Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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El Duende de Bayonne

En nuestro último número hemos dicho algunas palabras de esta extraña manifestación. Esas informaciones nos habían sido dadas de viva voz y muy sucintamente por uno de nuestros suscriptores, amigo de la familia donde los hechos han sucedido. Él nos había prometido detalles más circunstanciales, y debemos a su cortesía la comunicación de las cartas que contienen un relato más detallado.

Esta familia vive cerca de Bayonne, y esas cartas han sido escritas por la propia madre de la pequeña –niña de diez años– a su hijo que reside en Burdeos, para explicarle lo que pasaba en casa. Este último ha tenido a bien tomarse el trabajo de transcribirlas para nosotros, a fin de que la autenticidad no pudiera ser discutida; ésta es una atención de la cual le estamos infinitamente agradecidos. Se comprende la reserva que hemos tenido con respecto a los nombres propios, reserva que para nosotros siempre fue una ley a ser observada, a menos que recibamos una autorización formal. No todos se preocupan en atraer a sí la multitud de curiosos. A aquellos para quienes esta reserva sería un motivo de sospecha, les diremos que es necesario hacer una diferencia entre un periódico eminentemente serio y los que sólo tienen en vista divertir al público. Nuestro objetivo no es el de contar casos para llenar páginas, sino el de esclarecer la ciencia; si estuviésemos equivocados, lo estaríamos de buena fe: cuando a nuestros ojos una cosa no es formalmente comprobada, la damos con la reserva de verificación ulterior; no podría ser así cuando emana de personas serias, cuya honorabilidad nos es conocida y que, lejos de tener algún interés en inducirnos al error, quieren ellas mismas instruirse.

La primera carta es la que le remite el hijo a nuestro suscriptor, enviándole las cartas de su madre.

Saint-Esprit, 20 de noviembre de 1858.

Querido amigo mío,

«Llamado a mi familia por la muerte de uno de mis pequeños hermanos, que Dios acaba de llevarnos, esta circunstancia –que me ha tenido alejado de mi casa desde hace algún tiempo– es la causa del atraso de mi respuesta. Yo estaría muy apenado de haceros pasar por un contador de historias delante del Sr. Allan Kardec; por eso voy a daros algunos detalles sumarios sobre los hechos ocurridos en mi familia. Creo ya haberos dicho que las apariciones han cesado hace mucho tiempo y no se manifiestan más a mi hermana. He aquí las cartas que mi madre me escribía al respecto. Debo observar que muchos de los hechos fueron omitidos, y no son los menos interesantes. Os escribiré de nuevo para completar la historia, si no pudiereis hacerlo, recordándoos lo que os he dicho de viva voz.»

23 de abril de 1855.

Hace aproximadamente tres meses que tu hermana X tuvo necesidad de salir para hacer una compra. Como tú sabes, el corredor de la casa –que es muy largo– nunca está iluminado, y la antigua costumbre que tenemos de recorrerlo sin luz hace conque evitemos tropezar en los escalones. X ya nos había dicho que cada vez que salía, escuchaba una voz que le hablaba algo que, al principio, ella no comprendía el sentido, pero que más tarde se volvió inteligible. Algún tiempo después vio a una sombra y, durante el trayecto, no cesaba de escuchar la misma voz. Lo que este ser invisible le decía tendía siempre a tranquilizarla y a darle consejos muy sensatos. Una buena moral era el fondo de sus palabras. X se quedaba muy alterada y nos decía que, a menudo, no tenía fuerzas para continuar su camino. Mi niña –le decía el ser invisible cada vez que ella se alteraba–, no temas, porque yo solamente quiero tu bien. Le enseñó un lugar donde durante varios días ella encontró algunas monedas; otras veces no encontraba nada. X se conformó con la recomendación que le había sido dada, y si bien durante mucho tiempo no encontró monedas, sí encontró juguetes que tú verás. Sin duda, esos regalos le fueron dados para darle coraje. Tú no has sido olvidado en las conversaciones de este ser; hablaba frecuentemente de ti y nos daba noticias tuyas por intermedio de tu hermana. Varias veces nos informaba de lo que hacías a la noche; te ha visto leyendo en tu cuarto; otras veces nos decía que tus amigos estaban reunidos en tu casa; en fin, siempre nos tranquilizaba cuando la pereza te impedía escribirnos.

