Preg. –¿Cómo pueden los Espíritus obrar sobre la materia? Esto
parece contrario a todas las ideas que nos hacemos de la naturaleza
de los Espíritus.
Resp. «–Según vosotros, el Espíritu no es nada; esto es un error;
nosotros ya hemos dicho que el Espíritu es algo, y es por eso que
puede obrar por sí mismo; pero vuestro mundo es demasiado grosero
para que pueda hacerlo sin intermediario, es decir, sin el lazo que
une el Espíritu a la materia.
»
Nota – El lazo que une el Espíritu a la materia, si no es inmaterial,
es por lo menos impalpable; esta respuesta no resolvería la cuestión
si no tuviésemos el ejemplo de fuerzas igualmente imponderables
que obran sobre la materia: es así que el pensamiento es la causa
primera de todos nuestros movimientos voluntarios y que la
electricidad derriba, levanta y transporta masas inertes. De lo que no
se conoce el móvil, sería ilógico concluir que éste no existe. Por lo
tanto, el Espíritu puede tener palancas que nos son desconocidas; la
Naturaleza nos prueba todos los días que su fuerza no se detiene ante
el testimonio de los sentidos. En los fenómenos espíritas, la causa
inmediata es indiscutiblemente un agente físico, pero la causa
primera es una inteligencia que obra sobre este agente, como nuestro
pensamiento obra sobre nuestros miembros. Cuando queremos
golpear, es nuestro brazo que obra, no es el pensamiento el que
golpea: éste es quien dirige al brazo.
Preg. –Entre los Espíritus que producen efectos físicos, los que
llamamos golpeadores ¿forman una categoría especial o son los
mismos que producen los movimientos y los ruidos?
Resp. «–El mismo Espíritu puede ciertamente producir efectos
muy diferentes, pero los hay quienes se ocupan más particularmente
de ciertas cosas, como entre vosotros tenéis los herreros y los
hacedores de proezas.»
Preg. –El Espíritu que obra sobre los cuerpos sólidos, ya sea para
moverlos o para golpear, ¿penetra en la propia substancia de los
cuerpos o actúa fuera de la misma?
Resp. «–Lo uno y lo otro; hemos dicho que la materia no es un
obstáculo para los Espíritus; ellos penetran todo.»
Preg. –Las manifestaciones materiales, tales como los ruidos, el
movimiento de los objetos y todos esos fenómenos provocados
frecuentemente, ¿son producidos indistintamente por los Espíritus
superiores y por los Espíritus inferiores?
Resp. «–Sólo los Espíritus inferiores se ocupan de esas cosas. Los
Espíritus superiores se sirven de ellos algunas veces, como tú lo
harías con un changador, a fin de que ejecute su cometido. ¿Puedes creer que los Espíritus de
un orden superior estén a vuestras órdenes para divertiros con
trivialidades? Es como preguntar si, en vuestro mundo, los hombres
sabios y serios hacen cosas de juglares y bufones.»
Nota – En general, los Espíritus que se revelan por efectos físicos
son de un orden inferior. Ellos divierten o impresionan a aquellos
para los cuales el espectáculo visual tiene más atractivo que el
ejercicio de la inteligencia; son, de cierto modo, los saltimbanquis
del mundo espírita. A veces actúan espontáneamente; en otras
ocasiones, por orden de los Espíritus superiores.
Si las comunicaciones de los Espíritus superiores ofrecen un
interés más serio, las manifestaciones físicas tienen igualmente su
utilidad para el observador; nos revelan fuerzas desconocidas en la
Naturaleza y nos dan los medios de estudiar el carácter y –por así
decirlo– las costumbres de todas las clases de la población espírita.
Preg. –¿Cómo probar que el poder oculto que actúa en las
manifestaciones espíritas está fuera del hombre? ¿No podría
pensarse que reside en sí mismo, es decir, que obra bajo el impulso
de su propio Espíritu?
Resp. «–Cuando una cosa se hace contra tu voluntad y tu deseo,
ciertamente que no eres tú quien la produce; pero a menudo eres la
palanca de la que se sirve el Espíritu para obrar, y tu voluntad viene
en su ayuda; tú puedes ser un instrumento más o menos conveniente
para él.»
Nota – Es precisamente en las comunicaciones inteligentes que la
intervención de un poder extraño se vuelve patente. Cuando esas
comunicaciones son espontáneas y ajenas a nuestro pensamiento y a
nuestro control, cuando responden a preguntas cuya solución es
desconocida por los asistentes, es necesario buscar la causa fuera de
nosotros. Esto se hace evidente para cualquiera que observe los
hechos con atención y perseverancia; los detalles de sus matices
escapan al observador superficial.
Preg. –¿Todos los Espíritus son aptos para dar manifestaciones
inteligentes?
Resp. «–Sí, puesto que todos los Espíritus son inteligencias; pero
como los hay de todos los grados, es como entre vosotros: unos
dicen cosas insignificantes o estúpidas y otros cosas sensatas.»
Preg. –¿Todos los Espíritus son aptos para comprender las
preguntas que se les propone?
Resp. «–No; los Espíritus inferiores son incapaces de comprender
ciertas preguntas, lo que no les impide que respondan bien o mal; es
igual que entre vosotros.»
Nota – Esto demuestra que es esencial ponerse en guardia
contra la creencia en el saber indefinido de los Espíritus. Sucede con
ellos lo mismo que con los hombres: no es suficiente con interrogar
al primero que llega para obtener una respuesta sensata; es necesario
saber a quién uno se dirige.
El que quiere conocer las costumbres de un pueblo debe estudiarlo
desde lo más bajo hasta lo más alto de la escala; sólo ver una clase
es hacerse una idea falsa, puesto que se juzga el todo por la parte. La
población de los Espíritus es como la nuestra; hay de todo: bueno y
malo, sublime y trivial, sapiente e ignorante. Cualquiera que en
filosofía no haya observado todos los grados, no puede jactarse de
conocerlo. Las manifestaciones físicas nos hacen conocer a los
Espíritus de bajo nivel; son la calle y la choza. Las comunicaciones
instructivas y sabias nos ponen en relación con los Espíritus
elevados; son la élite de la sociedad: el castillo y el instituto.