Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Estudio sobre los médiums

Al ser los médiums los intérpretes de las comunicaciones espíritas, su papel es extremamente importante y nunca sería demasiada la atención dada al estudio de todas las causas que pueden influirlos, no sólo a sí mismos, sino también a aquellos que –no siendo médiums– se sirven de su intermedio, a fin de que se pueda juzgar el grado de confianza que merezcan las comunicaciones por ellos recibidas.

Ya hemos dicho que todo el mundo es más o menos médium; pero se ha convenido en dar este nombre a aquellos en quienes las manifestaciones son patentes y, por así decirlo, facultativas. Ahora bien, entre estos últimos hay aptitudes muy diversas: se puede decir que cada uno tiene su especialidad. En un primer aspecto, aparecen con nitidez dos categorías: los médiums de efectos físicos y los médiums de efectos intelectuales. Estos últimos presentan numerosas variedades, de las cuales las principales son: los escribientes o psicógrafos, los dibujantes, los psicofónicos, los auditivos y los videntes. Los médiums poéticos, músicos y políglotas son variedades de los psicógrafos y de los psicofónicos. No volveremos a las definiciones que hemos dado sobre estos diferentes géneros; solamente queremos recordar sucintamente el conjunto para una mayor claridad.

De todos los géneros de médiums, el más común es el de los escribientes; es el modo más fácil de adquirir a través del ejercicio; también es para este lado –y con razón– que generalmente se dirigen los deseos y los esfuerzos de los aspirantes. Presenta dos variedades que igualmente son encontradas en varias otras categorías: los médiums escribientes mecánicos y los escribientes intuitivos. En los primeros, el impulso de la mano es independiente de la voluntad; se mueve por sí misma sin que el médium tenga conciencia alguna de lo que escribe, pudiendo estar su pensamiento en cualquier otra cosa. En el médium intuitivo, el Espíritu actúa sobre el cerebro; su pensamiento atraviesa, por decirlo así, el pensamiento del médium, sin que haya confusión. Por consiguiente, él tiene conciencia de lo que escribe, incluso a menudo una conciencia anticipada, porque la intuición precede algunas veces al movimiento de la mano, y sin embargo el pensamiento expresado no es el del médium. Una comparación bien simple nos hará comprender este fenómeno. Cuando queremos conversar con alguien cuyo idioma no sabemos, nos servimos de un intérprete; éste tiene conciencia del pensamiento de los interlocutores: debe entenderlo para poder expresarlo, y no obstante ese pensamiento no es el suyo. Pues bien, el papel del médium intuitivo es el de un intérprete entre el Espíritu y nosotros. La experiencia nos ha enseñado que los médiums mecánicos y los médiums intuitivos son igualmente buenos, igualmente aptos para recibir y transmitir buenas comunicaciones. Como medio de convicción, los primeros persuaden más, sin duda; pero cuando la convicción es adquirida, es inútil la preferencia; la atención debe ser totalmente dirigida hacia la naturaleza de las comunicaciones, es decir, hacia la aptitud del médium en recibirlas de los Espíritus buenos o de los malos, y en este aspecto decimos si él está bien o mal asistido: he aquí toda la cuestión, y esta cuestión es capital, porque sólo ella puede determinar el grado de confianza que él merece; esto es resultado del estudio y de la observación, por lo que remitimos a nuestros lectores a un artículo anterior intitulado Escollos de los médiums.

Con un médium intuitivo la dificultad consiste en distinguir los pensamientos que le son propios de aquellos que le son sugeridos. Esta dificultad existe para él; el pensamiento sugerido le parece tan natural que lo toma a menudo como si fuese suyo, y duda de su facultad. El medio de convencerlo –a él y a los otros– es ejercitarla frecuentemente. Entonces, en el número de evocaciones a las cuales participe, se presentarán miles de circunstancias, una multitud de comunicaciones íntimas y de particularidades de las que no podría tener ningún conocimiento previo, y que han de constatar de una manera irrecusable la completa independencia de su propio Espíritu.

Las diferentes variedades de médiums reposan sobre aptitudes especiales, y hasta el presente no se sabe totalmente cuál es su principio. A primera vista, y para las personas que no han hecho de esta ciencia un estudio sistematizado, no parece más difícil a un médium escribir versos que prosa; sobre todo si fuere médium mecánico, se dirá que el Espíritu tanto puede hacerlo escribir en una lengua extranjera como hacerlo dibujar o dictarle música. Entretanto, no es nada de eso. Aunque se vean a cada momento dibujos, versos, músicas realizadas por médiums que, en su estado normal, no son dibujantes, ni poetas, ni músicos, no todos son aptos para producir estas cosas. A pesar de su ignorancia, hay en ellos una facultad intuitiva, una flexibilidad que los hace instrumentos más dóciles. Es esto lo que muy bien ha expresado Bernard Palissy cuando se le preguntó por qué él había elegido al Sr. Victorien Sardou, que no sabe dibujar, para hacer sus admirables dibujos; es porque lo encuentro más flexible, dijo él. Sucede lo mismo con otras aptitudes y, observamos una cosa singular: hemos visto a Espíritus rehusarse a dictar versos a médiums que conocían poesía, y dárselos encantados a personas que no sabían ni las primeras reglas; esto prueba una vez más que los Espíritus tienen su libre albedrío, y que es en vano querer someterlos a nuestros caprichos.

