Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Objetos en el Más Allá

Hemos extraído el siguiente pasaje de una carta que nos ha sido enviada del Departamento del Jura por una de las corresponsales de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas:

«... Señor, como ya os he dicho, los Espíritus gustaban de nuestra vieja habitación. En el mes de octubre pasado (1858), la Sra. condesa de C., amiga íntima de mi hija, vino a pasar algunos días en nuestra casa, con su pequeño hijo de ocho años. El niño dormía en la misma habitación que su madre; la puerta que daba al cuarto de mi hija había sido dejada abierta para que ellas pudiesen prolongar las horas de conversación. El niño no dormía, y decía a su madre: “¿Qué hace ese hombre sentado cerca de vuestra cama? Él fuma una pipa grande; ved cómo llena de humo nuestra habitación; entonces, echadlo; él mueve las cortinas”. Esta visión duró toda la noche; la madre no pudo hacer callar al niño y nadie pudo dormir. Esta circunstancia no sorprendió ni a mí, ni a mi hija, pues sabemos que hay manifestaciones espíritas; en cuanto a la madre, ella creyó que su hijo estaba soñando despierto, o que se divertía.

«He aquí otro hecho personal y que me sucedió en esa misma habitación, en el mes de mayo de 1858; se trata de la aparición del Espíritu de un encarnado, que se quedó muy admirado después de haber venido a visitarme. He aquí en qué circunstancia: Yo estaba bastante enferma y no dormía desde hacía tiempo, cuando a las diez de la noche vi a un amigo de la familia que se sentaba junto a mi cama. Le manifesté mi sorpresa por su visita a aquella hora. Él me dijo: No habléis, vengo a velar por vos; no habléis, es preciso que durmáis; y extendió su mano sobre mi cabeza. Varios veces volví a abrir los ojos para ver si él aún estaba allí, y cada vez que los abría me hacía signos para cerrarlos y para que me quedase en silencio. Giraba su tabaquera entre los dedos y de vez en cuando aspiraba una pizca de rapé, como lo hacía habitualmente. Finalmente adormecí y, al despertar, la visión había desaparecido. Diferentes circunstancias me daban la prueba de que en el momento de esta visita inesperada yo estaba perfectamente despierta, y que de ninguna manera era un sueño. En su primera visita, me adelanté y le agradecí; él traía la misma tabaquera y, al escucharme, tenía la misma sonrisa de bondad que yo le había notado cuando velaba por mí. Como me afirmó que no había venido –lo que además no tuve dificultad en aceptar, porque no había ningún motivo que lo indujera a venir a semejante hora y a pasar la noche cuidándome–, comprendí que sólo su Espíritu vino a visitarme, mientras que su cuerpo reposaba tranquilamente en su casa.»

Los hechos de aparición son tan numerosos que nos sería imposible registrar todos aquellos que son de nuestro conocimiento y que han sido obtenidos de fuentes absolutamente auténticas. Por lo demás, hoy que estos hechos son explicados, que exactamente nos damos cuenta de la manera cómo se producen, sabemos que pertenecen a las leyes de la Naturaleza y, por lo tanto, no tienen nada de maravillosos. Como ya hemos dado la teoría completa de los mismos, no haremos más que recordarla en pocas palabras, para una mejor comprensión de lo que sigue.

