Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Toda persona que puede ver a los Espíritus sin ayuda ajena es, por esto mismo, médium vidente; pero en general las apariciones son fortuitas, accidentales. Nosotros todavía no conocíamos a ninguna persona apta para verlos de una manera permanente y a voluntad. Es de esta notable facultad que está dotado el Sr. Adrien, uno de los miembros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas. Él es a la vez médium vidente, psicógrafo, auditivo y sensitivo. Como médium psicógrafo escribe según el dictado de los Espíritus, pero raramente de una manera mecánica como los médiums puramente pasivos; es decir que, aunque escriba cosas extrañas a su pensamiento, él tiene la conciencia de lo que escribe. Como médium auditivo escucha a las voces ocultas que le hablan. Tenemos en la Sociedad a otros dos médiums que gozan de esta última facultad en un muy alto grado. Al mismo tiempo, ellos son muy buenos médiums psicógrafos. Como médium sensitivo, en fin, siente el contacto de los Espíritus y la presión que ellos ejercen sobre él; incluso siente conmociones eléctricas muy violentas, que se transmiten a las personas presentes. Cuando magnetiza a alguien, puede voluntariamente –cuando es necesario para su salud– producir en éste la descarga de la pila voltaica.

Una nueva facultad acaba de revelarse en él: la doble vista; sin ser sonámbulo, y aunque esté perfectamente despierto, ve a voluntad, a una distancia ilimitada –incluso más allá de los mares– lo que sucede en una localidad; ve a las personas y lo que ellas hacen; describe los lugares y los hechos con una precisión cuya exactitud ha sido verificada. Apresurémonos en decir que el Sr. Adrien de ningún modo es uno de esos hombres débiles y crédulos que se dejan llevar por su imaginación; al contrario, es un hombre de carácter muy frío, muy calmo y que ve todo esto con la más absoluta sangre fría; no decimos con indiferencia, lejos de eso, porque él toma en serio sus facultades y las considera como un don de la Providencia que le ha sido concedido para el bien y, así, solamente se sirve del mismo para cosas útiles y nunca para satisfacer una vana curiosidad. Es un hombre joven de una familia distinguida, muy honorable, de un carácter dúctil y benévolo, y cuya esmerada educación se revela en su lenguaje y en todos sus modales. Como marinero y como militar ha recorrido una parte de África, de la India y de nuestras colonias.

De todas sus facultades como médium, la más notable –y en nuestra opinión la más preciosa– es la de médium vidente. Los Espíritus le aparecen bajo la forma que hemos relatado en nuestro artículo anterior sobre las Apariciones; él los ve con una precisión de la cual podemos juzgar por las descripciones que damos más adelante de Una viuda de Malabar y de La Bella Cordelera de Lyon. Pero, se dirá, ¿qué es lo que prueba que ve realmente y que no es el juguete de una ilusión? Lo que lo prueba es que, cuando una persona que él no conoce evoca por su intermedio a un pariente, a un amigo que nunca ha visto, hace de éste un retrato de sorprendente semejanza y que nosotros mismos hemos podido constatar; por lo tanto, ninguna duda tenemos sobre esta facultad de la cual goza en el estado de vigilia y no como sonámbulo.

Lo que tal vez es más notable todavía, es que no ve solamente a los Espíritus que se evocan; ve al mismo tiempo a todos los que están presentes, evocados o no; los ve entrar, salir, ir y venir, escuchar lo que decimos, reírse o tomarse algo en serio, según su carácter; en unos hay seriedad, en otros un aire burlón y sarcástico; algunas veces uno de ellos se dirige hacia uno de los asistentes y le pone la mano en el hombro o se ubica a su lado, mientras que otros se mantienen apartados; en una palabra, en toda reunión hay siempre una asamblea oculta compuesta por Espíritus atraídos por su simpatía para con las personas y las cosas con las cuales se ocupan. En las calles ve a una multitud, porque además de los Espíritus familiares que acompañan a sus protegidos, hay entre ellos –como entre nosotros– la masa de los indiferentes y de los ociosos. Nos dice él que en su casa nunca está solo y que jamás se aburre; tiene siempre una sociedad con la cual conversa.

Su facultad no sólo se extiende a los Espíritus desencarnados, sino también a los encarnados; cuando ve a una persona, puede hacer abstracción de su cuerpo; entonces, el Espíritu le aparece como si estuviera separado del cuerpo, y puede conversar con él. En un niño, por ejemplo, puede ver al Espíritu que está encarnado en él, apreciar su naturaleza y saber lo que éste era antes de su encarnación.

Llevada a ese grado, esta facultad nos inicia mejor en la naturaleza del mundo de los Espíritus que todas las comunicaciones escritas; nos lo muestra tal cual es, y si no lo vemos por nuestros ojos, la descripción que nos da de él nos hace verlo a través del pensamiento; los Espíritus no son más seres abstractos: son seres reales, que están aquí a nuestro lado, que nos rodean sin cesar; y como sabemos ahora que su contacto puede ser material, comprendemos la causa de una multitud de impresiones que sentimos sin darnos cuenta. Es por eso que colocamos al Sr. Adrien en el número de los médiums más notables y en la primera línea de aquellos que han suministrado los más preciosos elementos para el conocimiento del mundo espírita. Sobre todo lo colocamos en la primera línea por sus cualidades personales, que son las de un hombre de bien por excelencia, y que lo vuelven totalmente simpático a los Espíritus del orden más elevado, lo que no siempre tiene lugar con los médiums de efectos puramente físicos. Sin duda, entre estos últimos existen los que hacen más sensación, los que mejor cautivan la curiosidad; pero para el observador, para aquel que quiere sondar los misterios de ese mundo maravilloso, el Sr. Adrien es el más poderoso auxiliar que ya hemos visto. Por eso hemos puesto su facultad y su complacencia en beneficio de nuestra instrucción personal, ya sea en la intimidad, en las sesiones de la Sociedad o, en fin, en visita a diversos lugares de reunión. Hemos estado juntos en teatros, bailes, paseos, hospitales, cementerios, iglesias; hemos asistido a entierros, a casamientos, bautismos, sermones: por todas partes hemos observado la naturaleza de los Espíritus que allí venían a agruparse; hemos entablado conversación con algunos, los hemos interrogado y hemos aprendido muchas cosas de las que haremos sacar provecho a nuestros lectores, porque nuestro objetivo es el de hacerlos penetrar –como nosotros– en ese mundo tan nuevo para nosotros. El microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño, que ni sospechábamos, aunque estuviera a nuestro alrededor; el telescopio nos ha revelado la infinidad de mundos celestiales de los que tampoco sospechábamos; el Espiritismo nos descubre el mundo de los Espíritus que está por todas partes, a nuestro lado como en los espacios: es el mundo real que influye incesantemente sobre nosotros.