Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Mi amigo Hermann

Con este título, el Sr. H. Lugner ha publicado en el folletín del Journal des Débats (Periódico de los Debates) del 26 de noviembre de 1858, una espirituosa historia fantástica en el género de Hoffmann, y que a primera vista parecía tener alguna analogía con nuestros agéneres y con los fenómenos de tangibilidad que acabamos de hablar. La extensión de esta historia no nos permite reproducirla por completo; nos limitaremos a hacer un análisis de la misma, haciendo observar que el autor la relata como un hecho del que hubiese sido personalmente testigo, teniendo –dice él– lazos de amistad con el héroe de la aventura. Este héroe, de nombre Hermann, vivía en una pequeña y alejada ciudad de Alemania. «Era –dice el narrador– un lindo muchacho de 25 años, de un aspecto agradable, lleno de nobleza en todos sus movimientos, gracioso y espirituoso en su lenguaje. Era muy instruido y sin la menor pedantería, muy fino y sin malicia, muy cuidadoso de su dignidad y sin la menor arrogancia. En resumen, era perfecto en todo, y más perfecto todavía en tres cosas que en todo el resto: en su amor por la filosofía, en su vocación particular por el vals y en la dulzura de su carácter. Esta dulzura no era debilidad, ni miedo a los otros, ni desconfianza exagerada de sí mismo: era una inclinación natural, una superabundancia de esa milk of human kindness que comúnmente sólo se encuentra en la ficción de los poetas, y de la cual la Naturaleza había concedido a Hermann una dosis no habitual. Contenía y, a la vez, toleraba a sus enemigos con una bondad todopoderosa y superior a los ultrajes; podían herirlo, pero no encolerizarlo. Un día, habiéndole su peluquero quemado la punta de la oreja al rizar sus cabellos, Hermann se apresuró a disculparse, atribuyéndose la culpa y asegurando incluso que él mismo se había movido inoportunamente. Sin embargo, no había sucedido nada de eso, y puedo decirlo a conciencia, porque yo estaba allí y vi claramente que todo ocurrió gracias a la torpeza del peluquero. Hermann ha dado otras señales de la imperturbable bondad de su alma. Escuchaba la lectura de malos versos con un aire angelical y respondía a los epigramas más tontos con cumplidos bien hechos, cuando los Espíritus malévolos usaban contra él sus maldades. Esta inaudita dulzura lo había vuelto célebre; no había mujer que no hubiese dado la vida para vigilar sin tregua el carácter de Hermann, buscando hacerle perder la paciencia al menos una vez en su vida».

«Agregad a todos esos méritos la ventaja de una completa independencia y de una fortuna suficiente como para ser contado entre los más ricos individuos de la ciudad, y difícilmente podréis imaginar que pudiese faltar algo a la felicidad de Hermann. Sin embargo no era feliz, y frecuentemente daba muestras de tristeza... Esto se debía a una singular enfermedad que lo había afligido toda su vida y que hacía mucho tiempo despertaba la curiosidad de su pequeña ciudad».

«Hermann no podía permanecer despierto ni un instante después de la puesta del Sol. Cuando el día se aproximaba a su fin, él era tomado por una languidez insuperable y gradualmente caía en un adormecimiento que nada podía evitar y del cual nadie podía sacarlo. Se acostaba al ponerse el Sol y se levantaba al amanecer; sus costumbres matinales habrían hecho de él un excelente cazador si hubiese podido superar el horror a la sangre y soportar la idea de dar una muerte cruel a criaturas inocentes». He aquí en qué términos, en un momento de desahogo, él explica su situación a su amigo del Journal des Débats:

