Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Disertación del Más Allá - La infancia

Comunicación espontánea del Sr. Nélo, médium, leída en la Sociedad el 14 de enero de 1859.
No conocéis el secreto que en su inocencia esconden los niños; no sabéis lo que son, lo que han sido ni lo que serán; y, sin embargo, los amáis, los queréis como si fuesen una parte de vosotros mismos, de tal modo que el amor de una madre por sus hijos es considerado como el mayor amor que un ser puede sentir por otro ser. ¿De dónde viene ese dulce afecto, esa tierna benevolencia que hasta los extraños sienten por un niño? ¿Lo sabéis? No; pues esto es lo que voy a explicaros.

Los niños son seres que Dios envía a nuevas existencias; y para que no se les pueda imponer una severidad demasiado grande, Él les da todas las apariencias de la inocencia; incluso en un niño de mala índole, se cubren sus acciones malas con la no conciencia de sus actos. Esta inocencia no es una superioridad real sobre lo que eran antes; no, es la imagen de lo que deberían ser, y si no lo son, únicamente sobre ellos ha de recaer la pena.

Pero no sólo por ellos Dios les ha dado ese aspecto; es también –y sobre todo– por sus padres, cuyo amor es necesario a la fragilidad infantil, y este amor se vería singularmente debilitado frente a un carácter desabrido y brusco, mientras que al creer que sus hijos son buenos y dúctiles, les dan todo su afecto y los rodean de los más delicados cuidados. Pero cuando los niños no tienen más necesidad de esta protección, de esta asistencia que les ha sido dada durante quince a veinte años, su carácter real e individual reaparece en toda su desnudez: continúan siendo buenos si eran fundamentalmente buenos, pero siempre reflejando matices que estaban ocultos en la primera infancia.

Ya veis que los caminos de Dios son siempre los mejores, y que cuando se tiene el corazón puro, la explicación de ello es fácil de concebir.

En efecto, tened en cuenta que el Espíritu del niño que nace entre vosotros puede venir de un mundo en que haya adquirido hábitos completamente diferentes; ¿cómo querríais que permaneciese en vuestro medio ese nuevo ser, que viene con pasiones totalmente diferentes de las que poseéis, con inclinaciones y gustos enteramente opuestos a los vuestros? ¿Cómo querríais que se incorporase a vuestras filas de modo diferente del que Dios ha querido, es decir, por el tamiz de la infancia? En ésta vienen a confundirse todos los pensamientos, todos los caracteres, todas las variedades de seres engendrados por esa multitud de mundos en los cuales crecen las criaturas. Y vosotros mismos, al morir, os encontraréis en una especie de infancia en medio de nuevos hermanos; y en vuestra nueva existencia no terrenal, ignoraréis los hábitos, las costumbres y las relaciones de ese mundo nuevo para vosotros; manejaréis con dificultad un lenguaje que no estáis habituados a usar, lenguaje aún más vivo de lo que es hoy vuestro pensamiento.

La infancia tiene todavía otra utilidad; los Espíritus no entran en la vida corporal sino para perfeccionarse, para mejorarse; la fragilidad de la niñez los vuelve flexibles, accesibles a los consejos de la experiencia y a aquellos que deben hacerlos progresar; es entonces que se puede reformar su carácter y reprimir sus malas tendencias: tal es el deber que Dios ha confiado a sus padres, misión sagrada por la que habrán de responder.

De esta manera la infancia no sólo es útil, necesaria e indispensable, sino que también es la consecuencia natural de las leyes que Dios ha establecido y que rigen el Universo.

Nota – Llamamos la atención de nuestros lectores sobre esta notable disertación, cuyo alto alcance filosófico será fácilmente comprendido. ¡Cuán bella y grandiosa es esta solidaridad que existe entre todos los mundos! ¡Qué más apropiado que esto para darnos una idea de la bondad y de la majestad de Dios! La humanidad crece con tales pensamientos, mientras que se la empequeñece si se la reduce a las mezquinas proporciones de nuestra vida efímera y de nuestro imperceptible mundo entre los mundos.