Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Respuestas de Plinio el Joven a las preguntas que le han sido dirigidas en la sesión de la Sociedad del 28 de enero de 1859

1. Evocación. –Resp. Hablad; os contestaré.

2. Aunque hayáis muerto hace 1743 años, ¿recordáis vuestra existencia en Roma en el tiempo de Trajano? –Resp. ¿Por qué, pues, nosotros, los Espíritus, no podríamos acordarnos? Vosotros os recordáis bien de los actos de vuestra infancia. Por lo tanto, ¿qué es para el Espíritu una existencia pasada sino la infancia de las existencias por las cuales debemos pasar antes de llegar al fin de nuestras pruebas? Toda existencia terrestre o envuelta por un velo material está relacionada con el éter y, al mismo tiempo, con la infancia espiritual y material; espiritual, porque el Espíritu aún se encuentra en el comienzo de las pruebas; material, porque él no hace sino entrar en las fases groseras por las cuales debe pasar para purificarse e instruirse.

3. ¿Podríais decirnos lo que habéis hecho desde aquella época? –Resp. Lo que he hecho sería muy largo de contar: he buscado hacer el bien; sin duda que no queréis pasar horas enteras hasta que yo finalice mi relato; contentaos, pues, con una respuesta; la repito: he buscado hacer el bien, instruirme y conducir a las criaturas terrestres y errantes a aproximarse al Creador de todas las cosas; a Aquel que nos da el pan de la vida espiritual y material.

4. ¿Qué mundo habitáis? –Resp. Poco importa; estoy un poco en todas partes: el espacio es mi dominio y también el de muchos otros. Éstas son las preguntas a las cuales un Espíritu sabio y esclarecido por la luz santa y divina no debe responder, o solamente en muy raras ocasiones.

5. En una Carta que escribisteis a Sura relatáis tres hechos de aparición; ¿los recordáis? –Resp. Yo los sostengo porque son verdaderos; todos los días tenéis hechos semejantes a los cuales no prestáis atención; éstos son muy simples, pero en la época en que yo vivía los considerábamos sorprendentes; vosotros no debéis sorprenderos; por lo tanto, dejad a un lado esas cosas, ya que tenéis otras más extraordinarias.

6. Sin embargo tendríamos el deseo de haceros algunas preguntas al respecto. –Resp. Puesto que os responderé de una manera general, esto debe bastaros; no obstante, hacedlas, si así lo juzgáis: pero seré lacónico en mis respuestas.

7. En el primer caso, una mujer aparece a Curtius Rufus y le dice que ella es el África. ¿Quién era esta mujer? –Resp. Una gran figura; me parece que ella es muy simple para los hombres esclarecidos como los del siglo XIX.

8. ¿Qué motivo hacía obrar al Espíritu que apareció a Atenodoro, y por qué ese ruido de cadenas? –Resp. Símbolo de la esclavitud, manifestación; medio de convencer a los hombres, de llamar su atención al hacer hablar de la cuestión, y de probar la existencia del mundo espiritual.

9. Habéis defendido ante Trajano la causa de los cristianos perseguidos; ¿era por un simple motivo de humanidad o por convicción de la verdad de su doctrina? –Resp. Yo tenía ambos motivos; pero la cuestión humanitaria no ocupaba sino el segundo lugar.

10. ¿Qué pensáis de vuestro Panegírico a Trajano? –Resp. Habría necesidad de ser rehecho.

11. Habéis escrito una Historia de vuestro tiempo que se ha perdido; ¿os sería posible reparar esta pérdida al dictárnosla? –Resp. El mundo de los Espíritus no se manifiesta especialmente por estas cosas; tenéis esas especies de manifestaciones, pero ellas tienen su objetivo: son otros tantos jalones sembrados a diestro y siniestro en la gran senda de la verdad; pero dejad y no os ocupéis con las mismas ni consagréis vuestros estudios con eso; cabe a nosotros el cuidado de ver y de juzgar lo que importa que sepáis. Cada cosa a su tiempo; por lo tanto, no os apartéis de la línea que os trazamos.

12. Nos place hacer justicia a vuestras buenas cualidades y sobre todo a vuestro desinterés. Se dice que nada exigíais de vuestros clientes al defenderlos; ¿era ese desinterés también tan raro en Roma como lo es entre nosotros? –Resp. No halaguéis, pues, mis cualidades pasadas: no las recuerdo. El desinterés casi no es de vuestro siglo; en doscientos hombres, encontraréis apenas uno o dos verdaderamente desinteresados; vosotros bien sabéis que este es el siglo del egoísmo y del dinero. Los hombres del presente son forjados en el lodo y se revisten de metal. En otros tiempos había corazón: condición moral entre los Antiguos; ahora sólo existe posición social.

13. Entretanto nos parece que, sin querer absolver a nuestro siglo, éste vale aún más que aquél en que vivisteis, en el cual la corrupción estaba en su auge y en donde los delatores no conocían nada de sagrado. –Resp. Hago una generalización que es bien cierta; sé que en la época en la que yo vivía tampoco había mucho desinterés; pero sin embargo había aquello que vosotros no poseéis –lo repito–, o al menos en una dosis muy débil: el amor a lo bello, a lo noble, a lo grande. Hablo para todo el mundo; el hombre del presente, sobre todo los pueblos de Occidente y particularmente el francés, tiene el corazón preparado para hacer grandes cosas, pero no es más que un relámpago que pasa; después viene la reflexión, y la reflexión observa y dice: lo positivo, ante todo lo positivo; y el dinero y el egoísmo vuelven a sobreponerse. Justamente nosotros nos manifestamos porque vosotros os apartáis de los grandes principios dados por Jesús. Adiós; aún no lo comprendéis.

Nota – Comprendemos muy bien que nuestro siglo todavía deja mucho que desear; su llaga es el egoísmo, y el egoísmo engendra la codicia y la sed de riquezas. Bajo este punto de vista está lejos del desinterés del cual el pueblo romano ha dado tantos ejemplos sublimes en una cierta época, pero que no ha sido la de Plinio. Sin embargo sería injusto desconocer su superioridad en más de un aspecto, incluso en los más bellos tiempos de Roma, que también tuvieron sus ejemplos de barbarie. Por aquel entonces había ferocidad, hasta en la grandeza y en el desinterés; mientras que nuestro siglo ha de marcar el ablandamiento de las costumbres, por los sentimientos de justicia y de humanidad que presiden todas las instituciones que ve nacer, y hasta en las querellas de los pueblos.

ALLAN KARDEC