Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Conversaciones familiares del Más Allá

Señora Ida Pfeiffer, célebre viajera
(Sociedad7 de septiembre de 1859.)


El siguiente relato ha sido extraído de Mi segundo viaje alrededor del mundo, de la Señora Ida Pfeiffer, página 345.

“Puesto que voy a hablar de cosas tan extrañas, es preciso que yo haga mención de un acontecimiento enigmático que sucedió hace varios años en Java y que tuvo tanta repercusión, que llegó a llamar la atención del gobierno.

“En la residencia de Cheribonhabía una casita en la cual, según decía el pueblo, aparecían Espíritus. Al caer la tarde, comenzaban a llover piedras de todos los lados en el cuarto, y por todas partes caían escupidas de siri.[1] Las piedras, así como también los escupitajos, caían muy cerca de las personas que se encontraban en la pieza, pero sin herirlas ni alcanzarlas. Parece que todo esto era principalmente dirigido contra un niño. Se habló tanto de este asunto inexplicable que finalmente el gobierno holandés encargó a un oficial superior, que merecía su confianza, para examinarlo. Éste puso alrededor de la casa a hombres serios y fieles, con la orden de prohibir la entrada o la salida de cualquier persona; examinó todo escrupulosamente y, poniendo en su regazo al niño mencionado, se sentó en el cuarto fatal. Al atardecer, la lluvia de piedras y de siri comenzó como de costumbre: todo caía cerca del oficial y del niño, sin alcanzarlos. Nuevamente se examinó cada rincón, cada recoveco, pero no se descubrió nada: el oficial no podía entender lo sucedido. Mandó recoger las piedras, haciéndolas marcar y esconder en un lugar bien alejado. Fue todo en vano: las propias piedras volvieron a caer en la pieza a la misma hora. Finalmente, para poner un término a esa historia inconcebible, el gobernador ordenó derrumbar la casa.”

La persona que ha compilado este hecho, en 1853, ha sido una mujer verdaderamente superior, menos por su instrucción y por su genio que por la increíble energía de su carácter. Además de esa ardiente curiosidad y de ese coraje indomable, que han hecho de ella la más notable viajera que jamás haya existido, la Señora Pfeiffer no tenía en su carácter nada de excéntrico. Era una mujer de una piedad suave y esclarecida, habiendo dado prueba muchas veces de que estaba lejos de ser supersticiosa: ella tenía como ley contar solamente lo que hubiese visto por sí misma, o lo que obtuviera de fuente segura. (Ver la Revue de Paris del 1° de septiembre de 1856 y el Dictionnaire des Contemporains, de Vapereau.)

1. Evocación de la Señora Pfeiffer. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Estáis sorprendida con nuestro llamado y por encontraros entre nosotros? –Resp. Estoy sorprendida con la rapidez de mi viaje.

3. ¿Cómo fuisteis avisada que deseábamos hablaros? –Resp. Fui traída aquí sin sospechar de nada.

4. Entretanto, debéis haber recibido algún aviso. –Resp. Una atracción irresistible.

5. ¿Dónde estabais cuando os llamamos? –Resp. Estaba junto con un Espíritu que tengo la misión de guiar.

6. ¿Tuvisteis conciencia de los lugares que habéis cruzado para llegar hasta aquí, o aquí os encontrasteis súbitamente, sin transición? –Resp. Súbitamente.

7. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Sí, no se puede ser más feliz.

8. ¿De dónde os venía ese acentuado gusto por los viajes? –Resp. Yo había sido marino en una vida anterior, y el gusto que tenía por los viajes en esa existencia se reflejó en ésta, a pesar del sexo que yo había elegido para sustraerme a eso.

9. ¿Vuestros viajes han contribuido para vuestro adelanto
como Espíritu? –Resp. Sí, porque los hice con un espíritu de observación, que me faltó en la existencia precedente en que sólo me ocupaba del comercio y de los intereses materiales: es por esto que yo creía que iba avanzar más en una vida sedentaria; pero Dios, tan bueno y tan sabio en sus designios –que no podemos penetrar–, permitió que usase mis inclinaciones para ponerlas a servicio del adelanto que yo solicitaba.

10. De las naciones que habéis visitado, ¿cuál es la que os pareció más avanzada y que mereció vuestra preferencia? ¿No habíais dicho, cuando encarnada, que pondríais ciertas tribus de Oceanía por encima de las naciones civilizadas? –Resp. Era una idea errada. Hoy prefiero a Francia, porque comprendo su misión y preveo su destino.

