Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Refutación de un artículo de L’Univers

El diario L’Univers, en su número del 13 de abril último, contiene un artículo del Sr. abate Chesnel, donde la cuestión del Espiritismo es largamente discutida. Nosotros lo habríamos dejado pasar –como a tantos otros a los cuales no le atribuimos ninguna importancia– si se tratase de una de esas diatribas groseras que prueban, al menos por parte de sus autores, la más absoluta ignorancia de aquello que atacan. Nos complacemos en reconocer que el artículo del Sr. abate Chesnel ha sido redactado con un espíritu completamente diferente. Por la moderación y la conveniencia de su lenguaje merece una respuesta, que se hace más necesaria porque este artículo contiene un grave error y puede dar una idea muy falsa, ya sea del Espiritismo en general, como del carácter y del objeto de los trabajos de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, en particular. Transcribiremos el artículo por completo.

“Todo el mundo conoce el Espiritualismo del Sr. Cousin, esa filosofía destinada a ocupar lentamente el lugar de la religión. Hoy, poseemos bajo el mismo título un cuerpo de doctrinas reveladas, que poco a poco se va completando, y un culto muy simple –es verdad–, pero de una eficacia maravillosa, ya que pondría a los devotos en comunicación real, sensible y casi permanente con el mundo sobrenatural.

“Ese culto tiene reuniones periódicas que comienzan con la invocación de un santo canonizado. Después de haber constatado, en medio de los fieles, la presencia de san Luis –rey de Francia–, le piden que prohíba la entrada en el templo a los Espíritus malos, y se lee el acta de la sesión precedente. Después, invitado por el presidente, un médium se dirige al escritorio, cerca del secretario encargado de escribir las preguntas hechas por uno de los fieles y las respuestas que serán dictadas al médium por el Espíritu invocado. La asamblea asiste seria y respetuosamente a esta escena de necromancia, a veces muy larga y, cuando el orden del día termina, se retira más persuadida que nunca de la verdad del Espiritualismo. En el intervalo que transcurre entre una reunión y la siguiente, cada fiel aprovecha la ocasión para mantener conversaciones asiduas, pero privadas, con los Espíritus que le son más accesibles o más queridos. Los médiums abundan, y casi no hay secretos en la otra vida que los médiums no acaben por conocer. Una vez revelados a los fieles, estos secretos no son ocultados al público. La Revista Espiritualista, que aparece periódicamente todos los meses, no rechaza ninguna suscripción profana, y quien lo desea puede comprar los libros que contienen el texto revelado con su comentario auténtico.

“Seríamos llevados a creer que una religión que únicamente consiste en la evocación de los muertos fuese muy hostil a la Iglesia Católica, que nunca dejó de prohibir la práctica de la necromancia. Pero esos sentimientos mezquinos, por más naturales que parezcan, son ajenos –se asegura– al corazón de los espiritualistas. De buen grado, ellos rinden justicia al Evangelio y a su Autor; reconocen que Jesús ha vivido, obrado, hablado y sufrido como lo narran nuestros cuatro evangelistas. La doctrina evangélica es verdadera; pero esta revelación, cuyo instrumento ha sido Jesús, lejos de excluir todo el progreso, tiene necesidad de ser completada. Es el Espiritualismo que dará al Evangelio la sana interpretación que le falta y el complemento que espera desde hace dieciocho siglos.

“Pero también, ¿quién asignará los límites al progreso del Cristianismo enseñado, interpretado y desarrollado tal cual es, por almas liberadas de la materia, ajenas a las pasiones terrestres, a nuestros prejuicios y a los intereses humanos? El propio infinito se descubre ante nosotros; ahora bien, el infinito no tiene límites, y todo nos lleva a esperar que la revelación del infinito será continuada sin interrupción; a medida que transcurran los siglos, se verán revelaciones agregadas a revelaciones, sin que nunca se terminen esos misterios, cuya extensión y profundidad parecen crecer a medida que se liberan de la oscuridad que hasta ahora los había envuelto.

