Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Al hablar de la Historia de Juana de Arco dictada por ella misma, de la que nos propusimos citar diversos pasajes, 84 hemos dicho que la señorita Dufaux había escrito de la misma manera la Historia de Luis XI. Este trabajo –uno de los más completos en ese género– contiene preciosos documentos desde el punto de vista histórico. En el mismo, Luis XI se muestra el profundo político que nosotros conocemos; además, nos da la clave de varios hechos hasta ahora inexplicados. Desde el punto de vista espírita, es uno de los más curiosos modelos de trabajos de larga duración producido por los Espíritus. En este aspecto, dos cosas son particularmente notables: la primera, la velocidad de ejecución (quince días han sido suficientes para dictar la materia de un gran volumen); la segunda, la memoria tan precisa que un Espíritu puede conservar de los acontecimientos de la vida terrestre. A los que dudaren del origen de este trabajo, haciéndole el honor de atribuirlo a la memoria de la señorita Dufaux, responderemos que, en efecto, sería necesario de parte de una niña de catorce años, una memoria muy fenomenal y un talento de una precocidad no menos extraordinaria para escribir de un solo trazo una obra de esta naturaleza; pero, suponiendo que así fuese, preguntaremos de dónde esta niña habría sacado las explicaciones inéditas de la sombría política de Luis XI, y si no hubiese sido más hábil –por parte de sus padres– dejarle ese mérito a ella. De las diversas historias escritas por su intermedio, la de Juana de Arco es la única que ha sido publicada. Hacemos votos para que prontamente las otras lo sean, y les predecimos un éxito aún mayor, puesto que las ideas espíritas son hoy infinitamente más difundidas. Hemos extraído de la de Luis XI el pasaje relacionado con la muerte del conde de Charolais:

Los historiadores que llegaron a este hecho histórico: «Luis XI dio al conde de Charolais la tenencia general de Normandía», confiesan que no comprenden cómo un rey que era tan gran político hubo cometido un error tan grande. *

Las explicaciones dadas por Luis XI son difíciles de contradecir, puesto que están confirmadas por tres actos conocidos por todo el mundo: la conspiración de Constain, el viaje del conde de Charolais –que sigue a la ejecución del culpable– y finalmente la obtención por parte de este príncipe de la tenencia general de Normandía, provincia que reunía a los Estados de los duques de Borgoña y de Bretaña, enemigos siempre unidos contra Luis XI.

Luis XI se expresa así:

«El conde de Charolais fue gratificado con la tenencia general de Normandía y una pensión de treinta y seis mil libras. Era una imprudencia muy grande aumentar así el poder de la Casa de Borgoña. Aunque esta digresión nos aleje de la continuación de los asuntos de Inglaterra, creo un deber indicar aquí los motivos que me hicieron obrar así.

«Algún tiempo después de su regreso a los Países Bajos, el duque Felipe de Borgoña había caído peligrosamente enfermo. El conde de Charolais amaba verdaderamente a su padre, a pesar de los disgustos que le había causado: es cierto que su carácter ardiente e impetuoso –y sobre todo mis pérfidas insinuaciones– podrían disculparlo. Lo cuidó con un afecto sumamente filial y no dejó, ni de día ni de noche, la cabecera de su lecho.

«El peligro del viejo duque me había llevado a hacer serias reflexiones; yo odiaba al conde y creía un deber temer todo lo que viniese de él; además, éste sólo tenía una hija de pocos años, lo que hubiera producido después de la muerte del duque –quien parecía no tener mucho tiempo de vida– una minoría de edad que los flamencos, siempre turbulentos, habrían vuelto extremamente tormentosa. Entonces, yo habría podido apoderarme fácilmente, si no de la totalidad de los bienes de la Casa de Borgoña, por lo menos de una parte, ya sea cubriendo esta usurpación con una alianza o dejándole todo lo que la fuerza le daba de odioso. Había más razones que las necesarias para hacer envenenar al conde de Charolais; además, el pensamiento de un crimen no me espantaba más.

«Conseguí seducir al sumiller del príncipe, Jean Constain. De cierto modo, Italia era el laboratorio de los envenenadores: fue allí que Constain envió a Jean d'Ivy, al que se había ganado con la ayuda de una considerable suma que debía pagarle a su regreso. D'Ivy quiso saber a quien era destinado ese veneno; el sumiller tuvo la imprudencia de confesarle que era para el conde de Charolais.

«Después de haber cumplido su encargo, d'Ivy se presentó para recibir la suma prometida; pero, lejos de dársela, Constain lo abrumó de injurias. Furioso con esta recepción, d'Ivy juró vengarse. Fue al encuentro del conde de Charolais y le confesó todo lo que sabía. Constain fue arrestado y conducido al castillo de Rippemonde. El miedo a la tortura le hizo confesar todo, excepto mi complicidad, esperando quizás que yo intercediera por él. Estaba ya en lo alto de la torre –lugar destinado a su suplicio, y en donde se lo preparaba para ser decapitado– cuando expresó el deseo de hablar con el conde. Entonces, le contó el papel que yo había desempeñado en esa tentativa. El conde de Charolais, a pesar del asombro y de la cólera que sintió, se calló, y las personas presentes no pudieron formarse más que vagas conjeturas fundadas en los movimientos de sorpresa que este relato les causó. A pesar de la importancia de esta revelación, Constain fue decapitado y sus bienes confiscados, pero devueltos a su familia por el duque de Borgoña.

«Su delator sufrió el mismo destino, debido en parte a la imprudente respuesta que dio al príncipe de Borgoña; éste le preguntó si él habría delatado el complot si le hubiesen pagado la suma prometida, y tuvo la inconcebible temeridad de responder que no.

«Cuando el conde vino a Tours, me pidió una conversación en particular; allí él dejó estallar toda su furia y me abrumó de reproches. Yo lo apacigüé dándole la tenencia general de Normandía y la pensión de treinta y seis mil libras; la tenencia general no era más que un vano título; en cuanto a la pensión, sólo recibió el primer pago.»


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* Histoire de France, por Velly y continuadores. [Nota de Allan Kardec.]