El sueño
¡Pobres hombres, cuán poco conocéis los fenómenos más
comunes que hacen a vuestra vida! Creéis ser muy sabios, creéis
poseer una vasta erudición, y a estas preguntas que realizan todos los
niños: ¿qué hacemos cuando dormimos?, ¿qué son los sueños?, os
quedáis mudos. No tengo la pretensión de haceros comprender lo
que voy a explicaros, porque hay cosas a las cuales vuestro Espíritu
no puede todavía someterse, al no admitir lo que no entiende.
El sueño libera parcialmente el alma del cuerpo. Al dormir,
estamos momentáneamente en el estado en que uno se encuentra de
manera permanente después de la muerte. Los Espíritus que al
desencarnar se desprendieron rápidamente de la materia han tenido
sueños inteligentes; cuando dormían, se reunían con la sociedad de
otros seres superiores a ellos: viajaban, conversaban y se instruían
con los mismos; incluso trabajaban en obras que encontraron
concluidas al
morir. Esto debe enseñaros una vez más a no temer la muerte, puesto
que morís todos los días, según las palabras de un santo.
Esto con respecto a los Espíritus elevados; pero para la masa de
los hombres que, con la muerte, deben permanecer largas horas en
turbación –en esa incertidumbre de que os han hablado–, van a
mundos inferiores a la Tierra, adonde antiguos afectos los llaman, o
a buscar placeres quizá todavía más bajos que los que aquí tienen;
van a beber doctrinas aún más viles, más innobles y más nocivas que
las que profesan en vuestro medio. Y lo que forma la simpatía en la
Tierra no es otra cosa que el hecho de sentirnos, al despertar,
vinculados por el corazón a aquellos con quienes acabamos de pasar
simplemente 8 ó 9 horas de felicidad o de placer. Lo que explica
también esas antipatías invencibles es saber que, en el fondo del
corazón, esas personas tienen una conciencia diferente de la nuestra,
porque se las conoce sin haberlas visto jamás con los ojos. Es esto
aun lo que explica la indiferencia, puesto que no se desea hacer
nuevos amigos cuando se sabe que existen otros que os aman y os
aprecian. En una palabra, el sueño influye en vuestra vida más de lo
que pensáis.
Por efecto del sueño los Espíritus encarnados están siempre en
relación con el mundo de los Espíritus, y esto es lo que hace que los
Espíritus superiores consientan –sin demasiada repulsión–
encarnarse entre vosotros. Dios ha querido que ellos, durante su
contacto con el vicio, puedan ir a fortalecerse en la fuente del bien,
para no fallar, ya que vienen a instruir a los otros. El sueño es la
puerta que Dios les ha abierto hacia los amigos del cielo; es la
recreación después del trabajo, a la espera de la gran libertad, la
liberación final que debe volverlos a su verdadero medio.
El sueño es el recuerdo de lo que vuestro Espíritu ha visto
mientras el cuerpo dormía; pero tened en cuenta que no siempre
soñáis, porque no os acordáis siempre de lo visteis, o de todo lo que
habéis visto. Vuestra alma no está en todo su desarrollo; a menudo
no es más que el recuerdo del problema que acompaña a vuestra
partida o a vuestro retorno, a lo que se agrega el recuerdo de lo que
habéis hecho o de lo que os preocupa en el estado de vigilia; sin
esto, ¿cómo explicaríais esos sueños absurdos que tienen los más
instruidos como los más simples? Los Espíritus malos también se
sirven de los sueños para atormentar a las almas débiles y
pusilánimes.
Por lo demás, dentro de poco veréis desarrollarse una nueva
especie de sueños; es tan antigua como la que conocéis, pero la
ignoráis. El sueño de Juana, el sueño de Jacob,el sueño de los
profetas judíos y de algunos adivinos hindúes: ese sueño es el recuerdo del alma
desprendida completamente del cuerpo, la remembranza de esa
segunda vida de la que os hablaba hace instantes.
Tratad de distinguir bien esas dos especies de sueños entre
aquellos que recordáis, pues sin ello caeríais en contradicciones y en
errores que serían funestos a vuestra fe.
Nota – El Espíritu que ha dictado esta comunicación, al habérsele
solicitado su nombre, respondió: «¿Para qué? ¿Creéis, pues, que sólo
los Espíritus de vuestros grandes hombres vienen a deciros cosas
buenas? Entonces, ¿no contáis para nada con todos aquellos que no
conocéis o que no tienen ningún nombre en vuestra Tierra? Sabed
que muchos toman un nombre solamente para contentaros.»
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Las flores
Nota – Esta comunicación y la siguiente han sido obtenidas por el
Sr. F..., el mismo de quien hemos hablado en nuestro número de
octubre, acerca de los Obsesados y subyugados; se puede juzgar por
esto la diferencia que existe entre la naturaleza de sus
comunicaciones actuales y las anteriores. Su voluntad ha triunfado
completamente de la obsesión de la cual él era objeto, y su Espíritu
malo no ha reaparecido. Estas dos disertaciones le han sido dictadas
por Bernard Palissy.
