Toda persona que puede ver a los Espíritus sin ayuda ajena es, por
esto mismo, médium vidente; pero en general las apariciones son
fortuitas, accidentales. Nosotros todavía no conocíamos a ninguna
persona apta para verlos de una manera permanente y a voluntad. Es
de esta notable facultad que está dotado el Sr. Adrien, uno de los
miembros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas. Él es a la
vez médium vidente, psicógrafo, auditivo y sensitivo. Como
médium psicógrafo escribe según el dictado de los Espíritus, pero
raramente de una manera mecánica como los médiums puramente
pasivos; es decir que, aunque escriba cosas extrañas a su
pensamiento, él tiene la conciencia de lo que escribe. Como médium
auditivo escucha a las voces ocultas que le hablan. Tenemos en la
Sociedad a otros dos médiums que gozan de esta última facultad en
un muy alto grado. Al mismo tiempo, ellos son muy buenos
médiums psicógrafos. Como médium sensitivo, en fin, siente el
contacto de los Espíritus y la presión que ellos ejercen sobre él;
incluso siente conmociones eléctricas muy violentas, que se
transmiten a las personas presentes. Cuando magnetiza a alguien,
puede voluntariamente –cuando es necesario para su salud– producir
en éste la descarga de la pila voltaica.
Una nueva facultad acaba de revelarse en él: la doble vista; sin ser
sonámbulo, y aunque esté perfectamente despierto, ve a voluntad, a
una distancia ilimitada –incluso más allá de los mares– lo que
sucede en una localidad; ve a las personas y lo que ellas hacen;
describe los lugares y los hechos con una precisión cuya exactitud
ha sido verificada. Apresurémonos en decir que el Sr. Adrien de
ningún modo es uno de esos hombres débiles y crédulos que se
dejan llevar por su imaginación; al contrario, es un hombre de
carácter muy frío, muy calmo y que ve todo esto con la más absoluta
sangre fría; no decimos con indiferencia, lejos de eso, porque él
toma en serio sus facultades y las considera como un don de la
Providencia que le ha sido concedido para el bien y, así, solamente
se sirve del mismo para cosas útiles y nunca para satisfacer una
vana curiosidad. Es un hombre joven de una
familia distinguida, muy honorable, de un carácter dúctil y benévolo,
y cuya esmerada educación se revela en su lenguaje y en todos sus
modales. Como marinero y como militar ha recorrido una parte de
África, de la India y de nuestras colonias.
De todas sus facultades como médium, la más notable –y en
nuestra opinión la más preciosa– es la de médium vidente. Los
Espíritus le aparecen bajo la forma que hemos relatado en nuestro
artículo anterior sobre las Apariciones; él los ve con una precisión
de la cual podemos juzgar por las descripciones que damos más
adelante de Una viuda de Malabar y de La Bella Cordelera de
Lyon. Pero, se dirá, ¿qué es lo que prueba que ve realmente y que no
es el juguete de una ilusión? Lo que lo prueba es que, cuando una
persona que él no conoce evoca por su intermedio a un pariente, a un
amigo que nunca ha visto, hace de éste un retrato de sorprendente
semejanza y que nosotros mismos hemos podido constatar; por lo
tanto, ninguna duda tenemos sobre esta facultad de la cual goza en el
estado de vigilia y no como sonámbulo.
Lo que tal vez es más notable todavía, es que no ve solamente a
los Espíritus que se evocan; ve al mismo tiempo a todos los que
están presentes, evocados o no; los ve entrar, salir, ir y venir,
escuchar lo que decimos, reírse o tomarse algo en serio, según su
carácter; en unos hay seriedad, en otros un aire burlón y sarcástico;
algunas veces uno de ellos se dirige hacia uno de los asistentes y le
pone la mano en el hombro o se ubica a su lado, mientras que otros
se mantienen apartados; en una palabra, en toda reunión hay siempre
una asamblea oculta compuesta por Espíritus atraídos por su
simpatía para con las personas y las cosas con las cuales se ocupan.
En las calles ve a una multitud, porque además de los Espíritus
familiares que acompañan a sus protegidos, hay entre ellos –como
entre nosotros– la masa de los indiferentes y de los ociosos. Nos
dice él que en su casa nunca está solo y que jamás se aburre; tiene
siempre una sociedad con la cual conversa.
Su facultad no sólo se extiende a los Espíritus desencarnados, sino
también a los encarnados; cuando ve a una persona, puede hacer
abstracción de su cuerpo; entonces, el Espíritu le aparece como si
estuviera separado del cuerpo, y puede conversar con él. En un niño,
por ejemplo, puede ver al Espíritu que está encarnado en él, apreciar
su naturaleza y saber lo que éste era antes de su encarnación.
Llevada a ese grado, esta facultad nos inicia mejor en la naturaleza
del mundo de los Espíritus que todas las comunicaciones escritas;
nos lo muestra tal cual es, y si no lo vemos por nuestros ojos, la
descripción que nos da de él nos hace verlo a través del
pensamiento; los Espíritus no son más seres abstractos: son seres
reales, que están aquí a nuestro lado, que nos rodean sin cesar; y
como sabemos ahora que su contacto puede ser material, comprendemos la causa de una multitud
de impresiones que sentimos sin darnos cuenta. Es por eso que
colocamos al Sr. Adrien en el número de los médiums más notables
y en la primera línea de aquellos que han suministrado los más
preciosos elementos para el conocimiento del mundo espírita. Sobre
todo lo colocamos en la primera línea por sus cualidades personales,
que son las de un hombre de bien por excelencia, y que lo vuelven
totalmente simpático a los Espíritus del orden más elevado, lo que
no siempre tiene lugar con los médiums de efectos puramente
físicos. Sin duda, entre estos últimos existen los que hacen más
sensación, los que mejor cautivan la curiosidad; pero para el
observador, para aquel que quiere sondar los misterios de ese mundo
maravilloso, el Sr. Adrien es el más poderoso auxiliar que ya hemos
visto. Por eso hemos puesto su facultad y su complacencia en
beneficio de nuestra instrucción personal, ya sea en la intimidad, en
las sesiones de la Sociedad o, en fin, en visita a diversos lugares de
reunión. Hemos estado juntos en teatros, bailes, paseos,
hospitales, cementerios, iglesias; hemos asistido a entierros, a
casamientos, bautismos, sermones: por todas partes hemos
observado la naturaleza de los Espíritus que allí venían a agruparse;
hemos entablado conversación con algunos, los hemos interrogado y
hemos aprendido muchas cosas de las que haremos sacar provecho a
nuestros lectores, porque nuestro objetivo es el de hacerlos penetrar
–como nosotros– en ese mundo tan nuevo para nosotros. El
microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño,
que ni sospechábamos, aunque estuviera a nuestro alrededor; el
telescopio nos ha revelado la infinidad de mundos celestiales de los
que tampoco sospechábamos; el Espiritismo nos descubre el mundo
de los Espíritus que está por todas partes, a nuestro lado como en los
espacios: es el mundo real que influye incesantemente sobre
nosotros.