Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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A Su Alteza el príncipe G.

Príncipe:

Vuestra Alteza me ha hecho el honor de dirigirme varias preguntas referentes al Espiritismo; voy a tratar de responderlas, tanto como lo permita el estado de los conocimientos actuales sobre la materia, resumiendo en pocas palabras lo que el estudio y la observación nos han enseñado al respecto. Esas cuestiones se basan en los propios principios de la ciencia; para dar más claridad a la solución, es necesario tener esos principios presentes en el pensamiento; por lo tanto, permitidme considerar la cuestión desde un punto más alto, estableciendo preliminarmente ciertas proposiciones fundamentales que, además, han de servir de respuesta a algunas de vuestras preguntas.

Fuera del mundo corporal visible existen seres invisibles que constituyen el mundo de los Espíritus.

De ninguna manera los Espíritus son seres aparte, sino las propias almas de los que han vivido en la Tierra o en otras esferas, y que se han despojado de sus envolturas materiales.

Los Espíritus presentan todos los grados de desarrollo intelectual y moral. Por consecuencia los hay buenos y malos, esclarecidos e ignorantes, ligeros, mentirosos, bellacos, hipócritas, que buscan engañar e inducir al mal, así como los hay muy superiores en todo y que solamente buscan hacer el bien. Esta distinción es un punto capital.

Los Espíritus nos rodean sin cesar; sin que lo sepamos, dirigen nuestros pensamientos y nuestras acciones, y por esto influyen en los acontecimientos y en los destinos de la Humanidad.

A menudo los Espíritus atestiguan su presencia a través de efectos materiales. Estos efectos nada tienen de sobrenatural; sólo nos parecen así porque reposan sobre bases que se encuentran fuera de las leyes conocidas de la materia. Una vez conocidas estas bases, el efecto entra en la categoría de los fenómenos naturales.

Es así que los Espíritus pueden actuar sobre los cuerpos inertes y hacerlos mover sin el auxilio de nuestros agentes exteriores. Negar la existencia de agentes desconocidos por el solo hecho de no comprenderlos, sería poner límites al poder de Dios y creer que la Naturaleza nos ha dicho su última palabra.

Todo efecto tiene una causa: nadie lo discute. Por lo tanto, es ilógico negar la causa por el solo hecho de que es desconocida.

Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente. Cuando vemos al manipulador del telégrafo formar señales que responden al pensamiento, no sacamos en conclusión que dicho manipulador sea inteligente, sino que una inteligencia lo hace mover. Sucede lo mismo con los fenómenos espíritas. Si la inteligencia que los produce no es la nuestra, es evidente que se encuentra fuera de nosotros.

En los fenómenos de las Ciencias naturales se actúa sobre la materia inerte que se manipula a voluntad; en los fenómenos espíritas se actúa sobre inteligencias que tienen su libre albedrío y que no están sometidas a nuestra voluntad. Por lo tanto, hay entre los fenómenos usuales y los fenómenos espíritas una diferencia radical en cuanto al principio: es por esto que la Ciencia común es incompetente para juzgarlos.

El Espíritu encarnado tiene dos envolturas: una material, que es el cuerpo, y otra semimaterial e indestructible, que es el periespíritu. Al dejar la primera, el Espíritu conserva la segunda que constituye para él una especie de cuerpo, pero cuyas propiedades son esencialmente diferentes. En su estado normal, el periespíritu es invisible para nosotros, pero puede volverse momentáneamente visible e incluso tangible: tal es la causa del fenómeno de las apariciones.

Por lo tanto, los Espíritus no son seres abstractos, indefinidos, sino seres reales y limitados, que tienen su existencia propia y que piensan y obran en virtud de su libre albedrío. Ellos están por todas partes, a nuestro alrededor; pueblan los espacios y se transportan con la velocidad del pensamiento.

Los hombres pueden entrar en relación con los Espíritus y recibir de los mismos comunicaciones directas a través de la escritura, de la palabra y por otros medios. Al estar los Espíritus a nuestro lado, o al poder atender a nuestro llamado, es posible establecer con ellos comunicaciones continuadas, a través de ciertos intermediarios, como un ciego puede hacerlo con las personas que él no ve.

