Leemos en el Courrier de Lyon (Correo de Lyon):
«En la noche del 27 al 28 de agosto de 1857, un caso singular de
visión intuitiva se ha producido en La Croix-Rousse, en las
siguientes circunstancias:
«Hace aproximadamente tres meses, los esposos B... –honrados
obreros tejedores–, movidos por un loable sentimiento de
conmiseración, acogieron en su casa, en calidad de doméstica, a una
joven un poco idiota que vivía en los alrededores de Bourgoing.
«El domingo pasado, entre las dos y las tres de la mañana, los
esposos B... fueron despertados con sobresalto por los gritos agudos
dados por su empleada, que dormía en un desván contiguo a su
habitación.
«Al encender una lámpara, la señora B... subió al desván y
encontró a su
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doméstica que, bañada en lágrimas –y en un estado de exaltación de
espíritu, difícil de describir– llamaba a su madre, a la que acababa de
ver morir ante sus ojos, según decía, mientras se retorcía los brazos
en horribles convulsiones.
«Después de haber consolado a la joven, la señora B... volvió a su
habitación. Este incidente estaba casi olvidado, cuando ayer, martes
por la tarde, el cartero entregó al Sr. B... una carta del tutor de la
joven, que comunicaba a ésta última que en la noche del domingo al
lunes, entre las dos y las tres de la mañana, su madre había muerto a
consecuencia de una caída desde lo alto de una escalera.
«La pobre idiota partió ayer mismo a la mañana para Bourgoing,
acompañada por el Sr. B..., su patrón, para recibir la parte de la
sucesión que le correspondía en la herencia de su madre, cuyo fin
deplorable había visto tan tristemente en sueño.»
Los casos de esta naturaleza no son raros, y a menudo tendremos
ocasión de relatarlos, cuya autenticidad no podrá ser refutada.
Algunas veces se producen al dormir, en el estado de sueño; ahora
bien, como los sueños no son otra cosa que un estado de
sonambulismo natural incompleto, designaremos a las visiones que
tienen lugar en este estado con el nombre de visiones sonambúlicas,
para distinguirlas de aquellas que ocurren en el estado de vigilia y
que llamaremos visiones por doble vista. En fin, llamaremos
visiones extáticas a las que tienen lugar en el éxtasis; éstas
generalmente tienen por objeto los seres y las cosas del mundo
incorpóreo. El siguiente caso pertenece a la segunda categoría.
Un naviero conocido nuestro que vive en París, nos contaba hace
pocos días lo siguiente: «En el mes de abril último, estando un poco
enfermo, fui de paseo a Las Tullerías con mi socio. Hacía un tiempo
hermoso; el Jardín estaba lleno de gente. De repente la
muchedumbre desapareció ante mis ojos; yo no sentía más mi
cuerpo; fui como transportado y vi claramente un navío entrando en
el puerto de El Havre. Reconocí que era La Clémence (La
Clemencia), que esperábamos de las Antillas; vi atracar el navío al
muelle, distinguí claramente los mástiles, las velas, los marineros y
todos los más minuciosos detalles, como si yo estuviese en el lugar.
Entonces, le dije a mi compañero: «He aquí La Clémence arribando;
recibiremos la noticia hoy mismo; su travesía ha sido afortunada.»
Al regresar a mi casa me entregaron un despacho telegráfico. Antes
de tomar conocimiento del mismo, dije: “Es el anuncio de la llegada
de La Clémence que entró en El Havre a las tres horas.” En efecto,
el despacho confirmaba esa llegada a la misma hora en que yo lo
había visto en Las Tullerías.»
Cuando las visiones tienen por objeto los seres del mundo
incorpóreo, se podría con aparente razón atribuirlas a la imaginación
y calificarlas de alucinaciones, porque nada puede demostrar
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su exactitud; pero en ambos casos que acabamos de relatar, es la
realidad más material y más positiva la que aparece. Desafiamos a
todos los fisiólogos y a todos los filósofos para que los expliquen a
través de los sistemas corrientes. Sólo la Doctrina Espírita puede dar
la explicación a través del fenómeno de la emancipación del alma
que, escapándose momentáneamente de sus fajas materiales, se
transporta hacia fuera de la esfera de la actividad corporal. En el
primer caso narrado más arriba, es probable que el alma de la madre
haya venido a buscar a su hija para advertirla de su muerte; pero en
el segundo, es cierto que no es el navío el que ha venido al
encuentro del naviero en Las Tullerías; por lo tanto, es necesario que
sea el alma de éste la que ha ido a buscarlo en El Havre.