Sabemos que además de la envoltura corporal exterior, el Espíritu tiene una segunda envoltura semimaterial a la que llamamos periespíritu. La muerte es sólo la destrucción de la primera. En su estado errante el Espíritu conserva el periespíritu, que constituye una especie de cuerpo etéreo, invisible para nosotros en su estado normal. Los Espíritus pueblan el espacio y si, en un dado momento, el velo que los oculta de nosotros fuese levantado, veríamos a una innumerable población agitarse a nuestro alrededor y recorrer los aires. Los tenemos constantemente a nuestro lado, observándonos, y frecuentemente influyen en nuestras ocupaciones o en nuestros placeres, según su carácter. La invisibilidad no es una propiedad absoluta de los Espíritus; a menudo ellos se muestran a nosotros con la apariencia que tenían cuando encarnados, y no son pocas las personas que, al evocar sus recuerdos, no tengan conocimiento de algún hecho de este género. La teoría de esas apariciones es muy simple y se explica por una comparación que nos es bastante familiar: la del vapor que, cuando se rarifica mucho, es completamente invisible; un primer grado de condensación lo vuelve gaseoso; cada vez más condensado pasa al estado líquido, y después al estado sólido. Por la voluntad de los Espíritus, algo análogo se opera en la sustancia del periespíritu; además, como ya lo hemos dicho, esto no es más que una comparación y no una asimilación que pretendemos establecer; nos hemos servido del ejemplo del vapor para mostrar los cambios de aspecto que puede pasar un cuerpo invisible, pero de ahí no se debe inferir que haya en el periespíritu una condensación, en el sentido propio de la palabra. En su contextura se opera una modificación molecular que lo vuelve visible e incluso tangible, y hasta un cierto punto puede darle las propiedades de los cuerpos sólidos. Sabemos que cuerpos perfectamente transparentes se vuelven opacos por un simple cambio en la posición de las moléculas o por la adición de un otro cuerpo igualmente transparente. No sabemos exactamente cómo hace el Espíritu para volver visible su cuerpo etéreo; incluso, la mayoría de ellos no se da cuenta de eso, pero por los ejemplos que hemos citado, comprendemos su posibilidad física, y esto es suficiente para quitar a ese fenómeno lo que a primera vista podría parecer sobrenatural. Por lo tanto, el Espíritu puede operar al respecto, ya sea por una simple modificación íntima o asimilando una porción de fluido ajeno que momentáneamente cambia el aspecto de su periespíritu; inclusive es esta última hipótesis que resalta de las explicaciones que nos han sido dadas, y que ya hemos relatado al tratar de ese asunto. (Mayo, junio y diciembre.)

Hasta aquí no hay ninguna dificultad en lo que concierne a la personalidad del Espíritu; pero sabemos que ellos se presentan con vestimentas, cuyo aspecto cambian a voluntad; incluso poseen a menudo ciertos artículos de tocador, tales como joyas, etc. En las dos apariciones que hemos citado al comienzo, una tenía una pipa que producía humo, y la otra tenía una tabaquera en la que aspiraba rapé; notad bien el hecho de que este Espíritu era el de una persona viva, y que su tabaquera era totalmente semejante a la que usaba habitualmente y que había quedado en casa. ¿Qué son entonces esa tabaquera, esa pipa, esas vestimentas y esas joyas? Los objetos materiales que existen en la Tierra, ¿tienen su representación etérea en el mundo invisible? La materia condensada que forma estos objetos, ¿tendría una parte quintaesenciada que escapa a nuestros sentidos? He aquí un inmenso problema, cuya solución puede dar la clave de una multitud de cosas hasta ahora inexplicadas, y es la tabaquera en cuestión que nos ha puesto en el camino, no sólo de ese hecho, sino también del fenómeno más extraordinario del Espiritismo: el de la pneumatografía o escritura directa, de la que hablaremos dentro de poco.

Si algunos críticos aún nos reprochan por avanzar mucho en la teoría, responderemos que no vemos razón alguna en mantenernos atrás cuando encontramos una oportunidad de avanzar. Si ellos todavía están con las mesas giratorias sin saber por qué ellas se mueven, esto no es razón para que nos detengamos en el camino. El Espiritismo es sin duda una ciencia de observación, pero quizás es más aún una ciencia de razonamiento; el razonamiento es el único medio de hacerlo avanzar y triunfar de ciertas resistencias. Tal hecho es discutido únicamente porque no es comprendido; la explicación le quita todo el carácter maravilloso y lo hace entrar en las leyes generales de la Naturaleza. He aquí por qué vemos diariamente a personas que nada han visto y que creen, únicamente porque comprenden; mientras que otras han visto y no creen, porque no comprenden. Al hacer entrar el Espiritismo en el camino del razonamiento, lo hemos vuelto aceptable para aquellos que quieren darse cuenta del porqué y del cómo de cada cosa, y el número de éstos es grande en este siglo, puesto que la creencia ciega ya no hace más parte de nuestras costumbres; ahora bien, si solamente hubiésemos indicado la senda, nosotros tendríamos la conciencia de haber contribuido para el progreso de esta ciencia nueva, objeto de nuestros estudios constantes. Volvamos a nuestra tabaquera.

Todas las teorías que hemos dado sobre el Espiritismo han sido suministradas por los Espíritus, y a menudo contrariando nuestras propias ideas, como ha sucedido en el caso presente, lo que prueba que las respuestas no eran el reflejo de nuestro pensamiento. Pero el medio de obtener una solución no es una cosa de menor importancia; sabemos por experiencia que no basta pedir bruscamente una cosa para obtenerla; las respuestas no son siempre lo suficientemente explícitas; es necesario desarrollar el tema con ciertas precauciones, llegando gradualmente al objetivo y a través del encadenamiento de deducciones que requieren un trabajo previo. En principio, la manera de formular las preguntas, el orden, el método y la claridad son cosas que no se deben descuidar, y que agradan a los Espíritus serios, porque ven en esto un objetivo serio.

