Muchas personas que hoy aceptan perfectamente el magnetismo,
durante mucho tiempo cuestionaron la lucidez sonambúlica; en
efecto, es que esta facultad ha venido a cambiar el rumbo de todas
las nociones que teníamos sobre la percepción de las cosas del
mundo exterior y, entretanto, desde hace bastante tiempo se tenía el
ejemplo de los sonámbulos naturales, que gozan de facultades
análogas y que –por raro contraste– nunca se buscó profundizar.
Hoy la clarividencia sonambúlica es un hecho adquirido y, si todavía
es cuestionada por algunas personas, es porque las nuevas ideas
demoran en echar raíces, sobre todo cuando es preciso renunciar a
las que se sostuvo durante tanto tiempo; es así también que muchas
personas han creído –como aún lo hacen con las manifestaciones
espíritas– que el sonambulismo podía ser experimentado como una
máquina, sin tener en cuenta las condiciones especiales del
fenómeno; es por eso que, al no haber obtenido a su capricho y
oportunamente resultados siempre satisfactorios, han concluido por
la negativa. Fenómenos tan delicados exigen una observación lenta,
asidua y perseverante, a fin de captar los matices frecuentemente
fugitivos. Es igualmente a consecuencia de una observación
incompleta de los hechos que ciertas personas, aunque admitan la
clarividencia de los sonámbulos, cuestionan su independencia; según
ellos, su visión no se extiende más allá del pensamiento de aquel que
los interroga; incluso algunos pretenden afirmar que no hay visión,
sino simplemente intuición y transmisión de pensamiento, y citan
ejemplos en su apoyo. Nadie duda que el sonámbulo, al ver el
pensamiento, pueda a veces traducirlo y ser eco del mismo; nosotros
también no cuestionamos que, en ciertos casos, pueda ser
influenciado: habiendo sólo eso en el fenómeno, ¿ya no sería un
hecho muy curioso y muy digno de observación? Por lo tanto, la
cuestión no está en saber si el sonámbulo es o puede ser influenciado
por un pensamiento ajeno; esto no está en duda, pero sí en saber si
es siempre influenciado: éste es un resultado de la experiencia. Si el
sonámbulo nunca dice otra cosa que lo que sabéis, es indiscutible
que traduce vuestro pensamiento; pero si en ciertos casos dice lo que
no sabéis, si contradice vuestra opinión, vuestra manera de ver, es
evidente que él es independiente y que no sigue su propio impulso.
Un solo hecho de este género bien caracterizado sería suficiente para
probar que la sujeción del sonámbulo al pensamiento de otro no es
una cosa absoluta; ahora bien, existen millares de ellos; entre los que
son de nuestro conocimiento personal, citaremos los dos siguientes:
El Sr. Marillon, residente en Bercy, rue de Charenton (calle
Charenton) N° 43, había desaparecido el
13 de enero último. Todas las investigaciones para descubrir su
rastro habían sido infructuosas; ninguna de las personas a las que él
acostumbraba visitar lo había visto; ningún asunto podía motivar
una ausencia tan prolongada; por otro lado, su carácter, su posición
y su estado mental descartaban toda idea de suicidio. Quedaba por
pensar que él hubiese sido víctima de un crimen o de un accidente;
pero, en esta última hipótesis, habría podido ser fácilmente
reconocido y conducido a su domicilio o, al menos, llevado a la
morgue. Por lo tanto, todas las probabilidades se inclinaban hacia el
crimen; fue en este pensamiento en el que se detuvieron, con mayor
razón porque se creía que había salido para efectuar un pago; pero
¿dónde y cómo había sido cometido el crimen? Es lo que se
ignoraba. Entonces su hija recurrió a una sonámbula, la Sra. Roger,
que en muchas otras circunstancias parecidas había dado pruebas de
una notable lucidez, que nosotros mismos hemos podido
