Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Conversaciones familiares del Más Allá

El padre Crépin
(Sociedad, 2 de septiembre de 1859.)

Los periódicos han anunciado recientemente la muerte de un hombre que vivía en Lyon, donde era conocido con el nombre de padre Crépin. Era varias veces millonario y de una avaricia poco común. En los últimos tiempos de su existencia había ido a vivir con el matrimonio Favre, que se comprometió a alimentarlo mediante 30 centavos por día, ya hecho el descuento de 10 centavos para su tabaco. Poseía nueve casas y residía antes en una de ellas, en una especie de nicho que había mandado hacer bajo la escalera. En la fecha de cobrar los alquileres arrancaba los afiches de las calles para usar estos papeles como recibos. El decreto municipal que dejó sin efecto la exención de inmuebles le causó una violenta desesperación; hizo trámites para obtener una excepción, pero todo fue inútil. Él gritaba que estaba arruinado. Si tuviese solamente una casa, estaría resignado; pero tengo nueve –agregaba.

1. Evocación. Resp. Estoy aquí, ¿qué queréis de mí? ¡Ay! ¡Mi oro! ¡Mi oro! ¿Qué han hecho con él?

2. ¿Extrañáis la vida terrestre? –Resp. ¡Oh, sí!

3. ¿Por qué la extrañáis? –Resp. Porque no puedo tocar más mi oro, ni contarlo, ni esconderlo.

4. ¿En qué empleáis vuestro tiempo? –Resp. Estoy aún muy vinculado a la Tierra y es bien difícil que me arrepienta.

5. ¿Regresáis algunas veces para ver vuestros apreciados tesoros y vuestras casas? –Resp. Tantas veces como puedo.

6. Cuando encarnado, ¿nunca pensasteis que no llevaríais nada de eso hacia el otro mundo? –Resp. No. Mi única idea era vincularme a las riquezas para acumularlas; nunca pensé en separarme de ellas.

7. ¿Cuál era vuestro objetivo al amontonar esas riquezas que no servían para nada, ni incluso para vos, puesto que vivíais de privaciones? –Resp. Yo sentía la voluptuosidad de tocarlas.

8. ¿De dónde provenía esa sórdida avaricia? –Resp. Del goce que sentía mi Espíritu y mi corazón al tener mucho dinero. En la Tierra no he tenido sino esta pasión.

9. ¿Comprendéis que eso era avaricia? –Resp. Sí, ahora comprendo que yo era un miserable; sin embargo, mi corazón es aún muy terreno, y experimento un cierto goce al ver mi oro; pero no puedo tocarlo, y esto ya es un comienzo de punición en la vida en que estoy.

10. ¿No experimentabais, pues, ningún sentimiento de piedad para con los desdichados que soportaban la miseria, y nunca os vino el pensamiento de ayudarlos? –Resp. ¿Por qué no tenían dinero? ¡Problema de ellos!

11. ¿Os recordáis la existencia que teníais antes de la que acabáis de dejar? –Resp. Sí, yo era pastor, muy infeliz de cuerpo, pero feliz de corazón.

12. ¿Cuáles fueron vuestros primeros pensamientos cuando os reconocisteis en el mundo de los Espíritus? –Resp. Mi primer pensamiento fue el de buscar mis riquezas, y sobre todo mi oro. Cuando no vi nada más que el espacio, me sentí muy infeliz; mi corazón se despedazó y el remordimiento comenzó a apoderarse de mí. Parece que cuanto más las busco, más sufro por mi avaricia terrena.

13. ¿Cuál es ahora, para vos, la consecuencia de vuestra vida terrena? –Resp. Inútil para mis semejantes, inútil ante la eternidad e infeliz para mí ante Dios.

14. ¿Prevéis una nueva existencia corporal? –Resp. No lo sé.

15. Si tuvieseis próximamente una nueva existencia corporal, ¿cuál elegiríais? –Resp. Elegiría una existencia en que pudiera ser útil a mis semejantes.

