenos
físicos que solo son prodigiosos por falta de tenerles la llave. En
cuanto al personaje que se presentó a la Salette, es otra cuestión;
su identidad no nos há sido demostrada de ningún modo; nosotros
hacemos constar simplemente que una aparición puede haber
tenido lugar, lo demás no es de nuestra competencia; cada uno
puede, respecto a esto, guardar sus convicciones; el Espiritismo
no tiene que ocuparse de ello; nosotros decimos solamente que
los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan leyes nuevas,
y nos dan la llave de una porción de cosas que parecían
sobrenaturales; si algunos de aquellos que pasaban por milagrosos
encuentran en él una explicación lógica, es un motivo para no
apresurarse en negar lo que no se comprende.
Los fenómenos espiritistas son rechazados por ciertas
personas, precisamente porque parecen salir de la ley común y
por lo mismo no pueden comprenderlos. Dadles una base racional
y la duda cesa. La explicación, en este siglo en que no bastan
palabras, es, pues, un poderoso motivo de convicción; así vemos
todos los días personas que no han sido testigos de ningún hecho,
que no han visto ni girar una mesa, ni escribir a un médium, y
que, están tan convencidas como nosotros, únicamente porque
han leído y comprendido. Si sólo se debía creer en lo que uno ha
visto con los ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy
poca cosa.