Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

Volver al menú
Al ser la mujer más finamente delineada que el hombre, indica esto naturalmente un alma más delicada; en medios semejantes, es así que en todos los mundos la madre será más bonita que el padre, porque es a ella que el niño ve primero; es hacia el rostro angélico de una joven mujer que el niño mueve sus ojos sin cesar; es junto a la madre que el niño seca sus lágrimas y posa su mirada, aún débil e incierta. Por lo tanto, el niño tiene así una intuición natural de lo bello.


La mujer sabe principalmente hacerse notar por la delicadeza de sus pensamientos, la gracia de sus gestos, la pureza de sus palabras; todo lo que viene de ella debe armonizarse con su persona, a la que Dios ha creado bella.


Sus largos cabellos ondulados sobre el cuello son la imagen de la dulzura y de la facilidad con la que su cabeza se dobla sin ceder ante las pruebas. Ellos reflejan la luz de los soles, como el alma de la mujer debe reflejar la luz más pura de Dios. Jóvenes, dejad a vuestros cabellos sueltos: Dios los ha creado para esto; pareceréis, a la vez, más naturales y más hermosas.


La mujer debe ser sencilla en su vestir; ella ha salido demasiado bella de las manos del Creador como para tener necesidad de atavíos. Que el blanco y el azul combinen en sus hombros. Dejad también fluctuar vuestras vestimentas; que los ropajes se vean extenderse detrás vuestro en un largo rastro de gasa, como una leve nube que indique que hace poco estuvisteis ahí.


¡Pero qué son los adornos, las ropas, la belleza, los cabellos ondulados o fluctuantes, enrulados o atados, si la sonrisa tan dulce de las madres y de las novias no brilla en vuestros labios! ¡O si vuestros ojos no siembran la bondad, la caridad, la esperanza en las lágrimas de alegría que dejan correr, en las chispas que saltan de esa llama de amor desconocido!


Mujeres: no temáis deslumbrar a los hombres con vuestra belleza, con vuestras gracias, con vuestra superioridad; pero que los hombres sepan que para ser dignos de vosotras, es preciso que ellos sean tan grandes como vos sois bellas, tan sabios como sois buenas, tan instruidos como sois cándidas y simples. Es preciso que ellos sepan que deben mereceros, que vosotras sois el premio de la virtud y del honor; no de ese honor que se cubre con un casco y un escudo y que brilla en las justas y en los torneos, con el pie sobre la frente del enemigo derribado; no, sino del honor según Dios.


Hombres: sed útiles, y cuando los pobres bendigan vuestro nombre, las mujeres serán vuestras iguales; entonces, formaréis un todo: vosotros seréis la cabeza y las mujeres serán el corazón; seréis el pensamiento bienhechor, y las mujeres serán las manos de la libertad. Uníos, pues, no sólo por el amor, sino también por el bien que podéis hacer de a dos. Que esos buenos pensamientos y esas buenas acciones –realizadas por dos corazones que se aman– sean los eslabones de esa cadena de oro y de diamante que se llama casamiento, y entonces cuando los eslabones fueren tan numerosos, Dios os llamará junto a sí, y vosotros continuaréis agregando más eslabones a los anteriores; pero en la Tierra éstos eran de un metal pesado y frío: en el Cielo serán de luz y de fuego.