Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Escenas de la vida particular espírita

En nuestro último número hemos presentado el Cuadro de la vida espírita como conjunto; hemos seguido a los Espíritus desde el instante en que dejan su cuerpo terrestre, y rápidamente hemos esbozado sus ocupaciones. Hoy nos proponemos a mostrarlos en acción, reuniendo en un mismo cuadro diversas escenas íntimas, de las que nuestras comunicaciones nos han dado testimonio. Las numerosas Conversaciones familiares del Más Allá, ya publicadas en esta Revista, han podido dar una idea de la situación de los Espíritus según el grado de su adelanto; pero aquí existe un carácter especial de actividad que nos hace conocer aún mejor el papel que –sin que lo sepamos– desempeñan entre nosotros. El tema de estudio, cuyas peripecias vamos a relatar, se nos deparó espontáneamente; presenta mayor interés porque tiene como héroe principal, no uno de esos Espíritus superiores que viven en mundos desconocidos, sino uno de los que, por su propia naturaleza, aún están apegados a la Tierra, un contemporáneo que nos ha dado pruebas manifiestas de su identidad. La acción transcurre entre nosotros, y cada uno desempeña en la misma su papel.

Además, este estudio de costumbres espíritas tiene de particular el hecho de mostrarnos el progreso de los Espíritus en el estado errante, y cómo nosotros podemos contribuir en su educación.

Uno de nuestros amigos que –después de varias experiencias infructuosas en que su paciencia triunfó– se volvió de repente un excelente médium psicógrafo y además un médium auditivo, estaba ocupado en psicografiar con otro médium de su amistad, cuando, a una pregunta dirigida a un Espíritu, obtuvo una respuesta bastante rara y poco seria en la cual no reconocía el carácter del Espíritu evocado. Al haber interpelado al autor de esta respuesta, y después de haberlo intimado en el nombre de Dios a darse a conocer, el Espíritu firmó: Pedro, el Flamenco, nombre completamente desconocido del médium. Fue entonces que se estableció entre ellos, y más tarde entre este Espíritu y nosotros, una serie de conversaciones que vamos a relatar:


Primera conversación
1. ¿Quién eres? No conozco a nadie con ese nombre. –Resp. Uno de tus antiguos compañeros del colegio.

2. No tengo ningún recuerdo de ti. –Resp. ¿Te acuerdas una vez de haber sido golpeado?

3. Es posible; entre escolares esto sucede algunas veces. En efecto, me acuerdo de algo como eso, pero también recuerdo haber pagado con la misma moneda. –Resp. Era yo; pero no estoy resentido.

4. Gracias; tanto como lo recuerdo, tú eras un bribón bastante malo. –Resp. Veo que te vuelve la memoria; no cambié mientras viví. Yo tenía poco juicio, pero en el fondo no era malo; me peleaba con el primero que llegaba: era como una necesidad en mí; después le daba la espalda y no pensaba más en eso.

5. ¿Cuándo y a qué edad has fallecido? –Resp. Hace quince años; yo tenía casi veinte años.

6. ¿De qué has muerto? –Resp. Imprudencias de muchacho..., como consecuencia de mi poco juicio...

7. ¿Aún tienes familia? –Resp. Desde hacía mucho tiempo que había perdido a mi padre y a mi madre; vivía en la casa de un tío, mi único pariente... Si vas a Cambrai te aconsejo ir a verlo...; es un muy buen hombre al que amo mucho, aunque él me haya tratado duramente; pero yo lo merecía.

8. ¿Él se llama como tú? –Resp. No; no hay nadie más en Cambrai con mi nombre; él se llama W...; vive en la calle..., Nº...; verás que soy yo realmente quien te habla.

Observación – El hecho ha sido verificado por el propio médium en un viaje que hizo algún tiempo después. Encontró al Sr. W... en la dirección indicada; en efecto, éste le dijo que había tenido un sobrino con ese nombre, un verdadero inconsecuente, bastante mal sujeto, que murió en 1844, poco tiempo después de haber sido exceptuado de la conscripción. Esta circunstancia no había sido indicada por el Espíritu; él lo ha hecho espontáneamente más tarde; se verá en qué ocasión.

