Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Espíritus perturbadores: medios para desembarazarse de ellos

Nos escriben de Gramat (Lot):

«En una casa de la aldea de Coujet, comuna de Bastat (Lot), se escuchan ruidos extraordinarios desde hace aproximadamente dos meses. Al principio eran golpes secos y bastante parecidos con el golpe de una maza sobre el piso, que escuchábamos de todos los lados: bajo los pies, sobre la cabeza, en las puertas, en los muebles; entonces, poco después se oyeron los pasos de un hombre que caminaba con los pies descalzos y el golpeteo de dedos en los vidrios de las ventanas. Los habitantes de la casa se asustaron y mandaron rezar misas; inquieta, la población se dirigió hacia la aldea y escuchó a su vez dichos ruidos; la policía intervino, hizo varias investigaciones, pero el ruido aumentó. Luego fueron puertas abiertas, objetos derribados, sillas arrojadas por la escalera y muebles transportados de la planta baja hasta el desván. Todo lo que os narro –atestiguado por un gran número de personas– ha sucedido en pleno día. La casa no es una casucha antigua, sombría y negra, que sólo por el aspecto hace soñar con fantasmas; es una casa recientemente construida, que es agradable; los propietarios son buenas personas, incapaces de querer engañar a alguien, y muertas de miedo. Sin embargo, muchas personas piensan que allí no hay nada de sobrenatural ni de extraordinario, y tratan de explicarlo todo a través de la Física o de las malas intenciones que ellos atribuyen a los habitantes de la casa. Yo, que he visto y que creo, he resuelto dirigirme a vos para saber cuáles son los Espíritus que hacen ese alboroto y conocer el medio –si es que hay uno– de hacerlos callar. Es un servicio que prestaréis a esas buenas personas, etc...»

Los hechos de esta naturaleza no son raros; todos más o menos se parecen y, por lo general, solamente difieren en su intensidad y en su mayor o menor tenacidad. Inquietan poco cuando se limitan a algunos ruidos sin grandes consecuencias, pero se vuelven una verdadera calamidad cuando adquieren ciertas proporciones. Nuestro honorable corresponsal nos pregunta cuáles son los Espíritus que hacen ese alboroto. La respuesta no deja dudas: se sabe que los Espíritus de un orden muy inferior son los únicos culpables.

Los Espíritus superiores, así como los hombres graves y serios, no se dedican a causar desórdenes como los inferiores. A menudo hemos llamado a éstos para preguntarles el motivo que los lleva a perturbar de esa manera el reposo. La mayoría no tiene otro objetivo que el de divertirse; son más bien Espíritus ligeros que malos, los cuales se ríen del temor que ocasionan y de las búsquedas inútiles que se hacen para descubrir la causa del tumulto. Frecuentemente se obstinan con un individuo al que se complacen en molestar y al que persiguen de casa en casa; otras veces se vinculan a un local sin otro motivo que el de su capricho. Algunas veces también es una venganza que ellos ejercen, como tendremos oportunidad de ver. En ciertos casos su intención es más loable; quieren llamar la atención y ponerse en contacto, ya sea para dar una advertencia útil a la persona a la cual se dirigen o para pedir algo para sí mismos. A menudo hemos visto que piden oraciones; otras veces que solicitan el cumplimiento –en su nombre– de una promesa que no pudieron concretar; en fin, en otras ocasiones, en el interés de su propio reposo, quieren reparar una mala acción cometida por ellos cuando encarnados. En general, se comete una equivocación al asustarse; su presencia puede ser inoportuna, pero no peligrosa. Además, se comprende el deseo que se tiene en desembarazarse de ellos, y para esto se hace generalmente todo lo contrario de lo que sería preciso hacer. Si son Espíritus que se divierten, cuanto más se toma la cosa en serio, más ellos persisten, como los niños traviesos que fastidian cada vez más a aquellos que ven impacientarse, y que hacen temer a los miedosos. Si tomásemos el sabio partido de nosotros mismos reírnos de sus malas pasadas, ellos terminarían por cansarse y por quedarse tranquilos. Conocemos a alguien que, lejos de irritarse, los provocaba, los desafiaba a hacer tal o cual cosa, de manera que al cabo de algunos días no volvieron más. Pero, como ya dijimos, existen otros cuyo motivo es menos frívolo. Es por eso que siempre es útil saber lo que quieren. Si piden algo, podemos estar seguros que cesarán sus visitas desde que su deseo sea satisfecho. La mejor manera de estar informado al respecto es la de evocar al Espíritu por intermedio de un buen médium psicógrafo; en sus respuestas se verá enseguida con quién estamos entrando en relación y, en consecuencia, cómo podremos obrar; si fuere un Espíritu infeliz, la caridad ordena que se lo trate con las consideraciones que merece. Si fuere un bromista de mal gusto, se puede proceder con él sin ceremonia; si fuere malévolo, es necesario orar a Dios para que lo vuelva mejor. En todos los casos, la oración sólo podrá dar buenos resultados. Pero la gravedad de las fórmulas de exorcismo los hace reír y en absoluto las tienen en cuenta. Si podemos entrar en comunicación con ellos, es preciso desconfiar de las calificaciones burlescas o asustadoras que a veces se dan para divertirse con la credulidad ajena.

En muchos casos la dificultad está en no tener un médium a disposición. Entonces es preciso buscar reemplazarlo uno mismo o interrogar directamente al Espíritu, de conformidad con los preceptos que sobre el tema hemos dado en nuestras Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones.

Esos fenómenos –aunque ejecutados por Espíritus inferiores– son a menudo provocados por Espíritus de un orden más elevado, con el objetivo de convencer acerca de la existencia de seres incorpóreos y de un poder superior al hombre. La repercusión que de esto resulta, el propio miedo que causan, llaman la atención y terminarán por abrir los ojos a los más incrédulos. Éstos encuentran más sencillo atribuir esos fenómenos a la imaginación, explicación muy cómoda y que exime de dar otras; sin embargo, cuando objetos son empujados o arrojados a la cabeza, sería necesaria una imaginación muy complaciente para suponer que semejantes cosas suceden, cuando no suceden. Si observamos un efecto cualquiera, este efecto ha de tener necesariamente una causa; si una fría y calma observación nos demuestra que este efecto es independiente de toda voluntad humana y de toda causa material; si además de eso nos da señales evidentes de inteligencia y de libre voluntad, lo que constituye la señal más característica, somos bien forzados a atribuirlo a una inteligencia oculta. ¿Cuáles son esos seres misteriosos? Es lo que los estudios espíritas nos enseñan de la manera más incontestable, por los medios que nos da para comunicarse con ellos. Además, estos estudios nos enseñan a separar lo que es real de lo que es falso o exagerado en los fenómenos de los cuales no nos damos cuenta. Si un efecto insólito se produce: ruido, movimiento, incluso una aparición, el primer pensamiento que se debe tener es que se deba a una causa natural, porque es lo más probable; entonces, es preciso buscar esta causa con el mayor cuidado, y no admitir la intervención de los Espíritus sino con pleno conocimiento de la misma; éste es el medio de no hacerse ilusiones.