Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

Volver al menú
El alma errante

En un volumen intitulado: Les Six Nouvelles,[1] de Maxime Ducamp, se encuentra una historia conmovedora que recomendamos a nuestros lectores. Es un alma errante que relata sus propias aventuras.

No tenemos el honor de conocer al Sr. Maxime Ducamp, a quien nunca hemos visto; por consecuencia, no sabemos si ha extraído sus enseñanzas de su propia imaginación o en los estudios espíritas; pero, sea como fuere, él no podría haber estado más felizmente inspirado. Podemos apreciar esto por el siguiente fragmento. No hablaremos del género fantástico en el cual la novela está encuadrada; es un accesorio sin importancia y puramente formal.

“Yo soy un alma errante, un alma en pena; vago a través de los espacios en espera de un cuerpo. Viajo en las alas del viento, en el azul del cielo, en la canto de los pájaros, en las pálidas claridades de la luna; soy un alma errante...

“Desde el instante en que Dios nos ha separado de Él, hemos vivido en la Tierra muchas veces, subiendo de generación en generación, abandonando sin lamento los cuerpos que nos han sido confiados y continuando la obra de nuestro propio perfeccionamiento a través de las existencias por las que hemos pasado.

“Cuando dejamos este incómodo anfitrión que nos sirve tan mal; cuando él va a fecundar y a renovar la tierra de donde ha salido; cuando, en libertad, abrimos finalmente nuestras alas, entonces Dios nos da a conocer nuestro objetivo. Vemos nuestras existencias anteriores; evaluamos el progreso realizado durante siglos; comprendemos las puniciones y las recompensas que nos han llegado, por las alegrías y por los dolores de nuestra vida; vemos que nuestra inteligencia crece de nacimiento en nacimiento y aspiramos al estado supremo por el cual dejaremos esta patria inferior para alcanzar los planetas radiantes donde las pasiones son más elevadas, el amor menos ambicioso, la felicidad más tenaz, los órganos más desarrollados, los sentidos más numerosos, cuya morada es reservada a los mundos que, por sus virtudes, están más próximos a la beatitud que nosotros.

“Cuando Dios nos envía nuevamente a cuerpos que deben vivir una vida miserable –para nosotros–, perdemos toda la conciencia de aquello que ha precedido a esos nuevos nacimientos; el yo, que había despertado, adormece una vez más, no persiste más y, de nuestras existencias pasadas, no restan sino vagas reminiscencias que causan en nosotros las simpatías, las antipatías y a veces también las ideas innatas.

“No hablaré de todas las criaturas que han vivido en mi soplo; pero en mi última vida he sufrido un infortunio tan grande, que es sólo de ésta que quiero contarles la historia.”

Sería difícil definir mejor el principio y el objetivo de la reencarnación, el progreso de los seres, la pluralidad de los mundos y el futuro que nos espera. He aquí ahora, en dos palabras, la historia de esta alma: Un joven amaba a una muchacha y era correspondido por ella; pero había obstáculos que se oponían a su unión. Entonces él le pidió a Dios que permitiese que su alma se desprendiera del cuerpo durante el sueño, a fin de que pudiese ir a ver a su bienamada. Este favor le fue concedido. Por consiguiente, todas las noches su alma echaba vuelo y dejaba el cuerpo en un estado completo de inercia, de donde no salía sino cuando el alma regresaba al cuerpo. Durante ese tiempo, iba a visitar a su amada: él la veía sin que ella lo sospechara; quería hablarle, pero ella no lo escuchaba; la observaba en sus menores movimientos y sorprendía su pensamiento. Era feliz con las alegrías de ella y se entristecía con sus dolores. Nada más gracioso y más delicado que el cuadro de estas escenas entre la muchacha y el alma invisible. “¡Pero qué fragilidad la del ser encarnado! Un día, o mejor dicho, una noche, él se olvidó de regresar; pasaron tres días sin que pensara en su cuerpo, que no puede vivir sin el alma. De repente pensó en su madre que lo esperaba y que debía estar preocupada con un sueño tan prolongado. Entonces, corrió hacia el cuerpo, pero era demasiado tarde: su cuerpo había dejado de vivir. Asistió a sus funerales y consoló a su madre. Desesperada, su novia no quiso oír hablar de ninguna otra unión; sin embargo, vencida por las solicitaciones de su propia madre, acabó cediendo después de una larga resistencia. El alma errante le perdonó una infidelidad que no estaba en su pensamiento; pero para recibir sus caricias y no dejarla más, pidió encarnarse en el hijo que iba a nacer.”

Si el autor no está convencido de las ideas espíritas, se ha de concordar que él representa muy bien su papel.



[1] Librairie Nouvelle, Boulevard des Italiens. [Nota de Allan Kardec.]