“Mi querido amigo, vos sabéis a qué enfermedad estoy sujeto y qué sueño invencible me oprime regularmente desde la puesta hasta la salida del Sol. Sobre esto estáis tan instruido como todos y, como todos, habéis escuchado decir que ese sueño parece confundirse con la muerte. Nada es más cierto, y ese prodigio me importaría poco –os lo juro– si la Naturaleza se hubiera contentado en tomar mi cuerpo como objeto de una de sus fantasías. Pero mi alma también es su juguete, y no puedo deciros sin horror la suerte rara y cruel que le ha sido infligida. Cada una de mis noches está ocupada por un sueño, y este sueño se conecta al sueño de la noche anterior con la más fatal claridad. Estos sueños (¡quiera Dios que sean sueños!) se siguen y se encadenan como los acontecimientos de una existencia común que se desarrolla a la faz del Sol y en la compañía de otros hombres. Vivo, pues, dos veces y llevo dos existencias bien diferentes: una transcurre aquí con vosotros y con nuestros amigos; la otra, bien lejos de aquí, con hombres que conozco tan bien como a vosotros, a quienes les hablo como os hablo, y que me tratan de loco –como vosotros vais a hacerlo– cuando hago alusión a otra existencia como aquélla que paso con ellos. Y sin embargo estoy aquí vivo y hablando, sentado cerca vuestro y bien despierto, como realmente pienso; y aquel que pretendiese que nosotros soñamos o que somos sombras, ¿no pasaría a justo título por un insensato? ¡Pues bien!, querido amigo mío, cada uno de esos momentos, cada uno de los actos que ocupa las horas de mi inevitable sueño no es menos real, y cuando estoy por entero en esa otra existencia, es a ésta a la que yo sería tentado a llamar de sueño”.

“Entretanto, aquí no sueño más de lo que sueño allá; vivo alternativamente en los dos lados y yo no podría dudar, aunque mi razón esté extrañamente impresionada, que mi alma anima sucesivamente dos cuerpos y que, de esta manera, lleva al frente dos existencias. ¡Oh, estimado amigo! Si Dios hubiese permitido que ella tuviese en estos dos cuerpos los mismos instintos y la misma conducta, y que allá yo fuese el hombre que conocéis y amáis aquí. Pero no es nada de eso, y quizá no se atreverían a discutir la influencia de lo físico sobre lo moral si se conociera mi historia. En absoluto quiero alabarme, y además el orgullo que podría inspirarme una de mis dos existencias está bien rebajado por la vergüenza que es inseparable de la otra; sin embargo puedo decir, sin vanidad, que aquí soy justamente amado y respetado por todos; elogian mi personalidad y mis modales; me encuentran un aire noble, liberal y distinguido. Como sabéis, amo las letras, la filosofía, las artes, la libertad y todo lo que hace al encanto y a la dignidad de la vida humana; soy compasivo con los desgraciados y no tengo envidia de mi prójimo. Conocéis mi dulzura –que se ha vuelto proverbial–, mi espíritu de justicia, de misericordia y mi insuperable horror a la violencia. Todas esas cualidades que me elevan y me enriquecen aquí, las expío allá por vicios contrarios; la Naturaleza, que aquí me ha colmado de bendiciones, allá ha querido maldecirme. No sólo me ha arrojado a una situación inferior, donde he debido quedarme sin letras y sin cultura, sino que ha dado a este otro cuerpo, que también es el mío, órganos tan groseros y perversos, sentidos tan ciegos y fuertes, inclinaciones y necesidades tales, que mi alma obedece en lugar de comandar y que luego se deja arrastrar por ese cuerpo despótico hacia los más viles desórdenes. Allá soy duro y cobarde, perseguidor de los débiles y servil delante de los fuertes, despiadado y envidioso, naturalmente injusto y violento hasta el delirio. No obstante, soy yo mismo, y por más que me odie y me desprecie, no puedo ignorarme”.

«Hermann se detuvo un instante; su voz estaba trémula y sus ojos empañados de lágrimas. Le dije, intentando sonreír: –Quiero tratar vuestra locura, Hermann, para curarla mejor. Decidme todo; primeramente, ¿dónde transcurre esa otra existencia y con qué nombre sois allá conocido?»

“Me llamo William Parker, respondió él; soy ciudadano de Melbourne, Australia. Es hacia allá, en las antípodas, que vuela mi alma, tan pronto como os deja. Cuando el Sol se pone aquí, ella deja a Hermann inanimado detrás de sí y, cuando el Sol sale allá, viene a darle vida al cuerpo inanimado de Parker. Entonces comienza mi miserable existencia de vagancia, de fraude, de riñas y de mendicidad. Frecuento una mala sociedad y allí soy tenido como uno de los peores; constantemente estoy en lucha con mis compañeros y a menudo tengo el cuchillo en mano; estoy siempre en guerra con la policía y frecuentemente soy forzado a esconderme. Pero todo tiene un término en este mundo, y ese suplicio está llegando a su fin. Felizmente he cometido un crimen. He matado cobarde y brutalmente a una pobre criatura que estaba vinculada a mí. De este modo he llevado al colmo a la indignación pública, ya provocada por mis fechorías. El jurado me ha condenado a muerte y espero mi ejecución. Algunas personas religiosas y humanas han intercedido ante el gobernador para obtener un indulto o al menos una prórroga que me diera tiempo para convertirme. Pero conocen demasiado bien mi naturaleza grosera e intratable. Lo han rechazado, y mañana, o mejor dicho esta noche, seré infaliblemente conducido a la horca”.