9. ¿Has venido por acaso a mi casa? –Resp. No ha sido por acaso; más bien creo que un buen genio me ha conducido hasta ti, porque tengo la idea de que ambos ganaremos con este reencuentro... Yo estaba aquí al lado, en la casa de tu vecino, ocupado en mirar cuadros..., no son precisamente cuadros de iglesia...; de repente te he percibido y he venido. Te vi ocupado en conversar con otro Espíritu y quise entrometerme en la conversación.

10. ¿Pero por qué has respondido a las preguntas que yo hacía a otro Espíritu? Esto no es digno de un buen compañero. –Resp. Yo estaba en presencia de un Espíritu serio que no me parecía dispuesto a responder; respondiendo en su lugar, imaginaba que él iba a tomar la palabra, pero no tuve éxito; al no decir la verdad, esperaba forzarlo a hablar.

11. Esto está muy mal, porque podría haber dado resultados lamentables si yo no hubiera percibido la superchería. –Resp. Tarde o temprano lo habrías sabido.

12. Dime una cosa, ¿cómo has entrado aquí? –Resp. ¡Qué pregunta! ¿Será que tenemos necesidad de tirar el cordón de la campanilla?

13. ¿Puedes entonces ir a todas partes y entrar en cualquier lado? –Resp. ¡Claro! ¡E incluso sin avisar! No es en vano que somos Espíritus.

14. Sin embargo yo creía que ciertos Espíritus no tenían el poder de entrar en todas las reuniones. –Resp. ¿Es que, por ventura, crees que tu cuarto es un santuario, y que yo sea indigno de entrar en él?

15. Responde seriamente a mi pregunta y basta de bromas de mal gusto, te lo pido; ves que no estoy de humor para soportarlas y que los Espíritus mistificadores no son bien recibidos en mi casa. –Resp. Es verdad que existen reuniones de Espíritus donde nosotros, los truhanes, no podemos entrar; pero son los Espíritus superiores que nos lo impiden y no vosotros, hombres; además, cuando vamos a algún lugar, sabemos muy bien callarnos y mantenernos a distancia cuando es preciso; nosotros escuchamos, y si eso nos aburre nos vamos de allí... ¡Vamos! Tú no pareces estar encantado con mi visita.

16. Es que no recibo de buen grado al primero que llega, y francamente estoy disgustado, porque has perturbado una conversación seria. –Resp. No te enojes..., no quiero que te resientas...; me portaré bien... Otra vez me haré anunciar.

17. Entonces hace quince años que has muerto... –Resp. Entendámonos: es mi cuerpo que está muerto; pero yo, el que te habla, no he muerto.

Observación – A menudo se encuentran entre los Espíritus, inclusive entre los ligeros y jocosos, palabras de una gran profundidad. Ese YO, que no está muerto, es totalmente filosófico.

18. Es bien así como lo entiendo. Al respecto, dime una cosa: tal como estás ahora, ¿me ves con tanta nitidez como si tuvieses tu cuerpo? –Resp. Te veo aún mejor; yo era miope; es por eso que fui exceptuado de la conscripción.

19. Estaba diciendo que entonces hace quince años que has muerto, y me pareces tan atolondrado como antes; ¿no has, pues, avanzado? –Resp. Soy lo que era antes: ni mejor, ni peor.

20. ¿En qué pasas el tiempo? –Resp. No tengo otras ocupaciones que la de divertirme o informarme sobre los acontecimientos que pueden influir en mi destino. Veo mucho; paso una parte de mi tiempo en casa de amigos, en teatros... A veces sorprendo cosas divertidas... ¡Si las personas supiesen que tienen testigos cuando uno cree estar solo!... En fin, hago de modo que mi tiempo me sea lo menos pesado posible... No sabría decir cuánto esto durará; sin embargo, me encuentro así desde hace un cierto tiempo... ¿Tienes una explicación para mi caso?

