Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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¿Se debe publicar todo lo que dicen los Espíritus?

Esta pregunta nos ha sido dirigida por uno de nuestros corresponsales y la responderemos con la siguiente pregunta: ¿Sería bueno publicar todo lo que dicen y piensan los hombres? Cualquiera que tenga una noción del Espiritismo, aunque sea poco profunda, sabe que el mundo invisible es compuesto por todos aquellos que han dejado en la Tierra su envoltura visible; pero al despojarse del hombre carnal, no por esto todos se han revestido de la túnica de los ángeles. Por lo tanto, hay Espíritus de todos los grados de saber y de ignorancia, de moralidad y de inmoralidad: he aquí lo que es preciso no perder de vista. No olvidemos que entre los Espíritus hay, como en la Tierra, seres ligeros, inconsecuentes y burlones; pseudosabios, vanos y orgullosos, de un saber incompleto; hipócritas, malévolos y, lo que nos parecería inexplicable si de algún modo no conociésemos la fisiología de ese mundo, los hay sensuales, viles y crápulas que se arrastran en el lodo. Al lado de eso tenéis, siempre como en la Tierra, a los seres buenos, humanos, benévolos, esclarecidos, sublimes de virtudes; pero como nuestro mundo no está ni en la primera ni en la última posición, aunque sea más vecino de la última que de la primera, resulta de esto que el mundo de los Espíritus reúne a seres más avanzados intelectual y moralmente que nuestros hombres más esclarecidos, y a otros que aún están por debajo de los hombres más inferiores. Desde que esos seres tienen un medio patente de comunicarse con los hombres, de expresar sus pensamientos por signos inteligibles, sus comunicaciones deben ser el reflejo de sus sentimientos, de sus cualidades o de sus vicios; aquellas serán ligeras, triviales, groseras, incluso indecentes, o eruditas, sabias y sublimes, según su carácter y su elevación. Los Espíritus se revelan por su lenguaje; de ahí la necesidad de no aceptar ciegamente –de forma alguna– todo lo que viene del mundo oculto, y de someterlo a un control severo. Con las comunicaciones de ciertos Espíritus, del mismo modo que con los discursos de ciertos hombres, se podría hacer una compilación muy poco edificante. Tenemos ante nuestros ojos una pequeña obra inglesa, publicada en América, que es la prueba de esto, y de cuya lectura podemos decir que una madre no recomendaría a su hija; es por eso que nosotros no la recomendamos a nuestros lectores. Hay personas que piensan que esto es gracioso y divertido; que se diviertan en la intimidad, pero que lo guarden para sí mismas. Lo que todavía es menos concebible es que ellas se jactan de obtener comunicaciones inconvenientes; es siempre un indicio de simpatías que no tienen motivo para envanecerse, sobre todo cuando esas comunicaciones son espontáneas y persistentes, como ocurre con ciertas personas. Sin duda que esto no prejuzga en nada su moralidad actual, porque encontramos a los afligidos con este género de obsesión, al cual su carácter no se presta de modo alguno a eso; sin embargo, este efecto debe tener una causa, como todos los efectos; si no se la encuentra en la presente existencia, es preciso buscarla en una existencia anterior. Si no está en nosotros, está fuera de nosotros, pero siempre se hallan en esa situación por algún motivo, aunque sea por debilidad de carácter. Conocida la causa, depende de nosotros hacerla cesar.

Al lado de esas comunicaciones francamente malas y que chocan a cualquier oído delicado, hay otras que son simplemente triviales o ridículas; ¿hay inconvenientes en publicarlas? Si son dadas por lo que valen, acarrean algún daño; si son dadas como estudio del género, con las debidas precauciones y con los comentarios y correcciones necesarias, pueden incluso ser instructivas en lo que dan a conocer todos los aspectos del mundo espiritual; con prudencia y cuidados, todo puede ser dicho; pero el mal es dar como serias a las cosas que están en contra del buen sentido, de la razón o de las conveniencias; en este caso, el peligro es mayor de lo que se piensa. En primer lugar, estas publicaciones tienen como inconveniente inducir al error a las personas que no están en condiciones de profundizar y de discernir lo verdadero de lo falso, sobre todo en una cuestión tan nueva como el Espiritismo; en segundo lugar, son armas suministradas a los adversarios que no pierden la ocasión de presentar argumentos contra la alta moralidad de la enseñanza espírita; porque –lo decimos una vez más– el mal es dar como serias a las cosas notoriamente absurdas. Inclusive algunos pueden ver una profanación en el papel ridículo que se da a ciertos personajes justamente venerables, y a los cuales se les atribuye un lenguaje indigno de ellos. Los que han estudiado a fondo la ciencia espírita saben a qué atenerse al respecto; saben que los Espíritus burlones no dejan de adornarse con nombres respetables; pero también saben que esos Espíritus no abusan sino de los que permiten dicho abuso, y no saben o no quieren desbaratar sus artificios por los medios de control que conocemos. El público, que no sabe esto, sólo ve una cosa: un absurdo ofrecido gravemente a su admiración; esto hace que él diga: Si todos los espíritas son así, ellos merecen el epíteto con el cual se los califica. Sin duda alguna, este juicio no tiene consideración; con razón, vosotros los acusáis de ligereza; decidles: Estudiad la cuestión y no veáis solamente un lado de la medalla. Pero hay tantas personas que juzgan a priori, sin darse al trabajo de doblar la hoja, sobre todo cuando falta buena voluntad, que es necesario evitar todo lo que pueda darles motivos, porque si a la mala voluntad se junta la malevolencia –lo que es muy común–, dichas personas se quedarán encantadas por encontrar donde criticar.