16. Cuando encarnado no teníais amigos en la Tierra, porque un avaro como vos no puede tenerlos; ¿los tenéis entre los Espíritus? –Resp. Nunca he orado por nadie; mi ángel guardián, a quien he ofendido mucho, es el único que tiene piedad de mí.

17. En vuestra entrada al mundo de los Espíritus ¿alguien vino a recibiros? –Resp. Sí, mi madre.

18. ¿Ya habéis sido evocado por otras personas? –Resp. Una vez por personas que yo he maltratado.

19. ¿No habéis estado en África, en un Centro donde se ocupan con los Espíritus? –Resp. Sí, pero toda esta gente no tenía ninguna piedad de mí, y fue muy penoso; aquí sois compasivo.

20. ¿Os será provechosa nuestra evocación? –Resp. Muy provechosa.

21. ¿Cómo adquiristeis vuestra fortuna? –Resp. Un poco gané honestamente; pero hice mucha extorsión, y otro poco robé a mis semejantes.

22. ¿Podemos hacer algo por vos? –Resp. Sí, un poco de vuestra piedad para un alma en sufrimiento.

(Sociedad, 9 de septiembre de 1859.)
Preguntas dirigidas a san Luis, a propósito del padre Crépin

1. El padre Crépin, que hemos evocado la semana pasada, tenía un tipo raro de avaricia; él no ha podido darnos explicaciones sobre el origen de esta pasión; ¿consentiríais en suplirlo al respecto? Él nos ha dicho que había sido pastor, muy infeliz de cuerpo, pero feliz de corazón; no vemos nada en esto que pudiese desarrollar en él esta sórdida avaricia; ¿tendríais la bondad de decirnos qué la pudo engendrar? –Resp. Él era ignorante, inexperto; pidió la riqueza: le fue concedida, pero como punición por su pedido. No la pedirá más, creedlo realmente.

2. El padre Crépin nos ofrece un tipo de avaricia innoble, pero esta pasión tiene sus matices. Así, hay personas que sólo son avaras para los otros; preguntamos cuál es el más culpable: el que amontona por el placer de amontonar y se rehúsa inclusive a lo necesario, o el que, no privándose de nada, es tacaño cuando se trata de hacer el menor sacrificio para el prójimo. –Resp. Es evidente que el último es más culpable, porque es profundamente egoísta; el otro es loco.

3. En las pruebas que debe pasar para llegar a la perfección, ¿debe el Espíritu pasar por todos los géneros de tentación, y se podría decir que, para el padre Crépin, el turno de la avaricia había llegado por medio de las riquezas que estaban a su disposición, y que él sucumbió? –Resp. Esto no es general, pero es exacto para él. Sabéis que hay muchos que desde el comienzo toman un camino que los libra de muchas pruebas.

Madame de É. de Girardin, médium

Hemos extraído el siguiente artículo de la crónica del Paris-Journal (Periódico de París) Nº 44. No necesita comentarios; muestra por sí mismo que, si todos los adeptos del Espiritismo son locos, como lo dicen muy poco civilizadamente aquellos que sin ceremonia se arrogan el privilegio del buen sentido, uno se puede consolar e incluso honrar de ir a los manicomios en compañía de inteligencias del temple de Madame de Girardin y de tantos otros.

“El otro día os prometí la historia de Madame de Girardin y de un célebre doctor; os la contaré hoy, porque he obtenido permiso para hacerlo; es una historia muy curiosa. Permaneceremos aún en lo sobrenatural, con lo cual nos ocupamos más que nunca, nosotros que, por razones de oficio, tomamos el pulso de París y lo encontramos en un rápido acceso de fiebre ardiente al respeto. Decididamente, para la imaginación humana hay una necesidad de saber el futuro y de penetrar los misterios de la Naturaleza. Cuando vemos a inteligencias como la de Delphine Gay entregarse a esas prácticas, que consideramos pueriles, no podemos negarle una cierta importancia, sobre todo cuando apoyadas en testimonios irrecusables, tales como éste que os hablo y que iréis conocer –me refiero al testimonio y no al doctor, entiéndase bien.