Ciertas personas son más dotadas que otras de una aptitud especial para transmitir las comunicaciones de los Espíritus: son los médiums. El papel del médium es el de un intérprete; es un instrumento del cual se sirve el Espíritu; este instrumento puede ser más o menos perfecto, y es por esto que existen comunicaciones más o menos fáciles.

Los fenómenos espíritas son de dos órdenes: las manifestaciones físicas y materiales, y las comunicaciones inteligentes. Los efectos físicos son producidos por Espíritus inferiores; los Espíritus elevados no se ocupan de esas cosas, así como nuestros sabios no se ocupan en hacer proezas musculares: su papel es el de instruir por el razonamiento.

Las comunicaciones pueden emanar de Espíritus inferiores, como de Espíritus superiores. Se reconoce a los Espíritus –como a los hombres– por su lenguaje: el de los Espíritus superiores es siempre serio, digno, noble e impregnado de benevolencia; toda expresión trivial o inconveniente, todo pensamiento que choque a la razón o al buen sentido, que denote orgullo, acrimonia o malevolencia, emana necesariamente de un Espíritu inferior.

Los Espíritus elevados no enseñan más que cosas buenas; su moral es la del Evangelio; sólo predican la unión y la caridad, y nunca engañan. Los Espíritus inferiores dicen absurdos, mentiras y a menudo hasta groserías.

La buena aptitud de un médium no consiste solamente en la facilidad de las comunicaciones, sino sobre todo en la naturaleza de las comunicaciones que recibe. Un buen médium es el que simpatiza con los Espíritus buenos y no recibe sino buenas comunicaciones.

Todos tenemos un Espíritu familiar que se vincula a nosotros desde nuestro nacimiento, que nos guía, aconseja y nos protege; este Espíritu es siempre bueno.

Además del Espíritu familiar, hay Espíritus que son atraídos hacia nosotros por su simpatía para con nuestras cualidades y nuestros defectos, o por antiguos afectos terrestres. De esto resulta que, en toda reunión, hay una multitud de Espíritus más o menos buenos, según la naturaleza del medio.

¿Pueden los Espíritus revelar el futuro?

Los Espíritus sólo conocen el futuro en razón de su elevación. Aquellos que son inferiores no conocen ni siquiera su futuro, y con más fuerte razón desconocen el de los otros. Los Espíritus superiores lo conocen, pero no siempre les es permitido revelarlo. En principio, y por un designio muy sabio de la Providencia, el porvenir nos debe ser ocultado; si lo conociéramos, nuestro libre albedrío sería obstaculizado. La certeza del éxito nos sacaría la voluntad de hacer algo, porque no veríamos la necesidad de esforzarnos; la certeza de una desgracia nos desanimaría. No obstante, hay casos donde el conocimiento del futuro puede ser útil, pero de éstos jamás podemos ser jueces: los Espíritus nos lo revelan cuando lo creen útil y cuando tienen el permiso de Dios; entonces, ellos lo hacen espontáneamente y no a pedido nuestro. Es preciso esperar con confianza la oportunidad, y sobre todo no insistir en caso de negativa, porque de otro modo uno se arriesga a relacionarse con Espíritus ligeros que se divierten a costa nuestra.

¿Pueden los Espíritus guiarnos a través de consejos directos en las cosas de la vida?

Sí, pueden y lo hacen con gusto. Esos consejos nos llegan diariamente por los pensamientos que nos sugieren. Frecuentemente hacemos cosas de las cuales nos atribuimos el mérito, y que en realidad no son más que el resultado de una inspiración que nos ha sido transmitida. Ahora bien, como estamos rodeados por Espíritus que influyen en nosotros, unos en un sentido y otros en otro, tenemos siempre nuestro libre albedrío para guiarnos en la elección; feliz de nosotros cuando preferimos a nuestro Espíritu bueno.

Además de esos consejos ocultos, se puede obtenerlos directamente a través de un médium; pero es aquí el caso de recordar los principios fundamentales que acabamos de emitir. La primera cuestión a considerar es la cualidad del médium, si no lo es uno mismo. Un médium que no recibe sino buenas comunicaciones y que, por sus cualidades personales, sólo simpatiza con los Espíritus buenos, es un ser precioso del cual se puede esperar grandes cosas, si es que es secundado por la pureza de sus propias instrucciones y si las mismas se toman convenientemente; digo más: es un instrumento providencial.

