Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Conversaciones familiares del Más Allá - Voltaire y Federico

Diálogo obtenido por dos médiums que sirvieron de intérpretes a cada uno de esos dos Espíritus, en la sesión de la Sociedad del 18 de marzo de 1859.

Preguntas previas dirigidas a Voltaire

1. ¿En qué situación estáis como Espíritu? –Resp. Errante, pero arrepentido.

2. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Yo rasgo el velo del error que, cuando encarnado, creía que era la luz de la verdad.

3. ¿Qué pensáis de vuestros escritos en general? –Resp. Mi Espíritu estaba dominado por el orgullo; por otra parte, yo tenía la misión de dar un impulso a un pueblo en la infancia; mis obras son la consecuencia de eso.

4. ¿Qué diréis, en particular, de vuestro Juana de Arco? –Resp. Es una diatriba; he hecho cosas peores que esto.

5. Cuando encarnado, ¿qué pensabais de vuestro futuro después de la muerte? –Resp. Yo no creía sino en la materia –bien lo sabéis–, y ésta muere.

6. ¿Erais ateo en el verdadero sentido de la palabra? –Resp. Yo era orgulloso; negaba a la Divinidad por orgullo, con lo que he sufrido y de lo que me arrepiento.

7. ¿Gustaríais conversar con Federico, que también ha consentido en responder a nuestro llamado? Esta conversación sería instructiva para nosotros. –Resp. Si Federico quisiere, estoy listo.

Voltaire. –Mi querido monarca, veis que reconozco mis errores y estoy lejos de hablar como en mis obras; en otros tiempos dábamos el espectáculo de nuestras torpezas; ahora somos obligados a dar el de nuestro arrepentimiento y nuestro deseo de conocer la pura y gran verdad.

Federico. –Yo os creía menos bueno de lo que realmente sois.

Voltaire. –Una fuerza, que somos impelidos a adorar y a reconocer totalmente soberana, obliga a nuestra alma a proclamar –para aquellos de quien tal vez abusamos– una doctrina enteramente opuesta a la que nosotros hemos profesado.

Federico. –Es verdad, mi querido Arouet, pero no finjamos más; es inútil, todos los velos han caído.

Voltaire. –¡Hemos dejado tantos desastres atrás nuestro, que necesitaremos muchas lágrimas para que obtengamos el perdón y para que seamos absueltos! No podemos dejar de unirnos para hacer olvidar y reparar los males que hemos causado.

Federico. –Confesemos también que el siglo que nos admiraba fue muy pobre de juicio, y que es preciso muy poco para deslumbrar a los hombres: nada más que un poco de audacia.

Voltaire. –¿Por qué no? ¡Hemos tenido tanta repercusión en nuestro siglo!

Federico. –Ha sido esa repercusión que, al caer de repente en completo silencio, nos ha arrojado en una amarga reflexión, casi en el arrepentimiento. Lloro por la vida que he llevado, pero también ¡cómo me molesta no ser más Federico! ¡Y tú, no ser más el Sr. Voltaire!

Voltaire. –Hablad pues por vos, Majestad.

Federico. –Sí, sufro; pero no lo repitáis más.

Voltaire. –¡Entonces abdicad! Más tarde haréis como yo.

Federico. –No puedo...

Voltaire. –Pedís que sea vuestro guía; he de serlo; solamente trataré de no extraviaros en el futuro. Si podéis comprender, buscad aquí lo que os pueda ser útil. No son altezas que os interrogan, sino Espíritus que buscan y que encuentran la verdad con la ayuda de Dios.

Federico. –Entonces tomadme de la mano; si podéis, trazad para mí una línea de conducta... esperemos... pero será para vos... En cuanto a mí, estoy con mucha perturbación, y esto ya dura un siglo.

Voltaire. –Aún deseáis que yo tenga el orgullo de valer más que vos; esto no es generoso. Volveos bueno y humilde, para que yo mismo sea humilde.

Federico. –Sí, pero la marca que mi condición de Majestad me ha dejado en el corazón me impide siempre de humillarme como tú. Mi corazón es duro como una piedra, árido como un desierto, seco como la arena.

Voltaire. –¿Seréis entonces un poeta? No os conocía ese talento, Majestad.