21. En suma, ¿eres más feliz que cuando estabas encarnado? –Resp. No.

22. ¿Qué es lo que te falta? No tienes necesidad de nada; no sufres más; no temes ser arruinado; vas a todas partes y ves todo; no temes las preocupaciones, ni las enfermedades, ni los achaques de la vejez; ¿no es ésa una existencia feliz? –Resp. Me falta la realidad de los placeres; no soy lo suficientemente avanzado como para disfrutar de una felicidad moral; envidio todo lo que veo, y es eso lo que me tortura; ¡me aburro y trato de matar el tiempo como puedo!... ¡El tiempo es muy largo!... Siento una inquietud que no puedo definir...; preferiría sufrir las miserias de la vida que esta ansiedad que me agobia.

Observación – ¿No es éste un elocuente cuadro de los sufrimientos morales de los Espíritus inferiores? Envidiar todo lo que ven; tener los mismos deseos y, en realidad, no disfrutar de nada, debe ser una verdadera tortura.

23. Has dicho que ibas a ver a tus amigos; ¿no es ésta una distracción? –Resp. Mis amigos no saben que estoy con ellos, y además no piensan más en mí: esto me hace mal.

24. ¿No tienes amigos entre los Espíritus? –Resp. Inconsecuentes y bribones como yo, y que también se aburren; su compañía no es muy agradable; los que son felices y sensatos se alejan de mí.

25. ¡Pobre muchacho! Te compadezco, y si yo pudiese ser útil, lo haría con placer. –Resp. ¡Si supieras qué bien me hacen estas palabras! Es la primera vez que las escucho.

26. ¿No podrías buscar las ocasiones de observar y de escuchar las cosas buenas y útiles que servirían para tu adelanto? –Resp. Sí, pero para esto sería preciso que yo sepa aprovechar esas lecciones; confieso que de preferencia me gusta asistir a escenas de amor y libertinaje que no han influido a mi Espíritu hacia el bien. Antes de entrar en tu casa, yo estaba allá, mirando cuadros que despertaban en mí ciertas ideas...; pero olvidemos esto... Entretanto, he sabido resistir a la voluntad de pedir reencarnarme para gozar los placeres de los que tanto he abusado; ahora veo cuánto yo habría errado. Al venir a tu casa, siento que hice bien.

27. ¡Muy bien! Espero que en el futuro me des la satisfacción –si te interesa mi amistad– de no detener más tu atención en los cuadros que pueden inspirarte malas ideas, y que, por el contrario, pienses en lo que podrás escuchar aquí de bueno y de útil para ti. Te sentirás bien: créeme. –Resp. Si esta es tu idea, será también la mía.

28. Cuando vas al teatro, ¿experimentas las mismas emociones que tenías cuando encarnado? –Resp. Varias emociones diferentes; al principio, aquéllas; después me entrometo algunas veces en las conversaciones... y escucho cosas singulares.

29. ¿Cuál es tu teatro predilecto? –Resp. Les Variétés; pero frecuentemente sucede que voy a verlos a todos en la misma noche. Voy también a los bailes y a las reuniones donde uno se divierte.

30. De manera que, mientras te diviertes, puedes instruirte, porque es posible observar mucho en tu posición. –Resp. Sí; pero lo que prefiero más son ciertos coloquios; es verdaderamente curioso ver los tejemanejes de algunos individuos, sobre todo de los que quieren hacer creer que todavía son jóvenes. En todas estas habladurías, nadie dice la verdad: el corazón se maquilla como el rostro y así nadie se entiende. Sobre este asunto hice un estudio de costumbres.

31. ¡Pues bien! ¿No ves que podríamos tener juntos pequeñas y buenas charlas como ésta, de las que uno y otro podemos sacar buen provecho? –Resp. Siempre; como tú lo dices: primero para ti y luego para mí. Tienes ocupaciones que necesitas de tu cuerpo; yo puedo hacer todas las gestiones posibles para instruirme sin perjudicar a mi existencia.

