Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Pneumatografía o escritura directa

La Pneumatografía es la escritura producida directamente por el Espíritu, sin ningún intermediario; difiere de la Psicografía, porque ésta es la transmisión del pensamiento del Espíritu por medio de la escritura trazada por la mano de un médium. Ya hemos dado estas dos palabras en el Vocabulario Espírita ubicado en el comienzo de nuestras Instrucciones Prácticas, con la indicación de su diferencia etimológica. Psicografía, del griego psuké: mariposa, alma, y grapho: yo escribo. Pneumatografía, de pneuma: aire, soplo, viento, Espíritu. En el médium escribiente la mano es el instrumento, pero su alma –o Espíritu en él encarnado– es el intermediario, el agente o intérprete del Espíritu ajeno que se comunica; en la Pneumatografía, es el propio Espíritu ajeno que escribe directamente sin intermediario.

El fenómeno de la escritura directa es indiscutiblemente uno de los más extraordinarios del Espiritismo; a primera vista parece algo anormal, pero hoy es un hecho comprobado e incontestable; si de él aún no hemos hablado, es porque esperábamos dar su explicación después de que nosotros mismos hiciéramos todas las observaciones necesarias para tratar la cuestión con conocimiento de causa. Si la teoría es necesaria para comprender la posibilidad de los fenómenos espíritas en general, indudablemente ella lo es más en este caso, porque es uno de los más raros que se han presentado, pero que deja de parecer sobrenatural cuando se entiende su principio.

Cuando este fenómeno se produjo por primera vez, el sentimiento dominante fue el de la duda; la idea de una superchería vino enseguida al pensamiento; en efecto, todos conocen la acción de las tintas llamadas simpáticas, cuyos trazos, al principio completamente invisibles, aparecen al cabo de algún tiempo. Por lo tanto podía ocurrir que a través de este medio estuviesen abusando de la credulidad, y nosotros no afirmaremos que nunca lo hayan hecho; inclusive estamos convencidos que ciertas personas, no con un objetivo mercenario, sino únicamente por amor propio y para hacer creer que son poderosas, han empleado estos subterfugios.

J.-J. Rousseau relata el siguiente hecho en la tercera de sus Lettres écrites de la montagne: “En 1743 yo he visto en Venecia una nueva especie de sortilegio, más extraño que los de Preneste; quien lo quisiese consultar entraba en un cuarto, y permanecía solo allí, si lo desease. De un libro lleno de hojas blancas elegía una; después, sosteniendo esta hoja, pedía mentalmente –y no en voz alta– lo que quería saber; enseguida doblaba la hoja blanca, la ponía en un sobre que era cerrado con lacre, y así lo colocaba dentro de un libro; en fin, después de haber recitado ciertas fórmulas muy extravagantes, y sin perder de vista el libro, sacaba el sobre, examinaba cuidadosamente si el lacre no había sido roto, lo abría, y al sacar la hoja encontraba la respuesta escrita a su pregunta mental.

“El mago que hacía estos sortilegios era el primer secretario de la Embajada de Francia, y se llamaba J.-J. Rousseau”.

Dudamos que Rousseau haya conocido la escritura directa, pues de lo contrario habría sabido muchas otras cosas en lo tocante a las manifestaciones espíritas, y él no habría tratado la cuestión tan a la ligera; es probable, como él mismo lo reconoció cuando nosotros lo interrogamos sobre este hecho, que haya empleado un procedimiento que le enseñó un charlatán italiano.

Pero por el hecho de que se pueda imitar una cosa, sería absurdo deducir que esa cosa no exista. En estos últimos tiempos, ¿no se han encontrado medios de imitar la lucidez sonambúlica, hasta el punto de causar ilusión? Y porque este procedimiento de escamoteadores haya recorrido todas las ferias, ¿se deberá sacar en conclusión que no hay verdaderos sonámbulos? Porque ciertos comerciantes venden vino adulterado, ¿será una razón para que no haya vino puro? Sucede lo mismo con la escritura directa; además, las precauciones para asegurar la realidad del hecho eran muy sencillas y bien fáciles y, gracias a estas precauciones, hoy no se le puede objetar ninguna duda.

