Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1859

Allan Kardec

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Un antiguo carretero

El Sr. V..., excelente médium, es un joven que generalmente se distingue por la buena cualidad de sus relaciones con el mundo espiritual. Sin embargo, desde que ocupa el cuarto en que actualmente reside, un Espíritu inferior interfiere en sus comunicaciones e incluso se interpone en sus trabajos personales. Al encontrarse una noche (el 6 de septiembre de 1859) en la casa del Sr. Allan Kardec, con quien debía trabajar, fue importunado por aquel Espíritu que le hacía trazar cosas incoherentes y que le impedía de escribir. Entonces, al dirigirse a este Espíritu, el Sr. Allan Kardec tuvo con él la siguiente conversación:

1. ¿Por qué vienes aquí cuando nadie te llamó? –Resp. Yo quiero atormentarlo.

2. ¿Quién eres tú? Dinos tu nombre. –Resp. No lo diré.

3. ¿Cuál es tu objetivo al interferir en lo que no te corresponde? Esto no trae provecho para nadie. –Resp. No, pero le impido tener buenas comunicaciones, y sé que esto lo entristece bastante.

4. Eres un Espíritu malo, ya que te complaces en hacer el mal. En nombre de Dios, te intimo a retirarte y a dejarnos trabajar con tranquilidad. –Resp. ¿Crees que me das miedo con tu voz grave?

5. Si no tienes miedo de mí, por cierto lo tendrás de
Dios, en nombre del cual te hablo, y que bien podrá hacer que te arrepientas de tu maldad. –Resp. No nos irritemos, burgués.

6. Te repito que eres un Espíritu malo y una vez más te pido que no nos impidas trabajar. –Resp. Soy lo que soy: es mi naturaleza.

Al haber sido llamado un Espíritu superior, y al habérsele solicitado que alejase a este intruso para no interrumpir el trabajo, el Espíritu malo probablemente se fue, porque durante el resto de la noche no hubo ninguna interrupción más. Al ser interrogado sobre la naturaleza de este Espíritu, aquél respondió:

Este Espíritu, que es de la más baja clase, es un antiguo carretero, fallecido no lejos de la casa donde reside V... (el médium). Eligió como domicilio el propio cuarto del médium y desde hace tiempo es él que incesantemente lo obsesa, atormentándolo continuamente. Ahora que sabe que V..., por orden de los Espíritus superiores, debe dejar su residencia, él lo atormenta más que nunca. Esta es entonces una prueba de que el médium no escribe su propio pensamiento. Ves así que hay buenas cosas, inclusive en las más desagradables aventuras de la vida. Dios revela su poder por todos los medios posibles.

–¿Cuál era el carácter de este hombre, cuando encarnado? –Resp. Todo lo que más se aproxima al de un animal. Creo que sus caballos tenían más inteligencia y sentimientos que él.

–¿Por cuál medio puede el Sr. V... desembarazarse de él? –Resp. Hay dos: el medio espiritual, que es pidiéndole a Dios, y el medio material, que es dejando la casa en la cual está.

–¿Entonces hay realmente lugares frecuentados por ciertos Espíritus? –Resp. Sí, Espíritus que todavía están bajo la influencia de la materia se vinculan a ciertos lugares.

–Los Espíritus que frecuentan ciertos lugares, ¿pueden volverlos fatalmente funestos o propicios para las personas que los habitan? –Resp. ¿Quién podría impedirlos? Como desencarnados, ellos ejercen su influencia como Espíritus; como encarnados, la ejercen como hombres.

–Alguien que no fuera médium, que incluso nunca hubiese oído hablar de Espíritus o que no creyera en ellos, ¿podría sufrir esta influencia y ser el blanco de las molestias ocasionadas por esos Espíritus? –Resp. Indudablemente; esto sucede más a menudo de lo que pensáis, y explica muchas cosas.

–¿Hay algún fundamento en la creencia de que los Espíritus frecuentan preferentemente las ruinaso las casas abandonadas? –Resp. Es una superstición.

–¿Entonces los Espíritus frecuentarán tanto una casa nueva de la calle Rívoli como una vieja casucha? –Resp. Ciertamente, porque pueden ser atraídos hacia un lugar en vez de otro, de acuerdo con la disposición de espíritu de sus habitantes.