Las flores han sido creadas en los mundos como símbolos de la
belleza, de la pureza y de la esperanza.
¿Cómo el hombre que ve las corolas entreabrirse todas las
primaveras y las flores marchitarse para dar frutos deliciosos, cómo
no piensa que su existencia también se transformará, pero para dar
frutos eternos? Por lo tanto, ¿qué os importa las tempestades y los
torrentes? Estas flores nunca perecerán, como no perece la más
frágil obra del Creador. Coraje, pues, hombres que caéis en el
camino: levantaos como el lirio después de la tormenta, más puros y
más radiantes. Como las flores, los vientos os sacuden a diestro y
siniestro, os voltean, sois arrastrados en el barro, pero cuando el sol
reaparece, también levantáis vuestras cabezas más nobles y más
altas.
Por lo tanto, amad a las flores; éstas son el emblema de vuestra
vida, y no os sonrojéis por ser comparados a ellas. Tenedlas en
vuestros jardines, en vuestras casas, incluso en vuestros templos, ya
que quedan bien en todas partes; en todos los lugares las flores
llevan a la poesía; elevan el alma del que sabe comprenderlas. ¿No
ha sido en las flores que Dios ha mostrado todas sus magnificencias? ¿De dónde conoceríais los colores suaves con los que el Creador ha
alegrado la naturaleza si no existiesen las flores? Antes que el
hombre hubiera excavado las entrañas de la Tierra para encontrar el
rubí y el topacio, tenía a las flores delante de sí, y esta infinita
variedad de matices ya lo consolaba de la monotonía de la superficie
terrestre. Por lo tanto, amad a las flores: seréis más puros, más
afectuosos, tal vez más niños, pero seréis los hijos queridos de Dios,
y vuestras almas simples y sin mancha serán accesibles a todo su
amor, a toda la alegría con la cual Él abrazará vuestros corazones.
Las flores quieren ser cuidadas por manos esclarecidas; la
inteligencia es necesaria para su prosperidad; durante mucho tiempo
os habéis equivocado en la Tierra al dejar ese cuidado en manos
inhábiles que las mutilaban, creyendo embellecerlas. Nada es más
triste que los árboles redondos o puntiagudos de algunos de vuestros
jardines: pirámides de verdor que hacen el efecto de un montón de
heno. Dejad a la naturaleza que se desarrolle bajo mil formas
diversas: ahí está la gracia. ¡Feliz de aquel que sabe admirar la
belleza de un tallo que se balancea sembrando su polen fecundante!
¡Feliz de aquel que ve en sus tonalidades brillantes un infinito de
gracia, de delicadeza, de colorido, de matices que se esquivan y se
buscan, que se pierden y se reencuentran! ¡Feliz de aquel que sabe
comprender la belleza de la gradación de tonos, desde la raíz marrón
que se confunde con la tierra –como los colores que se funden–,
hasta el rojo escarlata del tulipán y de la amapola! (¿Por qué esos
nombres rudos y raros?) Estudiad todo esto y observad a las hojas
que salen unas de las otras como generaciones infinitas, hasta su
completo florecimiento bajo la cúpula del cielo.
¿No parece que las flores dejan la Tierra para lanzarse hacia otros
mundos? ¿No parece, a menudo, que bajan la cabeza de dolor al no
poder elevarse más alto todavía? En su belleza, ¿no las creemos más
cerca de Dios? Entonces imitadlas, y volveos siempre cada vez
mayores, cada vez más bellos.
Vuestra manera de aprender Botánica también es defectuosa; no
está todo en saber el nombre de cada planta. Cuando tengas tiempo
te sugiero que trabajes también en una obra de este género. Por lo
tanto, aplazaré para más adelante las lecciones que quería darte en
estos días; serán más útiles cuando tengamos en manos su
aplicación. En su momento hablaremos del género de cultivo, de los
lugares que les convienen, de las condiciones del edificio para la
ventilación y salubridad de las viviendas.
Si fueres a publicar esto, suprime los últimos párrafos: los
tomarían como anuncios.
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El papel de la Mujer
Al ser la mujer más finamente delineada que el hombre, indica
esto naturalmente un alma más delicada; en medios semejantes, es
así que en todos los mundos la madre será más bonita que el padre,
porque es a ella que el niño ve primero; es hacia el rostro angélico
de una joven mujer que el niño mueve sus ojos sin cesar; es junto a
la madre que el niño seca sus lágrimas y posa su mirada, aún débil e
incierta. Por lo tanto, el niño tiene así una intuición natural de lo
bello.
La mujer sabe principalmente hacerse notar por la delicadeza de
sus pensamientos, la gracia de sus gestos, la pureza de sus palabras;
todo lo que viene de ella debe armonizarse con su persona, a la que
Dios ha creado bella.
Sus largos cabellos ondulados sobre el cuello son la imagen de la
dulzura y de la facilidad con la que su cabeza se dobla sin ceder ante
las pruebas. Ellos reflejan la luz de los soles, como el alma de la
mujer debe reflejar la luz más pura de Dios. Jóvenes, dejad a
vuestros cabellos sueltos: Dios los ha creado para esto; pareceréis, a
la vez, más naturales y más hermosas.