He aquí la conversación que hemos tenido con el Espíritu san Luis, en lo que respecta a la tabaquera, y con miras a llegar a la solución del problema de la producción de ciertos objetos en el mundo invisible. (Sociedad, 24 de junio de 1859.)

1. En el relato de la Sra. R... se aborda la cuestión de un niño que ha visto, cerca de la cama de su madre, a un hombre fumando una pipa grande. Uno comprende que este Espíritu haya podido tomar la apariencia de un fumador, pero parece que él fumaba realmente, ya que el niño vio la habitación llena de humo. ¿Qué era este humo? –Resp. Una apariencia, producida para el niño.

2. La Sra. R... cita igualmente un caso de aparición que le es personal, del Espíritu de un encarnado. Este Espíritu tenía una tabaquera y aspiraba su rapé. ¿Experimentaba él la sensación de una persona que hace lo mismo? –Resp. No.

3. Esta tabaquera tenía la forma de aquella que él usaba habitualmente y que había dejado en su casa. ¿Qué era esta tabaquera en las manos de ese Espíritu? –Resp. Siempre una apariencia; era para que la circunstancia fuese notada como lo ha sido, y que la aparición no fuera tomada por una alucinación producida por el estado de salud del vidente. El Espíritu quería que esta señora creyese en la realidad de su presencia, y para eso tomó todas las apariencias de la realidad.

4. Decís que es una apariencia; pero una apariencia no tiene nada de real: es como una ilusión de óptica. Desearía saber si esta tabaquera era sólo la imagen de su realidad, como por ejemplo la imagen de un objeto que se refleja en un espejo.

(Uno de los miembros de la Sociedad, el Sr. Sansón, hace observar que en la imagen reproducida por el espejo hay algo de real; si ella no permanece en el mismo, es porque nada la fija; pero si fuere fijada en la chapa del daguerrotipo dejaría una impresión, lo que prueba evidentemente que es producida por alguna sustancia, y que no es solamente una ilusión de óptica.)

La observación del Sr. Sansón es perfectamente justa. ¿Querríais tener la bondad de decirnos si hay alguna analogía con la tabaquera, es decir, si en esta tabaquera hay algo de material? –Resp. Ciertamente; es con la ayuda de este principio material que el periespíritu toma la apariencia de vestimentas semejantes a las que el Espíritu usaba cuando encarnado.

Nota – Es evidente que la palabra apariencia debe ser tomada aquí en el sentido de imagen, de imitación. La tabaquera real no estaba allá; la que el Espíritu tenía era sólo la reproducción de aquélla: por lo tanto, era una apariencia comparada a la tabaquera original, aunque formada de un principio material.

La experiencia nos enseña que es necesario no tomar literalmente ciertas expresiones empleadas por los Espíritus; al interpretarlas según nuestras ideas, nos exponemos a grandes equívocos, porque es preciso profundizar el sentido de sus palabras, todas las veces que presenten la menor ambigüedad; es una recomendación que constantemente nos hacen los Espíritus. Sin la explicación que hemos dado sobre la palabra apariencia –constantemente reproducida en casos análogos–, la misma podría dar lugar a una falsa interpretación.

5. ¿Habría un desdoblamiento de la materia inerte? ¿Habría en el mundo invisible una materia esencial que revestiría la forma de los objetos que vemos? En una palabra, estos objetos ¿tendrían su doble etéreo en el mundo invisible, como los hombres son allí representados en Espíritu?

Nota – He aquí una teoría como cualquier otra, y ese era nuestro pensamiento; pero el Espíritu no la ha tomado en cuenta, lo que de ninguna manera nos ha humillado, porque su explicación nos ha parecido muy lógica y porque la misma se basa en un principio más general, cuyas aplicaciones encontramos muchas veces.

Resp. No es así que esto sucede. El Espíritu tiene sobre los elementos materiales diseminados en todo el espacio, en nuestra atmósfera, un poder que estáis lejos de sospechar. Puede, a voluntad, concentrar esos elementos y darles la forma aparente, apropiada a sus proyectos.

6. Formulo nuevamente la pregunta de una manera categórica, a fin de evitar todo equívoco: ¿son algo las vestimentas con que los Espíritus se cubren? –Resp. Parece que mi respuesta precedente resuelve la cuestión. ¿No sabéis que el propio periespíritu es algo?