32. Puesto que es así, continuarás tus observaciones o –como tú dices– tus estudios de costumbres; hasta ahora casi no has aprovechado esto; es necesario que ello sirva para tu esclarecimiento, y para eso es preciso que lo hagas con un objetivo serio y no para divertirte y matar el tiempo. Me dirás lo que has visto: reflexionaremos al respecto y sacaremos las conclusiones para nuestra instrucción mutua. –Resp. Será inclusive muy interesante; sí, ciertamente, estoy a tu servicio.

33. Esto no es todo; me gustaría proporcionarte la ocasión de practicar una buena acción; ¿lo quieres? –Resp. ¡De todo corazón! Se dirá, pues, que podré servir para algo. Dime inmediatamente lo que es necesario que yo haga.

34. ¡Despacio! No confío así misiones delicadas a aquellos a quien todavía no tengo plena confianza. Tú tienes buena voluntad, no lo dudo; ¿pero tendrás la perseverancia necesaria? He aquí la cuestión. Por consiguiente, es preciso que yo aprenda a conocerte mejor, para saber de lo que
eres capaz y hasta qué punto puedo contar contigo. Conversaremos de esto en otra oportunidad. –Resp. Lo verás.

35. Por lo tanto, adiós por hoy. –Resp. Hasta pronto.

Segunda conversación

36. Entonces, mi querido Pedro, ¿has reflexionado seriamente sobre lo que hemos conversado el otro día? –Resp. Más seriamente de lo que crees, porque estoy empeñado en probarte que valgo más de lo que parezco. Me siento más a gusto desde que tengo algo para hacer; ahora tengo un objetivo y no me aburro más.

37. He hablado de ti al Sr. Allan Kardec; le he comunicado nuestra conversación y él se puso muy contento con la misma; desea entrar en contacto contigo. –Resp. Lo sé: estuve en su casa.

38. ¿Quién te ha conducido allí? –Resp. Tu pensamiento. Volví aquí después de aquel día; vi que tú querías hablarle de mí y me he dicho: Vamos allá primero, que probablemente encontraré algún tema de observación y tal vez la ocasión de ser útil.

39. Me agrada verte con esos pensamientos serios. ¿Qué impresión has tenido de esa visita? –Resp. ¡Oh, una gran impresión! He aprendido cosas de las cuales ni sospechaba y que me han esclarecido sobre mi futuro. Es como una luz que se ha hecho para mí; ahora comprendo todo lo que he de ganar al perfeccionarme... Es necesario..., es necesario.

40. Sin ser indiscreto, ¿puedo preguntarte lo que has visto en su casa? –Resp. Seguramente; en su casa como en la de otros, he visto tanto que sólo diré lo que quiero... o lo que puedo decir.

41. ¿Qué quieres expresar con esto? ¿No puedes decir todo lo que quieres? –Resp. No; desde hace unos días veo a un Espíritu que parece seguirme por todas partes, que me impele o que me retiene; se diría que me dirige. Siento un impulso del que no me doy cuenta y al cual obedezco aunque yo no quiera; si quiero decir o hacer algo fuera de lugar, él se pone delante mío..., me observa... y yo me callo..., me detengo.

42. ¿Quién es este Espíritu? –Resp. No sé nada sobre él; pero me domina.

43. ¿Por qué no se lo preguntas? –Resp. No me atrevo; cuando quiero hablarle, me mira y se me traba la lengua.

Observación – Es evidente que la palabra lengua está aquí en sentido figurado, puesto que los Espíritus no tienen lenguaje articulado.

44. Debes ver si él es bueno o malo. –Resp. Debe ser bueno, ya que me impide decir tonterías; pero es severo... A veces tiene un aire de enojado, y otras veces parece mirarme con ternura... Me ha venido al pensamiento que bien podría ser mi padre, en Espíritu, que no quiere darse a conocer.