Puesto que la posibilidad de escribir sin intermediario es uno de los atributos del Espíritu; ya que los Espíritus han existido desde todos los tiempos y que desde todos los tiempos también se han producido los diversos fenómenos que conocemos, los fenómenos de la escritura directa han debido igualmente producirse en la Antigüedad, tanto como en nuestros días; y es así que se puede explicar la aparición de las tres palabras en la sala del festín de Baltasar. La Edad Media, tan fecunda en prodigios ocultos, pero que fueron reprimidos en las hogueras, también ha debido conocer la escritura directa; tal vez es posible que, en la teoría de las modificaciones que los Espíritus pueden operar en la materia –teoría que hemos relatado en nuestro artículo precedente–, se encuentre el principio de la creencia en la transmutación de los metales; es un punto que trataremos algún día.

Uno de nuestros suscriptores nos decía últimamente que uno de sus tíos –canónigo– que había sido misionero en Paraguay durante muchos años, consiguió, hacia el año 1800, la escritura directa junto con su amigo, el célebre abate Faria. Su procedimiento, que nuestro suscriptor nunca llegó a conocer bien y que de alguna manera hubo sorprendido furtivamente, consistía en una serie de anillos suspendidos a los cuales eran adaptados lápices, colocados en posición vertical, cuyas puntas se apoyaban en el papel. Este procedimiento dejaba traslucir la infancia del arte; después hemos progresado. Cualquiera que hayan sido los resultados obtenidos en diversas épocas, sólo después de la divulgación de las manifestaciones espíritas que la cuestión de la escritura directa ha sido tomada en serio. Al parecer, el primero que la hizo conocer en París en estos últimos años ha sido el barón de Guldenstubbe, que ha publicado sobre el tema una obra muy interesante conteniendo un gran número de facsímiles de escrituras por él obtenidas.[1] El fenómeno ya era conocido en América desde hace algún tiempo. La posición social del Sr. de Guldenstubbe, su independencia, la consideración de que disfruta en la más alta sociedad, descartan indiscutiblemente toda sospecha de fraude voluntario, pues no puede haberlo movido ninguna clase de interés personal. A lo sumo se podría suponer que él mismo haya sido víctima de un ilusión; pero hay un hecho que responde terminantemente a esta cuestión: la obtención del mismo fenómeno por otras personas, que tomaron todas las precauciones necesarias para evitar cualquier superchería o causa de error.

La escritura directa se obtiene, como en general sucede con la mayoría de las manifestaciones espíritas no espontáneas, a través del recogimiento, de la oración y de la evocación. La han obtenido a menudo en las iglesias, junto a las tumbas, al pie de las estatuas o de las imágenes de personajes a quienes se evoca; pero es evidente que el lugar no tiene otra influencia que la de suscitar un mayor recogimiento y una mayor concentración del pensamiento, porque está probado que dicho fenómeno también se consigue sin esos accesorios y en los lugares más comunes, hasta en un simple mueble doméstico, si las personas se encuentran en las condiciones morales requeridas y si tienen la facultad medianímica necesaria.

