Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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El zuavo de Magenta

PRIMERA CONVERSACIÓN (Sociedad, 10 de junio de 1859.)

1. Rogamos a Dios todopoderoso que permita al Espíritu de uno de los militares muertos en la batalla de Magenta que se comunique con nosotros. –Resp. ¿Qué queréis saber?

2. ¿Dónde estabais cuando os llamamos? –Resp. No sabría decirlo.

3. ¿Quién os ha avisado que deseábamos conversar con vosotros? –Resp. Uno que es más sagaz que yo.

4. ¿Dudabais cuando encarnado que los muertos podían venir a conversar con los vivos? –Resp. ¡Oh, eso no!

5. ¿Qué sentís al encontraros aquí? –Resp. Esto me da placer; por lo que me dicen, vos debéis hacer grandes cosas.

6. ¿A qué cuerpo del ejército pertenecíais? (Alguien dice en voz baja: Por su lenguaje debe ser un zuavo.) –Resp. ¡Ah! Lo habéis dicho bien.

7. ¿Qué grado teníais? –Resp. El de todo el mundo.

8. ¿Cómo os llamáis? –Resp. Joseph Midard.

9. ¿Cómo habéis muerto? –Resp. ¿Queréis saber todo sin pagar nada?

10. ¡Qué bien! No perdisteis vuestro buen humor; primero hablad: después pagaremos. ¿Cómo habéis muerto? –Resp. Me dispararon un proyectil.

11. ¿Estáis contrariado con la muerte? –Resp. No, palabra de honor; aquí estoy bien.

12. En el momento de la muerte, ¿os reconocisteis inmediatamente? –Resp. No, yo estaba tan aturdido que no podía creerlo.

Nota – Todo esto concuerda con lo que hemos observado en los casos de muerte violenta; el Espíritu, al no darse cuenta enseguida de su situación, cree que no ha desencarnado. Este fenómeno se explica muy fácilmente: es análogo al de los sonámbulos que no creen que están durmiendo. En efecto, para el sonámbulo, la idea de sueño es sinónimo de suspensión de las facultades intelectuales; ahora bien, como él está pensando, no cree que está durmiendo; sólo más tarde se convence, cuando se ha familiarizado con el sentido dado a esa palabra. Sucede lo mismo con el Espíritu que ha sido sorprendido por una muerte súbita, considerando que no se había preparado para la separación del cuerpo; para él, la muerte es sinónimo de destrucción, de aniquilación. Ahora bien, como él ve, siente y tiene ideas, no cree que está desencarnado: es necesario algún tiempo para que reconozca su nuevo estado.

13. En el momento en que habéis muerto, la batalla todavía no había terminado; ¿habéis acompañado su desarrollo? –Resp. Sí, ya que os dije que no creía estar muerto; yo quería continuar golpeando aquellos perros.

14. ¿Qué sensación experimentabais en ese momento? –Resp. Estaba encantado, porque me sentía muy leve.

15. ¿Veíais a los Espíritus de vuestros camaradas que dejaban el cuerpo? –Resp. No me ocupaba con esto, puesto que yo no creía que estaba muerto.

16. En ese momento, ¿qué sucedía con esa multitud de Espíritus que desencarnaba en el fragor de la batalla? –Resp. Creo que hacían lo mismo que yo.

17. Al encontrarse juntos en el mundo espiritual, ¿qué pensaban los Espíritus que luchaban encarnizadamente unos contra los otros? ¿Aún tenían animosidad entre ellos? –Resp. Sí, durante algún tiempo y según su carácter.

18. ¿Os reconocéis mejor ahora? –Resp. Sin esto no me habrían enviado aquí.

19. ¿Podríais decirnos si, entre los Espíritus desencarnados desde largo tiempo, se encontraban allí algunos interesados en el resultado de la batalla? (Rogamos a san Luis tener a bien ayudarlo en sus respuestas, a fin de que sean tan explícitas como posible para nuestra instrucción). –Resp. En una gran cantidad, porque es bueno que sepáis que esos combates y sus consecuencias son preparados desde hace mucho tiempo, y que nuestros adversarios no se mancharían con crímenes, como lo han hecho, sin haber sido incitados a eso, considerando las consecuencias futuras que no tardaréis en conocer.