45. Esto me parece probable; él no debe estar muy contento contigo. Escúchame bien: voy a darte un consejo al respecto. Sabemos que los padres tienen por misión educar a sus hijos y encaminarlos a la buena senda; por consiguiente, ellos son responsables del bien y del mal que hacen estos últimos, según la educación que han recibido, y por eso sufren o son felices en el mundo de los Espíritus. Por lo tanto, la conducta de los hijos influye hasta un cierto punto sobre la felicidad o la desdicha de sus padres después de la muerte. Como tu conducta en la Tierra no ha sido muy edificante, y como desde que has desencarnado hiciste poca cosa de bueno, tu padre debe sufrir con esto si él se reprocha a sí mismo por no haberte dirigido hacia el bien... –Resp. Si yo no me volví un buen sujeto, no fue por falta de haber sido corregido más de una vez.

46. Tal vez no hubiese sido el mejor medio de conducirte; sea como fuere, su afecto por ti es siempre el mismo, y él te lo demuestra al acercarse a ti –si es él, como presumo. Debe estar feliz con tu cambio, lo que explica que alterne la ternura con el enojo; quiere ayudarte en el buen camino que acabas de entrar y, cuando te ve sólidamente comprometido en el mismo, estoy persuadido que se dará a conocer. Por eso, al trabajar por tu propia felicidad, trabajarás por la suya. Incluso yo no me sorprendería de que fuese él quien te haya impulsado a venir a mi casa. Si no lo ha hecho antes, fue porque ha querido dejarte tiempo para que comprendas el vacío de tu existencia ociosa y para que sientas los sinsabores de la misma. –Resp. ¡Gracias! ¡Gracias!... Él está aquí, atrás de ti... Ha puesto la mano sobre tu cabeza, como si te dictara las palabras que acabas de decir.

47. Volvamos al Sr. Allan Kardec. –Resp. He ido a su casa anteayer a la noche; él estaba ocupado, escribiendo en su gabinete...; trabajaba en una nueva obra que prepara... ¡Ah! Él cuida bien de nosotros, pobres Espíritus; si no se nos conoce no será por su culpa.

48. ¿Estaba solo? –Resp. Sí, solo, es decir, que no había ninguna persona con él; pero a su alrededor había una veintena de Espíritus que conversaban por encima de su cabeza.

49. ¿Él los escuchaba? –Resp. Los escuchaba tan bien que observaba hacia todos los lados para identificar de dónde venía ese ruido y para ver si no eran miles de moscas; luego abrió la ventana para observar si no era el viento o la lluvia.

Observación – El hecho era absolutamente exacto.

50. Entre todos esos Espíritus, ¿has reconocido a alguno? –Resp. No; ellos no son con los que me reunía; yo tenía un aire de intruso y me puse en un rincón para observar.

51. Esos Espíritus ¿parecían interesados en lo que él escribía? –Resp. ¡Ya lo creo! Sobre todo había dos o tres que le inspiraban lo que escribía y que daban la impresión de aconsejarse con los otros; él simplemente creía que las ideas eran suyas, y parecía contento con eso.

52. ¿Es todo lo que has visto? –Resp. Después llegaron ocho o diez personas que se reunieron en otro cuarto con Kardec. Se pusieron a conversar; le hacían preguntas: él respondía y explicaba.

53. ¿Conoces a las personas que estaban allí? –Resp. No; sólo sé que había personas importantes, porque a uno de ellos siempre llamaban: Príncipe, y a otro, Sr. Duque. Los Espíritus también llegaron en masa: había por lo menos una centena, de los cuales varios tenían sobre la cabeza como coronas de fuego; los otros se mantenían apartados y escuchaban.

54. Y tú, ¿qué hacías? –Resp. También escuchaba, pero principalmente observaba; entonces me vino la idea de hacer una cosa muy útil para Kardec; te diré más tarde lo que era, cuando lo haya logrado. Dejé, pues, la reunión y, al caminar por las calles, me divertí paseando ociosamente por los negocios y mezclándome entre la multitud.

