Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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El Sr. Adrien, médium vidente
(Segundo artículo)

Desde la publicación de nuestro artículo sobre el Sr. Adrien, médium vidente,[i] nos han comunicado un gran número de hechos que confirman nuestra opinión de que esta facultad, al igual que todas las otras facultades mediúmnicas, es más común de lo que se piensa; nosotros ya la habíamos observado en una multitud de casos particulares y sobre todo en el estado sonambúlico. El fenómeno de las apariciones es hoy un hecho adquirido y podemos decir frecuente, sin hablar de los numerosos ejemplos que nos ofrecen la Historia profana y las Sagradas Escrituras. Muchos de los que nos han sido relatados sucedieron personalmente con aquellos que nos los han informado, pero esos hechos son casi siempre fortuitos y accidentales; aún no habíamos visto a nadie en quien esta facultad fuese de algún modo un estado normal. Ella es permanente en el Sr. Adrien; por todas partes donde está, la población oculta que pulula a nuestro alrededor es visible para él, sin que la llame: desempeña para nosotros el papel de un vidente en medio de un pueblo de ciegos; ve a esos seres –que podría decirse que son los dobles del género humano– ir y venir, tomar parte en nuestras acciones y, si podemos expresarlo así, dedicarse a sus asuntos. Los incrédulos dirán que es una alucinación, palabra sacramental con la cual pretenden explicar lo que no comprenden. Gustaríamos que ellos mismos pudiesen definirnos lo que es una alucinación, y sobre todo explicarnos su causa. En el Sr. Adrien, sin embargo, ella ofrecería un carácter bien insólito: el de la permanencia. Hasta el presente, lo que se ha convenido en llamar alucinación es un hecho anormal y casi siempre la consecuencia de un estado patológico, lo que de ninguna manera es aquí el caso. Y nosotros, que hemos estudiado esta facultad, que la observamos todos los días en sus mínimos detalles, hemos estado en condiciones de constatar su realidad. Por lo tanto, para nosotros ella no es objeto de duda alguna y, como se verá, nos ha sido de una gran ayuda en nuestros estudios espíritas; nos ha permitido introducir el escalpelo de la investigación en la vida extracorpórea: es la antorcha en la oscuridad. El Sr. Home, dotado de una facultad notable como médium de efectos físicos, ha producido efectos sorprendentes. El Sr. Adrien nos inicia en la causa de esos efectos, porque él los ve producirse y va mucho más allá de lo que impresiona a nuestros sentidos.

La realidad de la visión del Sr. Adrien está probada por el retrato que hace de las personas que nunca ha visto y cuya descripción es reconocida como exacta. Evidentemente cuando describe con una rigurosa minuciosidad hasta los mínimos detalles de un pariente o de un amigo que es evocado por su intermedio, no hay duda que él ve, porque no pueden ser cosas de su imaginación; pero existen personas cuyo prejuicio las lleva a rechazar hasta incluso la propia evidencia; y lo que hay de singular, es que para refutar lo que no quieren admitir, lo explican con causas aún más difíciles que aquellas que les damos.

Entretanto, los retratos del Sr. Adrien no son siempre infalibles, y en esto –como en toda Ciencia–, cuando una anomalía se presenta, es necesario investigar su causa, porque la causa de una excepción es frecuentemente la confirmación del principio general. Para comprender este hecho, es preciso no perder de vista lo que ya hemos dicho sobre la forma aparente de los Espíritus. Esta forma depende del periespíritu, cuya naturaleza esencialmente flexible se presta a todas las modificaciones que el Espíritu quiera darle. Al dejar la envoltura material, el Espíritu lleva consigo su envoltura etérea que constituye una otra especie de cuerpo. En su estado normal, ese cuerpo tiene la forma humana, pero que no está calcada rasgo por rasgo sobre aquel que ha dejado, principalmente cuando lo ha dejado hace un cierto tiempo. En los primeros momentos que siguen a la muerte, y durante todo el tiempo en que aún existe un lazo entre las dos existencias, la similitud es mayor; pero esta similitud se pierde a medida que el desprendimiento se opera y que el Espíritu se vuelve más ajeno a su última envoltura. Sin embargo, él puede siempre tomar esta primera apariencia, ya sea por la fisonomía como por la vestimenta, cuando lo juzgue útil para hacerse reconocer; pero esto sucede, en general, debido a un gran esfuerzo de su voluntad. Por lo tanto, no hay nada de sorprendente que, en ciertos casos, la semejanza falle en algunos detalles: bastan los rasgos principales. En el médium, esta investigación tampoco se hace sin un cierto esfuerzo, que se vuelve penoso cuando se repite demasiado. Sus visiones comunes no le ocasionan ninguna fatiga, porque él no considera sino las generalidades. Sucede lo mismo cuando nosotros vemos a una multitud: vemos todo; todos los individuos se destacan a nuestros ojos con sus rasgos distintivos, sin que ninguno de esos rasgos nos impresione demasiado como para poderlos describir; para especificarlos, es preciso concentrar nuestra atención en los detalles íntimos que queremos analizar, con la diferencia que, en las circunstancias ordinarias, la vista se dirige hacia una forma material, invariable, mientras que en la visión ella reposa sobre una forma esencialmente móvil, que un simple efecto de la voluntad puede modificar. Por lo tanto, sepamos tomar las cosas como son; considerémolas en sí mismas y en razón de sus propiedades. No olvidemos que, en Espiritismo, de modo alguno se opera sobre la materia inerte, sino sobre inteligencias que tienen su libre albedrío, y que por consiguiente no podemos someterlas a nuestra voluntad ni hacerlas obrar como uno quiere, como si moviéramos un péndulo. Todas las veces que quieran tomar a nuestras Ciencias exactas como punto de partida en las observaciones espíritas, estarán extraviados; es por esto que la Ciencia común es incompetente en esta cuestión: es exactamente como si un músico quisiese juzgar la arquitectura desde el punto de vista musical. El Espiritismo nos revela un nuevo orden de ideas, de nuevas fuerzas, de nuevos elementos, de fenómenos que no se basan en nada de lo que conocemos; por lo tanto, para juzgarlos sepamos despojarnos de nuestros prejuicios y de toda idea preconcebida; sobre todo compenetrémonos de esta verdad: fuera de lo que conocemos puede haber otra cosa, si es que no queremos caer en el error absurdo –fruto de nuestro orgullo– de que Dios no tiene más secretos para nosotros.