11. ¿Cuál es el destino que prevéis para Francia? –Resp. No puedo deciros su destino; pero su misión es la de esparcir el progreso, las luces y, por consiguiente, el verdadero Espiritismo.

12. Los salvajes de Oceanía, ¿en qué os parecían más adelantados que los americanos? –Resp. Encontré en aquéllos, dejando a un lado los vicios vinculados al estado salvaje, cualidades serias y sólidas que no encontré en éstos.

13. ¿Confirmáis el hecho que habría sucedido en Java y que está relatado en vuestras obras? –Resp. Lo confirmo en parte; el hecho ocurrido con las piedras marcadas y arrojadas nuevamente merece una explicación: eran piedras similares, pero no las mismas.

14. ¿A qué atribuís ese fenómeno? –Resp. No sabía a qué atribuirlo: me preguntaba si, en efecto, el diablo existiría; respondí a mí misma: No, y me quedaba en eso.

15. Ahora que comprendéis la causa, ¿podríais decirnos de dónde venían esas piedras? ¿Eran transportadas o fabricadas especialmente por los Espíritus? –Resp. Eran transportadas. Para ellos era más fácil traerlas que aglomerarlas.

16. Y ese siri, ¿de dónde provenía? ¿Era fabricado por ellos? –Resp. Sí: era más fácil y, además, inevitable, puesto que hubiera sido imposible encontrarlo totalmente preparado.

17. ¿Cuál era el objetivo de esas manifestaciones? –Resp. Como siempre, llamar la atención y hacer constatar un hecho del que tanto se habló y del cual se buscaba una explicación.

Nota – Alguien observa que esta constatación no podría llevar a ningún resultado serio entre tales pueblos; pero responden que hay un resultado real, ya que, por el relato y el testimonio de la Señora Pfeiffer, el hecho llegó al conocimiento de los pueblos civilizados, que lo comentan y que extraen sus consecuencias. Además, los holandeses han sido llamados para constatarlos.

18. ¿Debería haber un motivo especial en lo que respecta principalmente al niño, atormentado por esos Espíritus? –Resp. El niño poseía una influencia favorable: he aquí todo, puesto que personalmente no sufrió toque alguno.

19. Ya que esos fenómenos eran producidos por los Espíritus, ¿por qué cesaron cuando la casa fue demolida? –Resp. Cesaron porque juzgaron inútil continuar con los mismos, lo que no significa que no hubiesen podido continuar.

20. Os agradecemos por haber venido y por haber tenido a bien responder a nuestras preguntas. –Resp. Estoy enteramente a vuestra disposición.

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Privat d’Anglemont
(Primera conversación, 2 de septiembre de 1859.)
Hemos leído en el periódico Le Pays (El País) del 15 ó 16 de agosto de 1859, la siguiente Noticia Necrológica sobre el literato Privat d’Anglemont, fallecido en el Hospital Dubois.

“Sus excentricidades nunca hicieron mal a nadie; sólo la última fue mala y se volvió contra él. Al entrar en la casa de salud donde acaba de fallecer –pero en la que falleció feliz debido a un nuevo bienestar–, Privat d’Anglemont inventó decir que era anabaptista y adepto de la doctrina de Swedenborg. ¡Había dicho tantas otras cosas en su vida! Pero esta vez la muerte le tomó la palabra y no lo dio tiempo para desdecirse. Por consiguiente, le fue negado el supremo consuelo de la cruz a la cabecera de su lecho; su cortejo fúnebre se deparó con una iglesia, pero tuvo que pasar de largo. La cruz tampoco vino a recibirlo a la puerta del cementerio. Cuando el ataúd fue sepultado en la tumba, Edouard Fournier,que pronunció sentidas palabras junto a ese pobre cuerpo, sólo se atrevió a desearle el descanso eterno; todos sus amigos se alejaron, atónitos, por no haberlo saludado uno a uno con aquella agua que se parece con las lágrimas y que purifica. Por lo tanto, haced una suscripción después de esto, ¡e intentad edificar algo sobre una sepultura sin esperanza! ¡Pobre Privat! Lo pongo en las manos de Aquel que conoce todas las miserias de nuestra alma y que ha puesto el perdón como ley en la efusión de un corazón afectuoso.”

