EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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269. Los Espíritus pueden comunicarse espontáneamente o venir a nuestro llamamiento, es decir, por medio de la evocación. Algunas personas piensan que deben abstenerse de evocar tal o cual Espíritu, y que es preferible esperar al que quiera buenamente comunicarse. Fundan esta opinión en que llamando a un Espíritu determinado no se tiene certeza que se presente el mismo, mientras que el que viene espontáneamente y por su propia voluntad prueba mejor su identidad, puesto que de este modo manifiesta su deseo de hablarnos. Creemos que esto es un error: primeramente, porque hay siempre alrededor nuestro Espíritus lo más a menudo de baja esfera, que no desean otra cosa que comunicarse; en segundo lugar, y también por la última razón, no llamando a nadie en particular, se abre la puerta a todos los que quieren entrar. En una reunión el no conceder la palabra a nadie es dejarla a todos y se sabe lo que resulta. El llamamiento directo que se hace a un Espíritu determinado, es un lazo entre él y nosotros; le llamamos por nuestro deseo y de este modo oponemos una especie de barrera a los intrusos. Sin un llamamiento directo, un Espíritu no tendría muchas veces ningún motivo para venir a nosotros, no siendo nuestro Espíritu familiar.

Estos dos modos de obrar tiene cada uno sus ventajas, y el inconveniente solo estaría en la exclusión absoluta de uno de los dos. Las comunicaciones espontáneas no tienen ningún inconveniente cuando se conocen los Espíritus y se tiene la certeza que los malos no tomarán ningún imperio; entonces es muchas veces útil esperar la complacencia de los que quieran manifestarse, porque su pensamiento no sufre ninguna opresión, y de este modo se pueden obtener cosas admirables; mientras que no se sabe si el Espíritu que llamáis está dispuesto para hablar o sea capaz de hacerlo en el sentido que se desea. El examen escrupuloso que hemos aconsejado es, por lo demás, una garantía para las malas comunicaciones. En las reuniones regulares, sobre todo en aquellas que uno se ocupa de un trabajo continuo, hay siempre Espíritus acostumbrados que se van a la cita sin que nadie les llame, porque en razón a la regularidad de las sesiones, ya están prevenidos; a menudo toman la palabra espontáneamente para tratar algún asunto, desarrollar una proposición o prescribir aquello que debe hacerse, y entonces se les reconoce con facilidad, sea por la forma del lenguaje, que siempre es idéntico, sea por la escritura, sea por ciertas costumbres que les son familiares.