Una conversión
Aunque desde otro punto de vista, la siguiente evocación no ofrece un menor interés.
Un señor, al que designaremos con el nombre de Georges, farmacéutico en una ciudad del Sur, hacía poco había visto desencarnar a su padre, objeto de toda su ternura y de una profunda veneración. El Sr. Georges padre unía a una sólida instrucción todas las cualidades que hacen al hombre de bien, aunque profesaba opiniones muy materialistas. Al respecto, su hijo compartía e incluso sobrepasaba las ideas de su padre; dudaba de todo: de Dios, del alma, de la vida futura. El Espiritismo no podía concordar con tales pensamientos. Sin embargo, la lectura de El Libro de los Espíritus le produjo una cierta reacción, corroborada por una conversación directa que hemos tenido con él. «Si mi padre pudiese responderme –decía–, yo no dudaría más.» Fue entonces que tuvo lugar la evocación que vamos a narrar, y en la cual encontraremos más de una enseñanza.
–En el nombre del Todopoderoso ruego a mi padre, en Espíritu, que se manifieste. ¿Estáis cerca de mí? «Sí.» –¿Por qué no os manifestáis a mí directamente, ya que nos hemos amado tanto? «Más adelante.» –¿Podremos reencontrarnos un día? «Sí, pronto.» – ¿Nos amaremos como en esta vida? «Más.» –¿En qué estado os halláis? «Soy feliz.» –¿Estáis reencarnado o errante? «Errante por poco tiempo.»
–¿Qué sensación habéis tenido cuando dejasteis vuestra envoltura corporal? «Turbación.» –¿Cuánto tiempo ha durado esa turbación? «Poco para mí, mucho para ti.» –¿Podéis apreciar la duración de esa turbación, según nuestra manera de contar? «Diez años para ti, diez minutos para mí.» –Pero no ha transcurrido todo ese tiempo desde que os he perdido, puesto que no han pasado más que cuatro meses. «Si tú, que estás encarnado, estuvieses en mi lugar, hubieras sentido ese tiempo.»
–¿Creéis ahora en un Dios justo y bueno? «Sí.» –¿Y creíais en Él en vuestra vida en la Tierra? «Lo presentía, pero no creía en Él.» – ¿Dios es Todopoderoso? «No me he elevado hasta Él para medir su poder; sólo Él conoce los límites de su poder, porque sólo Él es su igual.» –¿Se ocupa Él con los hombres? «Sí.» – ¿Seremos punidos o recompensados según nuestros actos? «Si haces el mal, sufrirás por ello.» –¿Seré recompensado si hago el bien? «Avanzarás en tu senda.» –¿Estoy en la buena senda? «Haz el bien y lo estarás.» –Creo ser bueno, pero yo sería mejor si como recompensa pudiese un día encontraros. «¡Que este pensamiento te sostenga y te dé coraje!» –¿Mi hijo será tan bueno como su abuelo? «Desarrolla sus virtudes, sofoca sus vicios.»
–Esto me parece tan maravilloso que no puedo creer que nos comuniquemos así en este momento. «¿De dónde viene tu duda?» – De que por compartir vuestras opiniones filosóficas, me incliné a atribuir todo a la materia. «¿Ves a la noche lo que ves de día?» – ¡Oh, padre mío! ¿Estoy, entonces, en la noche? «Sí.» –¿Qué veis de más maravilloso? «Explícate mejor.» –¿Habéis encontrado a mi madre, a mi hermana, y a Ana, la querida Ana? «Las he vuelto a ver.» –¿Las veis cuando queréis? «Sí.»
–¿Os es penoso o agradable que me comunique con vos? «Es una felicidad para mí si puedo llevarte hacia el bien.» –Al regresar a casa, ¿cómo podría hacer para comunicarme con vos, lo que me vuelve tan feliz? Eso serviría para conducirme y ayudarme mejor a educar a mis hijos. «Cada vez que un movimiento te lleve hacia el bien, síguelo; seré yo quien te ha de inspirar.»
