Fascinación
239. La fascinación tiene consecuencias mucho más graves.
Es una ilusión producida por la acción directa del Espíritu sobre
el pensamiento del médium, y que de algún modo paraliza su juicio,
con respecto a las comunicaciones. El médium fascinado no se
cree engañado; el Espíritu tiene la maña de inspirarle una confianza
ciega que le impide ver la superchería y comprender cuán absurdo
es lo que escribe, aun cuando todo el mundo lo conozca; la ilusión
puede ir hasta hacerle ver lo sublime en el lenguaje más ridículo.
Se estaría en error si se creyera que este género de obsesión no
puede alcanzar sino a personas sencillas, ignorantes y desprovistas
de juicio; los hombres más discretos, más instruidos y más
inteligentes bajo otros conceptos no están exentos de esto, lo que
prueba que esta aberración es efecto de una causa extraña, de la
que sufren la influencia.
Ya hemos dicho que las consecuencias de la fascinación
son mucho más graves; en efecto, a favor de esta ilusión que es el
resultado, el Espíritu conduce aquel a quien ha logrado dominar
como lo haría con un ciego, y puede hacerle aceptar las doctrinas
más extravagantes y las teorías más falsas como si fuesen la única
expresión de la verdad; aún más: puede excitarle a que haga
acciones ridículas, de compromiso y aun perniciosas.
Se comprende fácilmente toda la diferencia que hay entre
la obsesión simple y la fascinación; se comprende también que
los Espíritus que producen estos dos efectos deben diferir de
carácter. En la primera, el Espíritu que se une a vosotros sólo es
un ser importuno por su tenacidad, y se desea con impaciencia
poderse desembarazar de él. En la segunda es otra cosa; para llegar
a tales fines es necesario un Espíritu hábil, vivo y profundamente
hipócrita, porque no puede chasquear y hacerse aceptar sino con
ayuda de la máscara que sabe tomar y de un falso semblante de
virtud; las grandes palabras de caridad, humildad y de amor de
Dios son para él como credenciales; pero a través de todo esto
deja penetrar las señales de inferioridad, que es necesario estar
fascinado para no ver, teme también a todas las personas que ven
demasiado claro; así es que su táctica es casi siempre la de inspirar
a su intérprete el alejamiento de cualquiera que pudiera abrirle
los ojos; por este motivo, evitando toda contradicción, siempre
tiene la seguridad de tener razón.