Resulta de las explicaciones anteriores que el hecho en sí mismo
no es sobrenatural ni milagroso. ¡Cuántos fenómenos de este mismo
género, en los tiempos de ignorancia, habrán impresionado a las
imaginaciones demasiado inclinadas a lo maravilloso! Por lo tanto,
es un efecto puramente físico que presagia un nuevo paso en la
Ciencia fotográfica.
Como se sabe, el periespíritu es la envoltura semimaterial del
Espíritu; no es solamente después de la muerte que el Espíritu está
de él revestido; durante la vida está unido al cuerpo: es el lazo entre
el cuerpo y el Espíritu. La muerte no es sino la destrucción de la
envoltura más grosera; el Espíritu conserva la segunda, que afecta la
apariencia de la primera, como si de ésta hubiese retenido la
impresión. El periespíritu es generalmente invisible, pero, en
algunas circunstancias, se condensa y se combina con otros fluidos,
volviéndose perceptible a la vista y algunas veces hasta tangible; es
a él que se ve en las apariciones.
Cualquiera que sean la sutileza y la imponderabilidad del
periespíritu, éste no deja de ser una especie de materia, cuyas
propiedades físicas nos son todavía desconocidas. Por lo tanto si es
materia, puede actuar sobre la materia; esta acción es patente en los
fenómenos magnéticos; acaba de revelarse en los cuerpos inertes por
la impresión que la imagen del Sr. Badet ha dejado sobre el vidrio.
Esta impresión ha tenido lugar cuando él estaba encarnado; ella se
ha conservado después de su muerte, pero era invisible; ha sido
preciso –por lo que parece– la acción fortuita de un agente
desconocido, probablemente atmosférico, para volverla aparente.
¿Qué tendría eso de asombroso? ¿No se sabe que se pueden hacer
desaparecer y revivir a voluntad las imágenes daguerrotipadas?
Citamos esto como comparación, sin pretender que se tenga la
similitud de procedimientos. De esta manera, sería el periespíritu del
Sr. Badet que, al exteriorizarse del cuerpo de este último, habría a la
larga, y bajo el imperio de circunstancias desconocidas, ejercido una
verdadera acción química sobre la substancia vítrea, análoga a la de
la luz. Indiscutiblemente, la luz y la electricidad debieron
desempeñar un gran papel en este fenómeno. Queda por saber cuáles
son esos agentes y esas circunstancias; es lo que probablemente se
sabrá más adelante, y no será uno de los descubrimientos menos
curiosos de los tiempos modernos.
Si es un fenómeno natural, dirán aquellos que niegan todo, ¿por
qué es la primera vez que se produce? Nosotros les preguntaremos, a
nuestro turno, ¿por qué las imágenes daguerrotipadas sólo fueron
fijadas después de Daguerre, aunque no haya sido él quien inventó la
luz, ni las placas de cobre, ni la plata, ni los cloruros? Desde largo
tiempo que se conocen los efectos de la cámara oscura; una
circunstancia fortuita la ha puesto sobre el camino de la fijación;
después, con la ayuda del genio, de perfección en perfección, se ha
llegado a las obras maestras que vemos hoy. Probablemente
sucederá lo mismo con el fenómeno extraño que acaba de revelarse;
¿y quién sabe si él ya no se ha producido y si no ha pasado
desapercibido por falta de un observador atento? La reproducción de
una imagen sobre un vidrio es un hecho común, pero la fijación de
esta imagen en otras condiciones que las de la fotografía, el estado
latente de esta imagen y después su reaparición, he aquí lo que se
debe registrar en los fastos de la Ciencia. Si creemos en los
Espíritus, debemos esperar muchas otras maravillas de las cuales
varias nos fueron señaladas por ellos. Por lo tanto, honor a los sabios
demasiado modestos como para no creer que la Naturaleza dio
vuelta para ellos la última página de su libro.
Si ese fenómeno se produjo una vez, podrá volver a repetirse.
Probablemente es lo que tendrá lugar cuando del mismo se tenga la
clave. A la espera de esto, he aquí
lo que contaba uno de los miembros de la Sociedad en la sesión de la
cual hablamos:
«Yo vivía –dijo él– en una casa en Montrouge; era verano y el sol
brillaba por la ventana; sobre la mesa se encontraba un botellón
lleno de agua, y debajo del botellón una esterilla; de repente, la
esterilla se prendió fuego. Si nadie hubiera estado allí, se podría
haber producido un incendio sin que se supiese la causa.
