Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Un punto capital en la Doctrina Espírita es el de las diferencias que existen entre los Espíritus, desde el doble punto de vista intelectual y moral; en este aspecto, su enseñanza nunca ha variado; pero no es menos esencial saber que ellos no pertenecen perpetuamente al mismo orden y que, por consecuencia, estos órdenes no constituyen especies distintas: son diferentes grados de desarrollo. Los Espíritus siguen la marcha progresiva de la Naturaleza; los de los órdenes inferiores son todavía imperfectos; han de alcanzar los grados superiores después de haberse depurado; avanzan en la jerarquía a medida que adquieren las cualidades, la experiencia y los conocimientos que les faltan. El niño de cuna no se parece a lo que será en la edad madura y, sin embargo, es siempre el mismo ser.

La clasificación de los Espíritus está basada en su grado de adelanto, en las cualidades que han adquirido y en las imperfecciones de que han de despojarse aún. Esta clasificación, además, no tiene nada de absoluto; cada categoría presenta un carácter nítido sólo en su conjunto; pero de un grado a otro la transición es imperceptible y, en los límites de la misma, los matices se esfuman como en los reinos de la Naturaleza, como en los colores del arco iris o también como en los diferentes períodos de la vida humana. Por lo tanto, se puede formar un número mayor o menor de clases, según el punto de vista desde el cual se considere la cuestión. Sucede aquí lo que ocurre en todos los sistemas de clasificaciones científicas: estos sistemas pueden ser más o menos completos, más o menos racionales y cómodos para la inteligencia, pero, sea como fueren, no cambian en nada el fondo de la ciencia. Por tanto, los Espíritus interrogados sobre este punto podrán haber variado en cuanto al número de categorías, sin que esto tenga trascendencia. Algunos se han aprovechado de esta aparente contradicción, sin reflexionar en el hecho de que los Espíritus no dan ninguna importancia a lo que es puramente convencional; para ellos el pensamiento lo es todo, dejando para nosotros la forma, la elección de los términos, las clasificaciones, en una palabra, los sistemas.

Agreguemos todavía la siguiente consideración que nunca debe perderse de vista: entre los Espíritus, como también entre los hombres, los hay muy ignorantes, y nunca se estará bastante prevenido contra la tendencia en creer que todos han de ser sabios porque son Espíritus. Toda clasificación exige método, análisis y conocimiento profundo del asunto. Ahora bien, en el mundo de los Espíritus, los que tienen conocimientos limitados son –como los ignorantes en la Tierra– inhábiles para abarcar el conjunto y para formular un sistema; incluso los que son capaces de hacerlo pueden variar en los pormenores según su punto de vista, sobre todo cuando una división no tiene nada de absoluto. Linneo, Jussieu y Tournefort han tenido cada cual su método, y la Botánica no ha variado por este motivo, porque ellos no inventaron las plantas ni sus caracteres, sino que observaron las analogías según las cuales formaron los grupos o clases. Ha sido así que también hemos procedido nosotros; no hemos inventado los Espíritus ni sus caracteres, sino que los hemos visto y observado, los hemos juzgado por sus palabras y por sus hechos, y después los clasificamos por sus similitudes: es lo que cualquier uno habría hecho en nuestro lugar.

Sin embargo, no nos podemos atribuir la totalidad de este trabajo como siendo nuestro. Si el cuadro que daremos a continuación no ha sido textualmente trazado por los Espíritus, y si nosotros hemos tomado la iniciativa, todos los elementos que componen el mismo han sido extraídos de sus enseñanzas; no nos quedaba más que formular su disposición material.

Generalmente, los Espíritus admiten tres categorías principales o tres grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala, se hallan los Espíritus imperfectos que todavía tienen todos o casi todos los grados por recorrer; se caracterizan por el predominio de la materia sobre el Espíritu y por su propensión al mal. Los de la segunda categoría se caracterizan por el predominio del Espíritu sobre la materia y por el deseo del bien: son los Espíritus buenos. En fin, la primera comprende los Espíritus puros, que han alcanzado el grado supremo de perfección.

Esta división nos parece perfectamente racional y presenta caracteres bien nítidos; sólo nos quedaba por hacer resaltar, por medio de un número suficiente de subdivisiones, los principales matices del conjunto, y es lo que hemos hecho con la colaboración de los Espíritus, cuyas benévolas instrucciones nunca nos han faltado.

Con la ayuda de este cuadro será fácil determinar el rango y el grado de superioridad o de inferioridad de los Espíritus con los cuales podemos entrar 39 en relación y, por consecuencia, el grado de confianza y de estima que merecen. Además de ello, nos interesa personalmente porque pertenecemos, a causa de nuestra alma, al mundo espírita –al cual retornaremos al dejar nuestra envoltura mortal– y esto nos muestra lo que nos falta hacer para llegar a la perfección y al bien supremo. No obstante, haremos notar que los Espíritus no siempre pertenecen exclusivamente a tal o cual clase; ya que su progreso se realiza en forma gradual y a menudo más en un sentido que en otro, pueden reunir los caracteres de varias categorías, lo que fácilmente puede apreciarse por su lenguaje y por sus actos.