7. De esta explicación resulta que los Espíritus hacen pasar a la materia etérea por las transformaciones que quieran, y que así, por ejemplo en el caso de la tabaquera, el Espíritu no la encontró totalmente hecha: él mismo la hizo en el momento en que tuvo necesidad de ella, y también pudo deshacerla; debe suceder lo mismo con todos los otros objetos, tales como vestimentas, joyas, etc. –Resp. Evidentemente.

8. Esta tabaquera ha sido visible para la Sra. R..., a punto de darle la impresión de la misma. ¿Podría el Espíritu haberla vuelto tangible para ella? –Resp. Sí, hubiera podido hacerlo.

9. Llegado el caso, la Sra. R... ¿podría haberla tomado en sus manos, creyendo tener una tabaquera verdadera? –Resp. Sí.

10. Si ella la hubiese abierto, probablemente encontraría allí tabaco; si hubiera aspirado ese tabaco, ¿podría haberla hecho estornudar? –Resp. Sí.

11. ¿Puede entonces el Espíritu dar no solamente la forma, sino también las propiedades especiales? –Resp. Si lo quisiere; es en virtud de este principio que he respondido afirmativamente a las preguntas precedentes. Tendréis pruebas de la poderosa acción que ejerce el Espíritu sobre la materia, y que estáis lejos de sospechar, como ya os lo he dicho.

12. Entonces supongamos que él hubiera querido hacer una sustancia venenosa; si una persona la hubiese tomado, ¿habría quedado envenenada? –Resp. Hubiera podido, pero no lo habría hecho porque no le sería permitido.

13. ¿Podría hacer una sustancia saludable y adecuada para curar en caso de enfermedad? ¿Y este caso ya se ha presentado? –Resp. Sí, muy a menudo.

Nota – Se encontrará un hecho de este género, seguido de una interesante explicación teórica, en el artículo que publicamos más adelante con el título: Un Espíritu servicial.

14. Entonces podría también hacer una sustancia alimenticia; supongamos que haya hecho una fruta o algún otro alimento, ¿alguien podría comerlos y sentirse saciado? –Resp. Sí, sí. Pero no busquéis tanto para encontrar lo que es tan fácil de comprender. Un rayo de sol es suficiente para hacer perceptibles a vuestros órganos groseros esas partículas materiales que llenan el espacio en el cual vivís; ¿no sabéis que el aire contiene vapores de agua? Condensadlos, llevadlos a su estado normal; privadlos de calor, y he aquí que esas moléculas impalpables e invisibles se volverán un cuerpo sólido y bien sólido; existen muchas otras materias que llevarán a los químicos a descubrir maravillas aún más asombrosas; sólo el Espíritu posee los instrumentos más perfectos que los vuestros: su voluntad y el permiso de Dios.

Nota – La cuestión de la saciedad es aquí muy importante. ¿Cómo una sustancia que sólo tiene existencia y propiedades temporales y, de una cierta manera, convencionales, puede producir saciedad? Esta sustancia, por su contacto con el estómago, produce la sensación de saciedad, pero no la saciedad resultante de la plenitud. Si tal sustancia puede actuar en el organismo y modificar un estado mórbido, también puede actuar en el estómago y producir la sensación de saciedad. Entretanto, rogamos a los señores farmacéuticos y a los dueños de restaurantes que no se pongan celosos, ni crean que los Espíritus vengan a hacerles competición: esos casos son raros, excepcionales y nunca dependen de la voluntad; de otro modo, uno se alimentaría y se curaría de forma muy barata.

15. ¿El Espíritu podría, de la misma manera, hacer monedas? –Resp. Por la misma razón.

16. Esos objetos, que por la voluntad del Espíritu se vuelven tangibles, ¿podrían tener un carácter de permanencia y de estabilidad? –Resp. Podrían, pero esto no sucede: está fuera de las leyes.

17. ¿Todos los Espíritus tienen ese poder en el mismo grado? –Resp. ¡No, no!

18. ¿Cuáles son aquellos que tienen más particularmente ese poder? –Resp. Aquellos a los que Dios se lo concede cuando esto es útil.

19. ¿La elevación del Espíritu influye en algo? –Resp. Es cierto que cuanto más elevado es el Espíritu, más fácilmente obtiene dicho poder; pero esto aún depende de circunstancias: Espíritus inferiores también pueden tener ese poder.

