Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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XV – Tres cosas necesarias en el círculo de abred: el menor grado posible de toda la vida, y de ahí su comienzo; la materia de todas las cosas, y de ahí el crecimiento progresivo, el cual no puede operarse más que en el estado de necesidad; y la formación de todas las cosas de la muerte, y de ahí la debilidad de las existencias.

XVI – Tres cosas a las cuales todo ser vivo participa necesariamente por la justicia de Dios: el socorro de Dios en abred, porque sin eso nadie podría conocer ninguna cosa; el privilegio de participar del amor de Dios; y el acuerdo con Él en cuanto al cumplimiento por el poder de Dios, en calidad de justo y misericordioso.

XVII – Tres causas de la necesidad del círculo de abred: el desarrollo de la substancia material de todo ser animado; el desarrollo del conocimiento de todas las cosas; y el desarrollo de la fuerza moral para superar todo contrario y a Cythraul (el Espíritu malo), y para librarse de Droug (el mal). Y sin esta transición de cada estado de vida, no podría haber allí la realización de ningún ser.

XVIII – Tres calamidades primitivas de abred: la necesidad, la ausencia de memoria y la muerte.

XIX – Tres condiciones necesarias para llegar a la plenitud de la ciencia: transmigrar en abred, transmigrar en gwynfyd y recordarse de todas las cosas pasadas, hasta en annoufn.

XX – Tres cosas indispensables en el círculo de abred: la transgresión de la ley, porque no puede ser de otro modo; la liberación por la muerte ante Droug y Cythraul; el crecimiento de la vida y del bien por el alejamiento de Droug en la liberación de la muerte; y esto por el amor de Dios, que abarca todas las cosas.

XXI – Tres medios eficaces de Dios en abred para dominar a Droug y a Cythraul, y superar su oposición con relación al círculo de gwynfyd: la necesidad, la pérdida de la memoria y la muerte.

XXII – Tres cosas son primitivamente contemporáneas: el hombre, la libertad y la luz.

XXIII – Tres cosas necesarias para el triunfo del hombre sobre el mal: la firmeza contra el dolor, el cambio, la libertad de elegir; y con el poder que el hombre tiene de elegir, anticipadamente no se puede saber con certeza dónde irá.

XXIV – Tres alternativas ofrecidas al hombre: abred y gwynfyd, necesidad y libertad, mal y bien; estando el todo en equilibrio, el hombre puede a su voluntad vincularse a uno o al otro.

XXV – Por tres cosas el hombre cae en la necesidad de abred: por la ausencia de esfuerzo hacia el conocimiento, por no vincularse al bien y por su vinculación al mal. Como consecuencia de estas cosas, desciende en abred hasta su análogo y recomienza el curso de su transmigración.

XXVI – Por tres cosas el hombre vuelve a descender necesariamente en abred, aunque en otros aspectos esté vinculado a lo que es bueno: por orgullo, cae hasta en annoufn; por falsedad, hasta el punto del demérito equivalente, y por crueldad, hasta el grado correspondiente de animalidad. De ahí transmigra de nuevo hacia la humanidad, como antes.

XXVII – Las tres cosas principales a obtener en el estado de humanidad: la ciencia, el amor y la fuerza moral, en el más alto grado posible de desarrollo antes que sobrevenga la muerte. Esto no puede ser obtenido anteriormente al estado de humanidad, y no puede serlo sino por el privilegio de la libertad y de la elección. Esas tres cosas son llamadas las tres victorias.

XXVIII – Hay tres victorias sobre Droug y Cythraul: la ciencia, el amor y la fuerza moral; porque el saber, el querer y el poder cumplen lo que quiera que sea en su conexión con las cosas. Esas tres victorias comienzan en la condición de humanidad y continúan eternamente.

XXIX – Tres privilegios de la condición del hombre: el equilibrio del bien y del mal, y de ahí la facultad de comparar; la libertad en la elección, y de ahí el juicio y la preferencia; y el desarrollo de la fuerza moral como consecuencia del juicio, y de ahí la preferencia. Esas tres cosas son necesarias para cumplir lo que quiera que sea.