Desde algún tiempo, X se relaciona casi continuamente con el ser invisible. Durante el día ella no ve nada; siempre escucha la misma voz que le dice palabras muy sensatas, que no cesa de estimularla al trabajo y al amor a Dios. A la noche ve, en la dirección de donde parte la voz, una luz rosa que no ilumina, pero que –según ella– podría ser comparada con el brillo de un diamante en la sombra. Ahora todo el miedo ha desaparecido en ella; si yo le manifiesto dudas, me dice: “Mamá, es un ángel que me habla, y si, para convencerte, quieres armarte de coraje, él me pide que te diga que esta noche hará conque te levantes. Si te habla, deberás responder. Ve para donde él te diga ir; observarás a alguien delante de ti; no tengas miedo”. No he querido poner mi coraje a prueba: tuve miedo, y la impresión que esto me ha causado me ha impedido dormir. Por la noche, muy a menudo me parecía escuchar un silbido en la cabecera de mi lecho. Mis sillas se movían sin que ninguna mano las tocara. Desde hace algún tiempo, mis temores han desaparecido completamente y lamento mucho por no haberme sometido a la prueba que me había sido propuesta para relacionarme directamente con el ser invisible, y también para no tener que luchar continuamente contra las dudas.

Aconsejé a X para interrogar al ser invisible sobre su naturaleza; he aquí la conversación que juntos han tenido:

X. ¿Quién eres tú?

El ser invisible. Soy tu hermano Eliseo.

X. Mi hermano murió hace doce años.

El ser invisible. Es verdad, tu hermano murió hace doce años; pero había en él como en todos los seres un alma que no muere y que está delante de ti en este mismo instante, que te ama y que protege a todos.

X. Quisiera verte.

El ser invisible. Estoy delante tuyo.

X. Pero no veo nada.

El ser invisible. Tomaré una forma visible para ti. Después del oficio religioso tú descenderás; entonces me verás y yo te abrazaré.

X. A mamá le gustaría también conocerte.

El ser invisible. Tu madre es la mía; ella me conoce. Hubiera preferido manifestarme a ella que a ti: era mi deber; pero no puedo mostrarme a varias personas, porque Dios me lo prohíbe; lamento que a mamá le haya faltado coraje. Prometo darte pruebas de mi existencia y entonces todas las dudas desaparecerán.

Por la noche, a la hora marcada, X se dirigió a la puerta del templo. Un jovencito se le presentó y le dijo: “Yo soy tu hermano. Pediste para verme y atiendo a tu pedido. Abrázame, porque no puedo conservar por mucho tiempo la forma que he tomado”.

Como bien lo comprendes, la presencia de este ser debió dejar atónita a X hasta el punto de impedirle hacer alguna observación. Tan pronto como la abrazó, él desapareció en el aire.

A la mañana siguiente el ser invisible, aprovechando el momento en que X debía salir, se le manifestó nuevamente y le dijo: “Has debido estar muy sorprendida con mi desaparición. ¡Pues bien! Te quiero enseñar a elevarte en el aire y te será posible seguirme”. Sin duda, cualquier otro menos X se hubiera espantado con tal proposición. Ella aceptó el ofrecimiento con prontitud y luego se sintió elevarse como una golondrina. En poco tiempo llegó a un lugar donde había una multitud considerable. Ella nos ha dicho que vio oro, diamantes y todo lo que, en la Tierra, satisface a nuestra imaginación. Nadie consideraba esas cosas más de lo que nosotros lo hacemos con los adoquines sobre los que caminamos. Ella reconoció a varios niños de su edad que vivían en la misma calle que nosotros y que habían muerto hacía tiempo. En un departamento ricamente decorado, y donde no había nadie, lo que llamó sobre todo su atención fue una mesa grande donde, entre un espacio y otro, había un papel. Delante de cada pliego se encontraba un tintero; veía a las plumas mojarse por sí mismas y trazar caracteres sin que ninguna mano los escribiese.

A su retorno le reproché por haberse ausentado sin mi autorización y le prohibí terminantemente recomenzar semejantes excursiones. El ser invisible le testimonió mucho pesar por haberme disgustado y le prometió formalmente que en lo sucesivo no la invitaría más a ausentarse sin que yo estuviese prevenida.

26 de abril.

