Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Fenómeno de transfiguración

Hemos extraído el siguiente caso de una carta que nos ha escrito uno de nuestros corresponsales en St-Étienne, en el mes de septiembre de 1857. Después de haber hablado de diversas comunicaciones de las que ha sido testigo, él agrega:

«Un hecho más sorprendente ocurre en una familia que vive en nuestros alrededores. De las mesas giratorias han pasado al sillón que habla; después han atado un lápiz a la pata de ese sillón y éste ha indicado la psicografía; ha sido practicada por un largo tiempo, más bien como juguete que como cosa seria. En fin, la escritura ha designado a una de las jovencitas de la casa y ha ordenado pasar las manos sobre su cabeza después de haberla hecho acostar; ella se durmió casi inmediatamente y, después de un cierto número de experiencias, esta muchacha se transfiguró: ella tomaba los rasgos, la voz y los gestos de parientes muertos, de abuelos que nunca había conocido y de un hermano fallecido desde hacía algunos meses; esas transfiguraciones ocurrían sucesivamente en una misma sesión. Ella hablaba un dialecto que no es más el de nuestra época: esto me lo han dicho, porque yo no conozco ni el de antaño ni el actual; pero lo que puedo afirmar es que en una sesión donde había tomado la apariencia de su hermano, un hombre vigoroso, esta jovencita de 13 años me ha estrechado la mano con un rudo apretón.

«Desde hace 18 meses o dos años que ese fenómeno es constantemente repetido de la misma manera; sólo hoy en día se produce espontánea y naturalmente, sin imposición de las manos.»

Aunque bastante raro, este fenómeno extraño de ningún modo es excepcional; ya nos han hablado de varios hechos semejantes, y varias veces nosotros mismos hemos sido testigo de algo análogo entre los sonámbulos en estado de éxtasis e incluso entre los extáticos que no se encontraban en estado sonambúlico. Además, es cierto que las emociones violentas operan sobre la fisonomía un cambio que le da un carácter completamente diferente al del estado normal. ¿No vemos igualmente a personas cuyos rasgos móviles se prestan, según su voluntad, a modificaciones que les permiten tomar la apariencia de otras personas? Por lo tanto, vemos con esto que la rigidez del rostro no es tal que no pueda sujetarse a modificaciones pasajeras más o menos profundas, y nada hay de sorprendente en que un hecho semejante pueda producirse en el caso en cuestión, aunque quizás por una causa independiente de la voluntad.

He aquí las respuestas que al respecto hemos obtenido de san Luis, en la sesión de la Sociedad del 25 de febrero último.

1. El caso de transfiguración del cual acabamos de hablar, ¿es real? –Resp. Sí.

2. ¿Hay en ese fenómeno un efecto material? –Resp. El fenómeno de transfiguración puede tener lugar de una manera material, a tal punto que, en las diversas fases que presenta, se podría reproducirlo en el daguerrotipo.

3. ¿Cómo es producido este efecto? –Resp. La transfiguración, como vosotros la entendéis, no es sino una modificación de la apariencia, un cambio, una alteración en los rasgos que puede ser producida por la acción del propio Espíritu sobre su envoltura, o por una influencia exterior. El cuerpo nunca cambia, pero a consecuencia de una contracción nerviosa experimenta apariencias diversas.

4. ¿Puede suceder que los espectadores sean engañados por una falsa apariencia? –Resp. Puede ocurrir también que el periespíritu desempeñe el papel que conocéis. En el hecho citado hubo una contracción nerviosa, y la imaginación lo ha aumentado mucho; además, este fenómeno es bastante raro.

5. El papel del periespíritu ¿sería análogo a lo que pasa en el fenómeno de bicorporeidad? –Resp. Sí.

6. ¿Entonces es preciso que, en el caso de transfiguración, haya desaparición del cuerpo real para los espectadores que no ven más que el periespíritu bajo una forma diferente? –Resp. No una desaparición física, sino una oclusión. Entendeos sobre las palabras.

7. Parece resultar de lo que acabáis de decir que en el fenómeno de transfiguración pueden haber dos efectos: 1°) Alteración de los rasgos del cuerpo real como consecuencia de una contracción nerviosa. 2°) Apariencia variable del periespíritu que se hace visible. ¿Es así que debemos entenderlo? –Resp. Ciertamente.

8. ¿Cuál es la causa primera de ese fenómeno? –Resp. La voluntad del Espíritu.

9. ¿Todos los Espíritus pueden producirlo? –Resp. No; los Espíritus no siempre pueden hacer lo que quieren.

10. ¿Cómo explicar la fuerza anormal de esta jovencita, transfigurada en la persona de su hermano? –Resp. ¿No posee el Espíritu una gran fuerza? Además, es la del cuerpo en su estado normal.

Nota – Este hecho no tiene nada de sorprendente; a menudo vemos a las personas más débiles, dotadas momentáneamente de una fuerza muscular prodigiosa debido a una causa sobreexcitante.