Después de esto, se comprende qué influencias delicadas pueden obrar sobre la producción de los fenómenos espíritas; pero existen otras que merecen una atención no menos seria. Decimos que el Espíritu, despojado del cuerpo, conserva toda su voluntad y una libertad de pensar mucho mayor de la que tenía cuando encarnado: hay susceptibilidades que tenemos dificultad de comprender; lo que a menudo nos parece tan simple y natural, lo ofende y lo desagrada; una pregunta fuera de lugar lo choca, lo hiere; y él nos muestra su independencia al no hacer lo que nosotros queremos, mientras que, a veces, hace más de lo que hubiéramos pensado pedirle. Es por esta razón que las preguntas de prueba y de curiosidad son esencialmente antipáticas a los Espíritus, y que raramente las responden de una manera satisfactoria; sobre todo los Espíritus serios jamás se prestan a esto, y en ningún caso quieren servir de entretenimiento. Entonces se concibe que la intención puede influir mucho sobre su buena voluntad en presentarse ante los ojos de un médium vidente, bajo tal o cual apariencia; y como en definitiva ellos no revisten una apariencia determinada sino cuando ésta les conviene, sólo lo hacen cuando en eso ven un motivo serio y útil.

Hay otra razón que, de algún modo, se vincula a lo que podríamos llamar la fisiología espírita. La visión del Espíritu por el médium se realiza por una especie de irradiación fluídica, partiendo del Espíritu y dirigiéndose sobre el médium; éste absorbe, por así decirlo, esos rayos y los asimila. Si está solo, o si está rodeado solamente por personas simpáticas, unidas en la intención y en los pensamientos, estos rayos se concentran sobre él; entonces, la visión es nítida, precisa, y es en estas circunstancias que los retratos son casi siempre de una exactitud notable. Al contrario, si existen alrededor del médium influencias antipáticas, pensamientos divergentes y hostiles, si no hay recogimiento, los rayos fluídicos se dispersan y son absorbidos por el medio ambiente: es por esto que hay una especie de niebla que se proyecta sobre el Espíritu y que no permite distinguir sus trazos. Tal sería una luz con o sin reflector. Otra comparación menos material puede aún explicarnos este fenómeno. Cada uno sabe que la elocuencia de un orador es estimulada por la simpatía y por la atención de su auditorio; al contrario, si él es distraído por el ruido, por la desatención o por la mala voluntad, sus pensamientos no son más tan libres, se dispersan y sus posibilidades disminuyen. El Espíritu que recibe la influencia de un medio absorbente se encuentra en el mismo caso: su irradiación, en lugar de dirigirse hacia un único punto, pierde su fuerza al diseminarse.

A las consideraciones anteriores debemos agregar una, cuya importancia será fácilmente comprendida por todos aquellos que conocen la marcha de los fenómenos espíritas. Se sabe que varias causas pueden impedir que un Espíritu atienda a nuestro llamado en el momento en que lo evocamos: puede estar reencarnado u ocupado en otra parte. Ahora bien, entre los Espíritus que se presentan casi siempre simultáneamente, el médium debe distinguir al que llamamos, y si no está allí, puede tomarlo por otro Espíritu igualmente simpático a la persona que evoca. Él describe al Espíritu, pero ni siempre puede afirmar que sea uno en lugar de otro; mas si el Espíritu que se presenta es serio, no se equivocará en cuanto a su identidad; si se lo interroga a este efecto, puede explicar la causa del equívoco, y decir quién es él.

Un medio poco propicio perjudica además por otra causa. Cada individuo tiene como acompañantes a Espíritus que simpatizan con sus defectos y con sus cualidades. Esos Espíritus son buenos o malos según los individuos; cuanto mayor fuere la cantidad de personas reunidas, mayor será la variedad de Espíritus y mayores las posibilidades de encontrar antipatías. Por lo tanto, si en la reunión hubiere personas hostiles, ya sea por sus pensamientos denigrantes, por la ligereza de carácter o por la incredulidad sistemática, ellos atraerán por esto mismo a Espíritus poco benévolos, que a menudo vienen a poner obstáculos a las manifestaciones de cualquier naturaleza, tanto escritas como visuales; de ahí la necesidad de colocarse en las condiciones más favorables si se quiere tener manifestaciones serias: quien quiere el fin quiere los medios. Las manifestaciones espíritas no son de esas cosas con las cuales sea permitido jugar impunemente. Sed serios, en toda la acepción de la palabra, si queréis cosas serias; de otro modo no esperéis otra cosa que ser el juguete de Espíritus ligeros, que se divertirán a costa vuestra.