La mujer debe ser sencilla en su vestir; ella ha salido demasiado
bella de las manos del Creador como para tener necesidad de
atavíos. Que el blanco y el azul combinen en sus hombros. Dejad
también fluctuar vuestras vestimentas; que los ropajes se vean
extenderse detrás vuestro en un largo rastro de gasa, como una leve
nube que indique que hace poco estuvisteis ahí.
¡Pero qué son los adornos, las ropas, la belleza, los cabellos
ondulados o fluctuantes, enrulados o atados, si la sonrisa tan dulce
de las madres y de las novias no brilla en vuestros labios! ¡O si
vuestros ojos no siembran la bondad, la caridad, la esperanza en las
lágrimas de alegría que dejan correr, en las chispas que saltan de esa
llama de amor desconocido!
Mujeres: no temáis deslumbrar a los hombres con vuestra belleza,
con vuestras gracias, con vuestra superioridad; pero que los hombres
sepan que para ser dignos de vosotras, es preciso que ellos sean tan
grandes como vos sois bellas, tan sabios como sois buenas, tan
instruidos como sois cándidas y simples. Es preciso que ellos sepan
que deben mereceros, que vosotras sois el premio de la virtud y del
honor; no de ese honor que se cubre con un casco y un escudo y que
brilla en las justas y en los torneos, con el pie sobre la frente del
enemigo derribado; no, sino del honor según Dios.
Hombres: sed útiles, y cuando los pobres bendigan vuestro
nombre, las mujeres serán vuestras iguales; entonces, formaréis un
todo: vosotros seréis la cabeza y las mujeres serán el corazón; seréis
el pensamiento bienhechor, y las mujeres serán las manos de la libertad. Uníos, pues, no sólo por el
amor, sino también por el bien que podéis hacer de a dos. Que esos
buenos pensamientos y esas buenas acciones –realizadas por dos
corazones que se aman– sean los eslabones de esa cadena de oro y
de diamante que se llama casamiento, y entonces cuando los
eslabones fueren tan numerosos, Dios os llamará junto a sí, y
vosotros continuaréis agregando más eslabones a los anteriores; pero
en la Tierra éstos eran de un metal pesado y frío: en el Cielo serán
de luz y de fuego.
El despertar de un Espíritu
NOTA – Estos versos 300 han sido escritos espontáneamente por medio de una cesta, tocada por una joven señora y por un niño. Pensamos que más de un poeta 301 podría atribuirse el mérito de los mismos. Ellos nos fueron enviados por uno de nuestros suscriptores.
¡Qué bella es la Naturaleza y cuán suave es el aire!
¡Señor! Te doy las gracias y te admiro de rodillas.
Pueda el himno alegre de mi reconocimiento
Elevarse como el incienso hacia tu desprendimiento.
Así, ante los ojos de sus dos hermanas en duelo,
Hiciste antaño salir a Lázaro de su sepulcro;
De Jairo desvariado, la hija muy amada
Fue en su lecho de muerte por tu voz reanimada.
Del mismo modo, ¡oh, Jesús!, me has tendido la mano;
¡Levántate!, me has dicho: y no lo has dicho en vano.
¡Ay de mí! ¿Por qué sólo soy un vil montón de fango?
Yo quisiera alabarte con la voz de un ángel;
¡Tu obra jamás me ha parecido tan bella!
Es para aquel que sale de la noche de la tumba
Que el día parece puro, la luz brillante,
El sol radioso y la vida embriagante.
Entonces el aire es más dulce que la leche y la miel;
Cada sonido parece una palabra en los conciertos del Cielo.
La voz sorda de los vientos exhala una armonía
Que crece en el vacío y se vuelve infinita.
Lo que el Espíritu concibe, lo que conmueve a sus ojos,
Lo que se puede comprender en el libro de los Cielos,
En el espacio de los mares, bajo las olas profundas,
En todos los océanos, los abismos, los mundos,
Todo se engrandece en esfera, y se siente que en el centro
Esos rayos convergentes conducen a Dios.
Y Tú, cuya mirada planea sobre las estrellas,
Que te ocultas en el Cielo como un Rey bajo sus velos,
¿Cuál es, pues, tu grandeza, si este vasto Universo
No es sino un punto a tus ojos, y el espacio de los mares
Ni siquiera es un espejo para tu esplendor inmenso?
¿Cuál es, pues, tu grandeza, cuál es, pues, tu esencia?
¡Qué palacio tan vasto has construido, oh, Rey!
Los astros no sabrían separarnos de Ti.
El Sol a tus pies, poder sin medida,
Parece el ónice que un príncipe sujeta a su calzado.
Lo que más admiro en Ti, ¡oh, Majestad!
Es bien menos tu grandeza que tu inmensa bondad
Que en todo se revela, así como la luz,
Y que a un ser impotente atiendes en su oración.
JODELLE
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