Haremos previamente una observación sobre esta Noticia. ¿No hay algo de atroz en ese pensamiento de una sepultura sin esperanza, y que ni siquiera merece el honor de un monumento? Sin duda, la vida de Privat podría haber sido más meritoria; es indiscutible que tuvo sus defectos; pero nadie dijo que era un hombre malo que –como tantos otros– hacía el mal por el placer de hacerlo, bajo el manto de la hipocresía. ¿Se debe creer que, porque en sus últimos momentos en la Tierra fue privado de las oraciones concedidas a los creyentes, oraciones que sus amigos poco caritativos tampoco le ofrecieron, Dios lo condene para siempre y que no le deje sino el descanso eterno como suprema esperanza? Dicho de otro modo, ¿que él no sería más que un animal a los ojos de Dios, justamente Privat que era un hombre de inteligencia, indiferente –es cierto– a los bienes y favores del mundo, que vivía a cada día sin preocuparse con el mañana, pero siendo en definitiva un hombre de pensamiento o un genio trascendente? De este modo, ¡cuán asustador debe ser el número de los que se sumergen en la nada! Convengamos que los Espíritus nos dan una idea mucho más sublime de Dios, presentándolo siempre dispuesto a tender una mano al que reconoce sus errores, al cual Él deja siempre un áncora de salvación.

1. Evocación. –Estoy aquí; ¿qué deseáis, amigos míos?

2. ¿Tenéis una conciencia nítida de vuestra situación actual? –Resp. No, no totalmente, pero espero no tardar en tenerla, porque felizmente para mí, Dios no parece que quiere alejarme de Él, a pesar de la vida casi inútil que yo he llevado en la Tierra; pero más tarde tendré una posición bastante feliz en el mundo de los Espíritus.

3. ¿Os habéis reconocido inmediatamente en el momento de vuestra muerte? –Resp. He pasado por una turbación, lo que es comprensible, pero no tanto como se podría suponer, porque siempre he apreciado lo que era etéreo, poético, soñador.

4. ¿Podríais describirnos lo que ha sucedido con vos en aquel momento? –Resp. No ha sucedido nada de extraordinario y diferente de lo que ya sabéis; por consiguiente, es inútil hablar aún de eso.

5. ¿Veis las cosas tan claramente como cuando encarnado? –Resp. No, todavía no; pero las veré.

6. ¿Qué impresión os causa la visión actual de los hombres y de las cosas? –Resp. Dios mío, aquello que siempre he pensado.

7. ¿En qué os ocupáis? –Resp. No hago nada; estoy errante; no busco una posición social, sino una posición espírita; otro mundo, otra ocupación: es la ley natural de las cosas.

8. ¿Podéis transportaros para todas las partes que queréis? –Resp. No; yo sería muy feliz; mi mundo es limitado.

9. ¿Necesitáis de un tiempo apreciable para transportaros de un lugar a otro? –Resp. Bastante apreciable.

10. Cuando encarnado, constatabais vuestra individualidad por medio del cuerpo; pero ahora que no tenéis más este cuerpo, ¿cómo
la constatáis? –Resp. ¡Oh, qué extraño! He aquí una cosa en la cual aún no había pensado; tienen razón los que dicen que aprendemos algo nuevo todos los días. Gracias, querido compañero.

11. ¡Pues bien! Ya que llamamos vuestra atención sobre este punto, ¿tendríais la bondad de reflexionar al respecto y de respondernos? –Resp. Os he dicho que estoy limitado en cuanto al espacio; pero infelizmente también lo soy en cuanto al pensamiento, ¡justamente yo, que siempre he tenido una viva imaginación! Os responderé más tarde.

12. ¿Cuál era, cuando encarnado, vuestra opinión sobre el estado del alma después de la muerte? –Resp. Creía que ella era inmortal, como es evidente; pero os confieso, avergonzado, que yo no creía o –al menos– no tenía una opinión bien segura sobre la reencarnación.

13. ¿Cuál era el origen del carácter original que os distinguía? –Resp. No tenía una causa directa; mientras que otros son profundos, serios, filósofos, yo era alegre, vivaz, original. Es una variedad de carácter: he aquí todo.

14. Por vuestro talento, ¿no podríais haberos liberado de esa vida bohemia que os dejaba preso a las necesidades materiales, pues creo que os faltaba frecuentemente lo necesario? –Resp. Muy frecuentemente; pero, ¿qué queréis? Yo vivía como me ordenaba mi carácter. Luego, nunca supe doblarme a los tontos convencionalismos del mundo; no sabía lo que era mendigar una protección; el arte por el arte: he aquí mi principio.