55. De modo que en lugar de ir a tus quehaceres, perdiste el tiempo. –Resp. No lo he perdido, puesto que he impedido un robo.

56. ¡Ah! ¿También te entrometes en los asuntos de la policía? –Resp. ¿Por qué no? Al pasar por un negocio cerrado, noté que adentro sucedía algo raro; entré y vi a un joven muy agitado, que iba y venía como si quisiese robar la caja del comerciante. Había con él dos Espíritus, siendo que uno de ellos le susurraba al oído: ¡Vamos, cobarde! La caja está llena; podrás divertirte a gusto, etc. El otro Espíritu tenía el rostro de una mujer, bella y llena de nobleza, con algo celestial y bueno en la mirada; le decía: ¡Detente! ¡Vete! No te dejes tentar; y le susurraba las palabras: prisión, deshonra.

El joven dudaba. En el momento en que se aproximaba al mostrador, me puse delante de él para detenerlo. El Espíritu malo me preguntó por qué yo me metía. Quiero impedir –le dije– que este muchacho cometa una mala acción, y que tal vez sea condenado a galeras. Entonces el Espíritu bueno se acercó a mí y dijo: Es necesario que él experimente la tentación: es una prueba; si sucumbe, será por su culpa. El ladrón iba a triunfar, cuando el Espíritu malo usó un abominable ardid que tuvo éxito; le hizo notar una botella sobre una mesita: era aguardiente; le inspiró la idea de beber para darse coraje. El desdichado está perdido, pensé...; tratemos al menos de salvar algo. Yo no tenía más que un recurso: el de advertir al patrón... ¡rápido! He aquí que en un instante yo estaba con él en el primer piso del negocio. Se preparaba para jugar a las cartas con la esposa; era preciso encontrar un medio para hacerlo descender.

57. Si él fuese médium le habrías hecho escribir que estaba por ser robado. ¿Creería al menos en los Espíritus? –Resp. Él no tenía bastante espíritu como para saber lo que era eso.

58. No te conocía el talento de hacer juego de palabras. –Resp. Si me interrumpes, no diré nada más. Hice conque él tuviese un fuerte estornudo; entonces quiso aspirar su tabaco rapé, pero percibió que había olvidado la tabaquera en el negocio. Llamó a su pequeño hijo que dormía en un rincón y lo mandó para que fuese a buscarla...; no era esto lo que yo quería...; el hijo se despertó refunfuñando... Susurré a los oídos de la madre para que le dijera: No despiertes al niño; tú mismo puedes ir. –Finalmente el dueño se decidió a ir...; lo seguí, para hacerlo caminar más rápido. Al llegar a la puerta percibió luz en el negocio y oyó un ruido. He aquí que el miedo se apoderó de él y le temblaron las piernas: lo empujé para hacerlo avanzar; si hubiese entrado súbitamente, sorprendería al ladrón como en una trampa; en lugar de esto, el gordo imbécil se puso a gritar: ¡ladrón! El ladrón huyó, pero en su precipitación –perturbado que estaba por el aguardiente– se olvidó de recoger su gorra. El comerciante entró cuando ya no había nadie... ¿Lo que hará con la gorra? Eso no es asunto mío...: aquel sujeto ya no está metido en un lío. Gracias a mí, el ladrón no tuvo tiempo para consumar el hecho, y el comerciante se libró de él por el miedo; esto no le ha impedido de decir, al subir, que había derribado a un hombre de seis pies de altura. –¡Ved un poco, dijo él, lo que son las cosas! ¡Si yo no hubiera tenido la idea de tomar rapé!... –¡Si yo no te hubiese impedido de enviar a nuestro hijo! –dijo la mujer... –¡Es preciso concordar que ambos hemos tenido buen olfato! –¡Lo que es el azar!

He aquí, querido mío, cómo se nos agradece.