El segundo punto, que no es menos importante, consiste en la naturaleza de los Espíritus a los cuales nos dirigimos, y no es preciso creer que el primero que llegue pueda guiarnos útilmente. Aquel que viese en las comunicaciones espíritas apenas un medio de adivinación, y en un médium una especie de echador de la buenaventura, se equivocaría por completo. Es preciso considerar que tenemos en el mundo de los Espíritus, amigos que se interesan por nosotros, más sinceros y más devotos que aquellos que adoptan ese título en la Tierra, y que no tienen ningún interés en adularnos o en engañarnos. Son, además de nuestro Espíritu protector, parientes o personas que nos han querido en vida, o Espíritus que nos desean el bien por simpatía. Éstos vienen de buen grado cuando se los llama e incluso vienen sin ser llamados; frecuentemente los tenemos a nuestro lado sin que lo sospechemos. Son aquellos a los que podemos pedirles consejos por vía directa de los médiums, y que incluso los dan espontáneamente sin que se los pidamos. Sobre todo lo hacen en la intimidad, en el silencio y cuando ninguna influencia extraña viene a perturbarlos; además, ellos son muy prudentes y nunca temamos de su parte una indiscreción: se callan cuando hay demasiados oídos. Lo hacen todavía más a gusto cuando están en frecuente comunicación con nosotros; como sólo dicen cosas convenientes y oportunas, es preciso esperar su buena voluntad y no creer que a primera vista ellos vengan a satisfacer a todos nuestros pedidos; con esto quieren probarnos que no están a nuestras órdenes.

La naturaleza de las respuestas depende mucho de la manera de hacer las preguntas; es necesario aprender a conversar con los Espíritus como se aprende a conversar con los hombres: en todas las cosas es preciso experiencia. Por otro lado, el hábito hace que los Espíritus se identifiquen con nosotros y con el médium; los fluidos se combinan y las comunicaciones son más fáciles; entonces, se establece entre ellos y nosotros verdaderas conversaciones familiares; lo que no dicen en un día, lo dicen en otro; se habitúan a nuestra manera de ser, como nosotros a la de ellos: estamos recíprocamente más a gusto. En cuanto a la intromisión de los Espíritus malos y de los Espíritus engañadores –lo que es un gran escollo–, la experiencia enseña a combatirlos y siempre pueden ser evitados. Si no se les da motivos, ellos no vienen porque saben que pierden su tiempo.

¿Cuál puede ser la utilidad de la propagación de las ideas espíritas? –Al ser el Espiritismo la prueba palpable y evidente de la existencia, de la individualidad y de la inmortalidad del alma, es la destrucción del materialismo, de esa negación de toda religión, de esa llaga de toda sociedad. El número de materialistas que Él ha conducido hacia ideas más sanas es considerable y aumenta todos los días: sólo esto ya sería un beneficio social. Él no sólo prueba la existencia del alma y su inmortalidad, sino que muestra su estado feliz o infeliz según los méritos de esta vida. Las penas y las recompensas futuras no son más una teoría: son un hecho patente que lo tenemos bajo nuestros ojos. Ahora bien, como no hay religión posible sin la creencia en Dios, en la inmortalidad del alma, en las penas y recompensas futuras, el Espiritismo hace revivir esas creencias en aquellos en los cuales ellas estaban apagadas, deduciéndose de esto que Él es el más poderoso auxiliar de las ideas religiosas: da religión a los que no la tienen;[i] la fortifica en aquellos en que ella es vacilante; consuela por la certeza del futuro, hace tomar con paciencia y resignación las tribulaciones de esta vida y desvía el pensamiento del suicidio, pensamiento que es rechazado naturalmente cuando se ve sus consecuencias: he aquí por qué son felices los que han penetrado esos misterios; es para ellos una luz que disipa las tinieblas y las angustias de la duda.