“De ahí la consecuencia de que el Espiritualismo es una religión, puesto que nos pone íntimamente en relación con el infinito y que absorbe, ampliándolo, al Cristianismo que, de todas las formas religiosas del presente o del pasado, es –como se lo confiesa abiertamente– la más elevada, la más pura y la más perfecta. Pero ensanchar al Cristianismo es una tarea difícil, que no puede ser cumplida sin derribar las últimas barreras en las cuales se mantiene atrincherado. Los racionalistas no respetan ninguna barrera; los espiritualistas –menos ardientes o mejor avisados– sólo encuentran dos, cuyo derrumbe les parece indispensable, a saber: la autoridad de la Iglesia Católica y el dogma de la eternidad de las penas.

“¿Es esta vida la única prueba que le es dada al hombre atravesar? ¿Permanecerá el árbol eternamente del lado en que ha caído? El estado del alma, después de la muerte, ¿es definitivo, irrevocable y eterno? No, responde la necromancia espiritualista. Nada termina con la muerte: todo recomienza. La muerte es para cada uno de nosotros el punto de partida de una nueva encarnación, de una nueva vida y de una nueva prueba.

“Según el panteísmo alemán, Dios no es el ser, sino el devenir eterno. Sea lo que fuere Dios, el hombre –según los espiritualistas parisienses– no tiene otro destino que el devenir progresivo o regresivo, según sus méritos y según sus obras. La ley moral o religiosa tiene una verdadera sanción en las otras vidas, donde los buenos son recompensados y los malos punidos, pero durante un período más o menos largo de años o de siglos, y no durante la eternidad.

“¿Sería el Espiritualismo la forma mística del error, del cual el Sr. Jean Reynaud es el teólogo? Tal vez. ¿Es posible ir más lejos y decir que entre el Sr. Reynaud y los nuevos sectarios existe un lazo más estrecho que el de la comunión de doctrinas? Tal vez más aún. Pero esta cuestión, por falta de datos ciertos, no será resuelta aquí de una manera decisiva.

“Lo que importa mucho más que el parentesco o las alianzas heréticas del Sr. Jean Reynaud, es la confusión de ideas de la cual el progreso del Espiritualismo es la señal; es la ignorancia en materia de religión que hace posible tanta extravagancia; es la ligereza con que hombres, por otra parte estimables, aceptan esas revelaciones del otro mundo, que no tienen ningún mérito, ni inclusive el de la novedad.

“No es necesario remontarse hasta Pitágoras y a los sacerdotes de Egipto para descubrir los orígenes del Espiritualismo contemporáneo. Se los encontrará al hojear las actas del magnetismo animal.

“Desde el siglo XVIII la necromancia ya desempeñaba un gran papel en las prácticas del magnetismo; y varios años antes de que fuera tratada la cuestión de los Espíritus golpeadores en América, decían que ciertos magnetizadores franceses obtenían de la boca de los muertos o de los demonios, la confirmación de las doctrinas condenadas por la Iglesia; y particularmente la de los errores de Orígenes, en lo tocante a la conversión futura de los ángeles malos y de los réprobos.

“También es preciso decir que el médium espiritualista en el ejercicio de sus funciones, poco difiere del sujeto en las manos del magnetizador, y que el círculo abarcado por las revelaciones del primero no es mayor que aquel que es delimitado por la visión del segundo.

“Las informaciones que la curiosidad obtiene en los asuntos privados, por medio de la necromancia, en general nada enseñan más allá de aquello que antes era conocido. La respuesta del médium espiritualista es confusa en los puntos que nuestras investigaciones personales no han podido esclarecer; es nítida y precisa en las cosas que son bien conocidas por nosotros; sobre todo cambia en lo que está oculto a nuestros estudios y a nuestros esfuerzos. En una palabra, parece que el médium tiene una visión magnética de nuestra alma, pero que no descubre nada más allá de lo que encuentra escrito en ella. Mas esta explicación, que parece bien simple, está sin embargo sujeta a serias dificultades. En efecto, la misma supone que un alma pueda leer naturalmente en el fondo de otra alma sin la ayuda de señales e independientemente de la voluntad de aquel que se le volvería un libro abierto y muy legible para el primero que llega. Ahora bien, los ángeles buenos o malos no poseen naturalmente este privilegio, ni con respecto a nosotros, ni en las relaciones directas que tienen entre sí. Sólo Dios penetra inmediatamente a los Espíritus y escruta lo más profundo de los corazones que obstinadamente están cerrados a su luz.