El ser invisible se transformó a los ojos de X. Él tomó tu forma de una tal manera que tu hermana creyó que estabas en el salón; para asegurarse, ella le pidió que tomase su forma primitiva; luego que desapareciste, fuiste reemplazado por mí. Su estupefacción fue grande; me preguntó cómo yo me encontraba allí, ya que la puerta del salón estaba cerrada con llave. Entonces una nueva transformación tuvo lugar; él tomó la forma de tu hermano muerto y dijo a X: “Tu madre y todos los miembros de la familia nada ven sin quedarse estupefactos, e incluso ven con un sentimiento de miedo todos los hechos que se cumplen por mi intervención. De ninguna manera mi deseo es el de causar pavor; sin embargo, quiero probar mi existencia y ponerte al amparo de la incredulidad de todos, porque se podría tomar esto como una mentira tuya, lo que sería por parte de ellos una obstinación en no rendirse ante la evidencia. La Señora C tiene una mercería; sabes que necesitamos comprar botones; ambos iremos a comprarlos. Me transformaré en tu hermanito (él tenía por entonces 9 años) y cuando vuelvas a casa pedirás a mamá que mande a preguntar a la Señora C con quién te encontrabas en el momento en que ella te vendió los botones”. X concordó con las instrucciones. Mandé a preguntar eso a lo de la Señora C; ella me respondió que tu hermana estaba con tu hermano, al cual hizo un gran elogio, diciendo que no podía imaginarse que a su edad fuera posible dar respuestas tan fáciles, y sobre todo tener tan poca timidez. Es bueno decir que tu hermanito estaba en clase desde la mañana y solamente debería regresar a la tarde, hacia las siete horas, y que además es muy tímido y no tiene esa facilidad que le quieren conceder. ¿No es esto muy curioso? Creo que la mano de Dios no es de forma alguna ajena a estas cosas inexplicables.

7 de mayo de 1855.

No soy más crédula de lo que se debe ser y no me dejo dominar por ideas supersticiosas. Sin embargo, no puedo negarme a creer en hechos que suceden ante mis ojos. Me eran necesarias pruebas más evidentes para no infligir más a tu hermana los castigos que le daba algunas veces a disgusto, en el temor de que ella quisiese divertirse con nosotros, abusando de nuestra confianza.

Ayer eran alrededor de las cinco horas cuando el ser invisible dijo a X: “Es probable que mamá te mande a alguna parte para dar un recado. En tu camino serás agradablemente sorprendida por la llegada de la familia de tu tío”. X me transmitió enseguida lo que el ser invisible había dicho; yo estaba lejos de esperar esta llegada, y más sorprendida todavía por saberlo de esta manera. Tu hermana salió y las primeras personas que encontró fueron efectivamente mi hermano, su esposa y sus hijos que venían a vernos. X se apresuró a decirme que yo tenía una prueba más de la veracidad de todo lo que ella me decía.

10 de mayo de 1855.

Hoy no puedo dudar más de algo extraordinario que suceda en casa; veo realizarse todos esos hechos singulares sin miedo, pero no puedo extraer ninguna enseñanza, porque esos misterios son inexplicables para mí.

Ayer, después de haber ordenado todas las habitaciones –y tú sabes que es una cosa a la cual especialmente me dedico–, el ser invisible dijo a X que, a pesar de las pruebas que había dado de su intervención en todos los hechos curiosos que te he contado, yo siempre tenía dudas, que él quería hacer cesar completamente. Sin que se hubiese oído algún ruido, un minuto bastó como para poner un gran desorden en las habitaciones. Sobre el parquet, una sustancia roja había sido derramada; creo que era sangre. Si hubieran sido algunas gotas solamente, yo habría creído que X se hubiese cortado o hubiese sangrado por la nariz; pero imagínate que el piso estaba inundado. Esta prueba singular nos ha dado un considerable trabajo para devolverle al salón su brillo original.

Antes de abrir las cartas que nos envías, X conoce el contenido de las mismas. El ser invisible se lo transmite.

16 de mayo de 1855.

X no aceptó una observación que tu otra hermana le hizo, no sé a propósito de qué; dio una respuesta inapropiada y se la reproché con fundamento. Le di un castigo y se fue a acostar sin cenar. Antes de acostarse ella tiene el hábito de orar a Dios. Esa noche lo olvidó; pero pocos instantes después de que fuera a la cama el ser invisible se le apareció; le presentó un candelabro y un libro de oraciones similar al que ella tenía la costumbre de usar, y le dijo que a pesar del castigo que ella había bien merecido, no debía olvidarse de cumplir su deber. Entonces, ella se levantó, hizo lo que se le había ordenado, y todo desapareció tan pronto como terminó la oración.

A la mañana siguiente, después de haberme abrazado, X me preguntó si había sido retirado el candelero que se encontraba sobre la mesa en el piso superior de su cuarto. Ahora bien, ese candelabro, parecido al que le había sido presentado en la víspera, no se había movido de lugar, al igual que su libro de oraciones.

4 de junio de 1855.

Desde hace algún tiempo ningún hecho sobresaliente ha sucedido, con excepción del siguiente. Yo estaba resfriada en estos días; anteayer todas tus hermanas estaban ocupadas y no podía disponer de nadie para enviar a comprar la pomada pectoral. Le dije a X que cuando hubiese terminado su tarea que fuese a buscar algo a la farmacia más cercana. Ella se olvidó lo que le había encomendado hacer, y yo no pensé más en eso. Estoy segura que ella no salió, ni dejó su tarea sino para ir a buscar una sopera de la que teníamos necesidad. Su sorpresa fue grande, pues al sacar la tapa encontró un paquete de pastillas de cebada que el ser invisible había depositado allí para ahorrarle el mandado y también para satisfacer mi deseo, al que había perdido de vista.