11. Puesto que, en el fenómeno de transfiguración, el ojo del observador puede ver una imagen diferente de la realidad, ¿sucede lo mismo en ciertas manifestaciones físicas? Por ejemplo, cuando una mesa se eleva sin el contacto de las manos y la vemos por encima del piso, ¿es realmente la mesa que se desplaza? –Resp. ¿Otra vez lo preguntáis?

12. ¿Qué es lo que la levanta? –Resp. La fuerza del Espíritu.

Nota – Este fenómeno ya había sido explicado por san Luis, y nosotros hemos tratado esta cuestión de una manera completa en los números de mayo y de junio de 1858, con referencia a la Teoría de las manifestaciones físicas. Nos ha sido dicho que, en este caso, la mesa o cualquier otro objeto que se mueve se anima de una vida artificial momentánea, que le permite obedecer a la voluntad del Espíritu.

Ciertas personas han querido ver en este hecho una simple ilusión de óptica que las haría observar, por una especie de espejismo, una mesa en el espacio, mientras que la misma está realmente en el piso. Si fuera así, la cuestión no sería menos digna de atención; es de notar que aquellos que quieren negar o denigrar los fenómenos espíritas, los expliquen a través de causas que por sí mismas serían verdaderos prodigios y bien más difíciles de comprender; ahora bien, ¿por qué, pues, tratan esto con tanto desdén? Si la causa que ellos señalan es real, ¿por qué no profundizarla? El físico busca entender el menor movimiento anormal de la aguja imantada; el químico, el más ligero cambio en la atracción molecular; ¿por qué, entonces, se vería con indiferencia a fenómenos tan raros como los que acabamos de hablar, aunque fuesen el resultado de un simple desvío del rayo visual o de una nueva aplicación de las leyes conocidas? Esto no es lógico.

Ciertamente no sería imposible que, por un efecto de óptica, análogo al que nos hace ver un objeto en el agua más alto de lo que está –como consecuencia de la refracción del rayo luminoso–, una mesa nos pareciera estar en el espacio, cuando en realidad estaría en el piso; pero hay un hecho que resuelve perentoriamente la cuestión: es cuando la mesa cae ruidosamente en el piso y se quiebra; esto no nos parece ser una ilusión de óptica. Volvamos a la transfiguración.

Si una contracción muscular puede modificar los rasgos del rostro, esto sólo podrá suceder dentro de un cierto límite; pero seguramente si una jovencita toma la apariencia de un anciano, ningún efecto fisiológico le hará crecer la barba; por lo tanto, es preciso buscar la causa en otro lugar. Si nos remitimos a lo que hemos dicho precedentemente sobre el papel del periespíritu en todos los casos de apariciones, inclusive de personas vivas, se ha de comprender que ahí está la clave del fenómeno de transfiguración. En efecto, puesto que el periespíritu puede aislarse del cuerpo y volverse visible; ya que por su extrema sutileza puede tomar diversas apariencias a voluntad del Espíritu, se concebirá sin dificultad que así ocurra con una persona transfigurada: el cuerpo continúa el mismo; solamente el periespíritu ha cambiado de aspecto. Pero entonces –se dirá–, ¿en qué se vuelve el cuerpo? ¿Por qué el observador no ve una imagen doble, de un lado el cuerpo real y del otro el periespíritu transfigurado? Hechos extraños, de los cuales próximamente hablaremos, prueban que debido a una especie de fascinación que se opera en el observador en esta circunstancia, el cuerpo real puede, de algún modo, ser ocultado por el periespíritu.

Ese fenómeno, objeto de este artículo, nos ha sido comunicado desde hace un buen tiempo, y si aún no habíamos hablado del mismo es porque no nos proponemos hacer de nuestra Revista un simple catálogo de hechos para alimentar la curiosidad, o una árida compilación sin apreciaciones ni comentarios; nuestra tarea sería demasiado fácil, y nosotros la tomamos más en serio; ante todo nos dirigimos a los hombres de razonamiento, a quienes –como nosotros– quieren conocer las cosas, tanto como sea posible. Ahora bien, la experiencia nos ha enseñado que los hechos, por más extraños y multiplicados que sean, de ninguna manera son elementos de convicción; y lo son tanto menos como más extraños fueren. Cuanto más extraordinario es un hecho, más anormal parece y menos se está dispuesto a creer en él; quieren ver, y cuando han visto, todavía dudan; desconfían de la ilusión y de confabulaciones. Esto no es así cuando en los hechos se encuentra una razón de ser por una causa plausible. Vemos todos los días a personas que en otros tiempos rechazaban los fenómenos espíritas atribuyéndolos a la imaginación y a una credulidad ciega, y que hoy en día son fervorosos adeptos, precisamente porque ahora esos fenómenos no tienen nada que repugnen a la razón; ellas los explican, comprenden su posibilidad y creen incluso sin haber visto. Por lo tanto, antes de hablar de ciertos hechos, nosotros hemos esperado que los principios fundamentales estuviesen lo suficientemente desarrollados como para poder explicar su causa; el de la transfiguración está entre este número. El Espiritismo es para nosotros más que una creencia: es una ciencia, y nos sentimos felices en ver que nuestros lectores nos han comprendido.