“Si los más extraños hechos espiritualistas que se narran son auténticos, entonces sería necesario recurrir a otros principios para explicarlos. A menudo se olvida que esos hechos se refieren, en general, a un objeto que fuertemente preocupa al corazón o a la inteligencia, que ha provocado extensas investigaciones y del cual frecuentemente se ha hablado fuera de la consulta espiritualista. En esas condiciones, es preciso no perder de vista que un cierto conocimiento de las cosas que nos interesan no sobrepasa en nada los límites naturales del poder de los Espíritus.

“Sea como sea, en el espectáculo que nos es dado hoy, no existe otra cosa más que una evolución del Magnetismo, que se esfuerza por volverse una religión.

“Bajo la forma dogmática y polémica que la nueva religión debe al Sr. Jean Reynaud, ella ha incurrido en la condenación del Concilio de Périgueux, cuya competencia –como todos recuerdan– ha sido gravemente negada por el culpable.

“En la forma mística que hoy toma en París, ella merece ser estudiada, al menos como una señal de los tiempos en que vivimos. El Espiritualismo ya ha alistado a un cierto número de hombres, entre los cuales varios son honorablemente conocidos en el mundo. Este poder de seducción que él ejerce, el progreso lento pero ininterrumpido que le es atribuido por testigos dignos de fe, las pretensiones que muestra, los problemas que plantea, el mal que puede hacer a las almas, he aquí sin duda bastantes motivos reunidos como para atraer la atención de los católicos. Cuidémonos para no asignar a la nueva secta más importancia de la que realmente tiene. Pero para evitar la exageración que aumenta todo, tampoco caigamos en la manía de negar y de empequeñecer todas las cosas. Nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si ex Deo sint: Quoniam multi pseudoprophetœ exierunt in mundum. (I Juan, 4: 1.)”

ABATE FRANÇOIS CHESNEL
Señor abate,

El artículo que habéis publicado en L’Univers, concerniente al Espiritismo, contiene varios errores que importa rectificar, y que sin ninguna duda provienen de un estudio incompleto de la materia. Para refutarlos a todos, sería necesario retomar, desde los cimientos, todos los puntos de la teoría, así como los hechos que le sirven de base, y es lo que no tengo ninguna intención de hacer aquí. Me limitaré a los puntos principales.

Consentís en reconocer que las ideas espíritas han alistado a un cierto número de hombres honorablemente conocidos en el mundo; este hecho, cuya realidad indudablemente sobrepasa en mucho a lo que vos creéis, merece indiscutiblemente la atención de todo hombre serio, porque tantas personas eminentes por su inteligencia, por su saber y por su posición social, no se apasionarían por una idea desprovista de todo fundamento. La conclusión natural es que en el fondo de todo esto debe haber algo.

Sin duda objetaréis que ciertas doctrinas, medio religiosas, medio sociales, en estos últimos años han encontrado a sectarios en las propias clases de la aristocracia intelectual, lo que no les ha impedido caer en el ridículo. Los hombres de inteligencia pueden, pues, dejarse seducir por utopías. A esto he de responder que las utopías sólo duran un tiempo: tarde o temprano la razón les hace justicia; sucederá lo mismo con el Espiritismo, si fuere una de ellas; pero si fuere una verdad, el Espiritismo triunfará ante todas las oposiciones, ante todos los sarcasmos, incluso diré ante todas las persecuciones –si aún fueren de nuestro siglo–, y los detractores habrán perdido el tiempo; será preciso que, de buen o de mal grado, los opositores lo acepten, como han aceptado tantas cosas contra las cuales hubieron protestado supuestamente en nombre de la razón. El Espiritismo ¿es una verdad? El futuro juzgará; éste ya parece pronunciarse, tal es la rapidez con la que se propagan esas ideas, y observad bien que no es en la clase ignorante e iletrada que ellas encuentran adeptos, sino, por el contrario, entre las personas esclarecidas.