20. Debería haber ahí quien estuviese interesado en el éxito de los austríacos; ¿esto formaba dos campos entre ellos? –Resp. Por supuesto.

Nota. –¿No parece que estamos viendo aquí a los dioses de Homero tomando partido, unos por los griegos y los otros por los troyanos? En efecto, ¿quiénes eran esos dioses del paganismo, si no los Espíritus que los Antiguos habían transformado en divinidades? ¿No tenemos razón en decir que el Espiritismo es la luz que esclarecerá más de un misterio, la clave de más de un problema?

21. ¿Ejercían ellos alguna influencia sobre los combatientes? –Resp. Una influencia muy considerable.

22. ¿Podéis describirnos la manera por la cual ellos ejercían esta influencia? –Resp. De la misma manera como todas las influencias que los Espíritus producen en los hombres.

23. ¿Qué pensáis hacer ahora? –Resp. Estudiar más de lo que lo he hecho durante mi última etapa.

24. ¿Iréis a asistir como espectador a los combates que todavía se entablan? –Resp. No lo sé aún; tengo el afecto de un ser querido que me retiene en este momento; sin embargo, de vez en cuando pienso en escaparme un poco para divertirme con las refriegas subsiguientes.

25. ¿Qué género de afecto os retiene aún? –Resp. Una madre anciana, enferma y sufrida que llora por mí.

26. Os pido perdón por el mal pensamiento que se ha cruzado por mi mente acerca del afecto que os retiene. –Resp. No os preocupéis por ello; dije tonterías para haceros reír un poco; es natural que no me toméis muy en serio, teniendo en cuenta el honorable cuerpo al cual yo pertenecía. Pero tranquilizaros: voy a cumplir el compromiso con mi pobre madre. Ahora merezco un poco que me hayan traído hacia vos.

27. Cuando estabais entre aquellos Espíritus, ¿escuchabais el fragor de la batalla? ¿Veíais las cosas tan claramente como cuando encarnado? –Resp. Al principio la perdí de vista; pero después de algún tiempo ya veía mucho mejor, porque percibía todas las estratagemas.

28. Pregunto si escuchabais el ruido del cañón. –Resp. Sí.

29. En el momento de la acción, ¿pensabais en la muerte y en qué os volveríais si os matasen? –Resp. Yo pensaba en lo que sería de mi madre.

30. ¿Era la primera vez que entrabais en combate? –Resp. No, no; ¿y África?

31. ¿Habéis visto la entrada de los franceses en Milán? –Resp. No.

32. De los que están aquí, ¿sois el único que murió en Italia? –Resp. Sí.

33. ¿Pensáis que la guerra durará mucho tiempo? –Resp. No; esta predicción es fácil y, además, poco meritoria.

34. Cuando entre los Espíritus veis a uno de vuestros jefes, ¿lo reconocéis aún como superior? –Resp. Si lo es, sí; de lo contrario, no.

Nota – En su simplicidad y en su laconismo, esta respuesta es eminentemente profunda y filosófica. En el mundo espírita la superioridad moral es la única que se reconoce; aquel que no la tuvo en la Tierra, sea cual fuere su rango, no tendrá ninguna superioridad; en el mundo espiritual, el jefe puede estar abajo del soldado, el patrón abajo del obrero. ¡Qué lección para nuestro orgullo!

35. ¿Pensáis en la justicia de Dios y os inquietáis con la misma? –Resp. ¿Quién no pensaría? Pero felizmente no tengo que temer mucho; rescaté, a través de algunas acciones que Dios consideró buenas, algunos inconvenientes que tuve como zuavo, conforme me llamáis.

36. Mientras asistís a un combate, ¿podríais proteger a uno de vuestros camaradas y desviarlo del golpe fatal? –Resp. No; esto no está en nuestro poder; la hora de la muerte es marcada por Dios. Si uno debe pasar por ello, nada puede impedirlo; de la misma manera que nadie puede alcanzarla si su hora aún no ha llegado.