15. ¿Cuál es vuestra esperanza para el futuro? –Resp. Todavía no lo sé.

16. ¿Recordáis la existencia que precedió a la que acabáis de dejar? –Resp. Fue buena.

Nota – Alguien hace observar que estas últimas palabras podrían ser tomadas como una exclamación irónica, lo que sería propio del carácter de Privat. Éste respondió espontáneamente:

Os pido mil disculpas; yo no estaba bromeando; soy, en verdad, un Espíritu poco instructivo para vosotros; pero, en fin, no quiero bromear con cosas serias. Terminemos aquí; no quiero hablar más. Hasta luego.


(Segunda conversación, 9 de septiembre de 1859.)

1. Evocación. –Resp. Veamos, amigos míos, ¿entonces no habéis terminado de hacerme vuestras preguntas muy sensatas, pero a las cuales no puedo responder?

2. Indudablemente es por modestia que decís esto; porque la inteligencia que habéis mostrado cuando encarnado, y la manera como habéis respondido prueban que vuestro Espíritu está por encima del vulgo. –Resp. ¡Adulador!

3. No, no adulamos; decimos lo que pensamos; además
sabemos que la adulación no tiene sentido con los Espíritus. Por ocasión de vuestra conversación anterior, nos habéis dejado bruscamente; ¿podríais decirnos la razón? –Resp. He aquí la razón en toda su simplicidad: Vos me habéis hecho preguntas tan ajenas a mis ideas que yo estaba en un gran aprieto para responderlas; comprended, entonces, el estrecho impulso de orgullo que he sentido al quedarme callado.

4. ¿Veis a otros Espíritus a vuestro alrededor? –Resp. Los veo en cantidad: aquí, allí y por todas partes.

5. ¿Reflexionasteis acerca de la pregunta que os hicimos y sobre la cual dijisteis que responderíais en otra ocasión? Os la repito: Cuando encarnado, constatabais vuestra individualidad por medio del cuerpo; pero ahora que no tenéis más este cuerpo, ¿cómo la constatáis? En una palabra, ¿cómo os distinguís de los otros seres espirituales que veis a vuestro alrededor? –Resp. Si consigo expresar lo que siento, os diré que aún conservo una especie de esencia que me da mi individualidad y que no me deja ninguna duda de que soy realmente yo, aunque esté muerto para la Tierra. Aún estoy en un mundo nuevo, muy nuevo para mí... (Después de vacilar un poco) En fin, constato mi individualidad por mi periespíritu, que es la forma que yo tenía en ese mundo.

Observación – Pensamos que esta última respuesta le ha sido soplada por otro Espíritu, porque la precisión de la misma contrasta con las dificultades que parece mostrar al principio.

6. ¿Asististeis a vuestros funerales? –Resp. Sí, pero no sé bien por qué.

7. ¿Qué sentimientos habéis tenido? –Resp. Vi con placer y con gran satisfacción que, al dejar la Tierra, dejé allí muchos pesares.

8. ¿De dónde os vino la idea de deciros anabaptista y swedenborguiano? ¿Habíais estudiado la doctrina de Swedenborg? –Resp. Era otra de mis ideas excéntricas.

9. ¿Qué pensáis de la pequeña Noticia Necrológica publicada sobre vos en Le Pays? –Resp. Estoy en un aprieto, creedlo; si publicáis esas comunicaciones en la Revista, lo cual da placer a quien las ha escrito, ¿qué diré yo, para quien las mismas han sido hechas? ¿Que son bellas frases, nada más que bellas frases?

10. ¿Regresáis algunas veces a los lugares que habéis frecuentado cuando encarnado, y visitáis a los amigos que habéis dejado? –Resp. Sí, y me atrevo a decir que todavía encuentro en eso una cierta satisfacción. Con respecto a los amigos, los tenía muy poco sinceros; muchos me apretaban la mano sin atreverse a decirme que yo era excéntrico y, por la espalda, me criticaban y me llamaban de loco.

11. ¿Adónde iréis al dejarnos? No pregunto por indiscreción, sino para nuestra instrucción. –Resp. ¿Adónde iré?... Veamos... ¡Ah! Tengo una excelente idea... Voy a concederme una pequeña alegría..., sólo una vez no se vuelve un hábito... Daré un pequeño paseo: voy a visitar un cuartito que durante mi vida me ha dejado muy agradables recuerdos... Sí, es una buena idea; allí pasaré la noche a la cabecera de un pobre diablo: un escultor que esta noche no ha cenado y que le ha pedido al sueño el alivio de su hambre... Quien duerme, cena... ¡Pobre joven! Quedate tranquilo: voy a prepararte sueños magníficos.