–Me callo por temor a importunaros. «Habla más, si quieres.» –Ya que me lo permitís, os haré todavía algunas preguntas. ¿De qué afección habéis muerto? «Mi prueba había llegado a su término.» – ¿Dónde habíais contraído el absceso pulmonar que se hubo producido? «Poco importa; el cuerpo no es nada, el Espíritu lo es todo.» –¿De qué naturaleza es la enfermedad que me despierta tan a menudo de noche? «Lo sabrás más adelante.» –Creo que mi afección es grave y quisiera vivir aún para mis hijos. «No es nada; el corazón del hombre es una máquina de vida; deja actuar a la Naturaleza.»
–Ya que estáis aquí presente, ¿con qué forma lo estáis? «Con la apariencia de mi forma corporal.» –¿Estáis en un lugar determinado? «Sí, detrás de Ermance» (la médium). 18 –¿Podríais aparecernos visiblemente? «¿Para qué? Tendríais miedo.»
–¿Nos veis a todos aquí reunidos? «Sí.» –¿Tenéis una opinión sobre cada uno de los aquí presentes? «Sí.» –¿Quisierais decir algo a cada uno de nosotros? «¿En qué sentido me haces esta pregunta?» – Desde el punto de vista moral. «En otra ocasión; por hoy ha sido suficiente.»
El efecto que esta comunicación produjo en el Sr. Georges fue inmenso, y una luz totalmente nueva parecía ya aclarar sus ideas; en una sesión que tuvo lugar al día siguiente en la casa de la señora Roger, sonámbula, acabó de disipar las pocas dudas que pudieron haber quedado. He aquí un extracto de la carta que nos ha escrito al respecto. «Esta dama ha entrado espontáneamente conmigo en detalles muy precisos en lo que atañe a mi padre, a mi madre, a mis hijos y a mi salud; ha descrito con tal exactitud todas las circunstancias de mi vida, incluso recordando hechos que habían escapado hacía mucho tiempo de mi memoria; en una palabra, ella me ha dado pruebas tan patentes de esta maravillosa facultad de la que están dotados los sonámbulos lúcidos, que la reacción de las ideas en mí ha sido completa desde ese momento. En la evocación, mi padre me había revelado su presencia; en la sesión sonambúlica, yo era –por así decirlo– el testigo ocular de la vida extracorpórea, de la vida del alma. Para describir con tanta minuciosidad y exactitud, y a doscientas leguas de distancia, lo que sólo era conocido por mí, era algo digno de ser visto; ahora bien, ya que no podía hacerlo con los ojos del cuerpo, había por lo tanto un lazo misterioso e invisible que unía a la sonámbula con las personas y las cosas ausentes, a las que nunca había visto; por consecuencia, había algo fuera de la materia. ¿Qué podía ser ese algo, si no es lo que se llama alma, el ser inteligente del cual el cuerpo es sólo la envoltura, pero cuya acción se extiende mucho más allá de nuestra esfera de actividad?»
Hoy el Sr. Georges no sólo ha dejado de ser materialista, sino que es uno de los adeptos más fervientes y activos del Espiritismo, por lo que es doblemente feliz, por la confianza que ahora le inspira el porvenir y por el placer motivado que encuentra en hacer el bien.
Esta evocación, muy simple al principio, no es menos notable en más de un aspecto. El carácter del Sr. Georges padre se refleja en sus respuestas breves y sentenciosas que le eran habituales; hablaba poco y jamás decía una palabra inútil; pero el que habla, ya no es más el escéptico: reconoce su error; su Espíritu es más libre, más clarividente, y describe la unidad y el poder de Dios con estas admirables palabras: Sólo Él es su igual; antes, cuando estaba encarnado, él atribuía todo a la materia; ahora dice: El cuerpo no es nada, el Espíritu lo es todo; y esta otra frase sublime: ¿Ves a la noche lo que ves de día? Para el observador atento, todo tiene un alcance, y es así que encuentra a cada paso la confirmación de las grandes verdades enseñadas por los Espíritus.