Al principio se creía que era preciso colocar un lápiz con el papel; entonces, el hecho podía explicarse hasta un cierto punto. Se sabe que los Espíritus operan el movimiento y el desplazamiento de objetos, tomándolos y arrojándolos a veces por el aire; por lo tanto, ellos podrían muy bien asir el lápiz y servirse del mismo para trazar caracteres; puesto que lo impulsan, valiéndose de la mano del médium, de una tablita, etc., igualmente podían hacerlo de una manera directa. Pero no se tardó en reconocer que la presencia del lápiz no era necesaria y que bastaba un simple pedazo de papel –doblado o no–, sobre el cual, después de algunos minutos, se encontrasen trazados los caracteres. Con esto el fenómeno cambia completamente de aspecto y nos sitúa en un orden de cosas enteramente nuevo; esos caracteres han sido trazados con determinada sustancia; desde el momento en que no se ha suministrado al Espíritu esta sustancia, se ha de pensar que la ha hecho o creado por sí mismo; ¿de dónde la ha extraído? He aquí el problema. El general ruso, el conde de B..., nos ha mostrado una estrofa de diez versos alemanes obtenida de esa manera por intermedio de la hermana del barón de Guldenstubbe, colocando simplemente una hoja de papel arrancada de su propia libreta de apuntes, debajo del pedestal del reloj de la chimenea. Habiéndola retirado al cabo de algunos minutos, encontró en dicha hoja esos versos en caracteres tipográficos alemanes bastante finos y de una perfecta pureza. A través de un médium psicógrafo el Espíritu le dijo que quemara este papel; como él dudó, lamentando sacrificar un espécimen tan precioso como ese, el Espíritu agregó: No temas, te daré otro. Con esta garantía, arrojó el papel al fuego; después puso una segunda hoja –igualmente sacada de su portafolio– sobre la cual los versos se encontraban reproducidos exactamente de la misma manera. Ha sido esta segunda edición que nosotros hemos visto y examinado con el máximo cuidado, y –cosa singular– los caracteres presentaban un relieve como si hubiesen salido de la prensa. Por lo tanto, no es solamente el lápiz que los Espíritus pueden hacer, sino también la tinta y los caracteres de imprenta.

Uno de nuestros honorables compañeros de la Sociedad, el Sr. Didier, ha obtenido en estos días los siguientes resultados, que nosotros mismos hemos constatado, y de los cuales podemos garantizar su perfecta autenticidad. Habiendo ido a la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias con la Sra. Huet, que hace poco tuvo éxito con experiencias de este género, tomó una hoja de papel de carta con el membrete de su casa comercial, la dobló en cuatro y la colocó sobre las gradas del altar, pidiendo en nombre de Dios que un Espíritu bueno consintiese en escribir algo; al cabo de diez minutos de recogimiento encontró en el interior de la hoja, en una de las partes dobladas, la palabra fe, y en otra parte la palabra Dios. A continuación, habiendo pedido al Espíritu que tuviese a bien decir quién había escrito eso, puso nuevamente el papel en el mismo lugar, y después de otros diez minutos encontró estas palabras: por Fenelón.

Ocho días después, el 12 de julio, quiso repetir la experiencia y se dirigió al Louvre, a la sala Coysevox, situada en el pabellón del Reloj. Al pie del busto de Bossuet colocó una hoja de papel de carta doblada como la primera vez, pero no obtuvo nada. Un niño de cinco años lo acompañaba, el cual había dejado su gorra en el pedestal de la estatua de Luis XIV, que se encontraba a pocos pasos de allí. Pensando que la experiencia había sido infructuosa se preparó para retirarse, cuando al agarrar la gorra encontró abajo, como si fuese escrito con lápiz en el mármol, las palabras amad a Dios, acompañadas por la inicial B. El primer pensamiento de los asistentes fue que estas palabras podrían haber sido escritas anteriormente por manos extrañas, que no fueron notadas; entretanto, se quiso intentar otra vez la prueba, poniendo la hoja doblada encima de esas palabras, cubriendo todo con la gorra. Al cabo de algunos minutos se encontró en una de las partes dobladas de la hoja estas tres letras: a m a; el papel fue puesto nuevamente en el mismo lugar y se pidió con una oración que se completase dicho escrito, y se obtuvo: Amad a Dios, es decir, aquello que estaba escrito en el mármol, menos la inicial B. Con esto era evidente que las primeras palabras trazadas resultaban de la escritura directa. Aún resaltaba el siguiente hecho curioso: las letras fueron trazadas sucesivamente y no de una sola vez, y que en la primera inspección no hubo tiempo para terminar las palabras. Al salir del Louvre, el Sr. D... se dirigió a Saint-Germain del Auxerrois, donde a través del mismo procedimiento obtuvo las palabras: Sed humildes. Fenelón, escritas de una manera muy nítida y bien legible. Estas palabras aún pueden ser vistas en el mármol de la estatua a que nos referimos.