«¡Pues bien! –le dije riendo, mucho mejor para vos y para nosotros; es un gran alivio la muerte de ese truhán. Una vez Parker lanzado a la eternidad, Hermann vivirá tranquilo; podrá velar como todo el mundo y quedarse día y noche con nosotros. Esa muerte os curará, querido amigo mío, y le estoy agradecido al gobernador de Melbourne por haber negado el indulto a ese miserable».

“Os equivocáis –me contestó Hermann con una gravedad que me dio pena; moriremos los dos juntos, porque no somos sino uno y, a pesar de nuestras diversidades y de nuestra antipatía natural, sólo tenemos un alma, que será alcanzada de un único golpe, respondiendo en todas las cosas el uno por el otro. ¿Creéis, pues, que Parker aún estaría vivo si Hermann no hubiese sentido que tanto en la muerte como en la vida ellos eran inseparables? ¿Habría yo dudado un instante si hubiese podido arrancar y arrojar al fuego a esa otra existencia, como al ojo maldito del cual hablan las Escrituras? Pero yo estaba tan feliz de vivir aquí que no podía resolverme a morir allá, y mi irresolución duró hasta que la suerte decidió por mí esta terrible cuestión. Ahora todo está terminado, y realmente creed que me despido de vosotros”.

«Al día siguiente se encontró a Hermann muerto en su cama, y algunos meses después los periódicos de Australia anunciaron la noticia de la ejecución de William Parker, con todas las circunstancias descritas por su doble.»

Toda esta historia es contada con una imperturbable sangre fría y en el tono más serio; nada le falta, en los detalles que omitimos, para darle un sello de verdad. En presencia de los extraños fenómenos, de los cuales somos testigos, un hecho de esta naturaleza podría parecer si no real, al menos posible, y relacionarse hasta un cierto punto con aquellos que ya hemos citado. En efecto, ¿no sería análogo al del joven que dormía en Boulogne, mientras que en el mismo instante él conversaba en Londres con sus amigos? ¿No sería similar al de san Antonio de Padua, que en el mismo día en que predicaba en España, aparecía en Padua para salvar la vida de su padre, acusado de asesinato? A primera vista se puede decir que si estos dos últimos hechos son exactos, no es imposible que ese Hermann haya vivido en Australia mientras dormía en Alemania y recíprocamente. Aunque nuestra opinión esté perfectamente establecida al respecto, creímos un deber referirla a nuestros instructores del Más Allá en una de las sesiones de la Sociedad. A esta pregunta: ¿Es real el hecho relatado por el Journal des Débats? Fue respondido: No; es una historia inventada para divertir a los lectores. –Si no es real, ¿es al menos posible?Resp. No; un alma no puede animar dos cuerpos diferentes.

En efecto, en la historia de Boulogne, aunque el joven se haya mostrado simultáneamente en dos lugares, él tenía realmente un solo cuerpo de carne y hueso que estaba en Boulogne; en Londres no tenía más que la apariencia o periespíritu, tangible, es verdad, pero que no era el propio cuerpo, el cuerpo mortal; él no podría morir en Londres y en Boulogne. Al contrario, Hermann –según la historia– tenía realmente dos cuerpos, puesto que uno fue ahorcado en Melbourne y el otro enterrado en Alemania. De esta manera, la misma alma habría llevado al frente dos existencias, lo que, según los Espíritus, no es posible. Los fenómenos del género del de Boulogne y de san Antonio de Padua, aunque bastante frecuentes, son además siempre accidentales y fortuitos en un individuo, y nunca tienen un carácter de permanencia, mientras que el presunto Hermann era así desde su infancia. Pero la razón más grave de todas es la de la diferencia de caracteres; seguramente, si esos dos individuos no hubiesen tenido una sola y misma alma, ésta no podría ser alternativamente la de un hombre de bien y la de un bandido. Es cierto que el autor se fundamenta en la influencia del organismo; nosotros lo lamentamos si tal es su filosofía, y más aún si busca darle crédito, porque esto sería negar la responsabilidad de los actos; semejante doctrina sería la negación de toda moral, ya que reduciría al hombre al estado de máquina.