Experimenté centenas de veces producir el mismo efecto, pero
nunca conseguí.» La causa física de la combustión es bien conocida:
el botellón produjo el efecto de un vidrio ardiente; pero ¿por qué no
se ha podido reiterar la experiencia? Es que, independientemente del
botellón y del agua, había el concurso de circunstancias que
operaron de una manera excepcional la concentración de los rayos
solares: tal vez el estado de la atmósfera, de los vapores, las
cualidades del agua, la electricidad, etc., y todo eso, probablemente,
en ciertas proporciones precisas; de ahí la dificultad de que justo
coincidan las mismas condiciones y la inutilidad de las tentativas
para producir un efecto semejante. Por lo tanto, he aquí un
fenómeno enteramente del dominio de la Física, del cual nos damos
perfecta cuenta con respecto al principio y que, sin embargo, no se
puede repetir a voluntad. ¿Vendría al pensamiento del escéptico más
endurecido negar el hecho? Seguramente que no. Entonces, ¿por qué
esos mismos escépticos niegan la realidad de los fenómenos
espíritas? (Hablamos de las manifestaciones en general.) ¿Porque
ellos no pueden manipularlos a su voluntad? No admitir que fuera de
lo conocido pueda haber nuevos agentes regidos por leyes
especiales; negar esos agentes porque no obedecen a las leyes que
conocemos es, en verdad, dar prueba de poca lógica y mostrar un
espíritu bien limitado.
Volvamos a la imagen del Sr. Badet; se harán, sin duda, como
nuestro colega con su botellón, numerosos ensayos infructuosos
antes de tener éxito, y eso hasta que una feliz contingencia o el
esfuerzo de un poderoso genio haya dado la clave del misterio;
entonces, esto se volverá probablemente un arte nuevo con el cual se
enriquecerá la industria. De aquí escuchamos a una cantidad de
personas decir: pero hay un medio muy simple de tener esta clave:
¿por qué no se la piden a los Espíritus? Es este el caso de señalar un
error en el cual cae la mayoría de los que juzgan la ciencia espírita
sin conocerla. Recordemos primeramente este principio
fundamental: todos los Espíritus están lejos de saber todo, como se
creía en otros tiempos.
La escala espírita nos da la medida de su capacidad y de su
moralidad, y la experiencia confirma a cada día nuestras
observaciones al respecto. Por lo tanto, los Espíritus no saben todo,
y hay algunos que en todos los aspectos son bien inferiores a ciertos
hombres; he aquí lo que nunca es preciso perder de vista. Autor
involuntario del fenómeno que nos ocupa, el Sr. Badet, Espíritu,
revela una cierta elevación por sus respuestas, pero no una gran
superioridad; él se reconoce a sí mismo inhábil para dar
una explicación completa: «Esto será, dice él, la obra de otros
Espíritus y del trabajo humano». Estas últimas palabras son toda
una enseñanza. En efecto, sería demasiado cómodo no tener más que
interrogar a los Espíritus para hacer los descubrimientos más
maravillosos; entonces, ¿dónde estaría el mérito de los inventores, si
una mano oculta ya les viniera a dar la tarea medio hecha y les
evitase el trabajo de investigar? Sin duda, más de uno no tendría
escrúpulos en registrar una patente de invención en su propio
nombre, sin mencionar al verdadero inventor. Agreguemos que
semejantes preguntas son siempre hechas con fines interesados y
con la esperanza de una fortuna fácil, cosas que son muy malas
recomendaciones ante los Espíritus buenos; además, éstos nunca se
prestan a servir de instrumentos para un comercio. El hombre debe
tener su propia iniciativa, sin la cual se reduce al estado de máquina;
debe perfeccionarse a través del trabajo: es una de las condiciones
de su existencia terrestre; también es preciso que cada cosa venga a
su tiempo y por los medios que a Dios le agrade emplear: los
Espíritus no pueden desviar los caminos de la Providencia. Querer
forzar el orden establecido es ponerse a merced de los Espíritus
burlones que halagan la ambición, la codicia, la vanidad, para
después reírse de las decepciones que causan. Muy poco
escrupulosos en su naturaleza, dicen todo lo que quieren, dan todas
las recetas que se les piden, y si fuera necesario las apoyarán con
fórmulas científicas, aunque no tengan más valor que las recetas de
los charlatanes. Por lo tanto, aquellos que han creído que los
Espíritus les van a abrir minas de oro, que se desengañen; su misión
es más seria. «Trabajad, haced esfuerzos: es en verdad lo que os
falta», ha dicho un célebre moralista del cual daremos
posteriormente una notable conversación del Más Allá; a esta sabia
máxima, la Doctrina Espírita agrega: Es a éstos que los Espíritus
serios vienen en ayuda por las ideas que les sugieren o por consejos
directos, y no a los perezosos que quieren disfrutar sin hacer nada, ni
a los ambiciosos que quieren tener el mérito sin el esfuerzo.
Ayúdate, que el Cielo te ayudará.