De las observaciones precedentes se deduce que un médium debe seguir el impulso que le es dado según su aptitud; que debe tratar de perfeccionar esta aptitud a través del ejercicio, pero que buscaría inútilmente si quisiese adquirir la que le falta, o al menos que esto sería perjudicial a la que posee. De modo alguno forcemos nuestro talento: nada haríamos con gracia, dijo La Fontaine; nosotros podemos agregar: nada haríamos de bueno. Cuando un médium posee una facultad preciosa con la que puede volverse verdaderamente útil, que se contente con ella y que no busque una vana satisfacción de su amor propio en una variedad que sería el debilitamiento de la facultad primordial; si ésta debe ser transformada –lo que a menudo sucede– o si debe adquirir una nueva, esto tendrá lugar espontáneamente y no por un efecto de su voluntad.

La facultad de producir efectos físicos forma una categoría bien nítida que raramente se alía con los efectos intelectuales, sobre todo con aquellos de alto alcance. Se sabe que los efectos físicos son reservados a los Espíritus de orden inferior, como entre nosotros las proezas a los saltimbanquis; ahora bien, los Espíritus golpeadores pertenecen a esa clase inferior; ellos actúan frecuentemente por cuenta propia, para divertirse o molestar, pero también algunas veces por orden de Espíritus elevados que se sirven de ellos, como nosotros de los peones; sería absurdo creer que Espíritus superiores vengan a divertirse, golpeando en las mesas o haciéndolas girar. Digamos que ellos se sirven de esos medios a través de intermediarios, ya sea con el objetivo de convencer o para comunicarse con nosotros cuando no dispongamos de otros medios; pero los abandonan desde el momento en que puedan actuar de un modo más rápido, más cómodo y más directo, así como nosotros hemos abandonado el telégrafo aéreo desde que tuvimos el telégrafo eléctrico. De ninguna manera los efectos físicos deben ser desdeñados, porque para muchas personas son un medio de convicción; además ellos ofrecen un precioso elemento de estudio sobre las fuerzas ocultas; pero es de notar que los Espíritus los rehúsan en general con aquellos que no tienen necesidad de los mismos, o por lo menos los aconsejan a no ocuparse de ellos de una manera especial. He aquí lo que al respecto escribió el Espíritu san Luis en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas:

«Se han burlado de las mesas giratorias, pero jamás se burlarán de la filosofía, de la sabiduría y de la caridad que brillan en las comunicaciones serias. Aquéllas han sido el vestíbulo de la ciencia espírita; al entrar en él deben dejarse los prejuicios, como quien deja la capa. Nunca estaría de más aconsejaros a hacer de vuestras reuniones un centro serio: que en otros lugares se hagan demostraciones físicas, que en otros lugares las vean y oigan, pero que entre vosotros se comprenda y se ame. ¿Qué esperáis ser a los ojos de los Espíritus superiores cuando hacéis girar una mesa? Ignorantes. ¿Gasta el sabio su tiempo en repasar el abecé de la ciencia? En cambio, al veros procurar las comunicaciones inteligentes e instructivas, se os considera como hombres serios en busca de la verdad».

Es imposible resumir de una manera más lógica y más precisa el carácter de los dos géneros de manifestaciones. Aquel que tiene comunicaciones elevadas las debe a la asistencia de los Espíritus buenos: esta es una muestra de la simpatía de ellos por él; renunciar a esto para buscar los efectos materiales es dejar a una sociedad selecta por una sociedad ínfima; querer aliar las dos cosas es llamar alrededor de sí a seres antipáticos, y en ese conflicto es probable que los buenos se vayan y que los malos se queden. Lejos de nosotros el querer menospreciar a los médiums de efectos físicos; ellos tienen su razón de ser, su objetivo providencial; prestan indiscutibles servicios a la ciencia espírita; pero cuando un médium posee una facultad que puede ponerlo en relación con seres superiores, no comprendemos que de ella abdique, o incluso que desee otras, a no ser que sea por ignorancia; porque frecuentemente la ambición de querer serlo todo, hace conque se acabe no siendo nada.