12. ¿Podría saber la dirección de este escultor para poder ayudarlo? –Resp. He aquí una pregunta que podría ser indiscreta, si yo no conociese el loable sentimiento que la dicta... No puedo responder a esta pregunta.

13. ¿Tendríais la bondad de dictarnos algo, a continuación, sobre un tema de vuestra elección? Vuestro talento de literato debe volver fácil la tarea. –Resp. Todavía no; entretanto, sois tan afable y tan compasivo que os prometo escribir alguna cosa. Ahora, quizás, yo sería un poco elocuente; pero temo que mis comunicaciones sean todavía muy terrestres; dejad que mi alma se depure un poco; permitid que ella deje esta envoltura grosera que aún la retiene, para entonces prometeros una comunicación. Solamente os pido una cosa: rogad a Dios, nuestro soberano Señor, que me conceda el perdón y el olvido de mi inutilidad en la Tierra, porque cada hombre tiene una misión en este mundo. ¡Infeliz de aquel que no la cumple con fe y con religiosidad! ¡Orad, orad! Hasta pronto.


(Tercera conversación)

Estoy aquí desde hace tiempo. Prometí decir algo y lo diré.

Amigos míos, sabed que nada es más difícil que hablar así, sin preámbulos, y que abordar directamente un tema serio. Un sabio no prepara sus obras sino después de prolongadas reflexiones, después de haber madurado mucho tiempo lo que debe decir, lo que debe emprender. Con respecto a mí, lamento por aún no haber encontrado un tema digno de vosotros; yo no podría deciros más que puerilidades; por consiguiente, prefiero pediros una postergación para la sesión de la semana que viene, como se dice en el tribunal; quizás, entonces, yo haya encontrado algo que pueda interesaros e instruiros.

Habiendo el médium insistido mentalmente para que él dijera algo, agregó: Pero, querido amigo, ¡veo que estás sorprendido! No, prefiero permanecer como oyente; ¿tú no sabes, pues, que hay tanta instrucción para mí como para vos en escuchar lo que aquí se estudia? No; os repito, permaneceré como un simple oyente; es un papel que será para mí mucho más instructivo. A pesar de tu insistencia, no deseo responder. ¿Crees entonces que sería más agradable para mí que se diga: –¡Ah!, esta noche han evocado a Privat d’Anglemont. –¿Es verdad? ¿Y qué ha dicho? –Nada, absolutamente nada. –¡Gracias! Prefiero que se conserve de mí una buena opinión. Cada uno con sus ideas.

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Comunicación espontánea de Privat d’Anglemont
(Cuarta conversación, 30 de septiembre de 1859.)

«Finalmente el Espiritismo tiene una gran repercusión en todas partes, y he aquí que los diarios se ocupan de Él, aunque de una manera indirecta, al citar hechos extraordinarios de apariciones, golpes, etc. Mis ex colegas citan los hechos sin comentarios, dando así prueba de inteligencia, porque la Doctrina Espírita nunca debe ser mal discutida o tomada como cosa mala. Entretanto, no admiten todavía la veracidad del papel del médium; ellos dudan. Pero yo refuto sus objeciones diciéndoles esto: ellos mismos son médiums. Todos los grandes y pequeños escritores son médiums, en mayor o en menor grado; y lo son en el sentido de que los Espíritus que se encuentran a su alrededor actúan sobre su sistema mental, inspirándoles frecuentemente pensamientos que ellos se jactan de haberlos creado. Ciertamente jamás sospecharían que yo, Privat d’Anglemont, un Espíritu ligero por excelencia, pudiese haber resuelto esta cuestión; sin embargo, no digo más que la verdad y, como prueba, presento una situación muy sencilla: ¿Cómo explicáis que después de haber escrito durante algún tiempo, ellos están como en una especie de sobreexcitación y en un estado febril poco común? Diréis que es por el esfuerzo de la atención. Pero cuando estáis muy atentos a una cosa, por ejemplo, al observar un cuadro, ¿tenéis fiebre? ¡No, claro que no! Por consiguiente, es necesario que haya otra causa. ¡Pues bien! Lo repito: la causa está en el modo de comunicación que existe entre el cerebro del escritor y los Espíritus que lo rodean. Ahora, estimados colegas, si os parece bien, fustigad al Espiritismo, burlaros y reíros de Él, porque ciertamente os burlaréis de vosotros al dar más tarde azotes para vosotros mismos... ¿Me comprendéis?»