37. ¿Veis al general Espinasse? –Resp. No lo he visto todavía, pero espero verlo en breve.


SEGUNDA CONVERSACIÓN (17 de junio de 1859.)

38. Evocación. Resp. ¡Presente! ¡Firme! ¡De frente!

39. ¿Recordáis haber venido aquí hace ocho días? –Resp. ¡Claro!

40. Dijisteis que todavía no habíais visto al general Espinasse; ¿cómo podríais reconocerlo, ya que él no estará vistiendo su uniforme de general? –Resp. Pero yo lo conozco de vista; además, tenemos muchos amigos que están dispuestos a darnos la contraseña. Aquí no es más como ahí, pues no se tiene miedo en ayudar, y os digo que únicamente los truhanes se quedan solos.

41. ¿Con qué apariencia estáis aquí? –Resp. Como zuavo.

42. Si pudiésemos veros, ¿cómo os veríamos? –Resp. Con turbante y pantalón ancho.

43. ¡Pues bien! Supongamos que pudieseis aparecernos con turbante y pantalón ancho, ¿dónde habríais obtenido dicha vestimenta, ya que la habéis dejado en el campo de batalla? –Resp. ¡Ah! De eso no sé nada; tengo un sastre que la consigue para mí.

44. ¿De qué son hechos el turbante y el pantalón ancho que usáis? ¿Os dais cuenta de esto? –Resp. No; esto es asunto del vendedor de ropas.

Nota – Esta cuestión de la vestimenta de los Espíritus, y de varias otras no menos interesantes que tienen relación con este mismo principio, son completamente esclarecidas por nuevas observaciones hechas en el seno de la Sociedad; trataremos de las mismas en nuestro próximo número. Nuestro valiente zuavo no es lo bastante adelantado como para resolverlas por sí mismo; para esto nos ha sido necesario el concurso de circunstancias que se han presentado fortuitamente y que nos han puesto en el camino cierto.

45. ¿Os dais cuenta de la razón por la cual vos nos veis, mientras que nosotros no podemos veros? –Resp. Creo que vuestras lunetas necesitan de aumento.

46. ¿No sería por esa misma razón que no podéis ver al general con su uniforme? –Resp. Sí, pero él no lo lleva todos los días.

47. ¿Qué días lo lleva? –Resp. ¡Pero vamos! Cuando es llamado al palacio.

48. ¿Por qué estáis aquí vestido de zuavo, si no podemos veros? –Resp. Naturalmente porque aún soy zuavo, desde hace casi ocho años, y porque entre los Espíritus conservamos la forma durante mucho tiempo; pero esto es sólo entre nosotros; comprended que cuando nosotros vamos a un mundo totalmente extraño –la Luna o Júpiter–, no nos damos al trabajo de ponernos un traje de gala.

49. Habláis de la Luna, de Júpiter, ¿ya los habéis visitado después de vuestra muerte? –Resp. No, no me comprendéis. Hemos recorrido bastante el Universo después de la muerte; ¿no os han explicado una multitud de problemas de nuestra Tierra? ¿No conocemos Dios y los otros seres mucho mejor de lo que lo hacíamos hace quince días? Sucede que con la muerte el Espíritu pasa por una metamorfosis que no podéis comprender.

50. ¿Habéis vuelto a ver a vuestro cuerpo que dejasteis en el campo de batalla? –Resp. Sí; no está nada bello.

51. ¿Qué impresión os ha dado al verlo? –Resp. Tristeza.

52. ¿Tenéis conocimiento de vuestra precedente existencia? –Resp. Sí, pero no ha sido lo bastante gloriosa como para que yo pueda jactarme.

53. Decidnos solamente el género de existencia que habéis tenido. –Resp. Era un simple comerciante de pieles salvajes.

54. Os agradecemos por haber consentido venir una segunda vez. –Resp. Hasta pronto; esto me divierte y me instruye; desde que me toleren bien aquí, regresaré de buen grado.