Federico. –Tú finges, tú... Sólo le pido a Dios una cosa: el olvido del pasado... una encarnación de prueba y de trabajo.

Voltaire. –Así es mejor; me uno también a vos, pero siento que tendré que esperar mucho tiempo por mi remisión y mi perdón.

Federico. –Bien, amigo mío; entonces oremos juntos una vez.

Voltaire. –Lo hago siempre desde que Dios se ha dignado levantar para mí el velo de la carne.

Federico. –¿Qué pensáis de estos hombres que nos llaman aquí?

Voltaire. –Ellos pueden juzgarnos, y nosotros no podemos sino humillarnos ante ellos.

Federico. –Ellos me ponen en apuro, yo... sus pensamientos son muy diversos.

Preg. (A Federico.) –¿Qué pensáis del Espiritismo? –Resp. Vos sois más sabio que nosotros; ¿no vivís un siglo después del nuestro? Y aunque en el Cielo desde aquel tiempo, apenas acabamos de entrar en el mismo.

Preg. Os agradecemos por haber consentido atender a nuestro llamado, así como a vuestro amigo Voltaire.

Voltaire. –Vendremos cuando quisiereis.

Federico. –No me evoquéis frecuentemente... No soy simpático.

Preg. ¿Por qué no sois simpático? –Resp. Yo desprecio y me siento despreciable.


25 de marzo de 1859

1. Evocación de Voltaire. - R. Hablad.

2. ¿Qué pensáis de Federico, ahora que él no está más aquí? –Resp. Él razona muy bien, pero no ha querido explicarse; como os ha dicho, él desprecia, y ese desprecio que tiene por todos le impide abrirse, porque teme no ser comprendido.

3. ¡Pues bien! ¿Tendríais la bondad de complementar esto, y decirnos qué entendía él por estas palabras: Yo desprecio y me siento despreciable? –Resp. Sí; él se siente débil y corrompido –como todos nosotros–, y quizás comprenda más que nosotros aún, al haber abusado más que los otros de los dones de Dios.

4. ¿Cómo lo juzgáis como monarca? –Resp. Hábil.

5. ¿Lo juzgáis un hombre probo? –Resp. Esto no se pregunta: ¿no conocéis sus acciones?

6. ¿No podríais darnos una idea más precisa de la que habéis dado sobre vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. No; a todo instante de mi vida descubro como un nuevo punto de vista del bien; trato de practicarlo o, mejor dicho, de aprender a practicarlo. Cuando se ha tenido una existencia como la mía, hay muchos prejuicios que combatir, muchos pensamientos que repeler o que cambiar completamente antes de llegar a la verdad.

7. Desearíamos que nos dieseis una disertación sobre un tema de vuestra elección; ¿consentiríais en darnos una? –Resp. Sí, sobre el Cristo, si lo quisiereis.

8. ¿En esta sesión? –Resp. Más tarde; esperad; en otra.

8 de abril de 1859

1. Evocación de Voltaire. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Tendríais la bondad de darnos hoy la disertación que nos habéis prometido? –Resp. He aquí lo que os he prometido; solamente seré breve.

Estimados amigos, cuando yo estaba entre vuestros antepasados, tenía opiniones y, para sostenerlas y hacerlas prevalecer entre mis contemporáneos, frecuentemente simulaba una convicción que en realidad yo no tenía. Fue así que, al querer reprobar los defectos y los vicios en que caía la religión, sostuve una tesis que hoy estoy condenado a refutarla.

Ataqué muchas cosas puras y santas que mi mano profana debería haber respetado. De esta manera, ataqué al propio Cristo, ese modelo de virtudes sobrehumanas –si así me puedo expresar. Sí, pobres hombres, quizás podremos parecernos un poco a nuestro modelo, pero nunca tendremos la devoción y la santidad que Él ha mostrado; será siempre más elevado que nosotros, porque Él ha sido mejor antes que nosotros. Nosotros aún estábamos sumergidos en el vicio de la corrupción y Él ya estaba sentado a la derecha de Dios. Aquí, ante vosotros, me retracto de todo lo que mi pluma escribió contra el Cristo, porque yo lo amo; sí, lo amo. Yo sentía por no haber podido hacerlo aún.