PRIVAT D’ANGLEMONT

El médium que sirvió de intérprete a Privat d’Anglemont en la Sociedad, al haber tenido la idea de evocarlo en particular, obtuvo de él la siguiente conversación. Parece que este Espíritu tuvo por él un cierto afecto, ya sea porque encontró un instrumento fácil o porque se estableció entre ambos una simpatía. Este médium es un joven principiante en la carrera literaria y sus prometedores ensayos anuncian aptitudes que sin duda Privat tendrá el placer de alentar.
1. Evocación.

Resp. Estoy aquí; ya estoy contigo desde hace algún tiempo; esperaba esta evocación de tu parte. He sido yo quien hace poco te ha inspirado algunos buenos pensamientos que has tenido; querido amigo, esto era para confortarte un poco y para hacerte soportar con más coraje las penas de este mundo. ¿Creéis, pues, que yo no he sufrido también –más de lo que se imagina–, todos vosotros que sonreís de mis excentricidades? Y bajo esa coraza de indiferencia que yo siempre llevaba, ¡cuántas tristezas y dolores no he escondido! Sólo tenía una cualidad muy preciosa para un literato o para un artista: no importa en qué ocasión, yo siempre he amenizado mis sufrimientos con alegría. Cuando sufría demasiado, yo hacía chistes, juegos de palabras, bromas. ¡Cuántas veces el hambre, la sed y el frío han golpeado a mi puerta! ¡Y cuántas veces les respondí con una prolongada y alegre carcajada! Carcajada simulada, dirás. ¡Pues bien! No, no amigo mío, te confieso que yo era sincero. ¿Qué quieres? Siempre he tenido el más despreocupado carácter que se pueda tener. Nunca me preocupé con el futuro, con el pasado ni con el presente. Siempre viví como un verdadero bohemio, subsistiendo a cada día, gastando cinco francos cuando los tenía e incluso cuando no los tenía; y no era más rico, cuatro días después de haber recibido dinero, de lo que lo había sido en la víspera.

Ciertamente no deseo a nadie esta vida inútil, incoherente e irracional que he llevado. Las excentricidades no son más de nuestro tiempo; por esto mismo, las nuevas ideas han hecho muy rápidos progresos. Es una vida de la que de ninguna manera me jacto, y de la cual a veces me avergüenzo. La juventud debe ser estudiosa: a través del trabajo debe buscar fortificar su inteligencia, a fin de conocer y apreciar mejor a los hombres y a las cosas.

Jóvenes, desengañaos si creéis que al salir del colegio ya sois hombres completos o sabios. Tenéis la llave para saber todo; ahora os corresponde trabajar y estudiar, entrando más decididamente en el vasto campo que se os ofrece, cuyos caminos han sido allanados por vuestros estudios en el colegio. Sé que la juventud precisa de distracciones: lo contrario sería ir contra la naturaleza; sin embargo, no debéis buscarlas en exceso, porque aquel que en la primavera de la vida sólo pensó en el placer, prepara para más tarde penosos remordimientos. Es entonces que la experiencia y las necesidades de este mundo le enseñan que los momentos perdidos nunca más se recuperan. Los jóvenes necesitan lecturas serias: los autores antiguos son frecuentemente los mejores, porque sus buenos pensamientos sugieren otros. Sobre todo, ellos deben evitar las novelas, que solamente instigan la imaginación y dejan el vacío en el corazón. Las novelas sólo deben ser toleradas como distracción, una vez que otra, o para algunas de esas damas que no tienen nada mejor que hacer. ¡Instruíos, instruíos! Perfeccionad la inteligencia que Dios os ha dado; únicamente a este precio seremos dignos de vivir.

Preg. Tu lenguaje me sorprende, estimado Privat. Sin duda te has presentado ante mí con un aspecto muy espirituoso, pero no como un Espíritu profundo, y ahora... –Resp. ¡Alto ahí!, joven; detente. Coincido en que yo he aparecido o, mejor dicho, me he comunicado con todos vosotros como un Espíritu poco profundo; pero ocurre que no estaba aún totalmente desprendido de mi envoltura terrestre, y el estado de Espíritu todavía no se había presentado en toda su realidad. Amigo, ahora soy un Espíritu, nada más que un Espíritu. Siento que voy a experimentar todo como los otros, y mi vida en la Tierra no me parece más que un sueño; ¡y qué sueño! Estoy parcialmente habituado a este nuevo mundo, que debe ser mi morada por algún tiempo.