59. Tú eres un muchacho valiente, mi querido Pedro, y te felicito. Que la ingratitud de los hombres no te desanime; encontrarás así a muchos otros, ahora que te pones a prestarles servicio, hasta incluso entre los que creen en la intervención de los Espíritus. –Resp. Sí, y sé que los ingratos serán pagados con la misma moneda.

60. Ahora veo que puedo contar contigo, y que te estás volviendo verdaderamente serio. –Resp. Más tarde verás que seré yo quien te dará lecciones de moral.

61. Tengo necesidad de ellas como cualquier otro, y recibo con gusto los buenos consejos, de cualquier parte que vengan. Te he dicho que quería que hicieses
una buena acción; ¿estás dispuesto? –Resp. ¿Puedes dudarlo?

62. Creo que uno de mis amigos está amenazado de grandes decepciones, si continúa siguiendo la mala senda en la que se encuentra; las ilusiones que se hace pueden perderlo. Quisiera que intentases traerlo nuevamente hacia el buen camino, con algo que pudiera impresionarlo vivamente; ¿comprendes mi pensamiento? –Resp. Sí; quisieras que yo hiciese alguna buena manifestación: por ejemplo, una aparición. Pero esto no está en mi poder. Entretanto, a veces puedo –cuando tengo el permiso– dar pruebas sensibles de mi presencia; tú lo sabes.

Observación – El médium al cual este Espíritu parece estar vinculado es avisado de su presencia por una impresión muy sensible, inclusive cuando ni piensa en llamarlo. Él lo reconoce por una especie de roce que siente en el brazo, en la espalda y en los hombros; pero algunas veces los efectos son más enérgicos. En una reunión que tuvo lugar en nuestra casa el 24 de marzo último, este Espíritu respondió a las preguntas por intermedio de otro médium. Se hablaba de su poder físico; de repente, como para dar una prueba, él tomó a uno de los asistentes por la pierna, y por medio de una violenta sacudida, lo levantó de la silla y lo arrojó –completamente aturdido– hacia el otro extremo de la sala.

63. Haz lo que quieras o, mejor dicho, lo que puedas. Te aviso que él es médium. –Resp. Mucho mejor; tengo mi plan.

64. ¿Qué piensas hacer? –Resp. En principio, voy a estudiar la situación; ver de qué Espíritus está rodeado y si hay medios de hacer algo con ellos. Una vez en su casa, me anunciaré, como lo he hecho en la tuya; me interpelarán y responderé: «Soy yo, Pedro, el Flamenco, mensajero en Espíritu, que viene a ponerse a vuestro servicio y que, al mismo tiempo, desearía agradeceros. He escuchado decir que cultiváis ciertas ideas que están trastornándoos y que ya os hacen volver la espalda a vuestros amigos; creo un deber advertiros, en vuestro interés, cuán lejos están esas ideas de ser provechosas para vuestra felicidad futura. Puedo aseguraros que vengo a veros con buenas intenciones: palabra de honor de el Flamenco. Temed a la cólera de los Espíritus, y más aún a la de Dios; creed en las palabras de vuestro servidor, que puede afirmaros que su misión es totalmente dirigida hacia el bien. (Sic.)

Si me expulsan, volveré tres veces, y después veré lo que debo hacer. ¿Está bien así?

65. Muy bien, amigo mío, pero no digas ni más ni menos. –Resp. Palabra por palabra.

66. Pero si te preguntan quién te encargó esa misión, ¿qué responderás? –Resp. Los Espíritus superiores. Para el bien, puedo no decir totalmente la verdad.

67. Te equivocas; desde el momento en que se obra para el bien, es siempre por inspiración de los Espíritus buenos; por eso tu conciencia puede estar tranquila, porque los Espíritus malos nunca nos llevan a hacer cosas buenas. –Resp. Entendí.

68. Te agradezco y te felicito por tu buena disposición. ¿Cuándo quieres que te llame para que me hagas conocer el resultado de la misión? –Resp. Te avisaré.

(Continúa en el próximo número.)