«Así, en resumen, el inicio de los seres en el seno del Universo se produce en el punto más bajo de la escala de la vida; y si no es llevar demasiado lejos las consecuencias de la declaración contenida en la vigésimo-sexta tríada, se puede conjeturar que, en la doctrina druídica, este punto inicial se lo consideraba situado en el abismo confuso y misterioso de la animalidad. De ahí, por consecuencia, desde el propio origen de la historia del alma, existe una necesidad lógica de progreso, ya que los seres no están destinados por Dios a quedarse en una condición tan baja y tan oscura. Sin embargo, en los niveles más bajos del Universo, ese progreso no se efectúa siguiendo una línea continua; esta larga vida, nacida tan bajo para elevarse tan alto, se quiebra en fragmentos, solidarios en lo más hondo de su sucesión, pero la cual, gracias a la falta de memoria, la misteriosa solidaridad escapa –al menos por un tiempo– a la conciencia del individuo. Son éstas las interrupciones periódicas en el curso secular de la vida que constituyen lo que llamamos la muerte; de manera que la muerte y el nacimiento que, por una observación superficial, forman acontecimientos tan diversos, en realidad no son sino las dos caras del mismo fenómeno, una mirando hacia el período que se acaba y la otra hacia el período que sigue.

«Desde entonces la muerte, considerada en sí misma, no es por lo tanto una calamidad verdadera, sino un beneficio de Dios, que al romper los hábitos demasiado estrechos que habíamos contraído con nuestra vida presente, nos transporta a nuevas condiciones y de ese modo da lugar a que nos elevemos más libremente a nuevos progresos.

«Al igual que la muerte, la pérdida de memoria que la acompaña no debe ser tomada sino como un beneficio. Es una consecuencia del primer punto; porque si el alma, en el curso de esta larga vida, conservase claramente sus recuerdos de un período al otro, la interrupción sólo sería accidental y no habría propiamente dicho ni muerte, ni nacimiento, ya que esos dos acontecimientos perderían desde entonces el carácter absoluto que los distingue y que hacen a su fuerza. E incluso, desde el punto de vista de esta teología, no parece difícil percibir directamente que la pérdida de la memoria, en lo tocante a los períodos pasados, puede ser considerada como un beneficio con relación al hombre en su condición presente; porque si esos períodos pasados han sido desgraciadamente manchados de errores y de crímenes –causa primera de las miserias y de las expiaciones de hoy–, como la actual posición del hombre en un mundo de sufrimientos que se le vuelven una prueba, es evidentemente una ventaja para el alma encontrarse libre de la visión de una multitud tan grande de faltas y, al mismo tiempo, de remordimientos demasiado abrumadores que de allí nacerían. No obligándola a un arrepentimiento formal con relación a las culpas de su vida actual, compadeciéndose así de su debilidad, Dios le concede efectivamente una gran gracia.

«En fin, según esta misma manera de considerar el misterio de la vida, las necesidades de toda naturaleza a las cuales estamos sujetos en la Tierra, y que desde nuestro nacimiento determinan, por una decisión por así decirlo fatal, la forma de nuestra existencia en el presente período, constituyen un último beneficio tan sensible como los otros dos; porque, en definitiva, son esas necesidades que dan a nuestra vida el carácter que mejor conviene a nuestras expiaciones y pruebas, y por consecuencia a nuestro desarrollo moral; y son también esas mismas necesidades, ya sea de nuestro organismo físico o de circunstancias externas al medio en el cual nos encontramos colocados que, al conducirnos forzosamente al término de la muerte, nos conduce de ese modo a nuestra suprema liberación. En resumen, como lo dicen las tríadas en su enérgica concisión, están ahí al mismo tiempo las tres calamidades primitivas y los tres medios eficaces de Dios en abred.

«Pero, ¿mediante qué conducta el alma se eleva realmente en esta vida, y merece alcanzar, después de la muerte, un modo superior de existencia? La respuesta que da el Cristianismo a esta cuestión fundamental es conocida por todos: es con la condición de deshacer en sí el egoísmo y el orgullo, de desarrollar en la intimidad de su substancia las fuerzas de la humildad y de la caridad, únicas eficaces y meritorias ante Dios: ¡Bienaventurados los mansos –dice el Evangelio–, bienaventurados los humildes! La respuesta del druidismo es totalmente diversa y contrasta nítidamente con ésta. Según sus lecciones, el alma se eleva en la escala de las existencias con la condición de fortificar su propia personalidad por su trabajo sobre sí misma, y éste es un resultado que ella obtiene naturalmente a través del desarrollo de la fuerza del carácter junto al desarrollo del saber. Es lo que expresa la vigésimo-quinta tríada, que declara que el alma cae en la necesidad de las transmigraciones, es decir, en las vidas confusas y mortales, no sólo por mantener las malas pasiones, sino por el hábito de la cobardía en el cumplimiento de las acciones justas y por la falta de firmeza en la vinculación a lo que prescribe la conciencia; en una palabra, por la debilidad de carácter; y además de esta falta de virtud moral, el alma es aún retenida en su vuelo hacia el cielo por la falta de perfeccionamiento del Espíritu. La iluminación intelectual, necesaria para la plenitud de la felicidad, no se opera simplemente en el alma bienaventurada por una irradiación de lo Alto enteramente gratuita; sólo se produce en la vida celestial si la propia alma ha sabido hacer esfuerzos desde esta vida para adquirirla. También la tríada no habla solamente de la falta de saber, sino de la falta de esfuerzo hacia el saber, lo que es, en el fondo –como para la virtud precedente– un precepto de actividad y de movimiento.

