El Espíritu y el jurado Uno de nuestros corresponsales, hombre de un gran saber y provisto de títulos científicos
oficiales, lo que no le impide la inclinación de creer que tenemos un alma, que esta alma sobrevive al cuerpo, que después de la muerte permanece errante en el espacio y aún puede comunicarse con los vivos –ya que él mismo es muy buen médium y tiene numerosas conversaciones con los seres del Más Allá–, nos dirige la siguiente carta:
«Señor,
«Tal vez juzguéis oportuno dar lugar en vuestra interesante
Revista al siguiente hecho.
«He sido jurado hace algún tiempo; el Supremo Tribunal de Justicia en lo Criminal debía juzgar a un joven, apenas salido de la adolescencia, acusado de haber asesinado a una mujer de edad en horribles circunstancias. El acusado confesaba y contaba los detalles del crimen con una impasibilidad y un cinismo que hacían estremecer a la asamblea.
«Sin embargo, era fácil prever que, considerando su edad, su absoluta falta de educación y las incitaciones que había recibido en su familia, serían solicitadas para él circunstancias atenuantes, ya que echaba la culpa a la cólera que lo habría hecho obrar así ante una provocación por injurias.
«He querido consultar a la víctima sobre el grado de culpabilidad del joven. La llamé durante una sesión a través de una evocación mental; ella me dio a conocer que estaba presente y yo puse mi mano a su disposición. He aquí la conversación que hemos tenido, yo mentalmente y ella a través de la escritura:
“–
Preg. ¿Qué pensáis de vuestro asesino? –
Resp. No seré yo quien lo acuse.
“–
Preg. ¿Por qué? –
Resp. Porque él ha sido instigado al crimen por un hombre que me hizo la corte hace cincuenta años y que, al no haber obtenido nada de mí, juró vengarse. Conservó en la muerte su deseo de venganza y se aprovechó de las disposiciones del acusado para inspirarle el deseo de matarme.
“–
Preg. ¿Cómo lo sabéis? –
Resp. Porque él mismo me lo ha dicho cuando llegué al mundo en que hoy habito.
“–
Preg. Comprendo vuestra reserva ante esa incitación que vuestro asesino no rechazó como debía y podía; pero ¿no pensáis que la inspiración criminal a la cual él ha obedecido tan voluntariamente, no tendría el mismo poder sobre él si no hubiese alimentado y fomentado durante mucho tiempo sentimientos de envidia, de odio y de venganza contra vos y vuestra familia? –
Resp. Seguramente; sin esto él habría sido más capaz de resistir. Por eso es que dije que aquel que se quiso vengar se aprovechó de las disposiciones de ese joven; como bien lo comprendéis, aquél no se habría dirigido a alguien que se dispusiera a resistir.
“–
Preg. ¿Él goza con su venganza? –
Resp. No, porque ve que le costará caro y, además, en lugar de hacerme mal, me ha prestado un servicio al hacerme entrar antes en el mundo de los Espíritus, donde soy más feliz; por lo tanto, ha sido una mala acción, sin provecho para él.
«Circunstancias atenuantes fueron admitidas por el jurado sobre los motivos indicados anteriormente, y la pena de muerte fue descartada.
«Acerca de lo que acabo de relatar, hay una observación moral de alta importancia que debe ser hecha. En efecto, es necesario sacar en conclusión que el hombre debe vigilar hasta sus menores pensamientos malos, hasta sus malos sentimientos, aparentemente los más esquivos, porque éstos tienen la propiedad de atraer hacia él a Espíritus malos y corruptos, y de ofrecerlo –débil y desarmado– a sus inspiraciones culpables: es una puerta que él abre al mal, sin comprender su peligro. Por consiguiente, ha sido con un profundo conocimiento del hombre y del mundo espiritual que Jesucristo ha dicho: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón.” (Mateo, 5:28.)
«Atentamente,
SIMON M...»