20. La producción de objetos materiales ¿resulta siempre de un acto de la voluntad del Espíritu, o algunas veces ejerce ese poder sin saberlo? –Resp. A MENUDO lo ejerce sin saberlo.

21. Entonces ese poder sería uno de los atributos, una de las facultades inherentes a la propia naturaleza del Espíritu; ¿sería en cierto modo una de sus propiedades, como la de ver y de escuchar? –Resp. Ciertamente; pero a menudo él mismo lo ignora. Entonces es otro que lo ejerce por él, sin éste saberlo, cuando las circunstancias lo requieren. El sastre del zuavo era justamente el Espíritu del que acabo de hablar, y al cual él hacía alusión en su lenguaje jocoso.

Nota – Encontramos una comparación de esta facultad con la de ciertos animales, como por ejemplo el pez torpedo, que emite electricidad sin saber lo que hace, ni cómo la produce, y que menos aún conoce el mecanismo que la pone en funcionamiento. ¿Nosotros mismos no producimos a menudo ciertos efectos como actos espontáneos, de los cuales no nos damos cuenta? Por lo tanto, parece totalmente natural que el Espíritu actúe en esta circunstancia por una especie de instinto; él produce a través de su voluntad, sin saber cómo, del mismo modo que caminamos sin calcular las fuerzas que ponemos en juego.

22. Comprendemos que, en ambos casos citados por la Sra. R..., uno de los dos Espíritus haya querido tener una pipa y el otro una tabaquera, para llamar la atención de una persona viva; pero pregunto si, al no tener nada que mostrarle, el Espíritu podría pensar que tenía esos objetos, creando de ese modo una ilusión a sí mismo. –Resp. No, si él tuviere una cierta superioridad, porque tiene la perfecta conciencia de su condición; ya lo mismo no ocurre con los Espíritus inferiores.

Nota – Tal era, por ejemplo, el caso de la reina de Oudh, cuya evocación ha sido relatada en el número de marzo de 1858, y que aún se creía cubierta de diamantes.

23. ¿Pueden dos Espíritus reconocerse por la apariencia material que tenían cuando encarnados? –Resp. No es por esto que ellos se reconocen, ya que no tomarán esa apariencia uno para el otro; pero si en ciertas circunstancias uno se encuentra en la presencia del otro, revestidos de dicha apariencia, ¿por qué no se reconocerían?

24. ¿Cómo pueden los Espíritus reconocerse en medio de una multitud de otros Espíritus y, sobre todo, cómo pueden hacerlo cuando uno de ellos va a buscar bien lejos, y frecuentemente en otros mundos, a aquellos a quien llama? –Resp. Es una cuestión cuya solución llevaría a un extenso desarrollo; es preciso esperar; vosotros no estáis lo bastante avanzados. Por el momento contentaos con la certeza de que es así, puesto que tenéis pruebas suficientes.

25. Si el Espíritu puede extraer del elemento universal los materiales para hacer todas esas cosas y dar a las mismas una realidad temporaria con sus propiedades, puede también extraer de allí lo que es necesario para escribir. Por consecuencia, esto parece darnos la clave del fenómeno de la escritura directa. –Resp. ¡Finalmente lo habéis comprendido!

26. Si la materia de la que se sirve el Espíritu no tiene persistencia, ¿cómo es que no desaparecen los trazos de la escritura directa? –Resp. No toméis las palabras literalmente; desde el inicio yo no he dicho: nunca. Aquella cuestión trataba de un objeto material voluminoso; aquí se trata de signos trazados que son útiles de conservar, y que son conservados.

La teoría anteriormente mencionada puede resumirse así: El Espíritu actúa sobre la materia; extrae de la materia primitiva universal los elementos necesarios para formar a su gusto los objetos que tengan la apariencia de los diversos cuerpos que existen en la Tierra. A través de su voluntad puede igualmente operar en la materia elemental una transformación íntima que le da determinadas propiedades. Esta facultad es inherente a la naturaleza del Espíritu, que a menudo la ejerce como un acto instintivo, cuando es necesario, y sin darse cuenta de esto. Los objetos formados por el Espíritu tienen una existencia temporaria, subordinada a su voluntad o a una necesidad; puede hacerlos y deshacerlos a su gusto. A los ojos de los encarnados, esos objetos pueden, en ciertos casos, tener todas las apariencias de la realidad, es decir, volverse momentáneamente visibles e incluso tangibles. Hay formación, pero no creación, ya que el Espíritu no puede tirar algo de la nada.