Observaciones a propósito de la palabra milagro El Sr. Mathieu, que hemos citado en nuestro artículo del mes de octubre sobre
Los milagros, nos dirige la siguiente solicitación que nos apresuramos en atender.
“Señor,
“Si no tengo la ventaja de estar de acuerdo con vos en todos los puntos, lo estoy al menos en aquello que tuvisteis ocasión de hablar de mí en el último número de vuestro periódico. Así, concuerdo perfectamente con vuestra observación a propósito de la palabra
milagro. Si de la misma me he servido en mi opúsculo, tuve el cuidado de decir al mismo tiempo (página 4): "Se ha convenido en que la palabra
milagro expresa un hecho que se produce fuera de las leyes
conocidas de la Naturaleza; un hecho que escapa a toda explicación humana, a toda interpretación científica". Con esto suponía indicar suficientemente que yo no daba a la palabra
milagro más que un valor relativo y convencional; parece que me equivoqué, puesto que os habéis tomado el trabajo de objetarla.
“Señor, en todo caso cuento con vuestra imparcialidad, para que estas pocas líneas que tengo el honor de dirigiros, encuentren lugar en vuestro próximo número. No me siento molesto; que vuestros lectores sepan que no he querido dar al vocablo en cuestión el sentido que le objetáis, y que hubo falta de habilidad de mi parte o malentendido de la vuestra, o quizás un poco de lo uno y de lo otro.
“Atentamente,
MATHIEU.”
Como habíamos dicho en nuestro artículo, estábamos perfectamente convencidos del sentido en que el Sr. Mathieu empleó la palabra
milagro; por lo tanto, nuestra crítica no recaía de manera alguna sobre su opinión, sino en el empleo de esa palabra, incluso en su acepción más racional. Hay tantas personas que sólo ven la superficie de las cosas, sin tomarse el trabajo de profundizarlas –lo que no las impide de juzgar como si las conocieran–, que un título como ese dado a un hecho espírita podría ser tomado al pie de la letra, de fe buena por unos o con malevolencia por la mayoría. Al respecto, nuestra observación tiene fundamento, puesto que nos recordamos haber leído en alguna parte, en un diario cuyo nombre se nos escapa, un artículo donde aquellos que tienen la facultad de provocar fenómenos espíritas estaban calificados, por escarnio, como hacedores de milagros, y esto con referencia a un adepto muy fervoroso que estaba convencido de producirlos. Este es el caso de recordar el proverbio:
Nada es más peligroso que un amigo imprudente. Nuestros adversarios están muy ávidos en llevarnos al ridículo, sin que se les de un pretexto.