constatar. La Sra. Roger siguió al Sr. Marillon desde que salió
de su casa, a las 3 horas de la tarde, hasta cerca de las 7 de la tarde,
en el momento en que se disponía a regresar; ella lo vio descender
por las orillas del Sena por un motivo acuciante; allí –dijo ella– tuvo
un ataque de apoplejía, lo vio caer sobre una piedra, hacerse un corte
en la frente y después deslizarse en el agua; por lo tanto, no ha sido
un suicidio ni un crimen; vio también su dinero y una llave en el
bolsillo de su gabán. Ella indicó el lugar del accidente; pero –
agrega– no es allí donde está ahora, ya que ha sido fácilmente
arrastrado por la corriente; se lo ha de encontrar en tal lugar. En
efecto, fue esto lo que tuvo lugar; tenía la herida indicada en la
frente; la llave y el dinero estaban en su bolsillo y la posición de sus
vestimentas demostraba suficientemente que la sonámbula no se
había equivocado sobre el motivo que lo había conducido a orillas
del río. Delante de todos estos detalles, nos preguntamos dónde se
puede ver la transmisión de cualquier pensamiento. He aquí otro
hecho donde la independencia sonambúlica no es menos evidente.
El Sr. y la Sra. Belhomme, labradores en Rueil, rue Saint-Denis
(calle San Denis) N° 19, tenían de reserva una suma de alrededor de
800 a 900 francos. Para más seguridad la Sra. Belhomme la guardó
en un armario, del cual una parte estaba destinada a la ropa vieja y la
otra a la ropa nueva: fue entre esta última que el dinero fue
guardado; en ese momento alguien entró y la Sra. Belhomme se
apresuró en cerrar el armario. Pasado algún tiempo y teniendo
necesidad de dinero, ella estaba convencida de haberlo puesto entre
la ropa vieja, porque ésa había sido su intención, en la idea de que lo
viejo tentaría menos a los ladrones; pero, en su precipitación, a la
llegada del visitante, lo había guardado en el otro compartimiento.
Estaba tan convencida de haberlo puesto entre la ropa vieja que
incluso ni le vino la idea de buscarlo en otra parte; al encontrar el
lugar vacío, y recordándose de la visita, creyó haber sido notada y
robada, y –persuadida de esta
manera– sus sospechas recayeron naturalmente sobre el visitante.
Sucede que la Sra. Belhomme conocía a la Srta. Marillon, de la
cual hemos hablado más arriba, y le contó su desventura. Ésta,
habiéndole relatado el medio por el cual su padre había sido
encontrado, le recomendó dirigirse a la misma sonámbula, antes de
dar cualquier paso. El Sr. y la Sra. Belhomme se dirigieron, pues, a
la casa de la Sra. Roger, bien convencidos de haber sido robados y
en la esperanza de que les fuese indicado el ladrón que, en su
opinión, no podía ser otro que el visitante. Por lo tanto, tal era su
pensamiento exclusivo; ahora bien, la sonámbula, después de una
minuciosa descripción del lugar, les dijo: «No habéis sido robados;
vuestro dinero está intacto en vuestro armario: sólo que habéis
creído guardarlo entre la ropa vieja, mientras que lo habéis hecho
entre la ropa nueva; volved a vuestra casa y lo encontraréis allí». En
efecto, fue lo que sucedió.
Al relatar estos dos hechos –y podríamos citar muchos otros
también tan concluyentes– nuestra finalidad ha sido probar que la
clarividencia sonambúlica no siempre es el reflejo de un
pensamiento ajeno; que el sonámbulo puede así tener una lucidez
propia, completamente independiente. De esto resaltan
consecuencias de una alta gravedad desde el punto de vista
psicológico; aquí encontramos la clave de más de un problema que
examinaremos ulteriormente al tratar de las relaciones que
existen entre el sonambulismo y el Espiritismo, relaciones que
arrojan una luz completamente nueva sobre la cuestión.