“Madame de Girardin tenía una tablita y un lápiz; los consultaba sin cesar. Así obtenía conversaciones con muchas celebridades de la Historia, sin contar con el diablo que también se metía en aquéllas. Una noche, él mismo se reveló ante un personaje serio que no le tuvo miedo, ya que su atribución es la de expulsarlo. La gran Delphine no hacía nada sin consultar su tablita; ella le pedía consejos literarios que ésta no negaba de forma alguna; los mismos eran, incluso para la ilustre poetisa, de una severidad magistral. Así, la tablita le repetía sin cesar que no hiciese más tragedias sin tomar en consideración los maravillosos versos que componen Judith y Cleopatra. ¿Quiénes son los que van a ver la representación de una tragedia? Los fanáticos de la poesía dramática. ¿Qué buscan ellos en una tragedia? Buscan los bellos versos que emocionen y conmuevan, y Judith y Cleopatra están llenos de esos pensamientos de mujer, expresados por una mujer de espíritu y de un corazón eminentes, cuyo talento no es discutido por nadie. En fin, la tablita no quería más aquello y se obstinaba en la prosa y en la comedia; la misma colaboraba en los desenlaces y corregía sus extensiones.

No sólo Delphine le confiaba sus trabajos literarios, sino que ella también le contaba sus sufrimientos y pedía consejos para su salud. ¡Ay! Esos consejos, dictados por la imaginación de la enferma o por el demonio, han contribuido para llevarla de nosotros. Ella tomaba remedios increíbles, como rebanadas de pan con manteca y pimienta, morrones, todos instrumentos de destrucción para un organismo enfermizo como el suyo. De esto han sido encontradas pruebas después de su muerte, de la cual sus amigos y admiradores nunca se consolarán.

“Todo el mundo conocía a Chassériau, el cual también fue llevado en la flor de la edad. Hizo de memoria un soberbio retrato de la bella difunta; del retrato hicieron un grabado, que hoy está por todas partes. Él llevó el retrato al doctor en cuestión y le preguntó si estaba contento; éste hizo algunas leves observaciones. El pintor ya iba a concordar con las mismas, cuando ambos tuvieron la idea de dirigirse al propio modelo. Ellos pusieron las manos sobre la tablita y Madame de Girardin se manifestó casi inmediatamente. Se comprende cuál fue su emoción. Interrogada sobre el retrato, ella dijo que no estaba perfecto, pero que no debían retocarlo porque corrían el riesgo de desvirtuarlo, siendo el parecido muy difícil de captar cuando sólo se tiene como guía la memoria. Le hicieron otras preguntas; a unas se rehusó en responder y a otras contestó.

“Le preguntaron en qué lugar ella estaba.

“–No quiero decirlo –replicó.

“Y a pesar de todos los ruegos no pudieron obtener nada al respecto.

“–¿Sois feliz?

“–No.

“–¡¿Por qué?!

“–Porque no puedo más ser útil a aquellos a quien amo.”

Permaneció obstinadamente muda mientras le hablaban de la otra vida y no dio información alguna; ni siquiera dijo si esto le era prohibido o si obraba así por propia voluntad. Después de una larga conversación ella se retiró. Fue hecha el acta de esta sesión. Ambos testigos se quedaron tan impresionados que después no intentaron conversar nuevamente. El doctor podía ahora evocar al que lo había ayudado en aquel día y tener esos dos grandes Espíritus en su tablita. ¡Cómo todo pasa en este mundo! ¡Y cuántas enseñanzas hay en estos hechos extraños, si los tomamos desde el punto de vista filosófico y religioso!”