Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

Volver al menú
Los tres ciegos: parábola
7 de octubre de 1859 (médium: Sr. Did...)

Un hombre rico y generoso –lo que es raro– encontró en su camino a tres infelices ciegos, enteramente fatigados y con hambre; a cada uno le ofreció una moneda de oro. El primero, ciego de nacimiento, amargado por la miseria, ni siquiera abrió la mano; éste decía que nunca había visto que alguien ofreciera oro a un mendigo: eso era imposible. El segundo extendió maquinalmente la mano, pero luego rechazó la ofrenda que le hacían; al igual que su amigo, consideraba aquello una ilusión o la obra de un bromista de mal gusto: en una palabra, la moneda era falsa –según él. Al contrario, el tercero –inteligente y lleno de fe en Dios–, en el cual la agudeza del tacto había parcialmente reemplazado el sentido que le faltaba, tomó la moneda, la palpó, se levantó y, bendiciendo a su bienhechor, partió hacia la ciudad vecina, a fin de adquirir lo que necesitaba para su existencia.

Los hombres son los ciegos; el Espiritismo es el oro; se conoce al árbol por sus frutos.

LUCAS

30 de septiembre de 1859 (médium: Srta. H...)

He pedido a Dios que me dejase venir un momento entre vosotros para daros el consejo de nunca participar de querellas religiosas; no digo de guerras religiosas, porque hoy el siglo está muy adelantado para esto; pero en la época en que viví era una desgracia general y no pude evitarla; la fatalidad me arrastró y yo empujé a los otros, justamente yo que debería haberlos amparado. Así, tuve mi punición, primero en la Tierra y después durante tres siglos, en los que expío cruelmente mi crimen. Sed afables y pacientes con aquellos a quien enseñáis; si al principio no quieren venir hacia vosotros, vendrán más tarde, cuando observen vuestra abnegación y vuestra devoción.

Amigos míos, hermanos míos: nunca estaría de más aconsejaros que, en efecto, no existe nada más horrible que matarse mutuamente en nombre de un Dios clemente, ¡en nombre de una religión tan santa que no predica sino la misericordia, la bondad y la caridad! En lugar de esto, se mata, se masacra para forzar a las personas a convertirse –dicen– y a creer en un Dios bueno; pero en vez de creer en vuestras palabras, los que sobreviven se apresuran a dejaros y se alejan de vosotros como bestias feroces. Sed, pues, buenos –os lo repito– y sobre todo muy tolerantes para con aquellos que no creen como vosotros.

CARLOS IX


1. ¿Tendríais la complacencia de responder algunas preguntas que desearíamos dirigiros? –Resp. De buen grado.

2. ¿Cómo expiasteis vuestras faltas? –Resp. A través del remordimiento.

3. ¿Tuvisteis otras existencias corporales después de aquella que conocemos? –Resp. Tuve una; he reencarnado como un esclavo de las dos Américas. He sufrido mucho; esto me adelantó en mi purificación.

4. ¿Qué sucedió con vuestra madre, Catalina de Médicis? –Resp. Ella también ha sufrido; se encuentra en otro planeta, donde lleva una vida de devoción.

5. ¿Podríais escribir la historia de vuestro reino, como lo han hecho Luis IX, Luis XI y otros? –Resp. Yo también podría hacerlo...

6. ¿Queréis hacerlo por intermedio del médium que en este momento os sirve de intérprete? –Resp. Sí, este médium puede servirme, pero no comenzaré esta noche; no he venido para esto.

7. Tampoco os hemos pedido que comencéis hoy: os rogamos hacerlo en vuestro tiempo disponible y en el del médium; será un trabajo de gran extensión que exigirá un cierto espacio de tiempo. ¿Podemos contar con vuestra promesa? –Resp. Lo haré. Adiós.