Es de notarse que todas las doctrinas filosóficas son obra de hombres con más o menos grandes pensamientos, más o menos justos; todos tienen un jefe, alrededor del cual se agrupan otros hombres que comparten la misma manera de ver. ¿Cuál es el autor del Espiritismo? ¿Cuál es aquel que ha imaginado esta teoría, verdadera o falsa? Es verdad que se ha buscado coordinarla, formularla y explicarla; ¿pero quién ha concebido la primera idea? Nadie, o mejor dicho, todo el mundo, porque cada uno ha podido ver, y los que no han visto ha sido porque no quisieron ver, o porque han querido ver a su manera, sin salir del círculo de sus ideas preconcebidas, lo que hizo que viesen mal y que juzgasen mal. El Espiritismo resulta de observaciones que cada uno puede hacer y que no son un privilegio de nadie, lo que explica su irresistible propagación; no es el producto de ningún sistema individual, y es esto lo que lo distingue de todas las otras doctrinas filosóficas.

Decís que esas revelaciones del otro mundo no tienen ni inclusive el mérito de la novedad. ¿Sería, pues, un mérito la novedad? Nunca se ha pretendido que fuese un descubrimiento moderno. Estas comunicaciones, siendo una consecuencia de la naturaleza humana, y teniendo lugar por la voluntad de Dios, hacen parte de las leyes inmutables a través de las cuales Él rige el mundo; por lo tanto, ellas han debido existir desde que existen los hombres en la Tierra; he aquí el por qué son encontradas desde la más alta Antigüedad, entre todos los pueblos, en la historia profana, como también en la historia sacra. La antigüedad y la universalidad de esta creencia son argumentos en su favor; lanzar contra ella una conclusión desfavorable, sería, antes que nada, una falta de lógica.

A continuación decís que la facultad de los médiums poco difiere de la del sujeto en las manos del magnetizador, o dicho de otro modo, de la del sonámbulo; pero aunque admitamos una perfecta identidad, ¿cuál sería la causa de esta admirable clarividencia sonambúlica, clarividencia que no encuentra obstáculo ni en la materia ni en el distancia, y que se ejerce sin la ayuda de los órganos de la visión? ¿No es esta la demostración más patente de la existencia y de la individualidad del alma, soporte de la religión? Si yo fuera un sacerdote y quisiese probar en un sermón que hay en nosotros algo más que el cuerpo, lo demostraría de una manera irrecusable a través de los fenómenos del sonambulismo natural o artificial. Si la mediumnidad no es sino una variedad del sonambulismo, sus efectos no son menos dignos de observación. En esto yo encontraría una prueba más a favor de mi tesis y haría de la misma una nueva arma contra el ateísmo y el materialismo. Todas nuestras facultades son obra de Dios; cuanto mayores y más maravillosas son, más atestiguan Su poder y Su bondad.

Para mí, que durante treinta y cinco años he hecho estudios especiales sobre sonambulismo, que he realizado estudios no menos profundos de todas las variedades de médiums, digo –como todos los que no juzgan examinando sólo un lado del problema– que el médium es dotado de una facultad particular, que no permite ser confundido con el sonámbulo, y que la completa independencia de su pensamiento es probado por los hechos de la última evidencia, para cualquiera que se coloque en las condiciones requeridas para observar sin parcialidad. Haciendo abstracción de las comunicaciones escritas, ¿cuál es el sonámbulo que nunca ha hecho brotar un pensamiento de un cuerpo inerte? ¿Qué ha producido apariciones visibles e incluso tangibles? ¿Qué ha podido mantener un cuerpo pesado en el espacio sin punto de apoyo? ¿Habrá sido por un efecto sonambúlico que hace quince días un médium ha dibujado en mi casa, en presencia de veinte testigos, el retrato de una joven fallecida hacía dieciocho meses y que él nunca conoció, retrato reconocido por el padre que estaba presente en la sesión? ¿Es por un efecto sonambúlico que una mesa responde con precisión a las preguntas propuestas, inclusive a las preguntas mentales? Ciertamente, si se admite que el médium esté en un estado magnético, me parece difícil creer que la mesa sea sonámbula.

Decís que el médium no habla claramente sino de cosas conocidas. ¿Cómo explicar el siguiente hecho y centenas de otros del mismo género que son muchas veces reproducidos y que son de mi conocimiento personal? Uno de mis amigos, muy buen médium psicógrafo, preguntó a un Espíritu si una persona que él había perdido de vista desde hacía quince años estaba aún en este mundo. «Sí, ella todavía está encarnada, respondió el Espíritu; ella vive en París, en tal calle y tal número.» Él fue y encontró a la persona en la dirección indicada. ¿Es esto una ilusión? ¿Podía su pensamiento sugerirle esta respuesta? Si en ciertos casos las respuestas pueden concordar con el pensamiento, ¿es racional deducir que esta sea una ley general? En esto, como en todas las cosas, los juicios precipitados son siempre peligrosos, porque pueden ser desmentidos por los hechos que no han sido observados.