Preg. ¿Cuánto tiempo crees que vas a permanecer como Espíritu, y qué haces en tu nueva existencia? ¿Cuáles son tus ocupaciones? –Resp. El tiempo que debo permanecer como Espíritu está en las manos de Dios, y durará –tanto como puedo concebir, supongo– hasta que Dios considere mi alma lo bastante depurada como para encarnar en una región superior. En cuanto a mis ocupaciones, son casi nulas. Aún estoy errante, y esto es una consecuencia de la vida que he llevado en la Tierra. Es así que lo que me parecía un placer en vuestro mundo es ahora una pena para mí. Sí, es verdad, me gustaría tener una ocupación seria, interesarme por alguien que mereciese mi simpatía, inspirarle buenos pensamientos; pero, querido amigo, ya conversamos bastante y, si me lo permites, voy a retirarme. Adiós; si necesitas de mí, no tengas recelo de llamarme: acudiré con placer. ¡Coraje! ¡Sé feliz!

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Dirkse Lammers
(Sociedad, 11 de noviembre de 1859.)

El Sr. Van Br..., de La Haya, presente en la sesión, relata el siguiente hecho que le es personal.

En una reunión espírita a la cual él asistía en La Haya, un Espíritu que decía llamarse Dirkse Lammers se manifestó espontáneamente. Interrogado sobre las particularidades que le conciernen y sobre el motivo de su visita en medio de personas que no lo conocían y que no lo llamaron, él cuenta su historia de esta manera:

«Yo vivía en 1592 y me ahorqué en el local en que estáis en este momento, en un establo que por entonces existía en el mismo lugar donde actualmente se encuentra esta casa. He aquí en qué circunstancias: Yo tenía un perro, y mi vecina tenía gallinas. Mi perro mató a sus gallinas y, para vengarse, la vecina lo envenenó. En mi cólera, golpeé y herí a esta mujer; ella entabló una acción judicial contra mí y fui condenado a tres meses de cárcel y a 25 florines de multa. Aunque la condena fue bastante leve, no por esto tuve menos odio del abogado X..., que fue quien la pidió, y resolví vengarme de él. Por consiguiente, lo esperé en un camino poco frecuentado que él recorría todas las tardes en dirección a Loosduinen, cerca de La Haya; yo lo estrangulé y lo colgué en un árbol. Para hacer creer que era un suicidio, puse en su bolsillo un papel previamente preparado, como siendo escrito por él, en el cual decía que nadie debería ser acusado de su muerte, ya que él mismo se había quitado la vida. Desde ese momento el remordimiento me persiguió y, tres meses después, me ahorqué –como ya dije– en el local donde estáis. Arrastrado por una fuerza a la cual no puedo resistir, vengo a confesar mi crimen, en la esperanza de que quizás esto pueda traer algún alivio al sufrimiento que estoy padeciendo desde entonces.»

Este relato, hecho con detalles tan circunstanciales, sorprendió a la asamblea. Al haberse tomado informaciones, a través de investigaciones realizadas en el registro civil, se verificó efectivamente que en 1592 un abogado llamado X... se había ahorcado en el camino de Loosduinen.

Al haber sido evocado en la sesión de la Sociedad del 11 de noviembre de 1859, el Espíritu Dirkse Lammers se manifestó por actos de violencia, quebrando los lápices. Su letra era irregular, gruesa, casi ilegible, y el médium experimentó una extrema dificultad para trazar los caracteres.

1. Evocación. Estoy aquí. ¿Qué queréis?

2. ¿Reconocéis aquí a una persona con la cual os
comunicasteis últimamente? –Resp. Ya he dado bastantes pruebas de mi lucidez y de mi buena voluntad: esto debería ser suficiente.

3. ¿Con qué objetivo os habéis comunicado espontáneamente en lo del Sr. Van Br...? –Resp. No sé; he sido enviado hacia allá; por mí mismo no tenía muchos deseos de contar lo que he sido forzado a decir.

4. ¿Quién os ha obligado a hacerlo? –Resp. La fuerza que nos conduce: nada más sé al respecto; a pesar de no quererlo, he sido arrastrado y forzado a obedecer a los Espíritus que tenían el derecho de ser obedecidos.

