Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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El lazo entre el Espíritu y el cuerpo

Una de nuestras amigas, la Sra. Schutz, que pertenece a este mundo y que no parece querer dejarlo tan pronto, habiendo sido evocada mientras ella dormía, más de una vez nos ha dado pruebas de la perspicacia de su Espíritu en ese estado. Un día o, mejor dicho, una noche, después de una conversación bastante extensa, ella dijo: Estoy fatigada; tengo necesidad de reposo; duermo, pero mi cuerpo precisa descansar.

Sobre este asunto, le hice la siguiente observación: Vuestro cuerpo puede reposar; al hablaros, yo no lo perjudico; es vuestro Espíritu que está aquí y no vuestro cuerpo; por lo tanto, podéis conversar conmigo, sin que éste sufra. Ella respondió:

«Os equivocáis al creer esto; mi Espíritu se desprende muy poco de mi cuerpo, pero es como un globo cautivo que está retenido por cuerdas. Cuando el globo recibe las sacudidas causadas por el viento, el poste que lo mantiene cautivo siente la conmoción de las mismas, transmitidas por esas cuerdas. Mi cuerpo es como si fuese el poste para mi Espíritu, con la diferencia de que experimenta sensaciones desconocidas para el poste, y que dichas sensaciones fatigan mucho al cerebro: he aquí por qué mi cuerpo –como mi Espíritu– precisa de reposo.»

Esta explicación, en la cual ella nos ha declarado que, durante la vigilia, nunca había pensado, muestra perfectamente las relaciones que existen entre el cuerpo y el Espíritu, cuando este último disfruta una parte de su libertad. Sabíamos muy bien que la separación absoluta sólo ocurre después de la muerte, e incluso algún tiempo después de la muerte; pero jamás este lazo nos había sido descripto con una imagen tan clara y tan admirable; por eso hemos felicitado sinceramente a esta dama, por tanta lucidez que ha tenido mientras dormía.

Entretanto, esto no nos parecía sino una ingeniosa comparación, cuando últimamente esta figura tomó proporciones reales. El Sr. R..., antiguo ministro residente en los Estados Unidos junto con el rey de Nápoles –hombre muy esclarecido sobre Espiritismo–, habiendo venido a vernos, nos preguntó si en los fenómenos de las apariciones ya habíamos observado una particularidad distintiva entre el Espíritu de una persona viva y el de una persona muerta; en una palabra, si tendríamos un medio de reconocer cuándo la persona está muerta o viva, en el momento en que un Espíritu aparece espontáneamente, ya sea durante la vigilia o durante el sueño. Al responderle que no teníamos otro medio sino el de preguntar al Espíritu, nos dijo que conocía en Inglaterra a un médium vidente, dotado de un gran poder que, cada vez que el Espíritu de una persona viva se le presentaba, notaba un rastro luminoso que salía del pecho, que cruzaba el espacio sin ser interrumpido por obstáculos materiales, y que terminaba en el cuerpo; era una especie de cordón umbilical que unía las dos partes momentáneamente separadas del ser vivo. Nunca lo notó cuando la vida corporal ya se había extinguido, y era por esta señal que reconocía si el Espíritu era el de una persona muerta o aún viva.

La comparación de la Sra. Schutz nos ha vuelto al pensamiento y la tomamos como una confirmación del hecho que acabamos de relatar. Sin embargo, haremos una observación al respecto.

Se sabe que en el momento de la muerte la separación no es brusca; el periespíritu se desprende poco a poco, y mientras dura la turbación, conserva una cierta afinidad con el cuerpo. ¿No sería posible que el lazo observado por el médium vidente, del que acabamos de hablar, subsistiera aún cuando el Espíritu aparece en el propio momento de la muerte, o pocos instantes después, como frecuentemente sucede? En este caso, la presencia de ese cordón no sería un indicio de que la persona está viva. El Sr. R... no ha podido decirnos si el médium ha notado esto. En todo caso, la observación no es menos importante y derrama una nueva luz sobre lo que podemos llamar la fisiología de los Espíritus.