Más tarde, cuando el Espiritismo estuviere más popularizado, más conocido y comprendido por las masas, esas publicaciones no tendrán mayor influencia de lo que hoy tendría un libro con herejías científicas. Hasta entonces, nunca sería demasiada la circunspección, porque hay publicaciones que pueden dañar esencialmente a la causa que quieren defender, incluso bien más que los ataques groseros y que las injurias de ciertos adversarios: si algunas fuesen hechas con tal objetivo, no tendrían mejor éxito. El error de ciertos autores es el de escribir sobre un tema antes de haberlo profundizado suficientemente, dando así lugar a una crítica fundamentada. Se quejan del juicio temerario de sus antagonistas, sin prestar atención de que a menudo son ellos mismos que muestran su punto débil. Además, a pesar de todas las precauciones, sería presuntuoso creerse al abrigo de toda crítica: primero, porque es imposible contentar a todo el mundo; segundo, porque hay personas que se ríen de todo, inclusive de las cosas más serias, unas por su estado, otras por su carácter. Se ríen mucho de la religión, por lo que no es sorprendente que se rían de los Espíritus, que no conocen. Si al menos sus bromas fuesen espirituosas, habría una compensación; pero infelizmente, en general, no brillan por su delicadeza, ni por su buen gusto, ni por la urbanidad y aún menos por la lógica. Hagamos entonces lo mejor, porque al poner de nuestro lado la razón y la compostura, pondremos a un lado a los sarcásticos.

Esas consideraciones han de ser comprendidas fácilmente por todos; pero hay una no menos esencial que se relaciona con la propia naturaleza de las comunicaciones espíritas y que no debemos omitir: los Espíritus van adonde encuentran simpatía y adonde saben que serán escuchados. Las comunicaciones groseras e inconvenientes, o sencillamente falsas, absurdas y ridículas, sólo pueden emanar de Espíritus inferiores: el simple buen sentido así lo indica. Esos Espíritus hacen lo que hacen los hombres que son escuchados con complacencia: se vinculan a aquellos que admiran sus tonterías, y frecuentemente se apoderan de ellos y los dominan a punto de fascinarlos y subyugarlos. La importancia que se da a sus comunicaciones, por la
publicidad de las mismas, los atrae, los estimula y los anima. El único y verdadero medio para alejarlos es probarles que uno no se deja engañar, rechazando implacablemente como apócrifo y sospechoso todo lo que no sea racional, todo lo que desmienta la superioridad que se atribuye al Espíritu que se manifiesta y de cuyo nombre él se revista: entonces, cuando ve que pierde su tiempo, se retira.

Creemos haber respondido suficientemente a la pregunta de nuestro corresponsal sobre la conveniencia y la oportunidad de ciertas publicaciones espíritas. Publicar sin examen o sin correcciones todo lo que venga de esa fuente, sería dar prueba –según nosotros– de poco discernimiento. Tal es, al menos, nuestra opinión personal, que entregamos a la apreciación de los que, estando desinteresados en la cuestión, pueden juzgar con imparcialidad al poner a un lado toda consideración individual. Como todo el mundo, tenemos el derecho de expresar nuestra manera de pensar sobre la ciencia que es el objeto de nuestros estudios, y de tratarla a nuestra manera, sin pretender imponer nuestras ideas a quien quiera que sea, ni darlas como leyes. Los que comparten nuestra manera de ver es porque creen, como nosotros, estar con la verdad; el futuro mostrará quién está errado y quién está con la razón.