«En verdad, en las tríadas siguientes, la caridad se encuentra recomendada con el mismo título que la ciencia y la fuerza moral; pero también aquí, como en lo que toca a la naturaleza divina, la influencia del Cristianismo es sensible. Es a éste, y no a la fuerte pero dura religión de nuestros antepasados, que pertenecen la predicación y la entronización en el mundo, de la ley de la caridad en Dios y en el hombre; y si esta ley brilla en las tríadas, es por efecto de una alianza con el Evangelio o, mejor dicho, de un feliz perfeccionamiento de la teología de los druidas por la acción de la de los Apóstoles, y no por una tradición primitiva. Quitemos este rayo divino y tendremos, en su ruda grandeza, la moral de la Galia, moral que ha podido producir, en el orden del heroísmo y de la ciencia, poderosas personalidades, pero que no ha sabido unirlas entre sí, ni a la multitud de los humildes.» *

La Doctrina Espírita no consiste solamente en la creencia de las manifestaciones de los Espíritus, sino en todo lo que ellos nos enseñan sobre la naturaleza y el destino del alma. Por lo tanto, si se consiente en remitirse a los preceptos contenidos en El Libro de los Espíritus –donde se encuentra formulada toda su enseñanza–, ha de admirarse la identidad de algunos de los principios fundamentales con los de la doctrina druídica,de los cuales uno de los más salientes es indiscutiblemente el de la reencarnación. En los tres círculos, en los tres estados sucesivos de los seres animados, encontramos todas las fases que presenta nuestra escala espírita. En efecto, ¿qué es el círculo de abred o el de la migración, sino los dos órdenes de Espíritus que se depuran por sus existencias sucesivas? En el círculo de gwynfyd, el hombre no transmigra más, goza de la felicidad suprema. ¿No es éste el primer orden de la escala, el de los Espíritus puros que, al haber cumplido todas las pruebas, no tienen más necesidad de encarnarse y gozan de la vida eterna? Notemos aún que, según la doctrina druídica, el hombre conserva su libre albedrío; que se eleva gradualmente por su voluntad, por su perfección progresiva y por las pruebas que sufre, de annoufn o el abismo, hasta la perfecta felicidad en gwynfyd, con la diferencia, no obstante, que el druidismo admite el posible retorno a las clases inferiores, mientras que, según el Espiritismo, el Espíritu puede permanecer estacionario, pero no puede degenerar. Para completar la analogía, sólo tendríamos que agregar a nuestra escala –debajo del tercer orden– el círculo de annoufn para caracterizar el abismo o el origen desconocido de las almas, y encima del primer orden el círculo de ceugant, morada de Dios, inaccesible a las criaturas. El siguiente cuadro hará esta comparación más apreciable.



ESCALA ESPÍRITA

ESCALA DRUÍDICA




Ceugant. Morada de Dios.

1ª orden

1ª Clase

Espíritus puros. (Sin necesidad de reencarnación.) .

Gwynfyd. Morada de los bienaventurados. Vida eterna.


2ª classe

Espíritus superiores*


2ª orden

Espíritus buenos

3º ORDEN Espíritus imperfectos

3ª clase

4ª clase

5ª clase

Espíritus de sabiduría


Espíritus eruditos


Espíritus benévolos

Abred, círculo de las migraciones o de las diferentes existencias corporales que las almas recorren para llegar de annoufn a gwynfyd.
6ª clase

7ª clase

8ª clase

9ª clase

Espíritus neutros



Espíritus pseudosabios


Espíritus ligeros


Espíritus impuros




Annoufn, abismo; punto de partida de las almas.







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* Extraído del Magasin pittoresque (Revista Ilustrada), 1857. [Nota de Allan Kardec.]