5. ¿Estáis contrariado por venir a nuestro llamado? –Resp. Bastante: aquí no es mi lugar.

6. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. ¡Bella pregunta!

7. ¿Qué podemos hacer para os ser agradables? –Resp. ¡Podríais hacer algo que sea agradable para mí!

8. Ciertamente: la caridad nos ordena que seamos útiles siempre que podamos, ya sea con los Espíritus como con los hombres. Puesto que sois infeliz, rogaremos para vos la misericordia de Dios: nos comprometemos a orar por vos. –Resp. Después de siglos, estas son las primeras palabras de esa naturaleza que me han sido dirigidas. ¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Por Dios! Que esta no sea una promesa vana, os lo ruego.

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Michel François
(Sociedad, 11 de noviembre de 1859.)

Michel François, herrador que vivía hacia fines del siglo XVII, se dirigió al intendente de la Provenza y le anunció que un espectro le apareció, ordenándole que fuera a revelar al rey Luis XIV ciertas cosas secretas de gran importancia. Lo dejaron partir hacia la corte en el mes de abril de 1697. Unos garantizan que él habló con el rey; otros dicen que el rey se rehusó a verlo. Lo que es cierto, agregan algunos, es que en lugar de ser enviado al manicomio, él obtuvo dinero para su viaje y la exención de tallasy otros impuestos reales.

1. Evocación. Resp. Estoy aquí.

2. ¿Cómo habéis sabido que deseábamos hablaros? –Resp. ¿Por qué me hacéis esta pregunta? ¿No sabéis que estáis rodeado de Espíritus que avisan a aquellos con los cuales queréis comunicaros?

3. ¿Dónde estabais cuando os llamamos? –Resp. En el espacio, porque aún estoy errante.


4. ¿Estáis sorprendido por encontraros en medio de encarnados? –Resp. De manera alguna; entre los mismos me encuentro frecuentemente.

5. ¿Os recordáis de vuestra existencia, en 1697, bajo el reinado de Luis XIV, cuando por entonces erais herrero? –Resp. Muy confusamente.

6. ¿Recordáis la revelación que queríais hacer al rey? –Resp. Me acuerdo que yo tenía que hacerle una revelación.

7. ¿Le hicisteis esa revelación? –Resp. Sí.

8. Habéis dicho que un espectro os apareció y os ordenó que fueseis a revelar ciertas cosas al rey; ¿quién era ese espectro? –Resp. Era el espectro de su hermano.

9. ¿Podéis decir su nombre? –Resp. No; vos me comprendéis.

10. ¿Era el hombre designado con el nombre de Máscara de Hierro? –Resp. Sí.

11. Ahora que estamos lejos de aquel tiempo, ¿podríais decirnos cuál era el objeto de esa revelación? –Resp. Era justamente el de informarlo sobre su muerte.

12. ¿La muerte de quién? ¿De su hermano? –Resp. Sí, claro.

13. ¿Qué impresión causó al rey vuestra revelación? –Resp. Una impresión donde se mezclaban la tristeza y la satisfacción; además, esto quedó suficientemente probado por la manera con que me trató.

14. ¿Cómo él os trató? –Resp. Con bondad y afabilidad.

15. Dicen que un hecho similar sucedió con Luis XVIII. ¿Sabéis si esto es verdad? –Resp. Creo que ocurrió algo semejante, pero no estoy totalmente informado al respecto.

16. ¿Por qué aquel Espíritu os eligió para esa misión, justamente a vos, un hombre desconocido, en lugar de elegir a un personaje de la corte que se hubiera aproximado al rey más fácilmente? –Resp. Fui puesto en su camino, dotado de la facultad que él deseaba encontrar y que era necesaria, y también porque a un personaje de la corte no le habrían aceptado la revelación: pensarían que se informó por otros medios.

17. ¿Cuál era el objetivo de esta revelación, ya que el rey sería necesariamente informado de la muerte de su hermano, antes de saberlo por vos? –Resp. Era para hacerlo reflexionar sobre la vida futura y acerca del destino a que podía exponerse, como realmente se expuso: su fin ha sido manchado por acciones con las cuales él creía asegurarse un futuro, que podría haber sido mejor con la práctica de aquella revelación.

[1] Preparación que los javaneses mascan continuamente y que da a la boca y a la saliva un color de sangre. [Nota de la autora del texto transcripto.]