XV – Tres cosas necesarias en el círculo de abred: el menor grado
posible de toda la vida, y de ahí su comienzo; la materia de todas las
cosas, y de ahí el crecimiento progresivo, el cual no puede operarse
más que en el estado de necesidad; y la formación de todas las cosas
de la muerte, y de ahí la debilidad de las existencias.
XVI – Tres cosas a las cuales todo ser vivo participa
necesariamente por la justicia de Dios: el socorro de Dios en abred,
porque sin eso nadie podría conocer ninguna cosa; el privilegio de
participar del amor de Dios; y el acuerdo con Él en cuanto al
cumplimiento por el poder de Dios, en calidad de justo y
misericordioso.
XVII – Tres causas de la necesidad del círculo de abred: el
desarrollo de la substancia material de todo ser animado; el
desarrollo del conocimiento de todas las cosas; y el desarrollo de la fuerza moral para superar todo contrario y a Cythraul (el Espíritu
malo), y para librarse de Droug (el mal). Y sin esta transición de
cada estado de vida, no podría haber allí la realización de ningún ser.
XVIII – Tres calamidades primitivas de abred: la necesidad, la
ausencia de memoria y la muerte.
XIX – Tres condiciones necesarias para llegar a la plenitud de la
ciencia: transmigrar en abred, transmigrar en gwynfyd y recordarse
de todas las cosas pasadas, hasta en annoufn.
XX – Tres cosas indispensables en el círculo de abred: la
transgresión de la ley, porque no puede ser de otro modo; la
liberación por la muerte ante Droug y Cythraul; el crecimiento de la
vida y del bien por el alejamiento de Droug en la liberación de la
muerte; y esto por el amor de Dios, que abarca todas las cosas.
XXI – Tres medios eficaces de Dios en abred para dominar a
Droug y a Cythraul, y superar su oposición con relación al círculo
de gwynfyd: la necesidad, la pérdida de la memoria y la muerte.
XXII – Tres cosas son primitivamente contemporáneas: el
hombre, la libertad y la luz.
XXIII – Tres cosas necesarias para el triunfo del hombre sobre el
mal: la firmeza contra el dolor, el cambio, la libertad de elegir; y
con el poder que el hombre tiene de elegir, anticipadamente no se
puede saber con certeza dónde irá.
XXIV – Tres alternativas ofrecidas al hombre: abred y gwynfyd,
necesidad y libertad, mal y bien; estando el todo en equilibrio, el
hombre puede a su voluntad vincularse a uno o al otro.
XXV – Por tres cosas el hombre cae en la necesidad de abred: por
la ausencia de esfuerzo hacia el conocimiento, por no vincularse al
bien y por su vinculación al mal. Como consecuencia de estas cosas,
desciende en abred hasta su análogo y recomienza el curso de su
transmigración.
XXVI – Por tres cosas el hombre vuelve a descender
necesariamente en abred, aunque en otros aspectos esté vinculado a
lo que es bueno: por orgullo, cae hasta en annoufn; por falsedad,
hasta el punto del demérito equivalente, y por crueldad, hasta el
grado correspondiente de animalidad. De ahí transmigra de nuevo
hacia la humanidad, como antes.
XXVII – Las tres cosas principales a obtener en el estado de
humanidad: la ciencia, el amor y la fuerza moral, en el más alto
grado posible de desarrollo antes que sobrevenga la muerte. Esto no
puede ser obtenido anteriormente al estado de humanidad, y no
puede serlo sino
por el privilegio de la libertad y de la elección. Esas tres cosas son
llamadas las tres victorias.
XXVIII – Hay tres victorias sobre Droug y Cythraul: la
ciencia, el amor y la fuerza moral; porque el saber, el querer y el
poder cumplen lo que quiera que sea en su conexión con las cosas.
Esas tres victorias comienzan en la condición de humanidad y
continúan eternamente.
XXIX – Tres privilegios de la condición del hombre: el equilibrio
del bien y del mal, y de ahí la facultad de comparar; la libertad en la
elección, y de ahí el juicio y la preferencia; y el desarrollo de la
fuerza moral como consecuencia del juicio, y de ahí la preferencia.
Esas tres cosas son necesarias para cumplir lo que quiera que sea.