Si consideramos ahora la moral enseñada por los Espíritus superiores, ella es toda evangélica: con esto está todo dicho; predica la caridad cristiana en toda su sublimidad, y hace más, muestra su necesidad para la felicidad presente y futura, porque las consecuencias del bien y del mal que hacemos están allí delante de nuestros ojos. Al reconducir a los hombres a los sentimientos de sus deberes recíprocos, el Espiritismo neutraliza el efecto de las doctrinas subversivas del orden social.

¿No pueden esas creencias ser un peligro para la razón? –Todas las Ciencias ¿no han proporcionado su contingente a las casas de alienados? ¿Hay que condenarlas por esto? Las creencias religiosas ¿no están allí ampliamente representadas? ¿Sería justo, por eso, proscribir la religión? ¿Se conocen a todos los locos que el miedo al diablo ha producido? Todas las grandes preocupaciones intelectuales llevan a la exaltación y pueden influir de modo perjudicial sobre un cerebro débil; tendría fundamento en verse en el Espiritismo un peligro especial en este aspecto si Él fuese la única causa o, incluso, la causa preponderante de los casos de locura. Se da mucha repercusión a dos o tres casos a los cuales no se les habría prestado ninguna atención en otra circunstancia; y además no se tiene en cuenta las causas predisponentes anteriores. Yo podría citar otras en donde las ideas espíritas bien comprendidas han detenido el desarrollo de la locura. En resumen, el Espiritismo no ofrece, en este aspecto, más peligro que las mil y una causas que la producen diariamente; digo más: que Él ofrece mucho menos peligro, porque lleva en sí mismo el correctivo y, por la dirección que da a las ideas, por la calma que proporciona al espíritu de los que lo comprenden, puede neutralizar el efecto de causas extrañas. La desesperación es una de esas causas; ahora bien, al hacernos encarar las cosas más penosas con sangre fría y resignación, el Espiritismo nos da la fuerza de soportarlas con coraje y resignación, y atenúa los funestos efectos de la desesperación.

¿No son las creencias espíritas la consagración de las ideas supersticiosas de la Antigüedad y de la Edad Media, y no pueden ellas darles crédito? –Las personas sin religión ¿no tachan de superstición a la mayoría de las creencias religiosas? Una idea sólo es supersticiosa cuando es falsa; deja de serlo si se vuelve una verdad. Está probado que en el fondo de la mayoría de las supersticiones hay una verdad amplificada y desnaturalizada por la imaginación. Ahora bien, quitar a esas ideas todo su atavío fantástico y no dejar más que la realidad, es destruir la superstición: tal es el efecto de la ciencia espírita, que pone al desnudo lo que hay de verdadero y de falso en las creencias populares. Por mucho tiempo las apariciones han sido consideradas como una creencia supersticiosa; hoy, que son un hecho probado y –más que eso– perfectamente explicado, entran en el dominio de los fenómenos naturales. Por más que se las condene, no se las impedirá producirse; pero aquellos que se dieron cuenta y las comprenden, no solamente no se asustan, sino que están satisfechos, y esto sucede a tal punto que aquellos que no las tienen desean tenerlas. Al dejar el campo libre a la imaginación, los fenómenos incomprendidos son la fuente de una multitud de ideas accesorias, absurdas, que degeneran en supersticiones. Mostrad la realidad, explicad la causa, y la imaginación se detiene en el límite de lo posible; lo maravilloso, lo absurdo y lo imposible desaparecen, y con ellos la superstición; tales son, entre otras, las prácticas cabalísticas, la virtud de los signos y de las palabras mágicas, las fórmulas sacramentales, los amuletos, los días nefastos, las horas diabólicas y tantas otras cosas de las cuales el Espiritismo bien comprendido demuestra el ridículo.

Príncipe, tales son las respuestas que he creído un deber daros a las preguntas que me habéis hecho el honor de dirigir; me he de sentir feliz si ellas pueden corroborar las ideas que Vuestra Alteza ya posee sobre esas materias y si pueden llevaros a profundizar una cuestión de tan alto interés; más feliz aún si mi colaboración ulterior puede seros de alguna utilidad.

Con el más profundo respeto, soy de Vuestra Alteza, vuestro muy humilde y muy obediente servidor,


ALLAN KARDEC.