Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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El mayor Georges Sydenham

Encontramos el siguiente relato en una notable colección de historias auténticas de apariciones y de otros fenómenos espíritas, narración publicada en Londres en 1682, por el reverendo J. Granville y por el Dr. H. More. La misma es intitulada: Aparición del Espíritu del mayor Georges Sydenham al capitán V. Dyke, extraída de una carta del Sr. Jacques Douche, de Mongton, al Sr. J. Granville.

«... Poco tiempo después de la muerte del mayor Georges, el Dr. Th. Dyke, pariente próximo del capitán, fue llamado para tratar a un niño enfermo. El doctor y el capitán se acostaron en la misma cama. Después de haber dormido un poco, el capitán llamó al criado y le ordenó que encendiera dos velas, las mayores y más gruesas que encontrase. El doctor le preguntó el porqué de lo que estaba haciendo. “Conocéis –dice al capitán– mis discusiones con el mayor en lo referente a la existencia de Dios y a la inmortalidad del alma: nosotros no pudimos esclarecer estos dos puntos, aunque siempre lo hubiésemos deseado.

“Entonces nos pusimos de acuerdo que aquel de nosotros que muriese primero vendría a la tercera noche después de los funerales, entre la medianoche y una hora, al jardín de esta pequeña casa, y allí esclarecería al sobreviviente al respecto. Es exactamente hoy –agregó el capitán– que el mayor debe cumplir su promesa”. Por consiguiente, puso el reloj cerca de él y se levantó a las once y media, tomó una vela en cada mano, salió por la puerta trasera –guardando la llave– y se paseó así por el jardín durante dos horas y media. A su regreso declaró al doctor que no había visto ni escuchado nada fuera de lo común; pero agregó: –Sé que mi mayor habría venido si hubiese podido.

«Seis semanas después el capitán fue a Eaton para ubicar a su hijo en una escuela, y el doctor los acompañó. Se alojaron en un albergue llamado Saint-Christophe (San Cristóbal) y permanecieron allí dos o tres días, pero no durmieron juntos como en Dulversan; ellos estaban en dos cuartos separados.

Una mañana, el capitán permaneció más tiempo que de costumbre en su cuarto, antes de llamar al doctor. Finalmente entró en la habitación de este último con el rostro totalmente alterado, los cabellos erizados, la mirada despavorida y todo el cuerpo temblando. –¿Qué pasó, primo capitán? –dijo el doctor. El capitán respondió: –He visto al mayor. –El doctor pareció sonreír. –Os afirmo que hoy lo he visto como nunca lo he visto en mi vida. Entonces hizo la siguiente narración: “Esta mañana, al amanecer, alguien se aproximó a mi cama, arrancó las cubiertas y gritó: Cap, cap (era el nombre familiar que el mayor usaba para llamar al capitán). Yo respondí: –¡Cómo!, ¿mi mayor? Él continuó: –No pude venir en el día marcado; pero ahora estoy aquí y os digo: hay un Dios, que es muy justo y terrible; si vos no cambiáis de piel, ¡veréis cuando lleguéis aquí! –Sobre la mesa había una espada que el mayor me había dado; después dio dos o tres vueltas en el cuarto, tomó la espada, la desenvainó y, al no encontrarla tan pulida como debería estar, dijo: –Cap, cap, esta espada estaba mejor conservada cuando era mía. –Con estas palabras desapareció súbitamente”.»

El capitán no sólo fue perfectamente persuadido de la realidad de lo que había visto y escuchado, sino que desde entonces se volvió mucho más serio. Su carácter, antes ligero y jovial, se modificó considerablemente. Cuando invitaba a sus amigos, los trataba con desprendimiento, pero era austero consigo mismo. Las personas que lo conocían aseguraban que a menudo él creía oír la repetición de las palabras del mayor, durante los dos años que vivió después de lo sucedido.

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ALLAN KARDEC