La sustancia de que son formados esos caracteres tiene todas las apariencias de la mina de lápiz y es fácilmente borrada con la goma; nosotros la hemos examinado al microscopio y hemos constatado que dicha sustancia no está incorporada al papel, sino que está simplemente depositada en su superficie, de una manera irregular sobre las asperezas, formando arborescencias bastante semejantes a las de ciertas cristalizaciones. La parte borrada por la goma deja percibir las capas de materia negra introducida en las pequeñas cavidades de la rugosidad del papel. Estas capas, desprendidas y retiradas con cuidado, son la propia materia que se ha producido durante la operación. Lamentamos que la pequeña cantidad recogida no nos haya permitido hacer un análisis químico; pero no perdemos la esperanza de conseguirlo un día.

Si se consiente en remitir ahora a nuestro artículo anterior, se encontrará la explicación completa de este fenómeno. En esta escritura, el Espíritu no usa nuestras sustancias ni nuestros instrumentos; él mismo crea las sustancias y los instrumentos que precisa, extrayendo sus materiales en el elemento primitivo universal que, por la acción de su voluntad, hace pasar por las modificaciones necesarias al efecto que quiere producir. Por lo tanto puede también hacer la tinta de impresión, la tinta común y el propio lápiz, o hasta incluso los caracteres tipográficos resistentes para dar un relieve a la impresión.


Tal es el resultado a que nos ha conducido el fenómeno de la tabaquera, relatado en nuestro precedente artículo, y sobre el cual nos hemos extendido ampliamente, porque en él hemos visto la ocasión de examinar una de las leyes más importantes del Espiritismo, ley cuyo conocimiento puede esclarecer más de un mismo misterio, inclusive del mundo visible. Así es que de un hecho, común en su apariencia, puede surgir la luz; todo está en observar con cuidado, y es lo que cada uno puede hacer como nosotros, cuando no se limite a ver efectos sin buscar sus causas. Si nuestra fe se fortalece a cada día, es porque nosotros comprendemos; por lo tanto, tratad de comprender si queréis hacer prosélitos serios. La inteligencia de las causas tiene otro resultado: la de trazar un línea de demarcación entre la verdad y la superstición.

Si encaramos la escritura directa desde el punto de vista de las ventajas que puede ofrecer, diremos que, hasta el presente, su principal utilidad ha sido la constatación material de un hecho importante: la intervención de una fuerza oculta que encuentra allí un nuevo medio de manifestarse. Pero las comunicaciones que se obtienen a través de este modo, raramente son extensas; generalmente son espontáneas y limitadas a palabras, sentencias o signos frecuentemente ininteligibles; han sido obtenidas en todas las lenguas, como el griego, el latín, el siríaco, en caracteres jeroglíficos, etc., pero aún no se han prestado a conversaciones seguidas y rápidas, como permite la psicografía o escritura a través de los médiums.



[1] La réalité des Esprits et de leurs manifestations, démontrée par le phénomène de l'écriture directe (La realidad de los Espíritus y de sus manifestaciones, demostrada por el fenómeno de la escritura directa), por el barón de Guldenstubbe. 1 volumen in 8º, con 15 planchas y 93 facsímiles. Precio: 8 francos; editado por Franck, calle Richelieu. También se encuentra en las Librerías de los Sres. Dentu y Ledoyen. [Nota de Allan Kardec.]