Cuando aparecieron los primeros fenómenos espíritas, algunas
personas pensaron que este descubrimiento (si lo podemos llamar
así) iba asestar un golpe fatal al Magnetismo, y que de ello resultaría
como con los inventos, donde el más perfeccionado hace olvidar a
su antecesor. Este error no tardó en disiparse y rápidamente se
reconoció el parentesco próximo de estas dos ciencias. En efecto,
ambas son basadas en la existencia y en la manifestación del alma, y
lejos de combatirse, pueden y deben prestarse mutuo apoyo: ellas se
completan y se explican entre sí. Sus respectivos adeptos difieren, no obstante, en algunos puntos: ciertos magnetistas * aún
no admiten la existencia o, por lo menos, la manifestación de los
Espíritus; creen que pueden explicarlo todo por la sola acción del
fluido magnético, opinión que nosotros nos limitamos a constatar,
reservándonos para debatirla más adelante.Nosotros mismo la
hemos compartido al principio; pero, como tantos otros, hemos
tenido que rendirnos a la evidencia de los hechos. Al contrario,
todos los adeptos del Espiritismo adhieren al magnetismo; todos
admiten su acción y reconocen en los fenómenos sonambúlicos una
manifestación del alma. Además, esta oposición se debilita a cada
día, y es fácil prever que no está lejano el tiempo donde cualquier
distinción habrá cesado. Esta divergencia de opiniones no tiene nada
que deba sorprender. En el comienzo de una ciencia aún tan nueva,
es muy común que cada uno, al encarar la cuestión desde su punto
de vista, se haya formado una idea diferente. Las ciencias más positivas han tenido –y aún tienen– sus partidarios que sostienen con
ardor teorías contrarias; los estudiosos han levantado escuelas contra
escuelas, banderas contra banderas y, muy a menudo para su
dignidad, su polémica se ha vuelto irritante y agresiva a raíz del
amor propio herido, porque ha salido de los límites de un sabio
debate. Esperemos que los adeptos del Magnetismo y del
Espiritismo, mejor inspirados, no den al mundo el escándalo de
discusiones muy poco edificantes y siempre fatales a la propagación
de la verdad, de cualquier lado que ella esté. Se puede tener una
opinión, sostenerla y debatirla; pero el medio de esclarecerse no es
el de difamar, procedimiento muy poco digno de hombres serios,
que se vuelven innobles si el interés personal está en juego.
El Magnetismo ha preparado los caminos al Espiritismo, y los
rápidos progresos de esta última Doctrina son indiscutiblemente
debidos a la divulgación de las ideas de la primera. De los
fenómenos magnéticos, del sonambulismo y del éxtasis a las
manifestaciones espíritas hay sólo un paso; su conexión es tal que,
por así decirlo, es imposible hablar de uno sin hablar del otro. Si
tuviéramos que permanecer fuera de la ciencia magnética, nuestro
cuadro estaría incompleto, y se lo podría comparar a un profesor de
Física que se abstuviese de hablar de la luz. Sin embargo, como el
Magnetismo ya tiene entre nosotros órganos especiales justamente
acreditados, sería superfluo insistir sobre un tema tratado con la
superioridad del talento y de la experiencia; por lo tanto, no
hablaremos sino accesoriamente, pero lo suficiente como para
mostrar las íntimas relaciones de dos ciencias que, en realidad, no
son más que una.
Debíamos a nuestros lectores esta profesión de fe, a la que damos
término rindiendo un justo homenaje a los hombres de convicción
que, arrostrando el ridículo, los sarcasmos y los sinsabores, se han
consagrado valientemente a la defensa de una causa enteramente
humanitaria. Sea cual fuere la opinión de los contemporáneos, ésta
correrá por su cuenta –opinión que es siempre más o menos el
reflejo de vivas pasiones–, pero la posteridad les hará justicia; ella
colocará los nombres del barón Du Potet, director del Journal du
Magnétisme (Periódico del Magnetismo), del Sr. Millet, director de
la Union magnétique (Unión Magnética), al lado de sus ilustres
antecesores: el marqués de Puységur y el emérito Deleuze. Gracias a sus perseverantes esfuerzos, el Magnetismo –que se ha
vuelto popular– ha puesto un pie en la Ciencia oficial,donde ya se
habla de él en voz baja. Esta palabra ha entrado en el lenguaje usual;
ya no amedrenta más, y cuando alguien se dice magnetizador, ya no
se le ríen en la cara.
ALLAN KARDEC
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* El magnetizador es el que practica el magnetismo; magnetista se dice de
aquel que adopta sus principios. Se puede ser magnetista sin ser magnetizador, pero
no se puede ser magnetizador sin ser magnetista. [Nota de Allan Kardec.]