«Así, en resumen, el inicio de los seres en el seno del Universo se
produce en el punto más bajo de la escala de la vida; y si no es llevar
demasiado lejos las consecuencias de la declaración contenida en la
vigésimo-sexta tríada, se puede conjeturar que, en la doctrina
druídica, este punto inicial se lo consideraba situado en el abismo
confuso y misterioso de la animalidad. De ahí, por consecuencia,
desde el propio origen de la historia del alma, existe una necesidad
lógica de progreso, ya que los seres no están destinados por Dios a
quedarse en una condición tan baja y tan oscura. Sin embargo, en los
niveles más bajos del Universo, ese progreso no se efectúa siguiendo
una línea continua; esta larga vida, nacida tan bajo para elevarse tan
alto, se quiebra en fragmentos, solidarios en lo más hondo de su
sucesión, pero la cual, gracias a la falta de memoria, la misteriosa
solidaridad escapa –al menos por un tiempo– a la conciencia del
individuo. Son éstas las interrupciones periódicas en el curso secular
de la vida que constituyen lo que llamamos la muerte; de manera
que la muerte y el nacimiento que, por una observación superficial,
forman acontecimientos tan diversos, en realidad no son sino las dos
caras del mismo fenómeno, una mirando hacia el período que se
acaba y la otra hacia el período que sigue.
«Desde entonces la muerte, considerada en sí misma, no es por lo
tanto una calamidad verdadera, sino un beneficio de Dios, que al
romper los hábitos demasiado estrechos que habíamos contraído con
nuestra vida presente, nos transporta a nuevas condiciones y de ese
modo da lugar a que nos elevemos más libremente a nuevos
progresos.
«Al igual que la muerte, la pérdida de memoria que la acompaña
no debe ser tomada sino como un beneficio. Es una consecuencia del
primer punto; porque si el alma, en el curso de esta larga vida,
conservase claramente sus recuerdos de un período al otro, la
interrupción sólo sería accidental y no habría propiamente dicho ni
muerte, ni nacimiento, ya que esos dos acontecimientos perderían
desde entonces el carácter absoluto que los distingue y que hacen a
su fuerza. E incluso, desde el punto de vista de esta teología, no
parece difícil percibir directamente que la pérdida de la memoria, en
lo tocante a los períodos pasados, puede ser considerada como un
beneficio con relación al hombre en su condición presente; porque si
esos períodos pasados han sido desgraciadamente manchados de
errores y de crímenes –causa primera de las miserias y de las
expiaciones de hoy–, como la actual posición del hombre en un
mundo de sufrimientos que se le vuelven una prueba, es
evidentemente una ventaja para el alma encontrarse libre de la visión
de una multitud tan grande de faltas y, al mismo tiempo, de
remordimientos demasiado abrumadores que de allí nacerían. No
obligándola a un arrepentimiento formal con relación a las culpas de
su vida actual, compadeciéndose así de su debilidad, Dios le
concede efectivamente una gran gracia.
«En fin, según esta misma manera de considerar el misterio de la
vida, las necesidades de toda naturaleza a las cuales estamos sujetos
en la Tierra, y que desde nuestro nacimiento determinan, por una
decisión por así decirlo fatal, la forma de nuestra existencia en el
presente período, constituyen un último beneficio tan sensible como
los otros dos; porque, en definitiva, son esas necesidades que dan a
nuestra vida el carácter que mejor conviene a nuestras expiaciones y
pruebas, y por consecuencia a nuestro desarrollo moral; y son
también esas mismas necesidades, ya sea de nuestro organismo
físico o de circunstancias externas al medio en el cual nos
encontramos colocados que, al conducirnos forzosamente al término
de la muerte, nos conduce de ese modo a nuestra suprema
liberación. En resumen, como lo dicen las tríadas en su enérgica
concisión, están ahí al mismo tiempo las tres calamidades primitivas
y los tres medios eficaces de Dios en abred.
«Pero, ¿mediante qué conducta el alma se eleva realmente en esta
vida, y merece alcanzar, después de la muerte, un modo superior de
existencia? La respuesta que da el Cristianismo a esta cuestión
fundamental es conocida por todos: es con la condición de deshacer
en sí el egoísmo y el orgullo, de desarrollar en la intimidad de su
substancia las fuerzas de la humildad y de la caridad, únicas eficaces
y meritorias ante Dios: ¡Bienaventurados los mansos –dice el
Evangelio–, bienaventurados los humildes! La respuesta del
druidismo es totalmente diversa y contrasta nítidamente con ésta.
