De Estocolmo escriben lo siguiente al Journal des Débats, el 10
de septiembre de 1858:
«Infelizmente nada de consolador tengo a anunciaros sobre la
enfermedad que, desde hace aproximadamente dos años, sufre
nuestro soberano. Todos los tratamientos y remedios que los
facultativos han prescripto en este intervalo, ningún alivio han traído
a los sufrimientos que agobian al rey Oscar. Según el consejo de sus
médicos, el Sr. Klugenstiern –que tiene una reputación como
magnetizador– ha sido recientemente llamado al castillo de
Drottningholm, donde continúa residiendo la familia real, para
proporcionar al augusto enfermo un tratamiento periódico de
magnetismo. Incluso
se cree aquí que, por una coincidencia bastante singular, el foco de
la enfermedad del rey Oscar se encuentra precisamente establecido
en el lugar de la cabeza donde está situado el cerebelo, como
infelizmente también parece ser hoy el caso del rey Federico
Guillermo IV de Prusia».
Nosotros preguntamos si, hace sólo veinticinco años, los médicos
habrían osado proponer públicamente semejante medio, mismo a un
simple particular, ¡con más fuerte razón a una cabeza coronada! En
aquella época, todas las Facultades científicas y todos los periódicos
empleaban bastantes sarcasmos para denegrir al magnetismo y a sus
partidarios. ¡Cómo las cosas cambiaron mucho en este corto espacio
de tiempo! No solamente ya no se ríen más del magnetismo, sino
que he aquí que es oficialmente reconocido como agente
terapéutico. ¡Qué lección para los que se ríen de las ideas nuevas!
¿Les hará esto finalmente entender cuán imprudente es tachar de
falso las cosas que no comprenden? Tenemos una gran cantidad de
libros escritos contra el magnetismo por hombres de notoriedad;
ahora bien, esos libros quedarán como una mancha indeleble sobre
su altanera inteligencia. ¿No hubiesen hecho mejor en callarse y en
esperar? Entonces, como hoy para con el Espiritismo, se le oponían
la opinión de los más eminentes hombres, de los más esclarecidos,
de los más concienzudos: nada quebrantaba su escepticismo. A sus
ojos, el magnetismo no era más que una charlatanería indigna de
personas serias. ¿Qué acción podría tener un agente oculto, movido
por el pensamiento y por la voluntad, y del cual no se podía hacer un
análisis químico? Apresurémonos en decir que los médicos suecos
no son los únicos que han cambiado de opinión acerca de esta idea
estrecha, y que por todas partes –en Francia como fuera de ella– la
opinión ha cambiado completamente sobre este aspecto; y esto es
tan verdadero que, cuando ocurre un fenómeno inexplicable, se dice:
es un efecto magnético. Se encuentra, pues, en el magnetismo la
razón de ser de una multitud de cosas que se atribuían a la
imaginación, razón ésta tan cómoda para aquellos que no saben qué
decir.
¿Curará el magnetismo al rey Oscar? Ésa es otra cuestión. Sin
duda, ha operado curas prodigiosas e inesperadas; pero tiene sus
límites, como todo lo que está en la Naturaleza; y, además, es
necesario tener en cuenta esta circunstancia: que, en general, a él
sólo se recurre in extremis y como último recurso, 231 cuando a
menudo el mal ha hecho progresos irremediables o ha sido agravado
por una medicación contraproducente. Cuando triunfa ante tales
obstáculos, ¡es preciso que sea muy poderoso!
Si la acción del fluido magnético es hoy un punto generalmente
admitido, no sucede lo mismo con respecto a las facultades
sonambúlicas que todavía encuentran muchos incrédulos en el
mundo oficial, sobre todo en lo que toca a las cuestiones médicas.
No obstante, se ha de concordar que los prejuicios sobre este punto están singularmente debilitados, incluso
entre los hombres de Ciencia: tenemos la prueba en el gran número
de médicos que hacen parte de todas las Sociedades Magnéticas, ya
sea en Francia como en el extranjero. Los hechos se han
popularizado de tal manera que ha sido realmente preciso ceder ante
la evidencia y seguir la corriente, quiérase o no. Pronto ocurrirá con
la lucidez intuitiva lo mismo que con el fluido magnético.
El Espiritismo se vincula al Magnetismo por lazos íntimos (estas
dos ciencias son solidarias entre sí); y, sin embargo, ¿quién hubiera
creído que aquél fuese encontrar sus más encarnizados adversarios
entre ciertos magnetizadores, que no por eso cuentan con el
antagonismo de los espíritas? Los Espíritus siempre han preconizado
el magnetismo, ya sea como medio curativo, ya sea como causa
primera de una multitud de cosas; ellos defienden su causa y vienen
a prestarle apoyo contra sus enemigos. Los fenómenos espíritas han
abierto los ojos a tantas personas que, al mismo tiempo, han
adherido al magnetismo. ¿No es extraño ver que los magnetizadores
olvidaron tan pronto lo que han tenido que sufrir con los prejuicios,
negando la existencia de sus defensores y tirando contra ellos los
dardos que les eran lanzados antiguamente? Esto no tiene grandeza,
esto no es digno de hombres a los cuales la Naturaleza –revelándoles
uno de sus más sublimes misterios, más que a otros– les quita el
derecho de pronunciar el famoso nec plus ultra (no más allá). En el
rápido desarrollo del Espiritismo, todo prueba que pronto Él también
tendrá sus derechos concedidos; a la espera de esto, aplaude con
todas sus fuerzas el lugar que acaba de conquistar el Magnetismo,
como una señal indiscutible del progreso de las ideas.