Al haber sido evocado en la Sociedad –por intermedio del Sr. R...– el citado carretero en Espíritu, éste se manifestó a través de señales de violencia, quebrando los lápices que clavaba en el papel con fuerza, y escribiendo con una letra gruesa, trémula, irregular y poco legible.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.

2. ¿Reconocéis el poder de Dios sobre vos? –Resp. Sí, ¿y qué?

3. ¿Por qué habéis elegido el cuarto del Sr. V... en vez de otro? –Resp. Eso me agrada.

4. ¿Permaneceréis allí por mucho tiempo? –Resp. Mientras me sienta bien.

5. ¿Entonces no tenéis intención de mejoraros? –Resp. Veremos; tengo tiempo.

6. ¿Estáis contrariado porque os hemos llamado? –Resp. Sí.

7. ¿Qué hacíais cuando os llamamos? –Resp. Yo estaba en la taberna.

8. ¿Estabais bebiendo? –Resp. ¡Qué tontería! ¡Cómo podría beber!

9. ¿Qué quisisteis decir al hablar de la taberna? –Resp. Quise decir lo que he dicho.

10. Cuando estabais encarnado, ¿maltratabais a vuestros caballos? –Resp. ¿Sois, pues, guardia municipal?

11. ¿Queréis que oremos por vos? –Resp. ¿Lo haríais?

12. Ciertamente; nosotros oramos por todos los que sufren, porque tenemos piedad de los infelices y porque sabemos que la misericordia de Dios es grande. –Resp. ¡Oh, bueno! A pesar de todo sois buenos individuos; me gustaría poder daros un apretón de manos. Voy a intentar merecerlo. ¡Gracias!

Nota – Esta conversación confirma lo que la experiencia ya ha probado muchas veces, en lo tocante a la influencia que los hombres pueden ejercer sobre los Espíritus, y por medio de la cual pueden contribuir para su mejoría. Muestra la influencia de la oración. Así, esa naturaleza bruta, arisca y casi salvaje se hace como más dócil con la idea de que alguien pueda demostrarle interés. Nosotros tenemos numerosos ejemplos de criminales que vinieron a comunicarse espontáneamente a través de los médiums que habían orado por ellos, a fin de testimoniarles su arrepentimiento.

A las observaciones anteriores agregaremos las siguientes consideraciones sobre la evocación de Espíritus inferiores.

Hemos visto a médiums, deseosos de conservar sus buenas relaciones con el Más Allá, rehusarse a servir de intérpretes a los Espíritus inferiores que pueden ser llamados; es de su parte una susceptibilidad mal entendida. Por el hecho de evocar a un Espíritu vulgar, inclusive malo, no significa que uno esté bajo su dependencia; lejos de esto. Al contrario, sois vosotros que lo domináis: no es él que viene a imponerse, contra vuestra voluntad, como en la obsesión; sois vosotros que os imponéis a él. Él no ordena, obedece; sois su juez y no su presa. Además, podéis ser útiles a ellos por vuestros consejos y por vuestras oraciones, y os agradecerán por el interés que les demostráis. Tenderles la mano compasivamente es practicar una buena acción; rehusarse a esto es faltar con la caridad; aún más: es egoísmo y orgullo. Esos seres inferiores son también para nosotros una gran enseñanza; ha sido a través de ellos que hemos aprendido a conocer las camadas inferiores del mundo espiritual, así como el destino que aguarda a los que hacen en la Tierra un mal uso de su vida. Notemos, además, que es casi siempre temblando que ellos vienen a las reuniones serias, donde los Espíritus buenos dominan; aquellos sienten vergüenza y se mantienen a la distancia, escuchando para instruirse. A menudo vienen con ese objetivo, sin haber sido llamados; por lo tanto, ¿por qué rehusarse a escucharlos cuando frecuentemente su arrepentimiento y sus sufrimientos son un motivo de edificación o, por lo menos, de instrucción? No hay nada que temer con esas comunicaciones, desde que tengan el propósito del bien. ¿Qué sería de los pobres heridos si los médicos se rehusaran a tocar en sus llagas?