Según sus lecciones, el alma se eleva en la escala de las existencias
con la condición de fortificar su propia personalidad por su trabajo
sobre sí misma, y éste es un resultado que ella obtiene naturalmente
a través del desarrollo de la fuerza del carácter junto al desarrollo del
saber. Es lo que expresa la vigésimo-quinta tríada, que declara que
el alma cae en la necesidad de las transmigraciones, es decir, en las
vidas confusas y mortales, no sólo por mantener las malas pasiones,
sino por el hábito de la cobardía en el cumplimiento de las acciones
justas y por la falta de firmeza en la vinculación
a lo que prescribe la conciencia; en una palabra, por la debilidad de
carácter; y además de esta falta de virtud moral, el alma es aún
retenida en su vuelo hacia el cielo por la falta de perfeccionamiento
del Espíritu. La iluminación intelectual, necesaria para la plenitud de
la felicidad, no se opera simplemente en el alma bienaventurada por
una irradiación de lo Alto enteramente gratuita; sólo se produce en
la vida celestial si la propia alma ha sabido hacer esfuerzos desde
esta vida para adquirirla. También la tríada no habla solamente de la
falta de saber, sino de la falta de esfuerzo hacia el saber, lo que es,
en el fondo –como para la virtud precedente– un precepto de
actividad y de movimiento.
«En verdad, en las tríadas siguientes, la caridad se encuentra
recomendada con el mismo título que la ciencia y la fuerza moral;
pero también aquí, como en lo que toca a la naturaleza divina, la
influencia del Cristianismo es sensible. Es a éste, y no a la fuerte
pero dura religión de nuestros antepasados, que pertenecen la
predicación y la entronización en el mundo, de la ley de la caridad
en Dios y en el hombre; y si esta ley brilla en las tríadas, es por
efecto de una alianza con el Evangelio o, mejor dicho, de un feliz
perfeccionamiento de la teología de los druidas por la acción de la
de los Apóstoles, y no por una tradición primitiva. Quitemos este
rayo divino y tendremos, en su ruda grandeza, la moral de la Galia,
moral que ha podido producir, en el orden del heroísmo y de la
ciencia, poderosas personalidades, pero que no ha sabido unirlas
entre sí, ni a la multitud de los humildes.» *
La Doctrina Espírita no consiste solamente en la creencia de las
manifestaciones de los Espíritus, sino en todo lo que ellos nos
enseñan sobre la naturaleza y el destino del alma. Por lo tanto, si se
consiente en remitirse a los preceptos contenidos en El Libro de los
Espíritus –donde se encuentra formulada toda su enseñanza–, ha de
admirarse la identidad de algunos de los principios fundamentales
con los de la doctrina druídica,de los cuales uno de los más
salientes es indiscutiblemente el de la reencarnación. En los tres
círculos, en los tres estados sucesivos de los seres animados,
encontramos todas las fases que presenta nuestra escala espírita. En
efecto, ¿qué es el círculo de abred o el de la migración, sino los dos
órdenes de Espíritus que se depuran por sus existencias sucesivas?
En el círculo de gwynfyd, el hombre no transmigra más, goza de la
felicidad suprema. ¿No es éste el primer orden de la escala, el de los
Espíritus puros que, al haber cumplido todas las pruebas, no tienen
más necesidad de encarnarse y gozan de la vida eterna? Notemos
aún que, según la doctrina druídica, el hombre conserva su libre
albedrío; que se eleva gradualmente por su voluntad, por su
perfección progresiva y por las pruebas que sufre, de annoufn o el abismo, hasta la perfecta felicidad en gwynfyd, con
la diferencia, no obstante, que el druidismo admite el posible retorno
a las clases inferiores, mientras que, según el Espiritismo, el Espíritu
puede permanecer estacionario, pero no puede degenerar. Para
completar la analogía, sólo tendríamos que agregar a nuestra escala
–debajo del tercer orden– el círculo de annoufn para caracterizar el
abismo o el origen desconocido de las almas, y encima del primer
orden el círculo de ceugant, morada de Dios, inaccesible a las
criaturas. El siguiente cuadro hará esta comparación más apreciable.
ESCALA ESPÍRITA
| ESCALA DRUÍDICA
|
|
|
| Ceugant. Morada de
Dios.
|
1ª orden
| 1ª Clase
| Espíritus puros. (Sin necesidad de
reencarnación.) .
| Gwynfyd. Morada de
los bienaventurados.
Vida eterna.
|
| 2ª classe
| Espíritus superiores*
|
|
2ª orden
Espíritus
buenos
3º ORDEN
Espíritus
imperfectos
| 3ª clase
4ª clase
5ª clase
| Espíritus de sabiduría
Espíritus eruditos
Espíritus benévolos
| Abred, círculo de las
migraciones o de las
diferentes existencias
corporales que las
almas recorren para
llegar de annoufn a
gwynfyd.
|
6ª clase
7ª clase
8ª clase
9ª clase
| Espíritus neutros
Espíritus pseudosabios
Espíritus ligeros
Espíritus impuros
|
|
|
| Annoufn, abismo;
punto de partida de las
almas.
|
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____________________________________________________
* Extraído del Magasin pittoresque (Revista Ilustrada), 1857. [Nota de Allan
Kardec.]