Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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El despertar de un Espíritu

NOTA – Estos versos 300 han sido escritos espontáneamente por medio de una cesta, tocada por una joven señora y por un niño. Pensamos que más de un poeta 301 podría atribuirse el mérito de los mismos. Ellos nos fueron enviados por uno de nuestros suscriptores.

¡Qué bella es la Naturaleza y cuán suave es el aire!

¡Señor! Te doy las gracias y te admiro de rodillas.

Pueda el himno alegre de mi reconocimiento

Elevarse como el incienso hacia tu desprendimiento.

Así, ante los ojos de sus dos hermanas en duelo,

Hiciste antaño salir a Lázaro de su sepulcro;

De Jairo desvariado, la hija muy amada

Fue en su lecho de muerte por tu voz reanimada.

Del mismo modo, ¡oh, Jesús!, me has tendido la mano;

¡Levántate!, me has dicho: y no lo has dicho en vano.

¡Ay de mí! ¿Por qué sólo soy un vil montón de fango?

Yo quisiera alabarte con la voz de un ángel;

¡Tu obra jamás me ha parecido tan bella!

Es para aquel que sale de la noche de la tumba

Que el día parece puro, la luz brillante,

El sol radioso y la vida embriagante.

Entonces el aire es más dulce que la leche y la miel;

Cada sonido parece una palabra en los conciertos del Cielo.

La voz sorda de los vientos exhala una armonía

Que crece en el vacío y se vuelve infinita.

Lo que el Espíritu concibe, lo que conmueve a sus ojos,

Lo que se puede comprender en el libro de los Cielos,

En el espacio de los mares, bajo las olas profundas,

En todos los océanos, los abismos, los mundos,

Todo se engrandece en esfera, y se siente que en el centro

Esos rayos convergentes conducen a Dios.

Y Tú, cuya mirada planea sobre las estrellas,

Que te ocultas en el Cielo como un Rey bajo sus velos,

¿Cuál es, pues, tu grandeza, si este vasto Universo


No es sino un punto a tus ojos, y el espacio de los mares


Ni siquiera es un espejo para tu esplendor inmenso?


¿Cuál es, pues, tu grandeza, cuál es, pues, tu esencia?


¡Qué palacio tan vasto has construido, oh, Rey!


Los astros no sabrían separarnos de Ti.


El Sol a tus pies, poder sin medida,


Parece el ónice que un príncipe sujeta a su calzado.


Lo que más admiro en Ti, ¡oh, Majestad!


Es bien menos tu grandeza que tu inmensa bondad


Que en todo se revela, así como la luz,


Y que a un ser impotente atiendes en su oración.


JODELLE