Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Fraudes espíritas

Los que no admiten la realidad de las manifestaciones físicas, atribuyen generalmente al fraude los efectos que se producen. Alegan que los hábiles prestidigitadores hacen cosas que parecen prodigios cuando no se conocen sus trucos; de ahí sacan en conclusión que los médiums no son sino escamoteadores. Nosotros ya hemos refutado este argumento, o más bien esta opinión, particularmente en nuestros artículos sobre el Sr. Home y en los números de la Revista de enero y de febrero de 1858; por lo tanto, sólo diremos algunas palabras antes de hablar de una cosa más seria.

Porque haya charlatanes que comercien medicamentos en plazas públicas, y porque haya también médicos que, sin ir a la plaza pública, abusen de la confianza de sus pacientes, ¿se deduce de esto que todos los médicos son charlatanes y que el cuerpo médico ha perdido la consideración que merece? Porque haya personas que venden tintura por vino, ¿se concluye que todos los vendedores de vino han adulterado este producto y que no exista más vino puro? Se abusa de todo, incluso de las cosas más respetables, y se puede decir que el fraude también tiene su genio. Pero el fraude tiene siempre un objetivo, algún interés material; en donde no hay nada que ganar, no hay ningún interés en engañar. También ya hemos dicho, en nuestro número anterior, a propósito de los médiums mercenarios, que la mejor de todas las garantías es el desinterés absoluto.

Se dirá que esta garantía no es única, porque en materia de prestidigitación existen aficionados muy hábiles que no tienen otra aspiración que la de divertir a la sociedad y no hacen de eso un oficio; ¿no puede ocurrir lo mismo con los médiums? Sin duda que pueden divertirse un instante en divertir a los otros; pero pasar en esto horas enteras, y durante semanas, meses y años, verdaderamente sería preciso estar poseído por el demonio de la mistificación, y el primer mistificado sería el mistificador. No repetiremos aquí todo lo que se ha dicho sobre la posible buena fe de los médiums y de los asistentes que pueden ser el juguete de una ilusión o de una fascinación. Al respecto hemos respondido unas veinte veces, así como a todas las otras objeciones; por consiguiente, volvemos a remitir al lector, particularmente a nuestras Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones Espíritas y a nuestros artículos anteriores de la Revista. Nuestro objetivo no es aquí el de convencer a los incrédulos; si ellos no se convencen por los hechos, menos lo harán por el razonamiento: por lo tanto, sería perder nuestro tiempo. Por el contrario, nos dirigimos a los adeptos para prevenirlos contra los subterfugios de que podrían ser víctimas por parte de personas interesadas –por algún motivo– en simular ciertos fenómenos; decimos ciertos fenómenos, porque hay algunos que desafían evidentemente toda la habilidad de la prestidigitación, tales como, particularmente, el movimiento de objetos sin contacto, la suspensión de cuerpos pesados en el espacio, los golpes efectuados en diferentes lugares, las apariciones, etc., y aún, para algunos de esos fenómenos, hasta un cierto punto se podría simularlos: tanto que ha progresado el arte de la imitación. Lo que es necesario hacer en semejantes casos, es observar atentamente las circunstancias, y sobre todo tener en cuenta el carácter y la posición de las personas, así como la finalidad y el interés que podrían tener en engañar: he aquí el mejor de todos los controles, porque existen ciertas circunstancias que apartan todo motivo de sospecha. Por lo tanto, establecemos como principio que es preciso desconfiar de cualquiera que haga de esos fenómenos un espectáculo o un objeto de curiosidad y de diversión, o que de los mismos obtenga algún provecho –por mínimo que sea–, jactándose de producirlos a voluntad y a cualquier momento. No estaría de más repetirlo: las inteligencias ocultas que se nos manifiestan tienen sus susceptibilidades, y quieren probarnos que también tienen su libre albedrío y que no se someten a nuestros caprichos.

De todos los fenómenos físicos, uno de los más comunes es el de los golpes interiores efectuados en la propia sustancia de la madera, con o sin movimiento de la mesa u otro objeto que pueda ser usado. Ahora bien, este efecto es uno de los más fáciles de imitar, y como también es uno de los que más frecuentemente se producen, creemos útil revelar el pequeño ardid con el cual se puede ser engañado. Para ello es suficiente extender sus dos manos sobre la mesa, con las palmas hacia abajo, y lo bastante próximas como para que las uñas de los pulgares se apoyen fuertemente una en la otra; entonces, con un movimiento muscular casi imperceptible, se las frota de modo que provoquen un pequeño ruido seco, que tiene una gran analogía con el de la tiptología íntima. Este ruido repercute en la madera y produce una ilusión completa. Nada es más fácil como hacer escuchar los golpes que se pidan, una batería de tambor, etc., respondiendo a ciertas preguntas con un sí o un no, con números o incluso con la indicación de las letras del alfabeto.

Una vez que se está prevenido, el medio de reconocer el fraude es bien sencillo. Éste no es más posible si las manos están separadas una de la otra y si se ha asegurado que ningún otro contacto pueda producir el ruido. Los golpes reales se caracterizan además porque cambian de lugar y de timbre a voluntad, lo que no sucede cuando es debido a la causa que hemos señalado o a cualquier otra análoga; los golpes auténticos salen de la mesa para producirse en un mueble cualquiera que nadie toque, respondiendo a preguntas imprevistas.

Por lo tanto, llamamos la atención a las personas de buena fe acerca de esta pequeña estratagema y sobre todas aquellas que puedan ser descubiertas, a fin de señalarlas sin miramientos. La posibilidad de fraude y de imitación no impide la realidad de los hechos, y el Espiritismo no puede sino ganar al desenmascarar a los impostores. Si alguien nos dice: He visto tal fenómeno, pero había allí superchería, les responderemos que es posible; nosotros mismos hemos visto a supuestos sonámbulos simular el sonambulismo con mucha destreza, lo que no impide que el sonambulismo sea un hecho; todo el mundo ha visto a comerciantes que venden algodón por seda, lo que no impide que haya verdaderos tejidos de seda. Es preciso examinar todas las circunstancias y ver si la duda es fundada; pero, como en todas las cosas, es necesario ser conocedor al respecto; ahora bien, nosotros no podríamos reconocer por juez de una cuestión a alguien que de la misma no sabe nada.

Diremos otro tanto con referencia a los médiums psicógrafos. Generalmente se piensa que los médiums mecánicos ofrecen más garantía, no sólo por la independencia de las ideas, sino también contra la superchería. ¡Pues bien! Esto es un error. El fraude se infiltra en todas partes, y sabemos que con habilidad es posible también dirigir a voluntad una cestita o una tablita que escriba, y darles todas las apariencias de movimientos espontáneos. Lo que quita todas las dudas son los pensamientos expresados, ya sea que vengan de un médium mecánico, intuitivo, auditivo, psicofónico o de un vidente. Hay comunicaciones que están de tal modo fuera de las ideas, de los conocimientos e incluso del alcance intelectual del médium, que sería preciso engañarse rotundamente para darles crédito. Reconocemos en el charlatanismo una gran habilidad y fecundos recursos, pero aún no le reconocemos el don de dar el saber a un ignorante, o el genio al que no lo tiene.