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Hemos evocado a este Espíritu en una de las sesiones de la Sociedad y le hemos formulado las siguientes preguntas. El Sr. Adrien lo ha visto con los rasgos de un niño de 10 a 12 años; bella cabeza, cabellos negros y ondulados, ojos negros y vivaces, tez pálida, risa burlona, carácter ligero, pero benevolente. El Espíritu dijo que no sabía muy bien por qué lo habían evocado.

Nuestro corresponsal, que estaba presente en la sesión, dijo que esos eran los rasgos con los cuales la niña lo había descrito en varias circunstancias.

1. Hemos escuchado relatar la historia de tus manifestaciones en una familia de Bayonne y, al respecto, desearíamos dirigirte algunas preguntas. –Resp. Hacedlas y responderé; pero hacedlas rápido, porque estoy apurado y me tengo que ir.

2. ¿De dónde has tomado el dinero que dabas a la niña? –Resp. Lo he sacado de la bolsa de los otros; por supuesto que yo no iría a entretenerme en acuñar monedas. Las tomo de aquellos que las pueden dar.

3. ¿Por qué te has vinculado a esta niña? –Resp. Gran simpatía.

4. ¿Es verdad que has sido su hermano, muerto a la edad de 4 años? –Resp. Sí.

5. ¿Por qué eras visible para ella y no para su madre? –Resp. Mi madre debe estar privada de verme; pero mi hermana no tenía necesidad de castigo; además, fue con un permiso especial que le aparecí.

6. ¿Podrías explicarnos cómo te vuelves visible o invisible a voluntad? –Resp. No soy lo bastante elevado para explicar eso y estoy demasiado preocupado con lo que me atrae como para responder a esta pregunta.

7. ¿Podrías, si lo quisieras, aparecerte aquí en medio de nosotros, como te has mostrado en la mercería? –Resp. No.

8. En ese estado, ¿serías sensible al dolor si te hubieran golpeado? –Resp. No.

9. ¿Qué te habría sucedido si la señora de la mercería hubiese querido golpearte? –Resp.Hubiera golpeado en el vacío.

10. ¿Con qué nombre podemos designarte cuando hablemos de ti? –Resp. Llamadme de Duende, si queréis. Dejadme, es preciso que me vaya.

11. (A san Luis). ¿Sería útil tener a las órdenes a un Espíritu semejante? –Resp. A menudo los tenéis a vuestro alrededor y os asisten sin que lo sospechéis.



Consideraciones sobre el Duende de Bayonne

Si comparamos estos hechos con los de Bergzabern, de los cuales nuestros lectores ciertamente no han perdido el recuerdo, se verá una diferencia capital. El de Bergzabern era más que un Espíritu golpeador: era –y lo es todavía en este momento– un Espíritu perturbador, en toda la acepción de la palabra. Sin hacer el mal, es un comensal muy incómodo y muy desagradable, sobre el cual volveremos en nuestro próximo número con las noticias de sus recientes proezas. Al contrario, el de Bayonne es de preferencia benevolente y atento; es el tipo de esos buenos Espíritus serviciales, cuyas hazañas nos son narradas por las leyendas alemanas: nueva prueba de que en las historias legendarias puede haber un fondo de verdad. Además, se ha de concordar que la imaginación tendría poco por hacer para poner a esos hechos a la altura de una leyenda, los cuales podrían ser tomados como un cuento de la Edad Media, si no hubiesen sucedido –por así decirlo– bajo nuestros ojos.

Uno de los rasgos más salientes del Espíritu al que hemos dado el nombre de Duende de Bayonne, son sus transformaciones. ¿Qué se dirá ahora de la fábula de Proteo? Existe todavía esta diferencia entre el Espíritu de Bayonne y el de Bergzabern: que este último solamente se ha mostrado en sueño, mientras que nuestro pequeño travieso se volvía visible y tangible –como una persona real– no sólo a su hermana, sino a extraños; lo prueba la compra de botones en la mercería. ¿Por qué no se mostraba a todos y a toda hora? Es lo que no sabemos; parece que eso no estaba en su poder, y que incluso no podía permanecer por mucho tiempo en ese estado. Tal vez era preciso para esto un trabajo íntimo, un poder de voluntad por encima de sus fuerzas.

Nuevos detalles nos han sido prometidos sobre estos fenómenos extraños; tendremos ocasión de volver a los mismos.