Además, señor abate, de ninguna manera mi intención es hacer aquí un curso de Espiritismo, ni de discutir si Él está cierto o errado. Me sería preciso –como lo he dicho hace poco– recordar innumerables hechos que he citado en la Revista Espírita, así como las explicaciones que de los mismos he dado en mis diversos escritos. Llego, pues, a la parte de vuestro artículo que me parece más grave.

Intituláis a vuestro artículo: Una nueva religión en París. En efecto, admitiendo que este sea el carácter del Espiritismo, habría allí un primer error, considerando que Él está lejos de circunscribirse a París. Cuenta con varios millones de adeptos, que se esparcen en las cinco partes del mundo, y París no ha sido su foco primitivo. En segundo lugar, ¿es una religión? Es fácil demostrar lo contrario.

El Espiritismo se fundamenta en la existencia de un mundo invisible, formado por seres incorpóreos que pueblan el espacio, y que no son otros sino las almas de aquellos que han vivido en la Tierra o en otros globos donde han dejado su envoltura material. Son esos seres a los cuales hemos dado, o mejor dicho, ellos mismos se han dado el nombre de Espíritus. Estos seres que sin cesar nos rodean ejercen sobre los hombres, sin éstos saberlo, una gran influencia; desempeñan un papel muy activo en el mundo moral, y hasta un cierto punto en el mundo físico. Por lo tanto, el Espiritismo está en la Naturaleza, y se puede decir que, en un cierto orden de ideas, es una fuerza, como la electricidad lo es desde otro punto de vista y como la gravitación universal también lo es.

Él nos revela el mundo invisible, como el microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño, que ni sospechábamos que existiese. Por lo tanto, los fenómenos cuya fuente es ese mundo invisible han debido producirse y se han producido en todos los tiempos: he aquí por qué la Historia de todos los pueblos hace mención de los mismos. Ha sido únicamente por ignorancia que los hombres han atribuido estos fenómenos a causas más o menos hipotéticas, y en ese aspecto han dado libre curso a su imaginación, como lo han hecho con todos los fenómenos cuya naturaleza les era imperfectamente conocida. El Espiritismo, mejor observado desde que se popularizó, viene a derramar luz sobre una multitud de cuestiones hasta aquí insolubles o mal resueltas. Su verdadero carácter es, pues, el de una ciencia y no el de una religión, y la prueba de esto es que Él cuenta entre sus adeptos con hombres de todas las creencias y que por eso no han renunciado a sus convicciones: católicos fervorosos –que no por ello practican menos todos los deberes de su culto–, protestantes de todas las sectas, israelitas, musulmanes y hasta budistas y brahmanes; hay de todo, excepto materialistas y ateos, porque estas ideas son incompatibles con las observaciones espíritas. Por lo tanto, el Espiritismo reposa sobre principios generales, independientes de toda cuestión dogmática. Es verdad que Él tiene consecuencias morales, como todas las ciencias filosóficas; estas consecuencias hacen parte del sentido cristiano, porque el Cristianismo es, de todas las doctrinas, la más esclarecida, la más pura, y es por esta razón que de todas las sectas religiosas del mundo, los cristianos son los más aptos para comprender al Espiritismo en su verdadera esencia. El Espiritismo no es una religión, pues de lo contrario tendría su culto, sus templos y sus ministros. Sin duda que cada uno puede hacer una religión de sus opiniones e interpretar a su gusto las religiones conocidas; pero de ahí a la constitución de una nueva Iglesia hay una gran distancia, y creo que sería imprudente seguir esta idea. En resumen, el Espiritismo se ocupa de la observación de los hechos y no de particularidades de tal o cual creencia; se ocupa de la investigación de las causas, de la explicación que esos hechos pueden dar de fenómenos conocidos, ya sea en el orden moral como en el orden físico, y no impone culto alguno a sus adeptos, así como la Astronomía no impone el culto a los astros, ni la pirotecnia el culto al fuego. Aún más: del mismo modo que el sabeísmonació de la Astronomía mal comprendida, el Espiritismo, mal comprendido en la Antigüedad, ha sido la fuente del politeísmo. Gracias a las luces del Cristianismo, hoy podemos juzgar al Espiritismo más sanamente y Él nos pone en guardia contra los sistemas erróneos, frutos de la ignorancia; y la propia religión puede extraer de Él la prueba palpable de muchas verdades discutidas por ciertas opiniones; he aquí el por qué, contrariamente a la mayoría de las ciencias filosóficas, uno de sus efectos es el de volver a llevar hacia las ideas religiosas a aquellos que están extraviados en un escepticismo exagerado.

La Sociedad de la cual habláis definió su objeto en el propio nombre que adoptó: la denominación de Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas en nada se parece al de una secta; y por el hecho de ella no tener este carácter, es que su reglamento le impide de ocuparse con cuestiones religiosas; está incluida en la categoría de las sociedades científicas, porque, en efecto, su objetivo es estudiar y profundizar todos los fenómenos que resultan de las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible; tiene su presidente, su secretario y su tesorero, como todas las Sociedades; no invita al público a sus sesiones; allí no hace ningún discurso ni nada que tenga el carácter de un culto cualquiera. Ella procede en sus trabajos con calma y recogimiento, primero porque es una condición necesaria para las observaciones; segundo, porque sabe del respeto que se les debe a aquellos que no viven más en la Tierra. Ella los llama en nombre de Dios, porque cree en Dios, en su omnipotencia, y sabe que nada se hace en este mundo sin su permiso. Abre sus sesiones con un llamado general a los Espíritus buenos, porque, sabiendo que los hay buenos y malos, ella no permite que estos últimos vengan a inducir al error al mezclarse fraudulentamente en las comunicaciones que recibe. ¿Qué es lo que esto prueba? Que nosotros no somos ateos; pero eso no implica que de forma alguna seamos sectarios de una religión; de esto debería haber quedado convencida la persona que os ha relatado lo que se hace entre nosotros, si hubiera seguido nuestros trabajos, y si sobre todo los hubiese juzgado menos ligeramente, y quizás con un espíritu menos prevenido y menos apasionado. Por lo tanto, los hechos protestan por sí mismos contra la calificación de nueva secta que dais a la Sociedad, indudablemente por falta de conocerla mejor.

Termináis vuestro artículo llamando la atención de los católicos sobre el mal que el Espiritismo puede hacer a las almas. Si las consecuencias del Espiritismo fuesen la negación de Dios, del alma, de su individualidad después de la muerte, del libre albedrío del hombre, de las penas y recompensas futuras, sería una doctrina profundamente inmoral; lejos de esto, Él prueba, no por el razonamiento, sino por los hechos, esas bases fundamentales de la religión, cuyo enemigo más peligroso es el materialismo. Hace más aún: por sus consecuencias enseña a soportar con resignación las miserias de esta vida; el Espiritismo calma la desesperación; enseña a los hombres a amarse como hermanos, según los divinos preceptos de Jesús. ¡Si supieseis, como yo, a cuántos incrédulos endurecidos Él ha hecho revivir! ¡A cuántas víctimas ha arrancado del suicidio por la perspectiva del destino reservado a aquellos que abrevian su vida, contrariando a la voluntad de Dios! ¡A cuántos les ha calmado los odios y a cuántos enemigos ha aproximado! ¿Es a esto a lo que llamáis hacer mal a las almas? No, no podéis pensar así, y preferiría creer que si lo conocieseis mejor, lo juzgaríais completamente de otro modo. Diréis que la religión puede hacer todo esto. Lejos de mí está en discutirlo; ¿pero creéis que habría sido más feliz para aquellos que ella ha encontrado rebeldes, el haber permanecido en una absoluta incredulidad? Si el Espiritismo ha triunfado sobre todo eso, si les ha vuelto claro lo que antes era oscuro y si les ha hecho evidente lo que antes era dudoso, ¿dónde está el mal? Para mí, digo que en lugar de perder a las almas, Él las ha salvado.

Atentamente,

ALLAN KARDEC.